Maroma
Por Virginia Betancourt Ramos, El Colegio de Michoacán
Escritora invitada de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Escribo de noche para que mi hija no me sorprenda tecleando y llorando a la par. No me gustaría que crea que lloro una vez más por su abuela muerta hace 11 agostos atrás , justo el número de cumpleaños que hemos festejado la vida de Ximena. No quiero que me vea llorar después de que he elegido escribir acerca de mi maternidad en donde, si bien es cierto, no toda ha sido color de rosa, hay sin duda enormes satisfacciones y amores en crecimiento, pero me son inevitables las lágrimas asomándose cuando a mi mente viene el eco de los nombres de “Lupita” bautizada como Calcetitas Rojas, Victoria, Fátima, Astrid, María, Fernanda, Mariana, Yolanda, Ana, Gaby, Laura y tantos nombres más de mujeres y niñas que nos faltan. Eco que me traslada de inmediato a cuando fui niña, en los riesgos y violencias de aquel entonces, que a mi ver eran normalizadas, fácilmente dentro del núcleo familiar, muchas veces, en nombre de Dios, pero donde también fuimos cómplices directos e indirectos para evitar el qué dirán o el miedo a la falta de credibilidad.
Me pregunto si mi madre alguna vez sintió el mismo miedo que me recorre cuando le pido a Ximena que compre carne a la vuelta de la casa, considerando que yo desde muy pequeña ya iba a la tienda, al mercado, a la carnicería, recogía la leche bronca y hacía los mandados de los vecinos, en un pueblo pequeño donde se cree que todos nos conocemos.
¿Alguna vez me dio tantas recomendaciones como lo hago yo ahora con ella? Que no hables con ningún extraño, que sí te hablan no voltees, que sí te jalan grita fuerte, ¡muy fuerte! Sí te siguen corre a un lugar como la tienda o donde veas a más personas, que no todas las personas son confiables…(se me acelera el pecho) y luego de recitarle estas indicaciones me abrazo a la idea de que volverá. No quiero que note mi miedo. Pero mientras ella regresa, por cada segundo que pasa desde que sale de casa me crece un vacío en la panza.
Me quedo cerca del ventanal esperándola. Sonrió cuando a través de la transparencia de la cortina blanca veo su frente prominente, su cabello jalado por su contoneo y su naricilla chata. Escucho el cancel del jardín y me recupero. Entra a la casa y mientras deja el kilo de carne en el refrigerador la interrogo: ¿Cómo te fue? ¿Quién te atendió? ¿Cómo es? ¿Qué te contó? ¿Quién estaba en la carnicería? Suele contar pocos detalles, se vuelve escueta y por poco monosilábica pero responde: bien, el muchacho güero, el de siempre, nada, su ayudante de la moto. Se adormeció mi miedo hasta la próxima vez.
A mí, en la primaria mi má sólo me dijo que no podían tocarme y que si llegaba a suceder podía contárselo a ella. Sucedió y nunca se enteró. Por eso decidí hacerlo diferente con mi hija. Cuando la bañaba, desde sus primeros años, le contaba de su cuerpo: las diferencias, los cambios y que nadie tiene derecho sobre él salvo ella misma. Le expliqué que tiene vulva y evité andar por las ramas con ápodos confusos e innecesarios.
Pero en estos tiempos cruentos, violentos y patriarcales; el cinismo y el horror, el daño y la muerte voraz a las mujeres crece sin aparente freno y cada vez más las notas tienen encabezados con nombres de niñas. El dilema que se nos presenta: ¿Qué tenemos que hacer? ¿Cómo protegerlas? Acaso tendremos que encapsularlas fantasiosamente en casa, no, eso no funcionará pues tendrán que salir un día y tengo que empezar a prepararla para que lo haga, porque quiero que sea libre y mientras lo pienso se me estruja el pecho del miedo, pero no quiero que me lo note, quisiera que caminara sin el, pero para que esto suceda el camino lo tendríamos que hacer juntos, pues creo que esta tarea no es solo mía, ahí uno de los límites y potenciales de maternar.
En días pasados cerca de donde vivo, un Centro Cultural aperturó un curso de Jitsu brasileño, dicho en otras palabras, se trata de defensa personal, pero dirigido a mujeres mayores de 14 años y por ese menudo requisito Ximena no pudo ingresar: ¿Hay edad para aprender a defenderse? ¿En la defensa está la solución? Es una pena que las condiciones etarias determinadas en el curso, les niegue el acceso a las niñas porque las excluye de saberes que ahora más que nunca son necesarios para la defensa personal. Ya no basta con memorizarse números telefónicos de emergencia o usar geolocalizadores en teléfonos y relojes smartwatch. La violencia nos sobrepasa y con urgencia se necesita incluirlas.
Será suficiente enseñarnos a defendernos o es momento de recuperar la idea de las crianzas colectivas, en que somos parte del todo que aporta, enseña y que también cuida. Para que afuera haya otros ojos y brazos cálidos para sostener, contener y orientar, brazos que se entrelacen con otro más, en los que la apatía e indiferencia se desdibuje.
Presiento que habemos varias madres como yo, que vivimos latiendo en la incertidumbre y sobre todo en la intranquilidad que causa el horror actual que con suma facilidad nos trastoca. En ese sentido mi maternidad hoy se encuentra ávida de respuestas de cómo enfrentar e intervenir el miedo, de cómo sucumbir a las formas violentas que apagan la vida. Por el momento creo que es preciso hablarlo, sacarlo y acompañarnos entre nosotras haciendo eco en los demás de nuestra colectiva responsabilidad.
Madres lectoras: ¿Han sentido este miedo abarcando su cuerpo, han tragado saliva amarga producto de esta preocupación? La maternidad nos requiere lúcidas, fuertes, alegres, creativas pero esta sombra desde hace un tiempo nos arrebata energía, entonces ¿qué hacer las madres e hijos para conservarnos vivos?