Cátedra AMIDI
Por Carlos Carballar / @carloscarballar / @amidi_com
Mi trabajo día a día se desenvuelve en dos canchas: la de asesor académico y la de profesor. Desde el primer rol, me dedico a producir y fomentar procesos y productos educativos orientados al desarrollo de habilidades informacionales desde una biblioteca académica universitaria. Desde mi segundo rol, imparto la asignatura «Conocimiento y Cultura» que busca indagar en las mediaciones cognitivo-culturales que tiene un individuo en el proceso de aprehensión de la realidad y la manera en cómo el conocimiento tiene implicaciones éticas.
Si bien es desde esa primera cancha en donde me enfrento de manera directa con las necesidades de información de parte de las personas usuarias que asisten a la biblioteca, fue justo en la arena de la docencia donde tuve que hacer una pausa y darme cuenta de que, si bien durante estos últimos dos años de contingencia por la pandemia del COVID-19 nos hemos digitalizado (no de manera homogénea, pero sí en cierta medida) —tanto profesorado como alumnado—, aún hay huecos o brechas entre cómo definimos, buscamos, gestionamos, evaluamos y comunicamos información.
Este desconcierto surgió por el hecho de que mis estudiantes tenían que hacer un producto en donde primeramente debían hacer una búsqueda de eventos sociales a partir de fuentes académicas, después clasificar éstos según los conceptos vistos en clase, luego analizarlos y finalmente comunicarlos en un producto multimedia. Asumí que ellas y ellos conocían el proceso de cómo debían hacerlo, pero mi creencia se desmitificó cuando revisé sus avances: productos que no tuvieron un proceso de búsqueda de información, sin fuentes académicas, o que ya parecían comunicables, pero carecían de contenido. Es decir, no contaban con todo el proceso necesario que permite reconocer que, como individuos, están alfabetizados informacionalmente.
La virtualidad o digitalización de estos últimos dos años en el ámbito educativo ha hecho que lleguemos a asumir —tanto institucional como individualmente— que los sujetos cada día somos más hábiles y con mayor destreza en el uso de herramientas, así como en el manejo de información a la que tenemos acceso. Sin embargo, si bien se han instalado nuevas prácticas que sin duda han ayudado a la apropiación digital, también —de manera heterogénea— aún quedan huecos por resolver en torno a cómo gestionamos nuestras necesidades de información, es decir, respecto a la Alfabetización Informacional.
¿Por qué considerar la alfabetización informacional?: aprender a lo largo la vida
El Currículum de Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) para Profesores y Aprendientes, así como el Marco de Competencias para los Docentes en materia de TIC que ha propuesto la Organización de Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO) es un paraguas, por así decirlo, que ha promovido que los individuos se formen para buscar, recibir, distribuir, comunicar y expresar ideas, con el fin de abonar al ámbito de la democracia, libertad de expresión y participación ciudadana. Esto no sólo está anclado a la cuestión de la información como datos en sí mismos, sino incluso en aquella que recibimos desde los medios de comunicación tradicionales y digitales.
Si bien ese currículum tiene un enfoque integrador, también es importante tener en claro que los resultados clave o elementos de la alfabetización informacional difieren de las alfabetizaciones mediática y digital, como lo muestra la siguiente figura:
De esta manera el Currículum AMI, además de los cinco resultados clave de la Alfabetización Mediática y los siete elementos de la Alfabetización Digital, considera en principio siete resultados de la Alfabetización Informacional:
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- Definir y articular necesidades de información.
- Localizar y acceder a la información.
- Evaluar la información.
- Organizar la información.
- Hacer uso ético de la información.
- Comunicar la información.
- Usar TICs para procesar información.
Asimismo, dentro del área de Bibliotecología y Estudios de la Información, de manera tradicional se ha considerado el Modelo Big 6 desarrollado por Mike Einseberg y Bob Berkowitz, ambos académicos y profesores estadounidenses, como una guía o pauta que permite orientar los servicios de referencia, asesoría o, como comúnmente se le llama, formación de personas usuarias.
Dicho modelo se enfoca en resolver de manera sistematizada una necesidad de información, por lo que no sólo se enfoca en un contexto escolarizado formal, sino que se puede aplicar a ámbitos formativos no formales o informales, como lo puede ser el trabajo, cursos no curriculares, actividades de ocio, etcétera.
El Modelo Big 6 contempla seis pasos:
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- Definición de la tarea a realizar.
- Estrategias para buscar la información.
- Localización y acceso.
- Uso de la información.
- Síntesis.
- Evaluación.
En concordancia con el Currículum AMI de la UNESCO y el Modelo Big 6, también la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas (IFLA, por sus siglas en inglés), coincide en que la alfabetización informacional, en tanto proceso formativo, no sólo abona a un grado o nivel educativo específico, sino que es parte de una formación que se debe considerar continua o para toda la vida (lifelong learning), ya que incluye además una competencia primordial como lo es «aprender a aprender».
Con base en esto, se puede mencionar que un individuo alfabetizado informacionalmente es aquella persona capaz de saber en qué momento y por qué razón necesita información, dónde la puede encontrar y de qué manera puede evaluarla, utilizarla y comunicarla éticamente.
Por lo que no sólo considera las competencias relacionadas al manejo de la información desde un enfoque instrumental o técnico, sino que se enfoca en que el individuo logre comprender la implicación ética, social y política que conlleva dicha información y la manera en cómo repercute esto en la toma de decisiones tanto individual como colectiva en un contexto de la Sociedad del Conocimiento.
¿Qué es necesario para promover esta alfabetización?: autonomía para el aprendizaje
Sin embargo, para implementar procesos de alfabetización informacional no es suficiente con hacer demostraciones a nivel instruccional respecto a los recursos de información o con relación a técnicas que se enfoquen solo en el saber-hacer, sino que debe ir más allá, entender por qué y cómo podemos resolver nuestra necesidad de información y a partir de eso poder tomar una decisión, es decir saber-conocer.
Para llegar a ese punto no basta con la parte tradicional de la alfabetización informacional, sino que tenemos que recurrir a un proceso más profundo que invite a los sujetos a hacerse cargo de su propio aprendizaje: a hacerse autónomos.
La autonomía para el aprendizaje entonces debe permitir al individuo —sea cual sea su rol— hacerse cargo de su propio aprendizaje, saber tomar decisiones respecto de éste y, a partir de eso, actuar de manera independiente.
De manera que, al intentar promover esta alfabetización, la autonomía resulta relevante porque rompe con esa formación instruccional, técnica y vertical que existe comúnmente en procesos, sobre todo escolarizados. Finalmente, da paso a una formación que realmente abona a lo que necesita el individuo a lo largo de la vida, tanto en la escuela, trabajo e incluso en ámbitos de ocio.
Esta perspectiva, si bien no es exclusiva del ámbito informacional, desde la experiencia que hemos desarrollado en la Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla SJ sí hemos constatado la relevancia de pasar desde la instrucción en torno a los recursos y servicios de información a procesos de acompañamiento que permitan la metacognición respecto a la alfabetización informacional.
En este sentido, alfabetizar informacionalmente sí tiene que ver con enseñar a manejar la información, pero sobre todo tiene que ver con hacer al individuo consciente y crítico, capaz de entender el proceso de cómo maneja la información, desde el discernimiento de qué quiere o necesita investigar, buscar fuentes, hasta organizar la información, evaluar su pertinencia y veracidad y comunicarla en distintos formatos, herramientas y, sobre todo, con un uso ético.
Por lo que para establecer procesos de alfabetización informacional sí es necesario —aunque no indispensable— invertir económicamente en infraestructura como equipos de cómputo, laboratorios, recursos contratados, etcétera; pero sobre todo es necesario invertir en la formación de personas profesoras-asesoras que tengan habilidades de acompañamiento y asesoría para la metacognición. De manera que lo elemental en los procesos de alfabetización informacional no solo es enseñar a hacer una actividad, sino enseñar a entender qué proceso necesito realizar para poder realizar esa actividad.
¿Cómo promover la Alfabetización Informacional?: algunas recomendaciones prácticas
Como ya mencioné anteriormente, la Alfabetización Informacional es un proceso de formación continua que se puede promover y difundir en distintos campos y desde distintos niveles. Desde mi propia experiencia como asesor bibliotecario y profesor, comparto algunas recomendaciones que considero pertinentes para poderse replicar en distintos ámbitos.
Desde la docencia
- Generar secuencias instruccionales o didácticas, así como herramientas de autoevaluación que permitan al aprendiente seguir, comprender y evaluar su propio avance en el proceso de formación.
- Fomentar y dar espacios de asesoría específicos a lo largo de la impartición de cualquier asignatura destinados a impulsar de manera cercana las competencias de alfabetización informacional, las cuales son necesarias en cualquier disciplina.
- Implementar productos que impliquen realizar procesos de investigación integral que aborden desde la búsqueda de información hasta la comunicación multimedial de los proyectos.
Desde las bibliotecas
- Hacer rutas de formación dirigidas a cubrir de manera específica las distintas competencias o resultados clave que abarca la alfabetización informacional.
- Desarrollar productos educativos que abonen a la autonomía para el aprendizaje, como pueden ser videos tutoriales o guías temáticas.
- Invertir en la formación continua de todo el equipo humano de las bibliotecas para que se conviertan en asesores, asesoras, con herramientas cognitivas, prácticas, teóricas y dialógicas, ya que todo el personal abona —aunque sea indirectamente— a la metacognición del aprendiente.
Promover la alfabetización informacional desde un enfoque de la autonomía para el aprendizaje puede generar que no solo formemos sujetos capaces de manejar información por sí mismos, sino que también se estén formando agentes activos que a su vez puedan continuar con sus propias comunidades, pero ahora desde el rol de asesores.
Es decir, la autonomía en la alfabetización informacional además de ayudar con el propósito de fomentar este tipo de competencias en los individuos, a su vez refuerza el propósito de abonar en la construcción de ciudadanía, participación activa e interculturalidad, aspectos que hoy en día necesitamos más que nunca.
Para seguir aprendiendo
- Aulas, profesores y estudiantes del futuro. Cristóbal Cobo, investigador (AprendemosJuntos, 2017) | Charla en video.
- Autonomía para aprender | Melina Furman (TED en Español, 2021) | Episodio de podcast.
- La metacognición y su aplicación en herramientas virtuales de la práctica docente (Lilian Mercedes Jaramillo y Verónica Patricia Simbaña, 2014) | Artículo académico.
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Carlos Carballar Vázquez () es Maestro en Comunicación de la Ciencia y la Cultura por el ITESO y está interesado en los temas de cultura digital, alfabetizaciones y jóvenes. Actualmente es asesor académico en la Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla SJ del ITESO y profesor asociado en la misma institución.