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Detenciones, asesinatos y hostigamiento durante la búsqueda de Vicente Suástegui Muñoz, defensor de la tierra en Acapulco,Guerrero.
Texto: Israel Rosales / Pie de Página
Fotos: Lenin Mosso
ACAPULCO, GUERRERO.- No hay nada, ni rastros de sus pasos entre las palmeras que se extienden por las comunidades afros de Acapulco. Por ningún lugar se le ha visto a Vicente Suástegui Muñoz, defensor de la tierra y el río Papagayo. Desde aquella funesta noche, cuando hombres armados se lo llevaron a un hotel de Tres Palos, las lágrimas permanecen en su familia. Ese 5 de agosto, cuando las nubes se desgajaban en torrenciales lluvias, empezó la pesadilla. Al filo de las 8 de la noche lo buscaron en las peligrosas calles de la colonia Renacimiento. Al siguiente día recorrieron las colonias vecinas, repartiendo volantes con la fotografía del defensor. Hombres y mujeres no quisieron dar información por el temor que los desaparecieran o los asesinaran. Ni una gota de confianza resbala por esa tierra de nadie, donde crece el terror impuesto por los grupos de la delincuencia organizada.
La familia no durmió por la desesperación y la preocupación. El 6 de agosto de 2021 fue recibida la denuncia en el Ministerio Público del Sector Central que se encuentra en la Fiscalía Regional en el puerto. Se iniciaron las investigaciones en la carpeta 2030080200466060821 por el delito de desaparición forzada de personas, cometida por particulares. La policía ministerial ordenó investigar los hechos, buscar testigos y evidencias, y también se emitió la alerta. Se giró oficio a diferentes dependencias para saber del paradero de Vicente, pero las autoridades informaron que desconocían de los hechos y que no contaban con información. La familia solicitó al Ministerio Público que ordenara a la policía ministerial que buscara a Vicente por las colonias de Acapulco, pero estos no lo hicieron (Vicente Suástegui: el defensor de la tierra, en el informe de Tlachinollan “Tu nombre que nunca olvido”.
Para saber qué caminos tomaron o donde lo escondieron. Nada más quedaron las calles retorcidas quietas y silentes, solo el ruido de las piedras y los carros incendiados aún dibujan en la tarde un trozo de humo en el mar. Prevalece la ley de las balas en plena luz del día. Los transeúntes siguen su camino, pero con el rostro palidecido. Una semana después de la desaparición de Vicente estas imágenes del terror provocaron que se suspendieran las búsquedas, porque cerca merodeaban personajes de la “maña”.
A pesar de la hecatombe de la violencia, Marco Antonio Suástegui, vocero del Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la presa la Parota (Cecop), exigió a las autoridades estatales, con particular énfasis en la Fiscalía General del Estado de Guerrero (FGE), implementar acciones de búsquedas para dar con el paradero de su hermano Vicente, así como la aceleración de las investigaciones para detener y castigar a los responsables.
En nueve meses la FGE cuenta con la detención de Juan Carlos N alias “El Brillo”, Jorge Eduardo N alias “El Junior”, Felipe N alias “La Yegua” y José Luis N alias “El Galletas o Hipo”. Sigue prófugo de la justicia el comandante de la UPOEG, Pedro Santos Cruz alias “El Pino”, uno de los más importantes perpetradores de la desaparición del defensor. Además del ex policía ministerial, Baltazar Cardona, que fue asesinado en el momento de su detención. Es un hecho que se debe esclarecer, sin embargo, las investigaciones de la FGE aun no garantizan el paradero de Vicente. No hay información judicial para las búsquedas, pese a que se han realizado 10, pero sin rumbo.
“Más preocupante es que no se ha tenido ninguna audiencia. Este 24 de mayo se iba a realizar la audiencia intermedia del “Brillo”, pero no se llevó a cabo. No hay ninguna sentencia en el caso. La Fiscalía no ha avanzado para entrevistar a los detenidos para que den mayor información del paradero del defensor a cambio de alternativas establecidas por la ley. Son los familiares quienes tienen que hacer sus propias indagaciones” comenta Rogelio Telliz, abogado del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan.
Es hasta el 14 al 16 de agosto de 2021 cuando se realizó la primera búsqueda, conformada por la Comisión Nacional de Búsqueda, la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas, Fiscalía General del Estado de Guerrero, peritos y la unidad canina. El ambiente era hostil. La UPOEG cerró los caminos para que no pasara la caravana de búsqueda. En las colonias de Acapulco encontraron a un Tsuru incendiándose con el cuerpo de una persona en la cajuela. Las tensiones siguieron en la segunda búsqueda llevada a cabo el 19 al 22 por la presencia de civiles armados. La tercera abarcó del 30 de agosto al 2 de septiembre en medio de los patrullajes de la policía ciudadana; la cuarta jornada de búsqueda fue del 7 al 10 de septiembre; la quinta fue del 30 de septiembre al 2 de octubre; y la sexta en el mes de noviembre. Las miradas aviesas de civiles armados nunca dejaron de amedrentar a las y los buscadores.
Las búsquedas se quedaron suspendidas aproximadamente por cinco meses. La Comisión Nacional de Búsqueda no volvió al terreno. El resto de las autoridades se desentendieron aún más. Ante la poca importancia por parte de las autoridades en el caso Vicente, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan dirigió una acción urgente a las autoridades federales para que a la brevedad se realizaran más búsquedas, pero fue concedida la tarea a la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas (CEBP), la Fiscalía, peritos y la unidad canina. Así fue que se han hecho cuatro jornadas de búsquedas del 21 de abril al 13 de mayo de 2022, pero sin tener resultados.
Marco Antonio, ya ahogado en la desesperación, pedía a gritos caminar en los cerros, barrancas, lagunas y ríos. Las horas pasaban más rápidas. En la descripción esperanzadora de seguir buscando a su hermano una pequeña sonrisa llegó a su rostro. Su mirada quedó perdida por un momento en el horizonte sin rumbo. Ese rostro afligido lleva 6 mil 744 horas con sus ojos rojos por una gota de agua que bruscamente salió del túnel de la angustia.
El pasado 5 de mayo, las búsquedas se cumplieron 270 días sin saber del defensor, “como si la tierra se lo hubiera tragado”. Su hermano tiene la esperanza de encontrarlo con vida. Lo busca aquí y allá. Descarta cualquier lugar sospechoso. Intercambia la palabra con las familias que habitan cerca del infierno: Acapulco – quizá sea peor tanto que si llegara el diablo temblaría de miedo. Las voces se quiebran, pero poco a poco hablan de fosas, de gritos, de carros desconocidos que pasan en la noche y de personas extrañas. Es todo lo que pueden decir porque temen por sus vidas.
El pasado 12 y 13 de mayo fueron las últimas jornadas de búsquedas porque ya no se tenían más puntos. Aun cuando la Fiscalía del estado tenía que dar lugares para el rastreo, fue Marco Antonio quien terminó brindando la información para no esperar más tiempo. A menudo son las familias quienes tienen que andar preguntando de casa en casa, de corral en corral para recabar datos, mientras las autoridades están de espectadoras. Nada les conmueve, faltos de sensibilidad. En los recorridos están más preocupados por las espinas o los rayos del sol.
¿Dónde está Vicente? El montón de recuerdos que se alborota. En el recorrido que se realizó por las tierras de Bellavista Papagayo, Marco se quedó pensativo mirando las aguas del río. Hacía memoria de cuando jugaban con su hermano Vicente, quien durante 20 años defendió la vida del río para que no entraran las gravilleras, que están aliadas a los grupos de la delincuencia organizada. Hay cuatro familias caciques que están matando el río con la explotación de materiales pétreos que son exportados en barcos o vendidos en Acapulco, desde hace 50 años. Ahora el mismo río grita para que le regresen a su defensor.
La búsqueda se extendió al río arriba de la comunidad de Zoyamiche. Contadas almas se quedaron ante la violencia. Decenas de familias tuvieron que desplazarse a otras comunidades cercanas, casi hasta quedar deshabitado el lugar. Las tierras quedaron sin campesinos y campesinas que las cultiven. Hasta los árboles florecieron en las casas abandonadas. Una comunidad bajo asedio por la policía ciudadana de la UPOEG, que en ocasiones patrullan las secas calles del pueblo.
Para acercarnos a ese pueblo fantasma, la caravana tomó camino a pie por toda la ribera del río. Los pasos se hundían en la arena por más que se hacía esfuerzo. Perecía la pesadilla de la ausencia. Las miradas en las hojarascas, en las tierras removidas, en los hundimientos del terreno en toda la orilla de una barranca que ni una gota de agua escurría. Marco Antonio encontró una roca al llegar a la orilla del río Papagayo, subió para verla arriba y abajo. Con una vara midió la profundidad de las corrientes. Pensó en una manera de pasar. A lo lejos estaba una panga. Es por allá, dijo, con un respiro de esperanza. Llegando al sitio nadie quería pasar el río. Marco y Saturnino rápidamente se adentraron en las aguas. Desde la otra orilla gritaban para que pasara el resto, y por unos minutos fueron cruzando uno a uno. Entre la arena salió un señor con un quintal de alambre y lo puso en la panga. Así, un grupo de militares le pidieron que los cruzara hasta que todos pasaron.
Eran las dos de la tarde cuando Marco platicaba con una persona mayor de edad montado en un caballo.
El señor:
–Cómo no te voy a conocer, le dijo. Nos dijeron que estabas desaparecido.
– No– respondió Marco, –es mi hermano Vicente.
Bajaron las miradas, conteniendo las emociones bruscas que insoportablemente querían soltarse entre las piedras. El señor se bajó y le dio el caballo a Marco:
–Anda, aquí te espero.
El ruido del río al lado, algunos árboles y buitres que volaban en círculos. No se escuchaba nada, ni siquiera las piedras querían hablar, ya sea por el miedo o por el inclemente sol. Un poco de aire pasaba de rato en rato. Poco más de 2 kilómetros de camino. De regreso se hizo un abanico para abarcar el arenoso terreno, pero no hubo nada. Algunos volvieron a cruzar el río, mientras varios esperaron para que los pasaran en la panga, pero al salir tenían que avanzar cinco metros para cruzar completamente. Sin embargo, un señor se ofreció a cargar a un policía estatal, un militar y un guardia nacional porque no se quisieron mojar sus botas. La imagen tenía muchas interpretaciones, pero la más importante tenía que ver con el abuso de poder de las fuerzas armadas, pero ese es otro tema.
El recorrido siguió por una barranca llena de zarzas y espinos. En seguida apareció una huerta de palmeras de coco. Con los picos, palas, varillas y perros se escudriñaba el terreno, donde había pozos de agua, ropa tirada y la tierra suelta. La varilla entraba a la mitad y a veces más. Ahí se generaba una especie de remolino de integrantes de la caravana. Se escarbaba un poco y al final el perro de la fiscalía olfateaba para descartar que estuviera una persona enterrada. Solo la tierra sabe dónde los malhechores esconden a sus víctimas, en sus entrañas.
Las miradas vigilantes de la policía ciudadana de la UPOEG seguían el curso de la caravana. La osadía de algunos campesinos y campesinas relatan la despiadada ley que prevalece en las comunidades rurales de Acapulco, implantada por el comandante “Pino”. La única comunidad donde no llegaron fue en Medanitos Perros de Agua, cerca del mar. Para llegar se hace una hora desde la comunidad de Llano de la Puerta. Es una brecha poco transitada, llena de bejucos colgados. El polvo intacto, solo se levanta con los remolinos de aire. A las tres de la tarde no hay nada más que unas redes de pescar tiradas en el patio de las casas, hechas de palma de coco y unas plantas a los lados. En el centro del poblado está la escuela primaria, pero sin estudiantes y el resto es arena. El espantoso silencio es más grande que las olas del mar. Todo parecía abandonado hasta que empezaron a salir algunas personas desde el interior de sus chozas, con los rostros sorprendidos.
Marco Antonio se acercó a un señor para establecer un diálogo, donde explicaba los motivos de la llegada de la caravana de búsqueda:
–Mire, andamos buscando a mi hermano Vicente, porque desapareció desde hace 9 meses. Ya son muchos días y no lo encuentro.
El señor:
–Mire, pues por aquí luego viene gente desconocida en la noche. Son puros jóvenes, pero no sabemos que vienen hacer. Nosotros tenemos miedo. Luego vemos pasar motocicletas que sepa de donde son.
Las manos del señor señalaban hacia un lado, un escurrimiento de agua que desemboca al mar, donde tenía 6 meses que habían encontraron un cuerpo sin vida. El hermano de Vicente con la honda preocupación dijo que se descartara ese lugar. Se sumergieron las varillas para detectar algún olor extraño. Había algunos huesos de animales, chanclas, huaraches, ropa carcomida por el sol y muchos troncos de árboles que daban una sensación de melancolía. No hubo nada, pero se continuó por unos matorrales hasta que se encontró una casa abandonada que quedaba habitada sólo por murciélagos.
La caravana se detuvo a un lado de la brecha de terracería para revisar otras casas en obras negras con orificios de balas en las ventanas y con ropa adentro, invadidas por los árboles que crecen rompiendo las paredes. Sobre el paradero de Vicente no se avizora nada, pero hay bastantes señas de la violencia en la región. Es tierra de ausencias, desolación, pobreza y de arenas movedizas donde pululan los grupos delincuenciales. Se dibuja el desgobierno entre las olas de la impunidad.
En estas búsquedas sólo hay sombras que ocultan la verdad. La desesperanza es la única propuesta de vida de las autoridades que no hacen nada por desarticular a los grupos de la delincuencia. La violencia seguirá y las desapariciones no cesarán si no hay una política de Estado. El gobierno del estado está en un desfiladero en llamas. Es tiempo de que deje de cantar, más bien escuche las chicharras y mire que el día es gris. De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en lo que va del año Acapulco lleva 143 asesinatos de personas, mientras que en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas el puerto cuenta con mil 19 personas desaparecidas. Sigue siendo la ciudad más peligrosa de Guerrero y México. Este es el escenario más cruento de la historia reciente no sólo por las estadísticas, sino porque todos los días hay hechos de alta violencia.
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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página:
Buscando a Vicente: el río grita para que le regresen a su defensor