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Saakhelu es el ritual de fertilidad que celebra el pueblo Nasa en Cauca, Colombia. Allí se ofrenda a los espíritus guardianes de la madre tierra (Kiwe Uma), sol (Sekh), luna (A’te), lluvia (Nus), viento (Guejxia), fuego (Ipxh), animales y semillas para reproducir en abundancia. Este relato es una experiencia personal con los sueños del árbol-hembra
Texto: Gabriela Ruiz Agila / Pie de Página
Fotos: Lui Pineda / IG: luifer0296
CAUCA, COLOMBIA.– ¡Vamos al Saakhelu! propuso la artista y docente, Sandra Patricia Navia. La pérdida de su padre me impulsó a acompañar su luto. Viajé desde Quito por carretera y crucé la frontera. Abandoné la idea de reportear, disponiéndome sólo a vivir la experiencia: Saakhelu es el ritual de fertilidad que celebra el pueblo Nasa en Cauca, Colombia. Allí se ofrenda a los espíritus guardianes de la madre tierra (Kiwe Uma), sol (Sekh), luna (A’te), lluvia (Nus), viento (Guejxia), fuego (Ipxh), animales y semillas para reproducir en abundancia, en armonía, evitando hambrunas y desequilibrio social en la ‘casa grande’, explica el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC).
A 100 km desde Popayán, un extenuante viaje por carretera entre los municipios de Belalcázar e Inzá daba la sensación de descender por una espiral hacia el ombligo de la tierra. Cruzamos un trecho del camino sobre el caudal bajo de un río. íbamos montadas en una camioneta con otras mujeres y un pequeño bebé. Adriana y María, madre e hija que acaban de parir al mismo tiempo.
Las tormentosas lluvias de unas semanas atrás destruyeron los caminos de verano. Había que caminar por horas hasta la comunidad.
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El primero de diciembre de 2017, llegamos a Tierradentro, declarada en 1995 como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Nos alojamos en la escuela, junto a otros extranjeros en la montaña donde descansan las tumbas de los ancestros. Los hipogeos perfilan un paisaje singular en el horizonte. Parecen efigies monumentales que evocan a gigantes vivos, dioses de árboles, lluvia, pájaros y senderos poblados que observan. ¿Es su forma de proteger a los niños? ¿Es la forma que cobran los ancestros guías en las montañas?
Para participar del Saakhelu hay que colaborar en minga y en los otros pequeños rituales. El primer día, el olor a la sangre fresca era latente cuando se mataron unas reses. La carne se picó sobre largos troncos con machetes filosos en un ritual nocturno: el maestro de ceremonias cambiaba de hombre a mujer, y la gente danzaba alrededor del picadero en círculo.
La música no se detuvo nunca desde que los ejecutantes de tambores y flautas llegaron detrás de las montañas. Se bebió poca agua, se compartió chicha y hojas de coca mezcladas con tabaco para mambear.
—¡Vamos, vamos! ¡Ya estamos despiertos! —dice contento el tehuala (sacerdote) levantando el tazón de chicha para ofrecer a los cuatro puntos cardinales antes de beber.
El toque del tambor parecía bombear sangre al corazón, y el sonido de la flauta era un gran respiro. Cada elemento aportaba lo suyo. Las melodías gestaron una permanente sensación de trance y las plantas dejaron hacer surtir sus efectos mientras se deshacían con saliva en las mejillas. Es posible la plenitud sonora cuando se baila en colectivo invocando a la culebra verde. Eventualmente, cada quien encuentra la forma de expresar el terrible silencio del corazón.
—Estás aquí. ¿Qué quieres preguntar? —me interrogó el Gran Espíritu. Pude ver iluminados sus brazos y piernas de resina de árbol; bajo una luz estrecha sólo podía ver su cuerpo pero no su rostro. —Se encontrarán sucesivamente —sentenció.
El día de mayor trabajo fue aquel en que hombres y mujeres debíamos abrir trocha y luego hacer camino. Los comuneros rodearon con grandes cuerdas el tronco desnudo de un árbol, lo tumbaron como a un gigante que se adora. Ataron cabos sobre su madera despojada de ramas y empezaron a acarrearlo montaña abajo. Se sentía como si el árbol respirara y por su propia voluntad, se entregara al sacrificio. El peso de su cuerpo antigüo, tendría la misión de abrir camino como lo hicieran tantos otros árboles desde hace cientos de años.
Unos días antes, las mujeres y los hombres sabios de la comunidad subieron a la montaña a conversar con los árboles. Les preguntaron ¿quién debe abrir el camino de la comunidad en este ritual? Encontraron la respuesta en un árbol-hembra. Aquí se consolida la conexión entre mi propio cuerpo y el árbol-hembra, y la misión para la cual también fui convocada para cumplir en este ritual. Yo no sabía que estaba embarazada.
Angelita, una de ellas, tomó dos semillas de roble para fabricar una figura que cabe en la palma. Yo agarré un puñado de barro rojo de la montaña de Tierradentro para completarlo y soplé sobre esta imagen.
—Las chamanas del pueblo Nasa te vieron venir —le cuento a mi hija ahora que tiene tres años. El cuerpo me advierte que esta presencia que percibo desde su pequeña escala, mueve una energía de forma colosal. —¿De dónde vienes?— sonrío con complicidad de maga sabiéndome la guardiana de una semilla:
Te anunciaron antigua
de traje rojo
boca roja
dinamitando la piel en humo
profeta
—Primero fuiste soñada —afirmo mirando sus ojos negros. ¿Soy yo un árbol-hembra? El sexo es un viaje sagrado en el que dos almas se encuentran.
Pero tu boca me retorna
al vientre oscuro de una estrella
nos iluminamos con las manos
En algún momento del ascenso sentí un fuerte agotamiento. Puse mis manos sobre el barro rojo de la tierra de los Nasa. Las chamanas cuidaron de mí y de mi bebé en la montaña. Dos de ellas se colocaron adelante y otras tres, atrás. Rieron. Una de ellas me habló en su idioma y pude comprender solo una palabra en español. Me la reservo.
—Tu viaje empezó antes de llegar a Tierradentro.
La urgencia de perpetuar me obliga a pedirle a Sandra unos pedacitos de papel que ella traía para dibujar. Me pongo de cuclillas para acercar mi útero a la tierra. Le ofrezco el poema de mi carne a la tierra. Escribo con manos de carbón. Los cinco días que permanecimos en Tierradentro soñé con el Espíritu de la Montaña.
Recuerdo sobre todo la lluvia intensa y la oscuridad desprendiéndose con las rocas desde lo alto de la montaña, en parajes donde los guerrilleros se escondían. Esa noche heredé un miedo por la lluvia persistente en la oscuridad.
—Si usted toma un fruto sin pedir permiso, tiene que devolver algo a cambio.
—¿Qué tan difícil es devolver?
El agua caía pero en lugar de apagar la sed parecía que quería limpiar todo sobre la superficie. Esta intuición se haría inteligible en los páramos azuayos, tres años más tarde, temiendo a la corriente de los cuatro ríos de Cuenca.
Niebla. Respiro niebla.
—El Espíritu dice: Usted está aquí porque es fuerte y persistente. Entonces, el Espíritu pide: continúa fuerte y persistente —acentúa el chamán con firmeza el mensaje que debe entregarme.
La historia de Tierradentro es más larga. Para los lectores de este libro contaré que el Saakhelu terminó con una gran fiesta y renovación de energías.
El mayor Larry, o líder espiritual, encabezó la celebración comunitaria alentada por músicos y hierberos que bailaban en forma de caracol o espiral. El chamán lanzó puñados de semillas de maíz al aire y se esparcieron entre el zacate. Las niñas y los niños rescataban los granos de maíz como pequeños corazones brillantes y oscuros, las semillas que se sembrarán en el futuro.
Esa misma tarde, la aparición de un cóndor sobre las vísceras abiertas de una res, se convirtió en la alucinación masiva de los asistentes. La reproducción simbólica de un mito en lo alto de un árbol-hembra sembrado por el pueblo en tierra colectiva.
Cuando regresé a Quito recordé el sueño que me narró papá antes de tomar el autobús a la frontera: “Hija soñé que te ganabas la lotería”. Él fue quien soñó primero a mi hija. Quizá es este un presentimiento que se vuelve certeza: antes de nacer del cuerpo de una mujer, cada ser humano es primero un corazón, cada hombre y cada mujer es primero un sueño.
Escuché decir que los Nasa casi revientan con sus rezos la represa Hidroituango en 2018. Hidroituango es el mayor proyecto hidroeléctrico en Colombia, en las aguas del río Cauca, y afecta a 16 municipios. Las políticas públicas intentaron despojarlo de su valor simbólico y ancestral para convertirlo en el motor de energía del país. “El agua es arrojada a una caída de 225 metros y al chocar con el fondo levanta un estallido de vapor que deja sin hojas la montaña al frente, como si ardiera todo el tiempo” es el testimonio de la defensora Angélica Mazo. Las mujeres lideran el rechazo a la represa.
Yo creo en la capacidad de los Nasa de refundar la tierra con la malicia jocunda y desaforada de una experiencia en las montañas del Cauca.
—Este ya no es el camino andado. Es un nuevo camino abierto por el árbol-hembra, pintado en sombras por nuestras manos y pies.
Al Saakhelu no fui por casualidad. El Gran Espíritu nos convoca con un propósito.
—Hoy voy a caminar por mis hermanos.
***
El presente texto se reporteó en diciembre de 2017, en la comunidad de Tierradentro. Es uno de los capítulos que integra el libro titulado «Caminar como Mujeres Amazónicas» y que se presenta este mes en Ecuador con la Productora Mujeres Salvajes y en la colección de libros «Mujeres y Naturaleza». Las fotografías se tomaron por Lui Pineda, fotógrafa colombiana en agosto de 2021, en el Resguardo Indígena Nasa de Munchique Los Tigres, vereda La Aurora.