La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Una columna de humo se alza desde el suroeste de la zona metropolitana. Eclipsa el sol que ya se marcha por el poniente y que, como despedida, regala un atardecer que nos recuerda que la tragedia muchas veces luce bien en las fotos.
La Primavera arde. Otra vez. Como cada año.
Al mismo tiempo, en el oriente de la zona metropolitana, Enrique Alfaro y su séquito de zalameros presumen las obras realizadas en el parque de la Solidaridad. Priscilla Franco, presidenta del Congreso de Jalisco, aprovecha la ocasión para tomarse una foto que tiene todo mal: primero, porque la funcionaria está montada en una bicicleta de Mi Bici que no debería estar allá, porque el programa no llega hasta allá; segundo, porque detrás se ve la columna de humo que eclipsa el cielo, producto del incendio al otro lado de la mancha urbana, pero lo importante es que la funcionaria luce como si de verdad hubiera llegado en bicicleta.
Mientras el bosque arde y Priscilla Franco se toma fotos, en una conferencia Pablo Montaño, del colectivo Conexiones Climáticas, explica que la crisis climática que vive el planeta está más cerca de lo que uno puede imaginarse. Mucho más cerca que el oso polar que flota en un iceberg que se derrite: la crisis está tan cerca, que Guadalajara tiene cada vez más días calientes en el año: si en 1988 se registraron 29 días con temperaturas iguales o superiores a 32° centígrados, en 2017 fueron 52. De seguir como vamos, para 2068, advierte Montaño, habrá 124 días de calor. No hay que irse tan lejos: basta hacer poquita memoria para recordar que hace un par de años ya le llegamos a los 40° centígrados.
La ciudad se calienta porque el país se calienta porque el mundo se calienta. Los expertos dicen que desde que comenzó la Era Industrial la temperatura en la Tierra ha aumentado 1.2° centígrados. Si todo sigue como hasta ahora, a pesar del Protocolo de Kioto, los Acuerdos de París, los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, la encíclica del papa y todos los documentos que se les antojen, pronto vamos a llegar a un aumento de 1.5° centígrados, lo que será un punto del no retorno —otro más— en materia ambiental y que tendrá graves consecuencias: más sequías, aumento de los mares, huracanes más violentos, lluvias torrenciales, incendios forestales. Y esto tiene consecuencias en la vida de las personas. En la conferencia, Montaño señala que en 2019 hubo 24.9 millones de desplazados por más de 1,900 desastres naturales. Y apenas es el comienzo.
Pero es muy fácil perderse en las cifras. Y es muy fácil tuitear, como le gusta a los gobernantes, que hay un firme compromiso con el cuidado ambiental. Incluso es fácil hacer planes y anunciarlos a los cuatro vientos. Total, prometer no empobrece. Cuando se construía la línea 3, se cacareó que se haría un plan de manejo del arbolado en el derrotero del tren, para compensar los daños a los más de tres mil árboles que fueron sacrificados en nombre del progreso. Fue tan estratégico el plan, que el pasado miércoles se anunció el retiro de 57 pinos que ya estaban a punto de llegar a los bajos de la estructura que sostiene las vías, y eso que todavía estaban chiquitos. A esos árboles hay que sumar las 259 ceibas que están plantadas en avenida Revolución y que prometen ser un dolor de cabeza.
Ya sería un abuso mencionar aquí la deforestación causada por el proyecto Mi Macro Periférico —el Peribús, pues— cuyas afectaciones quisieron paliar plantando árboles que ya están secos o son puras varas. La estrategia para reforestar la urbe brilla por su ausencia. Para ser una administración plagada de exactivistas, estas omisiones resultan ofensivas. Pero negocios son negocios.
El discurso ambientalista luce muy bien en campaña y de vez en cuando a lo largo de la administración. Viste mucho decir que se va a defender La Primavera y que el gobierno tomará las acciones necesarias para cuidar el medio ambiente. Pero ahí están El Bajío y el Nixticuil como prueba palpable de que el compromiso ambiental del gobierno, cualquiera que sea su color, es pura baba de perico.
Lo grave es que mientras no exista un compromiso real de los gobiernos, que se extienda a la iniciativa privada, de poco va a servir que la gente pida sus bebidas sin popote. Los esfuerzos individuales suman, sí, pero las soluciones que exige la crisis son más drásticas. Mucho más drásticas.
Pero no hay que hacerse muchas ilusiones. Para darse una idea del grado de conciencia que hay entre las personas cuando pasan cosas como el incendio del miércoles, puede uno asomarse a la cuenta de la llamada Liga Expansión —como le dicen ahora eufemísticamente a la Segunda División del fútbol mexicano—: mientras el bosque ardía y el gobernador cacareaba y la diputada posaba en su bici que no era suya, el community manager de la liga posteó una foto desde el estadio Jalisco, en el norte de la ciudad, donde se puede apreciar la nube de humo causada por el incendio. Pero al genio detrás de la cuenta le gustó la imagen. Tanto que escribió: “El atardecer en el Jalisco (emojis de estadio y de ojos con corazones). No tenemos palabras para describir esta gran postal”.
Vaya que nos sobran tarados.