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Una lengua indígena endémica de Chiapas se encuentra en peligro de extinción. Sus últimos hablantes son de edad avanzada y no superan ni los cien. Desde la frontera sur de México, narran las razones de la situación actual
Texto: Andrés Domínguez / Chiapas Paralelo
Fotografías: Salvador Vázquez
Vídeo: José Cruz
Ilustraciones: Daniela López
MOTOZINTLA, CHIAPAS.- Carlos Osvaldo Ramos Morales nació el 7 de marzo de 1956 en el barrio San Lucas de Motozintla. Su padre es conocido como un legítimo mochó, es decir, hablaba la lengua local de los “sin nombre”, pese a ello, recuerda haberlo escuchado únicamente en español.
Don Carlos, al momento de la entrevista, se encontraba en la Casa Mochó. Un espacio autogestionado por los denominados “sin nombre” con el fin de celebrar la festividad hacia San Francisco de Asís cada cuatro de octubre.
El fervor hacia San Francisco se remonta a su fundación como municipio. En 1620, la demarcación fue nombrada como San Francisco Motozintla, pues fue el único santo que decidió quedarse. Por ello, los mochó consideran que, si la fiesta deja de celebrarse, la figura abandonaría el pueblo.
La Casa Mochó, es el lugar de los priostes, quienes se encargan de planear y preparar la fiesta. El periodo ritual inicia el 30 de septiembre con la bendición de las ollas que se utilizarán en la cocina, y culmina con una misa para el santo patrono solicitada por los mochó a la Iglesia católica del lugar, el día 10 de octubre, el llamado “octavo”, según el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI).
Casa Mochó reúne ahora pocos hablantes. Ellos aseguran que no existe el plural para referirse a un mochó. En este sentido, el espacio actual nació hace un par de décadas, pues ha sufrido diferentes reubicaciones debido a confrontaciones entre el grupo étnico y los mestizos, sin olvidar los estragos provocados por los huracanes Mitch en 1998 y Stan en 2005; en ambos se perdió todo.
Ramos Morales a sus 66 años nunca ha abandonado Motozintla. Adora sus calles, la cercanía de las montañas, el sonido constante del río Xelajú, en especial, por ser la tierra de sus padres. Aunque, desde joven le generó dudas ciertas palabras que escuchaba en el municipio y no ubicaba.
Don Carlos narró las constantes interrogantes que tuvo por el otro idioma. Una de ellas fue, por qué su padre nunca se lo transmitió pese a ser reconocido como legítimo mochó entre la población. Con el paso del tiempo, entendió tal decisión pues para ese momento, hablar mochó era considerado una vergüenza.
“Mi padre nunca dijo una palabra en mochó frente a la familia. Con el paso del tiempo supe, por sus amigos, que sí lo hablaba. Pienso que se negó a enseñárnosla, pues había un rumor de que se nos iba a enredar la lengua. Además, los mochó eran muy criticados”, justificó.
Ramos Morales no aprendió ninguna palabra en mochó, tuvieron que pasar 65 años para aprenderla. Ya que, es un integrante del curso impartido desde Casa Mochó por el maestro Víctor Manuel Juárez.
El día de la clausura del curso, Don Carlos reflexionó el estado actual del idioma.
“Como bien sabemos que en Chiapas muchos niños y jóvenes ya no hablan la lengua de sus padres. Son muchas las razones por las que esto sucede, durante muchísimos años, varias personas les dijeron que su lengua no servía ¡que equivocados estaban y están!”, externó frente a las últimas personas hablantes.
Mochó, alto riesgo de desaparecer
El mochó es un idioma derivado del Q´atok o Motocintleco. El Q´atok traducido del náhuatl significa “nuestra lengua” y se divide en dos variantes, una ubicada en Motozintla y otro en Tuzantán, ambas catalogadas como de muy alto riesgo de desaparición, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el INPI.
Pero en Motozintla, las personas se resisten a reconocer su idioma como Q´atok, para ellos es el mochó, debido a que los hablantes coinciden en la siguiente leyenda. En el momento en que los españoles llegaron al municipio y preguntaron cuál era el nombre del mismo, los locales les respondieron mochochuij, cuyo significado es “no hay” derivado de la falta de entendimiento. Por ello, el grupo indígena local se han autodenominado como los “no hay”.
Los hablantes existentes aclararon que en Tuzantán se habla un dialecto del mochó, ya que hace un par de décadas familias motozintlecas decidieron irse del municipio.
“Nos entendemos, pero ellos les han cambiado palabras”, precisó el maestro Víctor Juárez.
El Atlas de los Pueblos Indígenas de México ubica dos puntos únicos de concentración de esta lengua endémica de Chiapas. A comparación de las otras 13 lenguas originarias, el mochó se podría considerar la más próxima a extinguirse pues existen únicamente 117 hablantes en la entidad.
En Chiapas, viven un millón 459 mil 648 personas mayores de cinco años que hablan alguna lengua indígena, lo que equivale al 28 por ciento de la población total. Son más mujeres hablantes -754 mil 48- que hombres -714 mil 600-. Lo que coloca a la entidad como la de mayores hablantes originarios de todo el país, según el Censo de Población y Vivienda 2020 del INEGI.
El 83 por ciento de los hablantes se concentran en 39 municipios: Aldama, Chalchihuitán, Santiago el Pinar, Chanal, San Juan Cancuc, Mitontic, Larráinzar, Chamula, Zinacantán, Tenejapa, Chenalhó, Ocotepec, Tumbalá, Oxchuc, Tila, El Bosque, Sitalá, Chilón, Huixtán, San Andrés Duraznal, Pantelhó y Tapalapa, demarcaciones con más del 90 por ciento de su población hablante de una lengua originaria.
Lo que contrasta con Motozintla y Tuzantán, clasificados con población originaria dispersa, es decir, menos del 10 por ciento de los habitantes son hablantes originarios.
En Chiapas, una de cada tres personas habla una lengua originaria. El tseltal se mantiene como la lengua originaria más hablada en la entidad con 556 mil 720 mil personas, seguido del tsotsil con 487 mil 898; ch´ol, con 251 mil 809; y el tojolabal, con 55 mil 442. No obstante, el Q´atok vive una realidad distante, pues su población de hablantes es la de menor presencia en la entidad.
Los mochó mantienen una presencia mayoritaria en Chiapas, pero existen hablantes en diferentes estados.
Según el INEGI, los hablantes han disminuido su presencia paulatinamente desde 1990. En 30 años, se redujo la población hablante de 189 a 117 personas en Chiapas, es decir, disminuyó 38 por ciento; mientras que, en el resto del país, la situación es más grave, pasó de 46 a 13 hablantes, un decremento del 72 por ciento.
La migración de los mochó expandió su presencia a 17 estados de la república en 1990. En ese año, Jalisco y Ciudad de México concentraron a 16 hablantes cada uno, pero 30 años después, solo existe una persona sobreviviente en la capital del país.
De acuerdo con una solicitud de información realizada al INEGI, el mochó mantenía presencia en 13 municipios en 1990: Acala (4), Amatenango de la Frontera (1), Escuintla (1), Frontera Comalapa (1), Mapastepec (4), Mazapa de Madero (1), Motozintla (168), El Porvenir (2), Villa Comaltitlán (1), San Cristóbal de las Casas (1), Tapachula (2) y Tuxtla Gutiérrez con (3).
No obstante, tres décadas más tarde se ubica únicamente en Acacoyagua (1), Comitán (3), Huehuetán (1), Huixtla (1), Motozintla (96), Ocosingo (1), Tapachula (4) Tila (1), Tonalá (1), Tuxtla Gutiérrez (2) y Tuzantán (6).
De lo anterior, Motozintla es el sitio con mayor número de hablantes en la entidad, por lo tanto, la investigación se dirigió hacia este municipio árido y montañoso ubicado a siete horas de la capital del estado, para identificar factores que llevaron a la etapa crítica actual de la lengua.
La historia de ‘los no hay’
Las montañas de la Sierra Madre de Chiapas marcan el límite internacional entre México y Guatemala. El volcán Tacaná es un ejemplo pertinente de dicha geografía, pues es un relieve compartido entre ambos países. Dentro de esas montañas se encuentra Motozintla, una pequeña ciudad rodeada de cactus, viento y humedad.
Ulises Flores, investigador egresado del Centro de Investigaciones y Estudios en Antropología Social de la Universidad Nacional Autónoma de México, se interesó en la historia de los mochó. Tras entrevistas y recopilación de archivos albergados en la Casa de la Cultura de Motozintla construyó el libro La ciudad sin nombre.
Basado en esta obra, la historia de “los sin nombre” inicia en 1620 con su nombre mochochuij, aunque por la dificultad de pronunciación luego se llamaría mochochintla, hasta llegar a Motozintla.
El estado crítico actual de la lengua cobra sentido remitiéndonos a cambios sociales destacadas por el mismo grupo étnico. Es necesario remitirse al pasado, pues los mochó eran guatemaltecos antes de la anexión de Chiapas a México en 1821. Aunque en la realidad, continuaron estrechamente conectados de forma cultural y social a Guatemala.
Posterior a ello, el Tratado de Límites de 1882 realizado por la administración mexicana trastocó la interacción entre poblaciones en ambos lados de la frontera, pues se sumaron esfuerzos gubernamentales para establecer una identidad nacional en Chiapas consideraron Manuel Ángel Castillo y Mónica Toussaint, según el artículo académico La Frontera Sur de México: orígenes y desarrollo de la migración centroamericana.
Específicamente, el Tratado tuvo la misión de establecer con certeza la línea divisoria con Guatemala. Así pues, la pertenencia o vinculación a un territorio se convirtió en el principal referente de adscripción e identidad de las nuevas nacionales. Desde ese momento, los lazos familiares y comunitarios comenzaron a realizarse desde una visión transfronteriza.
“En ciertos aspectos Chiapas podía parecer una extensión anacrónica de la sociedad colonial centroamericana, por lo cual en apariencia más semejante al occidente de Guatemala que al sureste del país” identificaban Castillo, Toussaint y Mario Vásquez.
El Tratado de Límites derivó en la nacionalización de al menos cuatro mil personas ubicadas en Mazapa, Motozintla, Amatenango y otros poblados pequeños de la Sierra Madre de Chiapas. En consecuencia, existieron diversas confusiones, por ejemplo, concurrió un dilema para acudir a una iglesia, puesto que no sabían si acudir a Guatemala o a Escuintla (Soconusco). Por esta razón, Flores señaló al Tratado como un hecho arbitrario y sólo pensado en los intereses de ambas naciones, pues no se tomó en cuenta la opinión de la gente que vivía en las áreas de disputa.
Por su parte, Arely Escobar realizó la investigación Los mochó de Motozintla, una característica etnográfica en la Universidad Autónoma Metropolitana. En dicho estudio, describió la amplitud y posterior reducción de la lengua, pues en el siglo 19 se llegó a escuchar hasta el distrito vecino del Soconusco. En el siguiente siglo, se compactó a Belisario Domínguez, Tuzantán y Siltepec. En la actualidad, Motozintla es la única que concentra a familias.
Para inicio del siglo 20, Motozintla pasó a ser la cabecera del distrito Sierra Mariscal. Municipio limitante con Siltepec al norte, al oeste con Escuintla y Huixtla, al sur con Tuzantán y Tapachula, al noroeste con El Porvenir y Mazapa de Madero. Sin olvidar, al este con los departamentos de Huehuetenango y San Marcos, Guatemala.
La política “civilizadora”
Motozintla albergaba una población mayoritaria de mochó, mames y katchiqueles a 35 años de su anexión. No obstante, el boom del café y el cacao atrapó a personas mestizas y adineradas. Éstas señaladas por los mochó como “ladinas”, “caxlanes” o “caciques”, quienes a partir de su llegada generaron confrontaciones, entre ellas destacan: el desplazamiento del grupo étnico hacia las orillas de la cabecera, el cambio en la fiesta patronal y la muerte de Benjamin Guanón Todas ellas documentadas en la obra de Flores.
Algunas familias señaladas como “caxlanas” son los Aranda, Cosío, Montecinos, Roblero y Paz. Cabe señalar, dichas familias cuentan en su historia con personajes relacionados a la política, tal vez el ejemplo más visible fue Efraín Aranda Osorio, gobernador del estado de 1955-1958.
La primera disputa fue el desplazamiento de la población indígena hacia las orillas del municipio. Si bien para las primeras décadas del siglo 20, los “ladinos” eran una minoría, lograron llegar al poder municipal por el dinero y lo usaban a su favor para controlar y engañar a la población indígena.
Los mochó fundaron y habitaron en el centro del municipio del siglo 16 al 20, pero fue hasta la llegada de las personas foráneas que comenzaron a salir de ahí bajo el uso de la violencia, la ignorancia por la tenencia de la tierra y ser presionados a pagar impuestos. Escobar mencionó que se inició el desmembramiento de la comunidad mochó a partir de aquí.
“Con la llegada de gentes que no eran del municipio llegó la vergüenza. El pueblo se fundó en el centro, pero luego llegó gente extraña (caxlanes) y se salieron. Mi madre vivía a dos cuadras y nos fuimos más arriba porque comenzaron a pedir impuestos. Eso ocasionó que se dialogará menos entre los mocho´”, comentó el profesor Víctor Manuel Juárez Jiménez.
El maestro Juárez Jiménez es un referente mochó joven con 63 años. En su caminar, es saludado por las personas y muestran un respeto al verlo con admiración. Es coordinador de la Casa Mochó y ha participado en la fiesta a San Francisco de Asís desde que contaba con ocho años.
Don Víctor, nacido el 17 de marzo de 1959, narró el desprestigió hacia el grupo indígena por parte de dichas familias, pues les discriminaban por hablar una lengua diferente al español, vestirse de manta y continuar con su devoción al santo patrono.
“Ellos hablaban castellano y tenían ropa distinta. Los Paz llegaron a poblar el centro y sacaron a la gente. Ellos tenían paga y se sentían diferentes al pueblo”, expresó.
La segunda confrontación entre los mochó y los “ladinos” fue la disputa entre la fiesta tradicional y la feria municipal. Alrededor de los años treinta, los ladinos formaron un club con la finalidad de revisar la agenda política y económica del pueblo, describió Flores. Lo que inciden en el anuncio final de la fiesta patronal por una comercial.
“La decisión de sustituir la fiesta patronal de Motozintla fue una de las acciones para contrarrestar la presencia indígena en los ámbitos más importantes del pueblo, como la fiesta patronal. De esta manera, los ladinos lograrían su consolidación en el poder”, expresó el autor.
Tras el desplazamiento, la fiesta en honor a San Francisco era un motivo de reunión para los mochó, pues ya no se podían verse con tanta frecuencia al estar separados. En los treinta, la festividad se realizaba con cantos y rezos en mochó, zapateados y el pueblo podía ponerse su vestimenta tradicional. Aunque, las siguientes cuatro décadas la festividad se suspendió pues era considerada una fiesta de borrachos.
Por último, la tensión escaló a su máxima esplendor con la muerte de Benjamín Guanón, presidente municipal de Motozintla de 1936 a 1938. Guanón sorprendió a los ladinos, al ser mochó y de oficio albañil.
“Según cuentan los ancianos, la orquestación para quitarle el poder a Benjamín Guanón no fue sólo idea de los ladinos, también de un pequeño grupo de indígenas mochó que tenían dinero y empezaban a ver las ventajas económicas de una alianza con los ladinos”, puntualizó Flores.
Guanón en sus casi dos años de administración generó una administración preocupada por el pueblo indígena. Por ello, su asesinato a pedradas a las afueras de la presidencia resulta una consecuencia a dicha tendencia.
“La muerte de Guanón significó para los indígenas la pérdida del poco poder político que tenían; desde ese momento, los mochó quedaron a merced de los dos grupos que tomaron el poder”, concluyó el investigador.
La presencia de Guanón contuvo el avance de políticas públicas generadoras de una amplia confrontación. Por un lado, el gobernador del estado Victorico Grajales (1932-1936) impulsó una campaña contra el culto católico al cerrar iglesias y quemar santos desde 1934. Por otro lado, a nivel nacional existió una política indigenista que promovió la “culturización” de los pueblos indígenas, es decir, renunciar a todas las marcas de etnicidad, ya que significaban un “atraso cultural” del país, describió Escobar.
El poder de los ladinos, la quema de santos y el despojo de la etnicidad se consolidó tras la muerte de Guanón. Según Flores, esto incidió para la subordinación se comenzó al indígena, puesto que eran considerados como incivilizados e incapaces de pensar.
La “culturización” de los pueblos indígenas se generó a través de escuelas. La primera de ellas de Motozintla, contó Flores, era para la gente ladina. Pero, tras la política pública, los mochó tuvieron que enviar a sus hijos e hijas al mismo centro educativo.
“Los policías pasaban de casa en casa para llevar a los niños a la escuela y el padre que se resistía a la iniciativa del gobierno municipal era multado o encarcelado”, refirió el investigador.
En La ciudad sin nombre, el mochó Julio Ramos comentó el papel de los maestros de la época del cuarenta como los causantes de la castellanización de los mochó. En esta dinámica escolar entre menores ladinos e indígenas, se generó un clima de violencia y discriminación, pues los profesores les daban “varejonazos” para que no hablaran su lengua en las aulas. Cerca de ello, el testimonio del profesor Víctor, para asegurar que: nosotros como íbamos descalzos, nos pisaban el pie con sus zapatos, ellos se crean superiores.
La vergüenza por ser mochó
Motozintla no es una ciudad grande, su población aún se ubica si preguntas por apellidos, apodos, el barrio en que vive o su profesión. Con la pandemia presente, el municipio fronterizo vive una realidad diferente, pues son pocos los que utilizan cubrebocas y la información respecto a la Covid-19 la obtienen de departamentos de Guatemala o Tapachula, por ser los sitios más cercanos.
Los mochó son una población invisible, pues su historia les ha hecho defenderse de discriminaciones y violencia. En otras palabras, se ubican con precisión a referentes como Don Teodoso, Don Flaviano, el maestro Víctor o el marimbista Miguel Méndez. No obstante, existe un desconocimiento generalizado por los otros hablantes, según los entrevistados “aún tienen vergüenza por ser mochó”.
Don Teodoso Ortiz Ramírez es maestro instructor de mochó en la Casa de la Cultura Municipal desde hace tres años. Originario del Barrio San Lucas, es reconocido por la comunidad al ser un hablante y, al mismo tiempo, su apasionada forma de enseñar.
Don Teo, como es conocido, recuerda con claridad la confrontación con los ladinos. A sus 72 años y con apenas los primeros niveles de primaria cursados, señaló a la misma plancha en la que estaba siendo entrevistado como el lugar donde jugaba de niño.
Fue hasta los 11 años de Don Teo, el año que comenzó a escuchar castellano. Pues, eran palabras diferentes a las que le habían enseñado sus padres Sotelo Ortiz Pérez y Fabiana Ramírez Pérez.
De familia campesina, Don Teo se enteró de la prohibición de hablar mochó por sus amigos que iban a la escuela, al decirle que les pegaban si hablaban su idioma. Al mismo tiempo, la confrontación entre los ladinos y los mochó generó tensiones que, como consecuencia, afectaban a las familias.
“Nos decían que éramos gente más baja, más pobres e indios (…) Ya no se hablaba igual, para no sentirse sobajados por nadie o quedar mal se dejó de hablar la lengua. Uno se encontraba con otra gente y los mismos hablantes ya comenzaban a hablar castellanos. La lengua se fue poco a poco al olvido” comentó.
Doña Esperanza Mathias Briseño nació el 23 de febrero de 1955 y es coordinadora de la cocina establecida en la Casa Mochó desde hace siete años. Dicho puesto le fue heredado de su madre Trinidad Matías Briseño, quien desempeñó dicho puesto durante 60 años.
Doña Esperanza conoció la lengua por su familia paterna, no obstante, su padre falleció a temprana edad. Mientras tanto, la madre al ser oriunda de Las Margaritas no pudo trasmitirles el idioma. Pese a nunca aprender el mochó, si vivió el despojo por parte de los ladinos.
Apenas recuerda cómo su abuela tuvo que dejar el centro e irse al barrio San Lucas, pues los caciques la habían despojado: a nosotros nos trataban como indios.
También, agregó que las familias dejaron de enseñarle mochó a los menores, pues ya comprendían que significaba vergüenza, porque se les había dicho que podría entorpecer su aprendizaje del castellano.
“En mi juventud, ibas a pasear a algún lado y era puro mochó, ibas a otro e igual. Pero por desgracia se fue acabando la lengua. Luego, si uno platicaba o se reunía y hablaban, los quedaban mirando o los ignoraban al momento de hablar en lengua. Uno les caía mal solo por ser hablante o venir de familia indígena (…) Mucha gente no aprendió, los padres evitaron que los hijos aprendiesen, para evitar que la gente rica se burlara de uno”, expresó frente a siete fogones y una docena de vaporeras usadas para la fiesta mochó.
En este punto, el testimonio de Don Carlos refuerza lo dicho por Doña Esperanza, inclusive escuchó el rumor de que no iban a poder hablar si seguían hablando mochó.
“Cuando era pequeño, escuchaba el idioma en el barrio San Lucas, Campana, Xelajú chico y grande. Luego comenzaron a restringir la lengua y ya no se escuchaba tanto. (…) Para aprender la lengua teníamos que hacerlo nosotros”, expuso.
Don Flaviano podría ser el mochó más reconocido, a sus 87 años ha sido representante de su comunidad y destacado por ser médico tradicional.
Debido a su elevada edad, Don Flaviano ha perdido la mitad de la vista y es ayudado por sus nietas para desplazarse al interior de su casa. En dicho espacio, rodeado de cientos de fotografías familiares y reconocimientos por su trayectoria, el mochó contó su vivencia en cada uno de las confrontaciones con los “caxlanes”.
“Desde que vine al mundo ya se hablaba mochó. No existía el español. (…) Ellos nos vinieron a meter toda esa ropa, sombrero y zapato para que se nos quitara lo indígena. Mis abuelos vestían de manta, mi mamá y papá aún los pude ver de calzoncillo. Ya después, comenzaron a cambiar las cosas y veíamos pantalón de pacota con tirante”, narró.
Don Flaviano recuerda la confrontación personal con la familia Aranda, quienes les decían pata rajada o indios, sólo por continuar con sus tradiciones. Al momento de aprender español, aseguró, les cayó mal porque les respondía sus ofensas.
“Les decía que venían a explotar un pueblo de indios, debían ser más agradecidos. Ellos se hicieron ricos en el pueblo de pobres”, comentó con cierto enojo.
Don Flaviano trabajó por 20 años en el Instituto Nacional Indigenista, hoy INPI, inclusive recuerda que fue galardonado por su trabajo y habló mochó frente al expresidente Miguel de la Madrid. Aunque, su diploma se lo llevó el huracán Mitch ocurrido en octubre de 1998.
“Para mí sería un gusto encontrarme a gente y platicar. No estar tan relegados. Luché porque se abrieran escuelas. Hicimos una solicitud para que se metieran profesores bilingües, pero desgraciadamente no prosperó. No se dejó semilla”, dijo mientras un pañuelo rojo le secaba las lágrimas derramadas.
Miguel Méndez Echeverria expone otro punto de vista de la decadencia del mochó. Un hablante de 68 años y conocido por ser marimbista. Su casa está hecha de adobe y lámina, en su interior unas bolsas negras resguardan su preciada marimba que recientemente le regaló uno de sus hijos.
Don Miguel, entre su lengua y su profesión, aportó 30 sones zapateados a la fiesta de San Francisco, melodías que se han vuelto únicas. Esto debido a que en primera su papá le enseñó a hablar mochó y, en segunda, este mismo le pidió que aprendiera a tocar marimba.
“Aprendimos de puro oído. Alguna vez escuché a un tío reclamarle a mi papá porqué me enseñaba mochó. Le respondió que la lengua es un orgullo y para que no se pierda me lo tenía que meter en la cabeza”, externó desde una mecedora, frente a una imagen de San Francisco mochó y algunas fotos de sus tocadas.
Don Miguel con el tercer año de primaria concluido es el patriarca de la familia Méndez, quien es conocida en la Sierra Madre por las tocadas. Ejemplos como la chilca y el copal, San Lucas, San Jerónimo y la cumbia del male, son algunos sonidos que aportó la familia.
“A mí no me da vergüenza hablar mi idioma. Soy nativo de mi pueblo. Lo que pido es que no se pierda y si alguna vez alguien viene a platicar conmigo aquí estaré”, concluyó con sus lentes negros, los cuales le protegen del sol.
La resistencia mochó
Durante el siglo 20, la lengua originaria de Motozintla sufrió una abrupta caída en la cantidad de hablantes con la división social, territorial y étnica. Por lo anterior, lo que pasa ahora con el mochó lo interpreta Don Teodoso de la siguiente forma:
“Muchos hablantes por la edad ya se olvidaron de la lengua. Otros si les habla en idioma no te contestan. También existen quienes sí lo hablan, pero olvidaron las palabras. Es preocupante pensar que mucha gente por estar grande se va muriendo y se acaba la lengua”, añadió.
Por otro lado, Don Flaviano añadió la persistencia de una vergüenza por ser mochó en estos días.
“Primero se hablaba mochó, luego se habló donde no había gente mestiza y hoy si hay una gente a mi lado les platico en idioma, pero no me contestan. Se siente uno triste, pues en un momento mi idioma se enunciaba con naturalidad”, contó.
El maestro Víctor nació cuando los mochó ya se encontraban en la periferia. Si bien aprendió el idioma de sus papás, lo mejor, según dijo, era no hablar la lengua para evitar ser criticados.
“En la calle nada más ya no lo vas a escuchar. En la Casa Mochó son muy pocas personas quienes lo hablábamos. Sabemos que nadie es eterno”, manifestó.
Sobre lo último dicho, Don Víctor mencionó que, en su infancia, cuando fue ayudante en la Casa Mochó, los cantos y veneraciones hacia San Francisco Mochó se realizaban en la lengua tradicional, pues él fungió como traductor al español. No obstante, en la actualidad, sobreviven algunos cantos en la lengua originaria, debido a que en las últimas décadas la gente no podía comprenderlo ni seguir los cantos, por ello, optaron por hacerlo en español.
Aunque Don Víctor no se quedó de brazos cruzados. En el 2013, logró sacar un material denominado “Its´bal chu ts´iba we took´didaaktika Mocho´ Kabil Siiklo”, un libro didáctico dirigido a docentes hablantes de mochó para que les enseñaran a estudiantes de tercer y cuarto año de primaria. Además, Con experiencia dando clases en los municipios de Amatenango de la Frontera, Bella Vista y su natal Motozintla, inició un proyecto comunitario con el propósito de aportar a la sobrevivencia de la lengua.
“Mis primeras palabras”
Don Víctor Juárez Jiménez, después de su jubilación decidió iniciar un grupo de aprendizaje de la lengua mochó en la casa. Desde hace seis años y con más de 200 estudiantes graduados, cada año realiza el curso de forma gratuita y con lo que tiene a la mano.
“Empezamos con una lonita y cartulinas. El taller no tiene ningún costo y lo hacemos de buena voluntad. Veo que a los jóvenes les interesa la lengua, porque preguntan e inclusive se utiliza el WhatsApp o Facebook para expresar nuestros avances”, contó.
Don Víctor reconoció que el tiempo ya no está del lado de los mochó, por eso hace lo que puede y espera que algún día los jóvenes a quienes instruyó aprendan y puedan heredarlo. No obstante, también existe una barrera, pues es difícil para los y las participantes aplicar los conocimientos adquiridos debido a que la lengua está casi extinta en la vida cotidiana.
“La idea que se tiene es que alguien lo llegue a enseñar, pues después de que yo me muera no sabemos quién será. Echándole ganas, podemos revertir la realidad que se tiene ahora (…) La lengua materna es algo nuestro”, exhortó.
Antes de la entrevista, Don Víctor narró con alegría el hecho de que hace unos días les habían regalado un pizarrón, pues no tenían material para comprarlo. Dado que apenas recuperan algunos aditamentos de las consecuencias del huracán Stan en 2005.
En el momento de la realización del reportaje, Don Víctor hizo un evento conmemorativo el cierre de cursos del curso de este año denominado “Mis primeras palabras”. Fueron 14 personas egresadas, quienes durante un año aprendieron la fonología, gramática y sintaxis del idioma. Entre ellas se encuentra Yareli Lizeth Pérez Morales, de 18 años.
La joven es de las más adelantadas de la clase, su llegada al taller fue luego de un trabajo escolar que le solicitaron. Antes del evento maquillaba a sus compañeras menores para salir a bailar los zapateados.
Yareli condujo el programa de cierre de cursos entre sus palabras destacó: bien sabemos ya no existen muchos hablantes de la lengua mochó como también de la lengua cachiquel. En cambio, el mam es hablado en otras partes del país. Valoremos nuestra identidad, sintámonos orgullosos de ser unos mayas mochó.
Luego de sus palabras, rápidamente tomó una falda que le sirvió para bailar el zapateado “la chilca y el copal”. Después, se la quitó para cantar junto a sus compañeros y compañeras.
“Sé muy poco de los mochó, mi abuela paterna me dice que hablaban. El mochó es nuevo para mí, aprenderla en la totalidad sería muy bonito”, mencionó.
Erick Emmanuel Roblero Ramos es uno de los estudiantes con más alegría del grupo. Se la pasa recorriendo el gran pasillo de la Casa. A sus 10 años de edad, llega al curso acompañado de su abuelo Don Carlos Ramos.
A Erick no le cuesta desenvolverse y es participativo. En una actividad artística, se ofreció como modelo de un mural que se encuentra en la parte exterior de la Casa. Junto a colibríes y nopales, Erick porta una camisa con la leyenda “Ch´in bejom Chet we witsi”, cuya traducción es “Niño caminante de la montaña”.
Gracias a la influencia de su abuelo, Erick conoce el contexto de los mochó y la historia de sus ancestros, en especial el motivo por el que su abuelo no habla la lengua originaria.
“Sé que mi bisabuelo hablaba mochó, pero no le gustaba decirlo cuando estaba con mi abuelo. Por eso, ellos no hablan. Mi abuelo cuando supo quiso venir y empezó a llegar. No es tan complicado como parece”, dijo.
En el evento, Erick se atrevió frente a decenas de familias a declamar la poesía “que miras por la ventana” primero en mochó y, luego, en español.
En la otra parte del mural, Greydi Ramos Pérez, de 11 años, es una niña participante en el curso. Ella también fue modelo en la actividad artística. Con honestidad y nerviosismo, mencionó no conocer la historia de los mochó, sólo sabe que es algo que hacen los ancestros, pero que adora llegar a la fiesta en honor San Francisco, disfrutar del puzunque y el frijol con chipilín, sin olvidar la danza de los moros.
El maestro Víctor acepta a todas las personas interesadas en aprender la lengua a integrarse a su grupo, sin importar la edad. Inés Santos Matías, es la integrante más adulta del curso, y la tesorera de la Casa Mochó.
Ella comentó que su madre era originaria de Villa Comaltitlán y su padre de Motozintla. Al morir su padre a temprana edad, ya no pudo aprenderla, pues en aquellas décadas el único método para saber la lengua era la transmitida familiarmente.
“No nos las enseñaron porque no debíamos hablar mochó, Todo era español, ahora le digo a ella por qué no me enseñó si tan linda es la lengua. Alguna vez ella me dijo que era porque mi papá no quería”, narró.
Al finalizar el cierre de ciclo, el maestro Víctor reflexionó, luego de cantos en mochó y bailes originarios:
“Le lengua mochó forma parte de nuestra identidad cultural como personas y como miembros de un pueblo, por esto, la valoración y preservación de las lenguas que nos dejaron nuestros antepasados es algo en lo que debemos de trabajar todos los días”, mencionó frente a decenas de familias y luego de haber entregado la constancia a los catorce nuevos egresados de su curso.
Además, agregó: “la lengua está en peligro de extinción, poco a poco se están yendo nuestros abuelos o papás, prácticamente consideramos que se va a terminar si no hacemos el rescate de la lengua, por ello, le agradezco a los padres de familia y madres, en especial a los alumnos, por asistir y sumarse a este esfuerzo”.
Don Teodoso con ese mismo entusiasmo lleva tres años impartiendo clases de mochó en la Casa de la Cultura Municipal, sin embargo, el ritmo de trabajo se aminoró por la presencia de la pandemia por la Covid-19.
“¡Tengo ese deseo de trabajar, de ver mi lengua fortalecida y no desaparecida! Me gusta bastante y lo haré hasta que pueda (…) Vengan a los cursos, no importa la edad. A veces es complicado, pues los que aprenden no tienen con quien interactuar, se necesita ejercitar la lengua, practicar con la gente. Se hace un poco difícil pero no complicado”, invitó.
Entre ambos esfuerzos, la comunidad mochó intenta no perder su lengua, sin embargo, asumen un escenario catastrófico y, tal vez, en los próximos años se pronuncien las últimas palabras en mochó.
Mínimo esfuerzo gubernamental
Luego de que Naciones Unidas declararon el año internacional de las lenguas indígenas en 2019, la Cámara de Diputados invitó a los representantes de los pueblos originarias para exponer su situación. Por parte de los mochó, llegó Martha Alicia López Gallegos, representante del grupo cultural “Fausto López Martínez”, el 29 de noviembre de ese año, para indicar que en su municipio (Motozintla) no existen escuelas bilingües que permitan generar modelos de enseñanza-aprendizaje.
En Motozintla no existen instituciones educativas bilingües que enseñen el mochó, pero sí de mam. Un fenómeno que alerta a los propios hablantes, pues el municipio debe redoblar esfuerzos para preservar su idioma.
Por medio de la Subsecretaría de Planeación Educativa de la Secretaría de Educación se corroboró el dato vía solicitud de información. Alberto Alvarado Álvarez, responsable de la Unidad de transparencia de la Secretaría estatal, refirió que tras una exhaustiva investigación:
En Chiapas se imparten clases en las siguientes lenguas maternas: Ayapaneco, Ch´ol, Chuj, Lacandon, Mam, Maya, Oluteco, Tojolabal, Triqui, Tseltal, Tsotsil y Zoque. Por lo anterior, en ninguna escuela del estado se imparten clases en lengua mochó.
Ante dicha respuesta, se le preguntó vía solicitud de información a la Secretaría de Educación Federal, en el ámbito de sus competencias respecto cuáles acciones ha realizado en los últimos tres años en favor de la cultura mochó.
En primera, dicha petición fue remitida a la Subsecretaría de Educación Básica, quien a su vez condujo a la Dirección General de Educación Intercultural Bilingüe (DGEIIB) para realizar dicha encomienda. La respuesta fue la siguiente:
La respuesta concreta a la petición fue: después de una búsqueda exhaustiva y razonable en los archivos de la Dirección, no se halló registro de la información solicitada (…). Con esto, se concluye que tanto las dependencias estatal y federal de educación no han ejercido acciones precisas para coadyuvar con la prevalencia de la lengua fronteriza.
Por su parte, el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), por vía solicitud de información, se le preguntó sobre lo mismo que a la Secretaría de Educación Federal durante el presente sexenio. Dicha petición, fue canalizada a las Coordinaciones general de derechos indígenas y, de patrimonio cultural y educación indígena.
La primera coordinación respondió a través de su titular Hugo Aguilar Ortiz que no cuenta con información relativa a la solicitud que les ocupa, pues durante el periodo señalado, no se otorgaron apoyos en el marco de los tipos de apoyo del Programa para el Bienestar Integral de los Pueblos Indígenas (PROBIPI) que opera dicha entidad. Por otro lado, Bertha Dimas Huacuz, coordinadora general del INPI, respondió afirmativamente, pues había otorgado un apoyo a dicha población indígena fronteriza. Dicho asistencia correspondió a un recurso de 81, 146.25 pesos durante todo el 2018.
Por último, se le preguntó al Instituto Nacional de Lenguas Indígenas de la Secretaría de Cultura las mismas acciones emprendidas hacia la población mochó. Su respuesta fue recordar la presencia en el Pabellón de las lenguas indígenas para las ferias internacionales del libro de Oaxaca y de Guadalajara 2019, una pared con un teto hecho por Víctor Manuel Juárez Jiménez y Lucio Ramos Mateo, también publicado en una antología denominado Paisaje Lingüístico de México. paisaje-linguistico-mexico-1.pdf (cultura.gob.mx)
Debido a la pandemia, se realizó la misma acción, pero de forma virtual.
Tal vez, INALI sea la institución gubernamental que más se ha acercado a apoyar directamente a los mochó. Según la solicitud de información, en febrero del 2020 el INALI invitó a participar a don Teodoso Ortíz Ramírez, como Guardián de la Palabra Mocho’ (qato’k) en el Congreso Internacional de Lenguas en Riesgo y en el Evento de Alto Nivel convocado por la UNESCO.
Dicho Congreso se llevó a cabo en el marco del cierre del Año Internacional de las Lenguas Indígenas (AILI 2019), como un espacio plural de análisis, discusión y diálogo, así como de generación de propuestas en torno a las perspectivas y retos globales que enfrenta la revitalización y salvaguarda de las lenguas amenazadas a nivel mundial.
En dicho congreso se obtuvieron conclusiones que sirvieron de insumos para las actividades del evento de Alto Nivel, actividad posterior al Congreso donde se adoptó la Declaración de los Pinos con el propósito de contribuir a la integración del Plan de Acción del Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas 2022-2032. En el congreso se contó con la participación de 418 asistentes (62 congresistas, 60 guardianes de la palabra, 296 participantes) académicos indígenas y no indígenas, creadores originarios, promotores culturales y público en general.
En el caso de los guardianes de la palabra, participó el Teodosio Ortiz Ramírez (hablante y Guardián de la Palabra Mocho’ (qato’k)) considerando su trayectoria destacada y labor en la promoción y uso de la lengua indígena.
“Su representación fue fundamental para contribuir con propuestas de lenguas en riesgo que desde su experiencia aportaron al diálogo en las diversas actividades programadas” expresó la institución.
Para el 17 de marzo de 2020, Juan Gregorio Regino, formuló una propuesta de colaboración para la traducción a las lenguas indígenas de las medidas preventivas por presencia de la SARS-CoV2 (COVID 19), incluyendo desde luego a la lengua Qato’k
Por otro lado, el 27 de septiembre de 2021 se llevó a cabo la Jornada Nacional por la Reconstrucción Lingüística con el propósito de convocar a diferentes actores de los pueblos indígenas destacados por la promoción de su lengua y la defensa de los derechos lingüísticos, para trazar las rutas que permitan que las iniciativas comunitarias estén expresadas en el Plan de Acción de México para el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas 2022-2032. La jornada se llevó a cabo en 5 sedes regionales más una nacional. A la sede en Izamal, Yucatán, que convocó a hablantes de todas las lenguas indígenas nacionales de la región sureste, asistió una persona en representación de la lengua mochó.
Sin embargo, la institución aclaró:
Pese al mínimo interés por la vía educativa, a nivel local, es la Casa de la Cultura Municipal quien ha asumido un papel central, con los limitados recursos y la unión de esfuerzos del director local Humberto Ramírez Gálvez y el director por parte del Consejo Estatal para las Culturas y las Artes (Coneculta), Roger Leonel Pérez Roblero, han ponderado la realización de eventos hacia la población mochó.
Pérez Roblero, con 21 años de labor dentro de Coneculta, manifestó que es necesario acciones que fortalezcan integralmente la lengua. Desde sus posibilidades, han logrado el curso de mochó impartido por Don Teo, además, el lanzamiento de materiales que inmortalicen el legado del pueblo, como el próximo libro de Ulises Flores, editado con el apoyo del Centro Estatal para la Lengua y la Literatura Indígena (Celali).
Desde su visión, Pérez Roblero expuso la necesidad del fortalecimiento del grupo mochó y el traspaso de conocimiento a las nuevas generaciones, pues parte fundamental para no perderla es que los mismos hablantes enseñen a otro familiar.
“Se va a perder el idioma. No quiero sonar alarmista, pero tal vez en 12 años podemos ya decir eso. Recordemos que los hablantes tienen entre 70 y 80 años, con un promedio de vida de 85, es preocupante”, alertó.
Por último, Pérez Roblero aseguró que en los próximos tres o cuatro años podría haber nuevos hablantes, pues los resultados del maestro Víctor y Don Teo, podrán verse plasmados. No obstante, es necesario un empujón y se mantenga una lengua cuya identidad es parte del municipio.
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Este reportaje es parte del Hub de Periodismo de la Frontera Sur, un proyecto del Border Center for Journalists and Bloggers.