La otra guerra

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza

La primera vez que me encontré con San José de Gracia fue en Pueblo en vilo, hace más de dos décadas, allá por el ya lejano 1999. Entonces era yo un estudiante en formación y un par de profesoras de metodología me asignaron como tarea leer este texto de Don Luis González y González. Por supuesto, lo leí completito y lo disfruté a mares. Vaya manera de narrar rigurosamente la historia y al mismo tiempo novelar lo real desde un enfoque más que peculiar.

A través de las páginas escritas por Don Luis es posible adentrarse tanto en la atmósfera de San José como en las mentalidades de las gentes de este pueblo que ya entonces estaba “…en situación insegura, inestable, frágil, precaria, de quita y pon, prendida con alfileres, en tenguerengue, sin apoyo en tierra firme y fecunda” (p. 411). Años más tarde, ya entrado el siglo XXI, me di una vuelta por aquellas tierras situadas en la mera frontera entre Jalisco y Michoacán. Quería caminar las calles  descritas por Don Luis y jugar un poco a pensar en la Historia universal desde la microhistoria, sentado en una de las bancas de hierro forjado  que están frente a la parroquia y… 

Luego, como pasa casi siempre, el peso de lo cotidiano sacó a San José de Gracia del alcance de mi radar. Hasta este domingo por la noche, en el que aquel pueblo del pasado regresó de golpe a mi presente. A modo de contexto, debo decir que a lo largo del día tengo por costumbre sintonizar algún canal informativo en YouTube. Ello para escuchar de pasada las noticias y estar relativamente enterado de lo que acontece. 

En esta ocasión el tema predominante era —y es— la invasión rusa al territorio ucraniano. Entre la resistencia del mandatario ucraniano y las amenazas nucleares del presidente ruso, me pareció que se mencionaba el pueblo de Don Luis. «¿Será?», pensé. 

Puse atención y entonces me enfrenté a una nota espeluznante, acompañada de un video que muestra el fusilamiento de cuando menos 17 personas a manos de supuestos integrantes de algún grupo criminal de los que asolan la zona desde hace años. Las imágenes —sumamente escalofriantes— muestran cómo un comando de más de una docena de sicarios asesina a un conjunto de sujetos indefensos —colocados en fila en un paredón—.

Según los informes oficiales, las víctimas habían asistido a un funeral. Un comando extrajo al grupo del lugar y ahí mismo les disparó. Detonaciones. Ráfagas de plomo y polvo. Silencio. Quizá como nunca antes hoy nos ha tocado atestiguar —en tiempo real— una masacre en el sentido estricto del término. Probablemente una de las peores de nuestra historia. En el lugar quedaron cientos de casquillos percutidos de diferentes calibres —según lo dicho en los primeros reportes de la Fiscalía de Michoacán—. Por lo que se informa en distintos medios, el grupo de sicarios tuvo el tiempo y el descaro suficiente como para llevarse los cuerpos y limpiar la escena del crímen. De ese tamaño. Inaudito.  

Como quiera que sea, más allá de los motivos que pueda haber detrás de la ejecución masiva del pasado domingo en San José de Gracia, ésta contribuye a dibujar con claridad los contornos de la barbarie sin límites en la que vivimos. Las tétricas imágenes de las que hablo, y que pronto se hicieron virales, ponen de relieve tanto la magnitud de la violencia como el alcance que ha adquirido este flagelo en México.

Todas y todos estamos en riesgo. No hay un espacio que sea completamente seguro. Nos aqueja el vacío del horror y la desesperanza en su más conspicua expresión.

En este sentido, no hay que perder de vista que habitamos un país que promedia prácticamente cien muertes violentas al día, de las cuales la mayor parte se diluye en un oceano de impunidades. Por si fuera poco, en lo que va del sexenio se han acumulado ya más de 100 mil muertes y 50 mil personas desaparecidas (que sumadas a las de sexenios anteriores constituyen cerca de 100 mil sujetos de quienes se desconoce su paradero).

Más aún, no hay que olvidar que en los primeros meses del año han sido ejecutados por lo menos siete periodistas. Siete. Todo ello a pesar de la creciente militarización de la seguridad a lo largo  del territorio nacional. Estas cifras nos hablan de una tragedia brutal que nos atraviesa y que duele como el carajo; una tragedia que nos deja vulnerables e impotentes.

Cifras que contrastan con las de países atravesados por sendos conflictos bélicos (i. e. Afganistán reportó poco más de 20 mil en 2020; en Azerbaiyán fueron menos de 8 mil en el mismo año; mientras que en Sri Lanka se informó de poco más de 100 mil bajas en 2009).

Y en lugar de una reacción empática, y de una actuación contundente, lo que nuestras autoridades nos ofrecen es: 1. Allá, desde el centro, se tiene la sospecha de que se trata de un elaborado montaje cuya finalidad no es otra más que la de manipular a la opinión pública y mellar así la imagen —de suyo nada debilitada, ajá— del régimen; y 2. Acá en lo local, nos hacen una atenta invitación a no hacer escándalo y no temer, ya que la cosa no es para tanto porque se es tan eficiente que todo está bajo control (si no nos atemoriza el fusilamiento artero de diecisiete personas entonces no sé dónde vamos a parar). Minimizar la tragedia como una estrategia; cerrar los ojos como una táctica: si no lo vemos, ergo no existe. Vaya, pues. 

Así las cosas: en México se vive una situación de letalidad asociada con un escenario de guerra… ¡sin guerra! El riesgo al que nos enfrentamos es gravísimo. ¿Por qué? Porque detrás del fortalecimiento de los grupos del crimen organizado radica la pérdida de capacidad instituyente del Estado.

En la medida en que la entidad encargada de garantizar nuestra seguridad se erosiona, la vía violenta adquiere mayor peso y densidad en tanto fuente de autoridad. La paralegalidad se normaliza. La impunidad mandata. Y esto no es un asunto menor puesto lo que evidencia es que está en juego tanto el horizonte de futuro del país, como el entramado institucional que lo sustenta. En fin, ya para terminar esta columna, hay que decir que, por supuesto, se precisa estar al pendiente del escenario internacional, ya que un recrudecimiento del conflicto ruso-ucraniano pone en riesgo, sin duda, a la humanidad en su conjunto. Pero con ello no podemos darnos el lujo de obliterar esta otra guerra sin guerra, la que desde hace casi dos décadas tenemos a las puertas de nuestra propia casa y que nos está matando todos los días…

No cabe duda que todo es lo que parece

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Referencias

González y González, L., 1995. Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia. 5ª ed. México: El Colegio de Michoacán.

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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