La disputa por lo público

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre / @I_gonzaleza

Un fantasma recorre nuestro país: éste es el fantasma de la polarización a ultranza. Por lo menos esa es la impresión con la que uno se queda luego de acercarse a la conversación pública que tuvo lugar en las redes sociales —sobre todo en Twitter— el fin de semana pasado. Vaya trasiego de dimes y diretes que hacen perder de vista lo verdaderamente importante (1). Es más, ante un escenario así resulta un tanto sencillo dejarse tentar por la idea de parafrasear aún más el fabuloso Manifiesto Comunista; sobre todo cuando éste remite a la constante confrontación que, en última instancia, se erige como el motor de lo que nos acontece: 

“La Historia de todas las sociedades humanas habidas hasta hoy ha sido la historia de la lucha de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo de la gleba, maestro y oficial del gremio, en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron en perpetuo antagonismo, librando una lucha incesante, a veces encubierta y a veces franca, lucha que se saldó en cada caso con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o bien con el hundimiento conjunto de las clases enfrentadas (2)”.

Así, para tener el panorama completo de nuestra contemporaneidad política —y de la disputa por lo público— nomás faltaría agregar el binomio de chairos y fifís al desglose de conflictos que nos regalaron Marx y Engels hace más de dos siglos, y listo: la foto fiel de un agitado presente. Vaya, si uno se pone cínico, podría decir que ante esto, pareciera que al final de cuentas todo cambia para seguir igual. ¿A poco no? Pero ya, fuera de bromas y de sarcasmos, esta supuesta polarización no es de ayer o de antier. De una u otra forma ha estado presente por aquí durante —por lo menos— el último lustro.

Y si estiramos el argumento, lo cierto es que las conflictividades de este tipo han sido una constante en este nuestro querido —y qué herido— país. Desde que se firmó el acta de independencia del Imperio Mexicano —allá por septiembre de 1821— y hasta nuestros días, hemos estado enfrentades unas con otros. La polarización no es, pues, nueva. En cambio, los medios en los que ésta se ventila, sí son inéditos. Ocurre lo mismo tanto con las oportunidades que esto abre, como con las consecuencias que de ello se derivan. Ambos elementos sí que son novedosos. Por ende, vale la pena ponerlos en perspectiva, puesto que nos colocan ante una inquietante disyuntiva.   

Por una parte, primero veamos las oportunidades que se abren con todo lo anterior. Más allá del reconocimiento de la naturaleza fantasmática  de la polarización —que de paso revela su artificialidad en tanto centro de la discusión—  lo que se precisa es poner de relieve tanto el involucramiento de nuevos actores como la emergencia de nuevas temáticas en la hechura de lo público. Esto es así porque hoy observamos participando a actores que antes solían pasar de largo de los asuntos públicos; y hoy en la agenda pública se cuelan aristas que antes se consideraban marginales e irrelevantes. Por supuesto, como nota al pie, es fundamental señalar que lo anterior debe ser leído como una conquista de la sociedad organizada, y no como una concesión de las autoridades gubernamentales de ningún color o partido. Más aún, si hay una lección que puede extraerse de lo que nos acontece, ésta sugiere que la política no se agota en su dimensión formalmente instituida (i. e. partidos, procesos electorales, campañas). Dicho de otro modo, el intercambio de «dimes y diretes» del que hemos sido testigos en los días pasados, obliga —aunque no se quiera— a que la ciudadanía preste atención a las posturas confrontadas, y en consecuencia, se forje un criterio propio. Ciudadanos y ciudadanas críticas, más y mejor informadas, innegablemente, constituye una poderosa oportunidad para la ampliación de la arquitectura de lo público y, por ende, de los límites de la democracia. No podemos darnos el lujo de desperdiciar esa oportunidad. ¿O sí? 

Pero también está lo otro, el escenario que, por decirlo suavemente, es el menos favorable. En éste las posturas en conflicto tienden a radicalizarse. Se tornan absolutas e inamovibles. Y emergen narrativas que se articulan alrededor de afirmaciones del tipo: «si no estás conmigo, estás en mi contra». Narrativas así son sumamente peligrosas. Esto es así porque suelen transformar a un adversario político —al que tendríamos que (con)vencer y derrotar con argumentos solventes— en un enemigo al que se requiere aniquilar al costo que sea y con los medios que se tengan al alcance. ¿Dónde nos coloca esto? Ante la desaparición de la política racional y frente al advenimiento de pseudo debates que bordean lo bizantino y que fomentan la animadversión de clase, de etnia, de sexo, de edad, etc. Se abre así una esfera pública plagada de encontronazos en la que se teatraliza y se espectaculariza la política. Contrario a lo que se piensa, esto diluye a tal actividad. De ser el equivalente a una brillante y lúcida partida de ajedrez, en la que lo que se incentiva es razón, la planeación y la estrategia, en este otro escenario se corre el riesgo de convertir a la política en un desbocado partido de ping pong, en el que gana el que tiene mejores reflejos y logra dar el golpe más incendiario y rabioso.

En fin, lo queramos, o no, estamos ante esta disyuntiva. Quisiera terminar esta columna en un tono más alegre y favorable. Pero la realidad nacional no nos da elementos suficientes por más que le busquemos. De modo que si el resultado de esta disputa se orienta hacia lo funesto no queda de otra más que acudir al eslogan de aquella vieja película en la que Alien y Depredador se disputaban la hegemonía: gane quien gane, nosotros perdemos. 

——

(1) No hay que perder de vista que la naturaleza fantasmática de la polarización oblitera poderosamente las discusiones que deberíamos sostener en la esfera pública (i. e. la violencia exacerbada, la inacción ante las desapariciones forzadas, la letalidad que implica el ejercicio del periodismo…). 
(2) Cito la versión editada por La Bisagra en 2014. 

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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