La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Hubo una vez dos niños. Los dos se llamaban Tadeo.
Los dos murieron porque les tocó vivir en un país que de a poco, casi sin darse cuenta, anestesió su conciencia. Un país que quedó secuestrado entre las atrocidades del crimen organizado y la complicidad, de hecho o por omisión, de una “clase” política que, ávida de poder y de dinero, renunció al trabajo que le correspondía y hundió al país en una crisis de gobernabilidad de la que no puede, y seguramente no quiere ni le interesa, sacarlo.
Tadeo, el primer niño, vivía en Guadalajara. Tenía ocho meses y murió porque a un comando de delincuentes le pareció buena idea quemar un camión del transporte público una tarde de mayo de 2018, como una rabieta luego de un atentado fallido contra el exfiscal Luis Carlos Nájera, a quien de manera irresponsable Aristóteles Sandoval había nombrado secretario del Trabajo a pesar de los rumores de sus vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación, organización que creció durante la gestión de Nájera. Se dijo en ese entonces que el atentado corrió por cuenta de una escisión del cártel. Y entonces Tadeo murió y con él su madre, Elizabeth.
Tadeo, el otro niño, vivía en el Estado de México. Tenía tres meses y murió muchas veces. La primera, cuando no pudo sobrevivir a una cirugía intestinal. Fue enterrado en Iztapalapa. Como si no fuera suficiente tragedia perder a un hijo prácticamente recién nacido, la familia de Tadeo tuvo que lidiar con una tragedia que resulta imposible nombrar: el cuerpo de su hijo fue encontrado en el basurero de un penal en Puebla.
En Guadalajara, la noticia de la muerte de Tadeo a causa de las quemaduras que sufrió en el camión incendiado se supo de una vez. La muerte de Tadeo, el bebé de Iztapalapa, se fue dando en episodios, cada uno más macabro que el anterior: primero se informó el hallazgo de un bebé muerto en el penal; luego se dijo que el bebé había sido utilizado para introducir drogas; después se dio a conocer que se trataba de un cadáver que había sido exhumado; también se dijo que no había sido usado para introducir drogas, sino para algún ritual de santería o brujería. El horror que supera al horror que supera al horror. Tadeo murió muchas veces antes de que sus padres lo identificaran a partir de la descripción que fue circulando en los medios: lo reconocieron por la edad y por la descripción de las heridas que tenía el cuerpo, coincidentes con las de su cirugía.
Por las muertes de los dos Tadeo hubo detenidos. Por el de Guadalajara, las sentencias no incluyeron la muerte del bebé ni la de su madre: sólo se les juzgó por su responsabilidad en el atentado contra el exfiscal. Por las muertes de Tadeo, el de Iztapalapa, ya hay detenidos, lo que en este país significa prácticamente nada: el 94.8 por ciento de los delitos que se cometen en México quedan impunes. Ese porcentaje se ha mantenido desde hace más de diez años sin que nada cambie ni mejore.
De nada ha servido la alternancia: salió el PRI, entró el PAN; salió el PAN, regresó el PRI; salió el PRI, entró Morena y el crimen organizado sigue creciendo, diversificando sus tentáculos, mientras los políticos van y vienen de un partido a otro asegurando ser diferentes de sus predecesores. En los estados y los municipios pasa lo mismo: cambian los colores, cambian los nombres, cambian los eslóganes. Todo cambia y todo sigue igual.
Los bebés Tadeo murieron, y también han muerto periodistas. En menos de dos semanas nos hemos enterado de tres, dos de ellos en Tijuana, una de ellas incluso había pedido protección directa al presidente de la república. Se ha dicho mucho, se dirá más, pero nada pasa.
Hasta que otra tragedia nos alcance y ya no nos sorprenda, como dejaron de sorprendernos la desaparición de personas, los encobijados, los decapitados, los colgados, los disueltos en ácido, los enterrados en fosas clandestinas. Nos han entumecido a fuerza de horrores y parece que ya nada nos sorprende. Pareciera que ya nos acostumbramos a vivir así, entre horrores y pesadillas, sólo esperando que no nos toque pronto ser la siguiente noticia que, si bien nos va, durará un par de días en la prensa hasta que el siguiente horror llegue al titular.
En este país de pesadilla, los bebés Tadeo, los periodistas muertos, los desaparecidos, necesitan verdad: que sus historias se sepan y se conozca el horror que se los llevó. Sus familias necesitan justicia: que los culpables paguen y que se acabe de una vez la impunidad rampante. Todos necesitamos garantías de no repetición.
Así, sólo así, podremos ir despertando de esta pesadilla.
Pero la noche se ve muy larga todavía.