La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @TurcoViejo
Hace unos días la Organización Mundial de la Salud, a través de dos de sus epidemiólogas, hizo un llamado a los comunicadores del mundo a contener los ímpetus creativos, pidiendo que por favor se abstuvieran de usar los conceptos “deltacron” y “flurona” para informar sobre las nuevas tendencias en lo que a enfermedades pandémicas se refiere.
Ambas palabras fueron cobrando fuerza en titulares con la aparición de lo que parecía ser una infección que combinaba dos variantes del coronavirus, la delta y la ómnicron, así como a la gripe (flu, en inglés) con el coronavirus (de ahí lo de “flurona”). Sin embargo, argumentó la OMS, lejos de informar, el uso de estos conceptos “implican una combinación de virus o variantes, y esto no está sucediendo”, dijo la epidemióloga Maria van Kerkhove, mientras que su colega Krutika Kuppalli pidió que “no fusionemos los nombres de las enfermedades infecciosas y dejémoslo para parejas de celebridades”. Se refería, quiero suponer, a esa tendencia que nos hizo llamar Brangelina a la hoy separada pareja ideal que formaron algún tiempo Brad Pitt y Angelina Jolie.
Menos mal que las científicas no se enteraron de que acá en México nos dio por titular varias notas usando el guapachoso covidengue, mezcla de covid con dengue, en un acrónimo que bien pudo ser utilizado en alguna campaña publicitaria del Covadonga, o algo.
La llamada de atención de la OMS me ha hecho reflexionar sobre el papel que juegan los medios de comunicación —y quienes de algún modo trabajamos en ellos— en estos tiempos pandémicos. Y es que, como en muchos aspectos, la pandemia ha venido a evidenciar vicios añejos en los medios de comunicación y que ahora tienen consecuencias más graves. O quizá igual de graves, pero potenciadas. O yo qué sé.
El caso es que la llamada infodemia —término usado para nombrar la epidemia de información sobre todo falsa o sesgada— se convirtió en la epítome de otro vicio al que ya estamos acostumbrados: el clickbait, como se llama al uso de titulares tendenciosos que tienen como único objetivo que las personas hagan clic en un enlace para generar tráfico a los sitios web con la esperanza de que así aumenten sus ventas de publicidad digital.
La irrupción de las plataformas digitales metió a los medios de comunicación en un laberinto del que no han podido salir. Sin embargo, no fueron los únicos afectados: si bien la avanzada tecnológica se vio como una suerte de democratización de la información —ya saben: cualquiera con un teléfono y acceso a internet podía convertirse en periodista— lo cierto es que los consumidores de información nos hemos visto atrapados en un tsunami de información que pocas veces tenemos tiempo de procesar, analizar, filtrar, reflexionar y asimilar, de modo que nos permita tomar mejores decisiones.
Para empeorar la situación, los medios consolidados decidieron subirse a esa ola, con resultados más o menos previsibles: en lugar de erigirse en espacios en donde discernir, prefirieron jugar al clickbait y terminaron como espacios del montón. Y quizá peor, ya que además de meterse a una competencia en la que tenían todas las de perder, tienen que lidiar con el descrédito que les viene un día y otro también desde el Estado, que los ataca por cuestionarlo, y de los corifeos, que los ve como marionetas de intereses ocultos dependiendo del bando político que defiendan.
Desde hace más de diez años se habla de reflexionar el papel de los medios a partir de la irrupción digital. Por lo visto, a pesar de lo concienzudo de las reflexiones, se ha avanzado poco. Creo que uno de los principales errores que hemos cometido es que estas reflexiones se quedan entre nosotros. Hace mucho que dejamos de ver a los consumidores de información como actores con los cuales dialogar. Ávidos por entrar en el chingado círculo rojo nos olvidamos de la gente de a pie, de sus historias. He conocido jefes de información que se sienten —y cobran— como diputados, y que sólo piensan la información en términos de golpeteo.
Pienso que la ética periodística podría ayudar en estos tiempos aciagos. Pienso en cómo abrir un diálogo con otros actores, más allá de les periodistas, para escuchar otras voces que nos permitan saber hacia dónde caminar. Sí, hay consultorios éticos de periodistas para periodistas, pero creo que ya entre nosotros nos hemos dicho demasiadas veces lo mal que está la situación y cuán maravillosos e indispensables somos. Quizá deberíamos escuchar lo que otres tienen que decirnos, invitarles a involucrarse en nuestro oficio. ¿Y si, para empezar, retomáramos la figura del defensor de audiencias? Quizá así dejaríamos de apostar por palabrejas como covidengue o flurona, o les demos un uso accesorio en lugar de convertirlas en los pilares de nuestro ejercicio informativo.
No lo sé. Sigo escribiendo y sigo desvariando. La única certeza que tengo es que son tiempos de (re)pensar el oficio.