1er Concurso Universitario con Perspectiva de Igualdad de Género
Por Enma Andrea Reynaldo Castro, estudiante de Ciencias de la comunicación, Universidad Veracruzana
“La costumbre es la más infame de las enfermedades porque te hace aceptar cualquier desgracia, cualquier dolor, cualquier muerte.” -"Un hombre" (1979) Oriana Fallaci
“La Ilustre, heroica y generosa ciudad y puerto de Alvarado”.
El mar y el río se asoman ligeros a través de las montañas. Amigos cercanos que no se encuentran, vecinos que se observan a la distancia, cómplices del pueblo que ambos resguardan. “Ilustre, heroica y generosa ciudad y puerto de Alvarado” indica el cartel que te da la bienvenida a uno de los pueblos pesqueros más grande del estado de Veracruz.
Pescadores en bermudas que persiguen sueños en forma de lanchas, atrapan sueldos en forma de peces, redes inmensas que se entrelazan en las cabañas de palma.
Un panteón con vistas al mar. Una larga hilera de lanchas abandonadas que se funden con el paisaje del puerto. Arroz a la tumbada. Pequeñas casas de colores que fueron fachadas más brillantes y ahora sólo son la sombra aguamarina, de un pueblo que vivió mareas más altas.
“El mar y el río tienen hijas y crían pescadores”
Blanca Estela tiene 5 hijos. Su primogénito ya no vive con ella. El menor de sus hijos con tan sólo 21 años, tomó el rol mítico del pariente que migra al norte en busca de jornadas menos húmedas y mejor pagadas. Abandonó el mar y se adaptó a las montañas de Monterrey, donde trabaja en un rancho de caballos. Él como muchos jóvenes del sur, se fue persiguiendo el sueño de mejorar la economía familiar.
Sus dos hijos de en medio viven aún con ella, Isidro dejó la secundaria e Ilse fue la primera de la familia en terminar la preparatoria, pero no cree continuar con sus estudios. Su hija mayor, Yamileth de 25 años, cumplió el 7 de marzo de este año, 4 años de desaparecida. La última vez que visitó Alvarado para ver a sus hijos, fue el 5 de marzo de 2017.
El último contacto que mantuvo con su familia fue el 7 de marzo vía telefónica, al salir de la casa de su tía en el puerto de Veracruz, donde vivía y trabajaba de afanadora de aduanas. Fue al Puerto en busca de algo que le permitiera menguar las necesidades de sus dos hijos.
Antes de desaparecer, Yamileth dejó a sus dos hijos al cuidado de Blanca.
Ian de 7 años, es el hijo mayor de Yamileth. Está a punto de salir del kínder y quiere ser pescador cuando sea grande. Tenía tres años la última vez que vio a su mamá. Lo último que supo de ella fue que se mudaba al puerto de Veracruz a trabajar para comprarle juguetes.
El pequeño la piensa lejana en una “casa bonita con otra familia”. Se pregunta por qué su mamá ya no le habla y si dejó de quererlo, su niñez es acosada por la incertidumbre, preguntas difíciles de responder y las verdades imposibles de contar.
Néider tiene 5 años, es el menor de su casa, le divierte el baile y tiene dos abuelos a los que reconoce como su mamá y papá. Tenía 11 meses cuando su madre desapareció. No la recuerda. La reconoce sólo por las fotos de ella que llenan su casa, fotos de una joven de lisa piel, cabellos oscuros y amplia sonrisa.
La mirada tierna de Néider evoca en Blanca el recuerdo de su hija. “Tienen los mismos ojos”, grandes orbes cafés en forma de almendra, él es el único retrato vivo de la brillante mirada que tanto extraña.
Blanca tiene 45 años. Ahora los días le pasan más lentos y las noches le son eternas, lleva cinco años sin dormir. Es esbelta, casi no come, no le da apetito, la comida perdió un poco de sabor y dejó de ser un medio de deleite a sólo una forma de sobrevivir.
Atrás quedó la amante de la comida, los días festivos quedaron sólo grabados en mandiles que guardan el recuerdo de la feria de la empanada alvaradeña. Su cabello negro es puesto en una larga trenza, en la que se asoman las canas que entorna su rostro.
Tiene hermanos, pero no tiene relación con ellos. Fue criada por su abuela, así que la relación con su madre es “distante” y su padre falleció hace poco más de dos años. La historia de Blanca Estela se repite en su hija Yamileth, alejada de los brazos de su madre con tan solo 10 meses de vida por una tormenta violenta, que una vez vuelta ciclón se le llamó relación. Separada de su hija por el hombre que decía amarla, fue físicamente alejada de ella y criada por su abuela paterna.
La relación entre la madre y la hija es un bucle que se afianza en los mares de sus lazos. De forma intermitente, el flujo de la vida le dio de regreso a Yamileth por breves periodos, hasta su desaparición. Blanca es ahora una madre a la que su hija le es una vez más arrebatada de sus brazos y una abuela que cría hijos a los que se les despojó de su madre.
Para Blanca, su familia son sus hijos y Oscar, su compañero de vida. Aunque no sanguíneo, es el padre de crianza de sus hijos y ahora de sus nietos. Oscar Tiene múltiples trabajos porque es el único proveedor estable de la familia. Es pescador por tradición y profesión, habla con alegría de los manjares que el mar y el río le han regalado, pero también le molesta que estos, se estén acabando.
“Madres en el Papaloapan”
“Aparentemente en Alvarado todo sigue igual”. La gente vive y los días pasan, nadie parece notar la bruma oscura sobre Blanca, su miedo al caminar o su distante observar del mundo, su andar distraído por las calles de su pueblo. Observa los lugares que algún día se sintieron como un hogar y que recorrió con su hija. Hoy todo es distinto.
Ahora sólo habitan recuerdos muy difíciles de enfrentar. El dolor lo contiene para poder seguir día tras día, la economía no permite pensar más allá del mañana, pero tampoco detenerse mucho tiempo en el ayer.
A veces llora y no hace falta que le pregunten por qué, cada una de sus lágrimas tiene nombre y fecha, llora de la tristeza e impotencia, el sentimiento de que nadie la entiende, por la aparente cotidianidad que busca menguar la tristeza y calmar los pensamientos.
Blanca piensa en los años que sufrió violencia, producto de su pasada relación sentimental y las marcas que ésta dejo en ella. Pareciera que la lluvia no pega y las tormentas no dejan rastro hasta que se libra de ellas y las gotas dejan surcos morados en su piel. Piensa en el tiempo perdido, la infancia de su hija que le fue cruelmente arrebata y los años que no regresarán.
La lucha es también contra los juicios en su pueblo. Personas que no entienden el dolor y miran sin empatía los ojos de una madre. Le piden que se rinda en la búsqueda de su hija, que debe de darla por muerta para “poder seguir con su vida”, como si esto fuera siquiera una opción.
Pocas veces se permite pensar en el futuro, porque ella sabe más que nadie lo incierto que puede llegar a ser. Le preocupan sus nietos y el hecho de que no tengan a su madre con ellos, el tener que pensar en los eventos escolares que su hija se pierde y en los que ella toma el rol de madre.
A Blanca le duele “ser la madre y no la abuela”. Piensa en el cómo explicarles a los niños, que viven en un país donde las personas desparecen, donde su madre fue una de ellas.
Datos de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB), en conjunto con la Secretaría de Gobernación y El Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) revelan que en México, de 2006, “cuando inició la guerra contra el narcotráfico” a septiembre 2021, existe un registro total de 77mil 171 personas desaparecidas y no localizadas en el país. 18mil son mujeres. A 35 mil 065 personas las desaparecieron durante el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Los nietos de Blanca, al igual que muchos de los familiares de personas desaparecidas en México, han quedado en el olvido de los organismos gubernamentales, a los que ninguna autoridad municipal les oferta ayuda económica, educativa o psicológica.
“Solecitos al alba”
Trasparentes aguas llenas de botes rotos, de carteles de búsqueda y almas alejadas por la corriente. Cuando se sufre, toda el agua del mundo se convierte en lágrimas que forman caminos y unen personas, caprichosas aguas turbias que combinan el destino de diferentes mujeres, marcados por un dolor más grande que lo que sus palabras alcanzan a decir, dolores sólo legibles a través de sus limpias miradas. Fuertes.
Los caminos de la implacable búsqueda de Blanca por su hija Yamileth, la llevaron al “Colectivo Solecito”; una organización no gubernamental compuesta mayormente por madres, formada en 2014, dedicadas de forma implacable a la búsqueda de sus hijos, como “una respuesta a las omisiones y negligencias del Estado ante las desapariciones”. Se compone de personas que colaboran en el proceso de búsqueda de familiares de desaparecidos.
Mujeres que se dedican a la búsqueda de sus familiares en cárceles, hospitales, calles y prostíbulos. La ardua labor de formar brigadas de búsqueda en terrenos, baldíos para encontrar a lo que ellas denominan “sus tesoros” generalmente hallados en las “Fosas clandestinas”. Según datos de la Fiscalía Federal, en México existen 4 mil 92 fosas clandestinas y el estado de Veracruz ocupa el primer lugar con 504 encontradas hasta agosto de este 2021. La búsqueda es amplia y económicamente desgastante.
En el “Colectivo Solecito”, Blanca conoció a otras madres que de forma valiente buscan a sus hijos, como es el caso de la odontóloga Rosalía Castro, actual coordinadora del colectivo y quien lleva 10 años dedicada al cien por ciento en la ardua búsqueda de su hijo Roberto Castro.
La doctora Rosalía habla con amor y devoción sobre el colectivo, a los que reconoce como parte de su nueva familia. Las únicas personas que entienden su dolor y lo difícil que es su lucha. Es consciente de la necesidad de acompañamiento y apoyo que los familiares necesitan durante el proceso.
“Las primeras horas son las más importantes y nunca sabes qué hacer, no hay forma de prepararte para ello”.
Los años le han dado experiencia en las fiscalías y conocimiento de las fallas del sistema. “Es un sistema sobrepasado en sus capacidades”. Señala también que “la mayoría de las veces, el personal está incapacitado en la labor de búsqueda e investigación, así como en los procesos de apoyo a familiares de las víctimas”.
Como parte de su labor de contención a las madres, Rosalía les da palabras de aliento y las reconforta. Puntualiza la necesidad constante de ayuda de profesionales. Una de sus más recientes batallas es la solicitud de ayuda de los organismos gubernamentales para ofrecer contención psicológica durante las 24 horas del día a las madres que lo necesiten. Dicho apoyo no les ha sido brindado.
No es una profesional de la salud mental, pero por medio de su gran capacidad de resiliencia, busca dar apoyo y palabras de aliento a las madres dentro del colectivo. Aunque el mayor consuelo suele ser el de la empatía y la certeza que entre tanta indiferencia, hay personas que sienten y entienden su dolor. El por qué de su lucha.
“Una Mujer”
Blanca no ha recibido ninguna noticia sobre el estatus de la investigación de su hija en 5 años. “Como si mi hija hubiera desaparecido hoy mismo” puntualizó Blanca en la falta de avances o actualización de la investigación.
A poco más de tres años de la puesta en marcha del Mecanismo Estatal de Coordinación en Materia de Búsqueda de Personas en el estado de Veracruz, y a casi un lustro de la declaración de Alerta de Violencia de Género contra las mujeres y niñas en 11 municipios de la entidad (Coatzacoalcos, Boca del Río, Córdoba, Las Choapas, Martínez de la Torre, Minatitlán, Orizaba, Poza Rica, Tuxpan, Veracruz y Xalapa) Veracruz sigue siendo uno del estados de la república, más peligrosos para ser mujer, encabezando la lista de Feminicidios, Crímenes Sexuales y Desapariciones.
En México; la necesidad ha formado una historia de mujeres fuertes que exigen de forma valiente, justicia para sus hijos e hijas, a pesar de las amenazas o de los impedimentos burocráticos. Mujeres fuertes a las que el tiempo no cansa, al contrario, fortalece el deseo de tener a sus hijas e hijos una vez más con ellas.
En la enfermedad de la costumbre violenta que despoja a las madres de sus hijos; a Blanca de Yamileth, a Rosalía de Roberto, a Ian y Néider de la sonrisa de su madre. Sin importar el tiempo pasado, su dolor no mengua, su vida no regresa y el aire no llena sus pulmones.
Para ellas, el despojo no se vuelve costumbre y no enferma su lucha, porque en un país donde los niños corren sobre fosas clandestinas y las madres recogen como tesoros los restos de parte de su vida, ellas se abrazan a la esperanza. En la costumbre enferma de la violencia, su fortaleza y su valentía es la cura.