La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @TurcoViejo
«Pueblo de mujeres enlutadas. Aquí, allá, en la noche, al trajín del amanecer, en todo el santo río de la mañana, bajo la lumbre del sol alto, a las luces de la tarde —fuertes, claras, desvaídas, agónicas—; viejecitas, mujeres maduras, muchachas de lozanía, párvulas; en los atrios de las iglesias, en la soledad callejera, en los interiores de tiendas y algunas casas —cuán pocas— furtivamente abiertas».
Con este párrafo inicia el “Acto preparatorio” con el que abre Al filo del agua, la novela más reconocida de Agustín Yáñez. La historia está ambientada en los días previos al estallido de la Revolución y en un pequeño párrafo previo al arranque del libro se explica que “al filo del agua es una expresión campesina que significa el momento de iniciarse la lluvia, y —en sentido figurado, muy común— la inminencia o el principio de un suceso”. Aunque el libro del escritor y político jalisciense se inscribe en la tradición de la llamada Novela de la Revolución, no es por ello que la recuerdo hoy, en la víspera de un aniversario más del movimiento armado que sacudió al país en los inicios del siglo XX y cuyas herencias —y maldiciones— seguimos viviendo.
Hoy pienso en Al filo de la agua porque desde la primera vez que leí el libro me pareció una imagen muy poderosa esa que se enuncia en la primera frase, las mujeres enlutadas. Recuerdo esa imagen cada tanto y he venido pensando en ella estos días en que el Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada está de visita en el país para reunirse con grupos y colectivos de personas que buscan a sus familiares, que han sido víctimas de desaparición forzada.
Me vienen a la mente las mujeres y no es casualidad: en agosto de este año el colectivo Por Amor a Ellxs publicó el informe Nosotras buscamos, en el que se dio a conocer un dato por demás revelador: las mujeres son quienes llevan la batuta cuando se trata de buscar a un familiar.
Según el informe, en el 49.62 por ciento de los casos son madres, esposas, novias, hermanas, sobrinas, amigas —“viejecitas, mujeres maduras, muchachas de lozanía, párvulas”, enlistó Yáñez— quienes encabezan la búsqueda de sus familiares.
Pienso, por ejemplo, en Las Rastreadoras de El Fuerte, que tomaron en sus manos la difícil tarea de buscar a sus tesoros; pienso en Por Amor Ellxs, que se ha convertido en punto de encuentro y guía para las miles de personas que buscan a sus familiares en Jalisco; pienso en las diferentes representaciones estatales de Familias Unidas por Nuestros Desaparecidos.
Me vienen a la mente todas esas madres y quizá hago mal en asociarlas con las mujeres enlutadas de Yáñez, porque si algo tienen estas madres es que no están paralizadas por el duelo: han convertido el dolor en fuerza para movilizarse por todos los lugares imaginables; han convertido la tristeza en fortaleza para encarar a las autoridades y echarles en cara su indolencia y su inoperancia; han echado mano del amor por sus familiares para cambiar los conceptos y exigir la búsqueda en vida como principio rector por encima de la búsqueda en muerte.
Las madres y representantes de las familias reciben por primera vez al Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada, organismo creado en 2010 y que desde 2013 había intentado visitar México. Todas las solicitudes para realizar la visita habían sido denegadas, hasta ahora. Pienso, quiero imaginar, que el hecho de que ahora sí se haya concretado la visita nos pone al filo del agua de algo, un cambio que segura y lamentablemente va a tardar, pero que ha empezado a ocurrir.
El comité, que llegó el pasado lunes, estará en México hasta el 26 de noviembre y presentará un informe en marzo de 2022. No tiene una tarea fácil: le recibe un país con un registro de 94,426 personas desaparecidas desde los años sesenta —y en el que el subregistro ha sido señalado en múltiples ocasiones—; con una crisis forense en la que miles de cuerpos permanecen sin identificar en las morgues del país; con cientos de fosas clandestinas todavía no descubiertas o mal exploradas y con un porcentaje de impunidad del 94 por ciento, por lo menos.
Con este escenario desolador de fondo, resuena en mi cabeza la contundente imagen creada por Yáñez y pienso en el pueblo, la ciudad, el estado, el país de mujeres enlutadas. Y luego vuelvo otra vez al “Acto preparatorio”, ahora al último párrafo, y me conmueven las palabras que encuentro:
«Entre mujeres enlutadas pasa la vida. Llega la muerte. O el amor. El amor, que es la más extraña, la más extrema forma de morir; la más peligrosa y temida forma de vivir el morir».