La voltereta de Schrödinger

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre /@i_gonzaleza

En 1935, Erwin Schrödinger ideó un curioso experimento ficticio. Éste involucra una caja de metal, una sustancia radiactiva, un frasco con ácido cianhídrico… y un gato. La idea básica de dicho experimento —el cual seguramente conocen, puesto que se ha popularizado al grado de ser inmortalizado en memes y en camisetas— consiste, precisamente, en poner de relieve lo paradójico que resulta la interpretación de Copenhague cuando la terminología matemática de ésta (la cual alude a la indeterminación cuántica y a la superposición de estados de la materia) es postulada en términos más accesibles para las y los no iniciados. El experimento en cuestión es más o menos así: se mete al gato en la caja junto con el resto de los elementos. Se espera a que transcurra un tiempo suficiente como para que la sustancia radiactiva tenga un cincuenta por ciento de probabilidad de degradarse y que así se libere el ácido venenoso. Con ello, en última instancia, se mataría al proverbial felino. Pero también existe el otro cincuenta por ciento, es decir, la probabilidad de que no ocurra nada y de que el gato salga de la caja vivito y maullando. Lo paradójico de este experimento radicaría entonces en que no se sabe si el gato encerrado en la caja está vivo o muerto sino hasta que ésta se abre y se observa el resultado. En otras palabras, antes de destapar la caja el minino estaría —al mismo tiempo— vivo pero también muerto. 

Interesante…  Muy interesante…

Pero veamos: ¿qué pasa si llevamos el experimento al extremo y en lugar del gato en cuestión colocamos el reporte elaborado en fechas recientes por el World Justice Project (WJP), en el cual se señala que nuestro país ocupa un lugar muy poco decoroso en materia de corrupción? ¡Claro! De hacerlo así, se podría afirmar —sin incurrir en ninguna contradicción lógica o sin sonrojarse— que dicho informe no es falso; pero tampoco es verdadero. Qué misterio y qué intriga.

¿Qué pasará si abrimos la caja y le echamos un ojo al informe? ¿Descubriremos que efectivamente habitamos un Mexicorrupto o más bien que vivimos en un santuario de pura y blanca honradez? ¿Será que el documento publicado por el WJP se realizó tomando en consideración las propiedades inherentes de la física cuántica y comparte la misma naturaleza de la luz (que no tiene problema en ser partícula y onda simultáneamente)?

Por lo menos parece que esto es así según la instancia gubernamental desde la  que cada miércoles se desmenuzan y desmontan matutinamente las fake news que atentan contra el oficialismo… Una lectura detenida de lo dicho acerca del informe del WJP, que en principio suena como una afirmación en tono de pifia emitida desde el nerviosismo y la verborrea, no hace sino revelar la profunda complejidad del trabajo que se hace desde la citada instancia… Incluso uno puede imaginar las oficinas donde a lo largo de la semana se prepara la cápsula que se presenta cada miércoles: cubículos llenos de gente sesuda y especializada en análisis del discurso; expertas y expertos en teoría fundamentada y observación participante; genias y genios en materia de análisis cualitativo y cuantitativo de los medios de comunicación; becarios con posgrado versados en big data e ingeniería social… En fin, todo un poderosísimo think thank que funciona como una máquina bien aceitada… 

Esto no es falso. Pero tampoco verdadero…

Nah. Ya en serio. Lo cierto es que el ejercicio matutino de cada miércoles, desde el cual se busca cuestionar la veracidad de la producción periodística del país, ha dejado mucho qué desear. Tanto en la forma como en el fondo. Pero por favor, no me malinterpreten. Personalmente me parece saludable para la hechura de lo democrático la existencia de fuertes contrapesos que se planten frente a la desinformación sistemática que parece ser la moneda de cambio en estos tiempos. En este sentido, un ejercicio semanal de evaluación deontológica del periodismo nacional es, sin duda, una excelente idea.

El problema emerge cuando un ejercicio de este tipo se erige como un mecanismo para otorgarle un estatus de Verdad (escrita así, con mayúscula) al discurso del poder desde el poder mismo. Un juicio de valor emitido desde la cúpula gubernamental acerca del uso que hacemos las y los ciudadanos de nuestra libertad de expresión conlleva, cuando menos, el riesgo implícito de que se abuse del poder político para orientar la conversación pública. El impacto mediático de los aparatos de Estado construye una palestra privilegiada que amplifica el mensaje, lo masifica, lo vuelve la voz cantante; la voz del electorado, la voz del pueblo.

Esto no es innocuo. 

Ni inocente.  

Ni parejo. 

Escribo lo anterior y no puedo evitar que me venga a la memoria el En el enjambre, de Byung Chul-Han (2014, editado por Herder).  Específicamente pienso en la idea de la desmediatización como condición de nuestra contemporaneidad. Esta idea alude no tanto a la ausencia de los medios de comunicación, sino a la desaparición de los intermediarios en los procesos comunicativos. “La política como acción estratégica necesita un poder de la información —afirma Chul-Han— una soberanía sobre la producción y distribución de la información”. Lo anterior es el equivalente a afirmar —desde el centro del poder—  que no hay distancia entre (la voluntad de) quien gobierna y (el deseo de) quien es gobernado. Y si para eso hay que recurrir a la física cuántica cada miércoles, pues… Esto no es falso. Pero tampoco es verdadero. Y así, todo es lo que parece. 

En fin, para cerrar esta columna cito de nuevo —y en extenso— al filósofo surcoreano radicado en Berlín:

“«Yo soy mi electorado» significa el final del político en el sentido enfático, a saber, de aquel político que se aferra a su propio punto de vista y, en lugar de andar de conformidad con sus electores, se anticipa a ellos con su visión. Si todo se hace público sin mediación alguna la política ineludiblemente pierde aliento, actúa a corto plazo y se diluye en pura charlatanería Bajo el dictado de la transparencia, las opiniones disidentes o las ideas no usuales ni siquiera llegan a verbalizarse. Apenas se osa algo. El imperativo de la transparencia engendra una fuerte coacción y conformismo…” (Chul-Han, 2014: 23).

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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