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Isaura Leonardo narra en esta crónica los periplos para alcanzar una ficha de atención en el Instituto Nacional de Cardiología, para su madre. Las horas de espera en la madrugada, las horas de trámites durante el día, le provocan la pregunta de si realmente existe un derecho universal al tratamiento médico. Sin la solidaridad enferma que germina en las filas, lograr el acceso a un hospital no sería posible
Texto y fotos: Isaura Leonardo
CIUDAD DE MÉXICO.- En septiembre de este 2021 mi madre, una adulta mayor de 72 años con artritis degenerativa, apnea del sueño, hipertensión y otros muchos deterioros del cuerpo, que incluyen vértebras escleróticas y fracturas crónicas de la columna, tuvo un dolor de pecho muy intenso además de una preocupante subida de la presión. Nos dijeron que debía verla un cardiólogo. En el hospital donde la atienden por los daños de su columna la vio uno, encontró la huella de un infarto antiguo y dos soplos, así que decidió referirla al Instituto Nacional de Cardiología para una más completa valoración.
Y aquí comienza este trayecto. En mi primera visita a Cardiología me informan que para hacer válida la referencia debo presentarme a Preconsulta con una lista de documentos y “antes de las 7:00 a. m. aunque la forma diga 8:00”. Ingenua de mí, considero que antes de las 7:00 a. m. puede ser poco antes de las 6:00 a. m. y me presento al día siguiente con todos los papeles. Madre podrá llegar más tarde, cuando ya haya avanzado. Al llegar descubro que hay una lista en la que debemos anotarnos conforme vayamos apareciendo, es un sistema improvisado por pacientes y familiares. Soy la número 25.
Un rato después una señora le dice a su hijo de unos 19 años, a quien lleva con malestar, que solo dan 10 fichas. Ya somos más de 26 personas, hago mis cuentas: “valí gorro”, pienso, pero igual me quedo a descubrir el mecanismo. Ellos deciden presentarse en Urgencias a ver si tienen suerte. Me voy enterando de que la persona que encabeza la lista de La Ficha llegó a las 10:00 p. m. del día anterior, y como ella, las otras nueve durmieron en las escaleras de Preconsulta, fuera del hospital, una niña y una mujer con discapacidad incluidas; desde hace un tiempo se decidió no permitirle la entrada a nadie de noche, me dirá después una chica.
El rumor es generalizado, 10 fichas son demasiado pocas para una demanda que la supera. Si pensamos que para entrar a este instituto nivel 3 (es decir, de alta especialidad con equipo que no hay en los niveles 1 y 2), se necesita la hoja de referencia, ya tenemos un primer filtro. La Ficha es la siguiente puerta que debemos cruzar si queremos que Madre sea atendida por un especialista en un servicio no privado en una institución famosa por su calidad. La Ficha solo garantiza entrar a la valoración, no al servicio. Ese día dan 10 para personas adultas y tres a pediatría, hay cinco menores de edad (algunos de ellos no son de la Ciudad de México), dos esperarán a que a alguien le falle un documento y se desocupe el lugar. Me rindo, no habrá modo de que yo pase.
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Medio en broma, medio en serio tuiteo por la tarde que si has ido al hospital público y no has alcanzado La Ficha, ¿en realidad fuiste al hospital público? Pero muchas cosas me perturban: ¿no es un contrasentido que personas enfermas, en condiciones vulnerables de todo tipo, deban dormir en la calle para conseguir entrar al hospital para atender sus cuerpos? Si el servicio privado fuera una opción, no estarían allí acostadas sobre cartones, yendo y viniendo durante días ajustando los horarios, gastando en taxis y comidas. Algunas personas quizá ya intentaron la atención privada y buscan segundas o hasta terceras opiniones.
Cardiología tiene un enorme prestigio de atender con éxito las condiciones cardiacas. “No sabes qué nivel de atención”, le dice su madre al jovencito, “si no nos reciben en Urgencias, tú y Miguel ayúdense ahora que no están haciendo nada y se vienen a dormir”. ¿Qué está mal en este cálculo, en este sistema de organización? ¿O este es el cálculo, que no todas las personas puedan entrar? ¿Es la mejor opción de las ya probadas? ¿Es así en todos los sistemas de salubridad pública de la faz de la tierra? Imagino escenarios peores, claro.
Conseguir la ficha de Preconsulta se convierte en una misión. Debo preparar el plan para estar allí a la hora adecuada si quiero conseguir uno de esos 10 codiciados lugares. El tiempo pasa, el corazón de Madre requiere atención y no quiero que me rechacen la hoja de referencia, la burocracia me aterra.
El Plan
Estaré allí antes de las 3:00 a. m. Hago una lista de cosas que debo llevar para cuidar de mí misma y las enfermedades que me acompañan.
-Insulinas (alcohol, lancetas, tiras reactivas, algodón)
-Glucómetro
-Celular con saldo y batería
-Cobija
-Bufanda
-Banco plegable y cojín (una osteopenia incipiente de la cadera me tiene con dolor hace meses)
-Medicamentos para la mañana (omeprazol, metroclopramida, duloxetina y metformina)
-Papel higiénico
-Cacahuates y dulces por si hipoglucemio
-Termo con café
-Libreta para la crónica
-Y lo más importante: el sobre con TODOS los papeles de Madre
Le aviso a mi amiga Lu que estaré en la calle haciendo guardia en la madrugada, por lo que sea que ocurra: las cifras de feminicidio y desapariciones forzadas no me dejan olvidar en ningún momento dónde vivo. El plan consiste en que yo amarre La Ficha y Madre me alcance antes de las 7:00 a. m. No hay manera de que me atreva a llevarla a una guardia de este tipo; tenemos suerte por la distancia, otras personas no cuentan con esta opción y llegan con sus pacientes: niñas, niños, ancianos, ancianas, personas con discapacidad, que esperan en el frío que aprieta de madrugada, con lluvias (como las de los meses pasados) y toda suerte de inclemencias.
Este mecanismo se nutre como un ouroboros: llegamos a Preconsulta, no alcanzamos ficha, descubrimos que debemos llegar de madrugada o una noche antes para aspirar a una, así que lo intentamos después; llegarán otras personas “tarde”, a veces desde lugares lejanos del país, y descubrirán lo que nosotras ya sabemos… y la cosa se repite, no se resuelve, se ahonda.
Nos vamos volviendo expertas en hospital público de México, en enfrentar sus sinsentidos, su burocracia, su precariedad. Pienso que nos estamos entrenando para cosas que no sé si en otros mundos son inimaginables, como ser un cuerpo enfermo poniéndose en riesgo por la atención de otro (o ese mismo) cuerpo enfermo; dormir en la calle, junto a la vía donde los coches pasan sin parar, en una ciudad conocida por insegura solo para tener la oportunidad de la atención médica. Aquí hay una experiencia: sobrevivir. Veo que otros pacientes y familiares han hecho “callo”: “tienden camas”, traen agua, pasta de dientes, cobijas calientitas, ubican los mejores lugares para dormir. Conocen la dinámica.
El taxi pasa por mí a las 2:00 a. m. Al menos tengo esto, el taxi, no debo caminar horas para llegar al único hospital que existe, como sucede en muchas comunidades. Llego a las 2:25 a. m. del viernes a Preconsulta, el día anterior fue la fiesta de San Judas Tadeo, pienso que es una buena señal.
Ya hay cinco personas anotadas en la lista de La Ficha, improvisada, de nuevo, por quienes llegaron primero, dos hombres que aterrizaron a la medianoche para hacer la guardia de su paciente, a las 7:00 a. m. serán relevados. Soy la número seis.
Solidaridad enferma
Aunque soy la número seis, no todos los familiares de las cinco personas anotadas están en las escaleras, un par volvió al albergue donde se quedan o a sus casas. Regresarán cuando se acerque la hora de que abran La Puerta. Me sorprendo de que nadie intente “colarse” en la lista: nadie se salta a nadie, nadie borra el nombre de nadie. Nos acuerpamos sin voracidad, estamos en la misma misión y respetamos eso.
Al contrario, a las 3:45 am, cuando en el horizonte aparece el primer triciclo que vende café, chocolate y pan; uno de los hombres que llegaron primero nos ofrecen café a todas y todos. Para entonces yo ya hice una amiga de guardia a quien llamaré María, una jovencita de menos de 30 años, proveniente de “un pueblito delante de Toluca”, que tiene a su madre internada en espera de un cateterismo.
Aunque no vienen a Preconsulta, ella y su hermana se quedan en las escaleras con el resto: pasaron una travesía de noche buscando cuartos en renta, intentaron meterse a Urgencias, de donde las sacaron, hasta que dieron con Preconsulta. Primero tuvieron miedo de los dos hombres que dormían sobre el cartón, no las culpo, insisto: nunca olvidamos en qué lugar vivimos, los casos de feminicidio, violación y violencia en general no nos dejan. Mi llegada, la tercera mujer de la lista, las reconforta. Madre, de hecho, me advirtió que si no había gente, no me quedara. En ningún mundo posible estando sola podría quedarme dormida en la calle, desde que comenzó el plan supe que velaría.
Una voz interna me dice que no debería estar aquí, recuerdo que estamos todavía en pandemia y tengo diabetes, además de fibromialgia y cargo con un dolor de la región sacroilíaca que no me deja permanecer sentada en el banquito por mucho tiempo. Pero, como yo, tantas no deberían estar aquí y están porque es lo que hay que hacer.
Mi termo muestra su valor y a las 4:00 a. m. el café sigue caliente. Para entonces ya se juntaron las diez fichas, a las 5:00 a. m. ya somos catorce. A las 6:00 a. m. llega Madre, feliz de que logramos el lugar, aunque sabemos que nos faltan algunos filtros. A estas horas comienzan los relevos, quienes hicieron guardia se van y reciben a su paciente (casi siempre adultos mayores) con otro familiar que emprenderá el resto del largo camino de admisión. A las 7: 00 a. m. veinte personas esperamos lugar.
A las 7:15 a. m. cruzamos La Puerta. María me levanta los pulgares desde la ventana, lo logramos. A María y a su hermana las lleva un taxista de su pueblo, quien incluso ha pasado el día completo con ellas en otras ocasiones, el día anterior las monitoreó desde la peregrinación a San Judas. Pienso en esto: sin una red de apoyo es imposible lograr La Ficha. Sin la solidaridad enferma, tampoco.
A las 7:48 pasamos el segundo filtro: los papeles están completos y en orden. Esperamos que nos llamen. Solo una persona es rechazada, la vemos dejar la sala con tristeza, esta misión es de todos y todas. Paradójicamente, nos alegra cuando una persona que no había alcanzado La Ficha entra a ocupar ese lugar. En admisión dejan pasar a dos más, entra una niña con Síndrome de Down junto a su madre y otra persona adulta. Nos alegramos de nuevo.
A las 8:25 a. m. llaman a Madre al electrocardiograma, con lo que cumplimos el tercer filtro. Para las 9:05 a.m. vamos a la entrevista rápida en la que se decidirá si es o no admitida: la admiten. ¡Lo logramos! De esta fase solo rechazan a una paciente, a la que, una vez más, vemos partir con tristeza. De este grupo será la única no admitida.
Y pasamos a Trabajo Social, donde a Madre la entrevistan a las 10:00 a.m., de allí salimos casi una hora después con expediente. Esperamos hasta las 13:10 para entrar a consulta, finalmente, con un cardiólogo. Estoy por cumplir una jornada de 12 horas en guardia por el tratamiento de Madre, no he comido porque adentro no permiten alimentos y, si me salgo y nos llaman… me aterra la burocracia, siento que cualquier cosa puede arruinar la misión. Para poder comer tendríamos que haber contado con una tercera persona.
¿Acceso universal?
Me pregunto entonces: ¿existe algo así como el acceso universal al servicio médico? ¿Será verdad que todas y todos tenemos garantizado el tratamiento de nuestras dolencias? No me gusta usar la palabra salud, creo, con el Colectivo de Pacientes Socialistas, que solo la enfermedad existe, pero esa es otra historia… o no, es parte de esta, la de un sistema al parecer pensado para desestimar vidas. Se me dirá que, si pudieran aceptar todos los casos, sería insostenible; entonces pregunto de nuevo: ¿existe el mentado acceso universal al tratamiento o de qué hablamos? ¿Habrá personas que puedan acceder a un tratamiento a tiempo, digno, autónomo y otras que no? ¿Por decisión de un triage, de la precariedad, de las políticas públicas?
A las 2:35 de la tarde, 24 horas después de haber salido de casa con la misión de La Ficha, estoy corriendo por el hospital consiguiendo citas y registrándolas.
Casi completamos la misión: el sistema no registra una cita y, con esa sola que no aparece, no pueden darme mi control y cierran a las 3:00 p.m., hora que ya pasó.
Volveré, con la suerte, al menos, de que admitieron a Madre. Son días festivos, así que no habrá Preconsulta lunes, martes y miércoles (ningún miércoles hay), quienes esperan atención cardiaca deberán extender un poco su paciencia y aprovechar los días para hacer bien el plan.
La persecución de La Ficha y La Admisión me hace pensar que el acceso universal a lo que sea, es un sintagma muy bonito, pero inalcanzable, cuando no mezquino.
Es una mentira, pues. Además, ¿es deseable?, ¿en qué términos está pensado este acceso, para qué y con qué fin? ¿Universal son las vidas que caben en los requisitos de salud, productividad y capital que claramente establecen jerarquías entre las vidas que logran un tratamiento y las que no?
Esta misión me confirma lo que ya sabía: hay que pelear por nuestras vidas en un mundo en el que con mucha facilidad millones de ellas se consideran prescindibles. Y esta lucha no podemos sostenerla solo las personas padecientes, como dice Chantal Maillard, “Todos somos terminales”.
Que la solidaridad enferma sea la solidaridad universal.
Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.