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Una de las flores más representativas de México, la flor del Día de Muertos o cempasúchil, dejó de ser un producto mexicano. Nuevas variedades que nacen de semillas importadas propiedad de empresas multinacionales le ganan mercado, año con año, a la flor autóctona, por dar “menos rendimientos económicos”,
Texto: Arturo Contreras y Duilio Rodríguez / Pie de Página
Fotos: Duilio Rodríguez
Marco Antonio Paéz camina a través de un tapete fulgurante de botones naranjas. Hay tantas nubes que los colores pintan gris, pero las flores no dejan de resplandecer, como si brillaran por sí mismas. Desde hace varios años, Marco Antonio cultiva cempasúchiles para el Día de Muertos, que en náhuatl significa flor de muchos pétalos, usada tradicionalmente para acompañar una tradición mexicana reconocida en todo el mundo. Sus plantas, sin embargo, ya no provienen de semillas mexicanas. Todas son semillas importadas del extranjero.
“Es que no es original. Tiene los mismos aromas y los mismos colores, pero es una hibridación que traen”, dice. “Hoy en Xochimilco la mayor parte nos dedicamos al marigol, se llama. Bueno nosotros le llamamos así. Pero ya al cempasúchil como tal, el que es de flor de corte, ya muy pocos se dedica”.
Desde hace 10 o 15 años, según dice Marco Antonio, vender flores de Marigold en macetitas, en vez de racimos de cempasúchil cortados porque es más práctico y le deja mejores ganancias.
“La verdad es que la venta de este cempasúchil es de dos días, del de corte, tres días máximo”. El floricultor recuerda que en los días más próximos a las fiestas de muertos los mercados de Xochimilco se saturaban. “En cambio este –señala hacia las flores que están a sus pies– la venta empezó desde los primeros días de octubre. Y dura desde ahorita hasta la mera fecha. Hay más economía, es más dinero”.
Marco Antonio es de los productores pequeños de San Gregorio, en la zona chinampera de Xochimilco, la tierra de las flores por su nombre prehispánico. Este año sembró 10 mil plantas porque su economía no alcanza para más, pero le gustaría producir más. De todas maneras, la flor de muertos le ayuda a sobrellevar su vida.
“Así ya tenemos dos cosechas, esta para noviembre y la siembra de nochebuena. Antes pasabas un año para ver las ganancias, ahora con el cempasúchil en 3 meses sacas algo y así juntas lana para diciembre y agarras vuelo de nuevo”, asegura.
Una cosecha a la alza
A unos pocos kilómetros del invernadero de Marco Antonio, están las tierras ejidales de Puente de Urrutia, donde se siembra y vende la mayor parte de la producción de la región. En esta época, dar con el lugar no es difícil. Sólo hay que buscar los campos naranjas, que saltan a la vista.
En medio de uno de estos campos de flores luminosas, bajo la carpa de un invernadero, un grupo de hombres toma café de olla y comen alrededor de una fogata improvisada. A quien llega le ofrecen una taza.
Este grupo es parte de uno de los siete grandes productores que generan las cerca de 300 mil plantas que se cosechan en San Gregorio y Puente de Urrutia.
“Nosotros somos los que tenemos más, yo aquí tengo unas 100 mil, y mi papá, en su terreno, tiene otras 100 mil”. Dice una de las personas sentadas. Aún no se presenta, pero su nombre es Rodolfo Telésforo, heredero de la familia que más flores de estas produce en el región, como él mismo asegura. Incluso, asegura que su familia fue la que inició la cosecha de la marigol en Xochimilco.
“Nosotros juntamos un 75 por ciento de la producción. Ya los demás tienen 10 mil o cinco mil plantas, y entre ellos acompletan el resto”, dice orgulloso. “Se podría decir que mi abuelo, Gregorio Telésforo, fue el iniciador de todo esto de criar cempasúchil en estos ejidos que antes terrenos obsoletos. El empezó con alrededor de unas mil plantas. Empezó con muy poco, después el vecino vio que se vendió y empezó también. Este lugar ha sido muy bueno con nosotros”.
Actualmente su familia tiene la capacidad para solventar una inversión de 800 mil pesos, necesaria para producir unas 250 a 300 mil plantas. Mismas que dejan ganancias que rayan los 5 millones de pesos.
Semejantes números no hacen que Rodolfo pierda un aire tranquilo y afable, de persona de campo. “Yo aquí crecí, aquí venía con mi abuelo y mi papá y uno le agarra cariño a todo esto. Aquí da para comer muy bien, aquí tenemos para vivir del campo, entonces para qué le andamos buscando por otro lado si aquí tenemos manera”.
Su aire no cambia con quién lo visita, pero asegura que no por ser amable deja de señalar cuestiones que no le parecen, como hace unos días, cuando la gente del gobierno de la Ciudad de México vino a ver su producción.
“Es irónico, ayer llegaron de gobierno Central a tomar videos, drones. Siempre somos amable, pero lo que les decíamos era váyanse a Atlixco a hacer sus entrevistas. No, es que somos gobierno de la Ciudad de México –le respondieron– Sí, le digo, eres gobierno, pero tú le compras toda su producción a Atlixco ¡y al productor de la Ciudad de México no le compras ni una planta!”.
Según cuenta, en Atlixco la planta la venden a 22 pesos, mientras que él le llega a dar en 12. demás, presume, la entrega en una hora, mientras que ir a Atlixco implica por lo menos cuatro. Aunque esto no es del todo cierto. El precio en los viveros de Cabrera, en ese municipio poblano, puede bajar hasta los 9 pesos por planta, al mayoreo.
La flor que se perdió
El abandono de los campos de cempasúchil sigue la misma historia que el maíz, cuya producción se llevó a otros países que producen mucho más que México, como explica Alberto Basurto, responsable del jardín botánico de la UNAM.
El maestro etnobotánico asegura que de 1980 a 2000 México llegó a tener el liderazgo agro industrial en la siembra de cempasúchil. Su color naranja fulgurante, que según los mexicas alumbraba el camino de los muertos, es preciadísimo en la industria de los pigmentos naturales, donde se usa para pintar pollo, yemas de huevo y pastas.
La falta de apoyo en investigación científica así como el abandono del campo volvieron imposible competir contra otros países productores que compraron nuestra industria.
“Aunque actualmente la producción nacional de la flor está asegurada para las fiestas de muertos, toda la industria ahora la dominan países como la India y China. En los años 80 México reportaba 280 mil toneladas de la flor, hoy solo se producen alrededor de 30 mil toneladas” dice el académico.
La flor de muertos, del género Tagetes Erecta, es exclusiva del continente americano en donde hay entre 50 o 60 especies, de las cuales en México tenemos 35, por eso se le reconoce como una planta nativa del país. Sin embargo, los principales productores del mundo, como China y la India, han desarrollado, por medio de la hibridación y selección gen´tica, mejores especies.
“Lo mismo nos pasa con los chiles y los maíces, los frijoles y las nochebuenas y con las dalias. Es exactamente el mismo esquema, son plantas nativas de México que generan mucha riqueza a nivel mundial, pero México muy poco participa de los beneficios de esas riquezas”, dice el maestro Basurto.
El riesgo de que empresas privadas tengan el control de los derechos sobre este tipo de hibridaciones, y que se introduzcan a los mercados nacionales es que pueden estrechar la base genética de las flores así como de muchas otras plantas.
En Atlixco, los campos pierden su color
Este municipio, al sur de la capital poblana, es famoso por ser el máximo productor de flores de muerto del país. al cruzar sus ejidos, llenos de tomates, maíz y albahaca, es común ver campos naranjas que resaltan a la vista. Estos mares de borbotones luminosos son muy diferentes a los tapetes de Xochimilco. Mientras aquellos no rebasan los 50 centímetros de altura, porque la marigol no crece más, estos llegan al metro y medio de altura, y desde luego, no están en una maceta, sus raíces se estrechan entre los surcos de la tierra.
Aquí, el auge empieza a partir del 25 de octubre, cuando los campesinos empiezan a cortar las flores y prepararlas para su venta. Con ellas, arman fardos amplios, que dependiendo de su tamaño les llaman maletas o chingos, mismos que se venden entre 15 o 40 pesos, dependiendo de la temporada, la producción y cuántos compradores haya.
“¡No! aquí puras maletas y chongos”, dice una señora del pueblo, indignada por que se le pregunta por sembradíos de plantas en maceta. “Esas macetas son solo para cosas de lujo y el gobierno”. A diferencia de las plantaciones de macetas, estos plantíos no necesitan semillas importadas que después de florecer solo dan semillas marchitas. Aquí, las semillas las sacan de la misma flor y las guardan para los siguientes años.
Junto a ella, otra persona del pueblo asegura que cada año los plantíos se van reduciendo de tamaño. “La gente casi no siembra. A lo mucho, lo más que yo siembro son 25 surcos, porque casi no hay gente para el corte. Siembras una hectárea y como tarda mucho para cortar, por eso no siembran tanto”, dice.
Una hectárea puede llegar a tener más de 200 o 250 surcos, pero sin gente que los coseche, no tiene sentido ponerlos a producir.
Menos tiene sentido, si la compra del producto no es segura y depende de la cantidad de compradores que hayan año con año y de otros factores, como la calidad de la siembra.
Simón Ibarra también vive en Trinidad Tepango, pero por los caprichos del mercado, él ya no siembra cempasúchil.
“La cosa aquí es que los Compradores vienen, de diferentes lugares de la república y hay otras veces que no llegan. Aquí el que llega compra, porque sí, somos el mayor productor, pero no tenemos seguridad de quién compra. Es un mercado eventual.El gobierno luego nos apoya con semillas y estímulos, pero si no hay quién compre, de qué sirve producir tanto”, dice mientras observa a un puñado de trabajadores recolectar albahaca fresca de sus campos.
Lejos de estos ejidos, al otro lado del municipio, están los viveros de Cabrera, donde se concentran los mayores productores de flores y plantas de ornato de la región. Entre estos, está el ejido El Encanto, donde también crían flores de muerto en maceta.
Aquí, desde una oficina, el ingeniero Vicente Nieto, encargado del vivero, explica el fenómeno de cómo ha cambiado el mercado de las flores de cempasúchil en la región.
“Aquí el 28 es el día de comercio más alto, asegura. En el centro de Atlixco se pone un mercado. Ahí baja la gente de de los campos, cortan sus plantas y las llevan al mercado. De ahí las llevan a otros estados. los compradores, que no solo le compran a uno, sino que pactan con varios productores para que entre muchos puedan llenar los trailers en los que llegan”.
El precio, coincide con los campesinos, varía mucho dependiendo de la producción. “Hay años que producen mucho y el precio se abarata, y luego siembran demasiado poco, y el precio se va. Hay veces que hasta en 120 pesos ha estado una maleta”.
Por ese tipo de incertidumbres, asegura, es mejor sembrar de las de maceta. De alguna manera, da mayor certidumbre a los productores.
“La cosa con la de corte es que le inviertes como 6 o 10 mil pesos. Y a veces apenas sales tablas. Cuando les va bien los productores le sacarán unos 22 mil (pesos), lo que son ya como 12 mil libres. Aquí la mayoría se lo llevan los intermediarios”.
De los viveros de esta región, asegura Vicente, sale el 90 por ciento de producción de marigol de Atlixco, pero eso, apenas representa el 10 por ciento del total de producción de cempasúchil de la región.
“Si haces la comparación hectárea por hectárea, es más rentable la de maceta, pero necesita mucha más inversión inicial”, dice en lo que parece una sentencia para la siembra de campos de cempasúchil de corte.
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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página:
https://piedepagina.mx/de-cuando-el-cempasuchil-dejo-de-ser-mexicano/