Maroma
Por Emma M. Oropeza De Anda / Integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Los niños de hoy no aguantan nada ni respetan nada. Todo quieren saber, todo quieren tocar y andar experimentando. Se sienten artistas y científicos, hasta psicólogos algunos que salen con sus cuentos de “Por favor respétame. No me grites que me traumo”. Ya no se les puede decir nada porque salen con su cantaleta de los derechos y la violencia. Ah, porque ya todo es violencia, ya no se les puede corregir a tiempo porque darles con el mecate ya es violencia, reventarles la trompa es violencia. Ya todo es violencia, hasta señalarles que son flojos y buenos para nada es violencia, pos’ si eso es lo que son y es obligación de uno aterrizarlos en su realidad.
En mis tiempos, nada más nos volteaba a ver mi mamá y ya sabíamos la golpiza que nos esperaba en casa. Gracias a eso crecí bien, por eso le agradezco a mi madre y a mí padre que me corrigieron a tiempo. Sabrá Dios qué sería de mí si ese día que llegué emocionada de la escuela y con ganas de repetir el experimento que la maestra nos enseñó, mi papá no me hubiera despegado la oreja de un jalón. Bien merecido me lo tuve. Mira que ponerle unas gotitas de jabón a mi vaso de agua de jamaica para verlo cambiar de color rojo a color azul si fue una barbaridad. Desperdiciada que era yo, y la maestra inconsciente que nos alentaba a la vagancia, nos decía “Todos ustedes son científicos, todos pueden ser quienes quieran ser.”. ¡Qué va a poder ser uno! Yo nací tonta, siempre me lo dijo mi padre y se lo agradezco, siempre me dijo que las mujeres mejor en la casa, que no podemos tanto como los hombres, que los números y los experimentos no son de viejas.
Yo siempre tuve muchas ganas de estudiar, quería ser doctora. A veces me ponía una camisa blanca y jugaba a visitar a mis enfermos. Que la inyección, que la pastilla, que vamos a llevar medicinas a la sierra… Tenía de verdad muchas ganas de ser alguien, de recorrer el mundo ayudando a los enfermos, de tener un laboratorio e inventar la cura de todo. Me soñaba muy catrina, con mi bata blanca, limpia y planchada; muy amable y sonriente con mis pacientes. Me soñaba que lo podía todo, que aún siendo niña ya era alguien y mis pacientes me querían y me lo demostraban, así como mi mamá no lo hacía. Soñaba que todos en el hospital me daban los buenos días, que me hablaban con respeto y me creían inteligente, así como mi papá no lo hacía.
Recuerdo que un día agarré un puño de harina y con agua me puse a hacer una masa sanadora, luego hice pastillitas y me fui corriendo a enseñárselas a mi mamá, a ofrecerle una para curarle el dolor de sus piernas… siempre le dolían las piernas. ¿Qué sería de mí si ese día mi mamá no me hubiera enseñado con la fuerza de su chancla a cuidar la harina, a no desperdiciarla con cuentos de ser doctora? ¿Qué sería de mí si mi padre no me hubiera enseñado a tiempo a reconocer que no soy buena para nada, que mi lugar está en mi casa? ¿Te imaginas? Por eso les agradezco cada golpe y cada grito, porque si no me hubieran corregido a tiempo ahorita estaría…