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A un mes del regreso a clases, alumnos y maestras comienzan a detectar el impacto de un año y medio de encierro: falta de concentración de estudiantes, memoria corta, cansancio, irritabilidad
Texto: Georgina Jiménez, Daliri Oropeza y Daniela Rea / Pie de Página
Fotos: Fernando Santillán, María Ruiz e Isabel Briseño
“Esta nueva etapa de hacerlo virtual me ha costado mucho, ya que últimamente estoy muy cansado, soy muy irritable, me enojo muy fácilmente”, dice Emiliano, un niño de 12 años.
Hace un mes las escuelas de educación básica abrieron sus puertas en todo el país, aunque con modalidades distintas: algunas lo hicieron de manera presencial todos los días, otras en sistema híbrido o escalonado, otras más permanecieron en modalidad virtual.
La escuela de Emiliano, una escuela privada, abrió de manera presencial pero, debido a un contagio de una profesora, tuvieron que irse a la modalidad virtual.
“Yo he tenido un impacto emocional, voy ingresando a secundaria, nunca me esperé que fuera tan difícil, pensé que iba a ser en presencial y estaba tranquilo. Tengo que estar en virtual y se me ha hecho muy difícil”, dice a Pie de Página.
A mediados de septiembre la Secretaría de Educación Pública (SEP) informó que habían abierto 135 mil 230 escuelas con asistencia de 12 millones 639 mil estudiantes; mientras que 13 millones de estudiantes inscritos permanecen en casa. Esto es que sólo el 48 por ciento de los alumnos inscritos volvieron a clases presenciales.
Además, en ese lapso había habido contagios en 88 escuelas, de las cuales 39 cerraron temporalmente.
Alumnos y maestras comienzan a detectar el impacto de un año y medio de encierro.
“Los cambios sociales y emocionales sí se notan, están presentes, los siento mucho más dispersos, es muy difícil que recuerden las lecciones anteriores, sus temas recurrentes son los videojuegos, las películas, las cosas que ven en la tele y lo que noto es que lo que hacen y han hecho en pandemia pues es estar pegados a los dispositivos electrónicos. El zoom es una herramienta constante de comunicación para ellos.
“Una de mis preocupaciones principales es que la memoria de los chicos es muy corta, les cuesta mucho trabajo concentrarse en actividades largas de 10, 15 minutos, tenemos que encontrar las maneras de tener clases más dinámicas, más impactantes, porque los niños están aún más dispersos, esas son la pérdida de las habilidades sociales, escolares académicas de aprendizaje”, dice Liliana Gutiérrez, maestra de una escuela de sistema no formal en Malinalco.
Desde los pueblos y periferias
De acuerdo con la maestra María Del Pilar Molina Ramírez, yaqui, habitante del pueblo de Potam en Sonora, el regreso a clases ha sido muy duro para las maestras y maestros yoemes (palabra con la que se denominan a sí mismas la etnia yaqui).
“Regresamos a clases aún sin agua, con grupos pequeños que formamos de 8 alumnos cada grupo, atendiendo por dos horas diarias”.
La maestra da clases en una primaria multigrado, donde dos maestras atienden simultáneamente a estudiantes de primero a sexto grado. Para ella el panorama es preocupante, ya que considera que con la pandemia se están arriesgando tanto las maestras como las familias.
“El panorama pues está feo, en la comunidad hay personas contagiadas, pero no aceptan que tienen covid. Además la gran mayoría no tienen la precaución de usar cubrebocas en las fiestas, en sepelios o reuniones, entonces por eso nos estamos arriesgando, tanto docentes, padres de familia y alumnos”.
Medios de Sonora reportan en el estado por lo menos 57 casos de alumnos contagiados de Sars-Cov2. Las maestras recibieron por parte de la SEP algunos insumos para el cuidado de la salud, como jabón, cloro, desinfectante o el equipo para revisar la temperatura, pero cuando la maestra ve lo que han utilizado en este mes, asegura: “Esto que dio la secretaria sirve nada más para el arranque, porque no es suficiente un galón de 4 litros de gel”.
La maestra describe que de los 47 alumnos que estudian en su escuela multigrado con dos docentes en dos grupos, cada una atiende 16 o 17 alumnos en promedio. Ahora con la pandemia han tenido que dividir en dos cada uno de esos grupos para dar clases solamente a 8 por cada dos días. Todos los alumnos llevan su cubrebocas aunque muchas veces no es posible mantener la sana distancia por los juegos entre niños, cuenta la maestra.
En los pueblos yaquis, la mayoría de los contagiados han muerto en sus casas ya que los servicios de salud son escasos y tardan en llegar a Obregón o Guaymas, donde están los hospitales, para atenderse. Se ha vivido una emergencia de la cual, las mismas personas yaquis se han organizado para llevar a las personas en ambulancias.
Las mamás de los alumnos que no asisten por cualquier motivo a la primaria Capitán Gabriel Zapajiza, en el pueblo yaqui de Huiribis, recogen los trabajos en la escuela. Van cada tercer día, describe la maestra Pilar.
“Cada grupo que tenemos lo dividimos en otros dos grupos. Por ejemplo, el día lunes atendemos con apellidos que inician de la A a la L; y martes de la M a la Z. Los que van en lunes también son atendidos el Miércoles y los de Martes, el Jueves. Y ya el viernes se atienden a los más rezagados”, describe Pilar.
Algo similar pasa con los estudiantes en Oaxaca, con las maestras que regresaron a clases, en donde se implementó un proceso híbrido para regresar y van solamente algunos días a la escuela. Sin embargo, la maestra Érika Candelaria describe que los maestros que llevan a cabo el Plan para la Transformación de la Educación del Estado de Oaxaca tomaron otra decisión para acompañar a las propias comunidades.
La maestra Cande, como le dicen de cariño sus alumnos, es zapoteca del pueblo Loxicha, entre la costa y la sierra de Oaxaca. Actualmente también cumple un cargo de representación en el Comité Ejecutivo Sectorial, por eso mantiene comunicación con docentes de todo el estado, sobre todo en pueblos indígenas. Ha sido maestra unitaria de preescolar y primaria en la región Cañada.
“Como movimiento educativo en Oaxaca, hicimos un planteamiento de no regreso presencial, sino de dar continuidad al acompañamiento pedagógico, con reconocimiento de las situaciones de comunidades y barrios”, asegura en entrevista que estas son las acciones que se han tomado desde la sección 22 de la CNTE.
Describe que el proceso de aprendizaje y continuidad de los programas escalonados continúa, dependiendo de las condiciones en cada comunidad o barrio en cuestión. Así, si hay alto nivel de contagios cambia dependiendo de si no se registran casos de covid.
“Las maestras hacen procesos de aprendizaje presencial una o dos veces a la semana. Algunos más hacen trabajos cada 15 días en cada comunidad, dependiendo si hay contagios. En Oaxaca hay una diversidad de estrategias, todo planteado al Proyecto Estatal de Educación Alternativa (PTEO). Tenemos el sistema de acercamiento de las maestras y maestros en diversos niveles educativos. En las comunidades, donde los maestros están arraigados o viven en un pueblo cercano han habido más avances”, asegura.
Lo que falta sanar
Cuando María dejó de entregar sus tareas, Soledad, su maestra, se preocupó. Había estado en su grupo desde hace casi dos años y sabía que no era algo que María solía hacer. Empezó a buscarla para ver si algo había pasado y si la podía ayudar. “Y me dice ‘¿sabe qué, maestra? Es que yo digo que la vida para qué. No tiene caso que me esfuerce si todos nos vamos a morir’. Y así hablando, que ya no le importaba nada”, cuenta.
Soledad es maestra desde hace quince años en una comunidad a las afueras de Tehuacán, Puebla. Actualmente enseña sexto de primaria, aunque al grupo de María los tuvo en quinto y sexto, por eso los conocía mejor.
Como tantos maestros, Soledad tuvo que enfrentarse a las complicaciones que trajo la educación en línea, entre ellas una que nadie anticipó; el daño emocional que tuvo el aislamiento y la pandemia en niñas y niños.
La experiencia de Soledad no es la única, Georgina, quien es maestra de primaria en una escuela particular en Puebla, vivió cosas parecidas. Un día, al final de una clase, una de sus alumnas, de tan sólo 9 años, le pidió quedarse en Zoom para hablar con ella. Sólo diciendo sí o no y escribiendo, para que no la oyeran, expresó que todos en casa se peleaban mucho.
“Todo aquí está muy feo”, escribió en el chat. Manuel, quien es psicólogo en la misma escuela me comenta que él vio casos de niños que estaban desarrollando síntomas de neurosis, y es que no habían salido ni a la tienda en meses. “Jalarse el cabello, morderse las uñas, arrancarse pedazos de piel, ese tipo de síntomas”, dice en una llamada telefónica.
El 2020 fue un año difícil para casi todo el mundo; los cientos de miles de muertos y el estrés económico, entre otras cosas, dispararon los casos de depresión y ansiedad y eso también afectó a niños, niñas y adolescentes. De acuerdo con la UNESCO, los cierres de las escuelas y la pandemia en general tuvieron como repercusión un aumento importante de estos casos en menores de edad adolescentes. En México, un estudio realizado por UNICEF en conjunto con EQUIDE encontró que alrededor del 34% de las personas de entre cero y 17 años tenían síntomas de ansiedad severa en mayo y julio de 2020. Además, los suicidios de personas de entre 10 y 14 años aumentaron 37% de 2019 a 2020 según el INEGI.
La escuela es más que una escuela
Durante 2020, el colectivo en el que trabaja Leslie Serna, de Mujeres Unidas por la Educación, realizó una serie de encuestas con las que pudieron constatar los sentimientos de ansiedad y depresión que niños y adolescentes tuvieron durante la pandemia. En esos trabajos encontraron, por ejemplo, que los niños más grandes y adolescentes eran quienes tenían sentimientos de ansiedad y soledad muy fuertes sobre todo al inicio de la pandemia.
“Es normal, cuando ya eres adolescente lo que quieres es estar con tus amigos, lo que menos quieres es estar encerrado con tu papá y tu mamá. Están desarrollando autonomía”, apunta.
Alicia trabaja con niños de preescolar, de cuatro o cinco años, y dice que ella también vio esos cambios en sus alumnos.
“Algunos lo manifiestan durmiendo, otros siendo agresivos. También lo expresan, dicen: ‘No, maestra, yo ya no quiero estar en mi casa, mi mamá no quiere jugar conmigo’. O ‘mi abuelo está enfermo y nos encierran en otro cuarto’. O ‘mi mamá me regañó’ y les pregunto por qué y dicen ‘no, pues me salí del cuarto porque yo ya no quiero estar encerrado, ya no quiero ver la televisión’”, cuenta.
Algunas maestras se percataron de que el formato en línea llevaba a sus alumnos a sentirse menos motivados e interesados en estudiar. Isabel, quien también es profesora en la Universidad Pedagógica Nacional, dice que muchas veces la desmotivación de sus alumnos estuvo ligada a que no tenían los medios para trabajar. “Yo sí pude detectar su desmotivación cuando no podían subir la tarea, por no tener internet o porque se les acabaron los datos. Tenía alumnos que me decían ‘es que no tengo computadora, maestra’. Y ya uno tiene que ver cómo flexibilizarse, ver cómo más se puede trabajar porque se trata de apoyarlos”, dice.
La educación en línea; una ventana a lo que ocurre en casa
Manuel comenta que, contrario a lo esperado, la educación en línea les permitió entender con más profundidad las dinámicas que existen al interior de los hogares.
“Antes sólo veíamos a los niños en la escuela, pero ahora los vemos en sus casas por la pantalla. El Zoom se vuelve una ventana a lo que está pasando adentro de casa”, dice. Tanto él como Georgina fueron testigos, durante este año y medio, de la violencia doméstica que vivían los niños. “A veces yo estaba dando clase y veía que un niño le daban sapes conmigo viendo”.
Manuel dice que tuvieron que intervenir más de una vez en casos de violencia familiar. Y es que con las escuelas cerradas, los niños tampoco tenían alguna salida.
Tania Ramírez, quien es directora de la Red por los derechos de la infancia en México, apunta que la escuela muchas veces es un espacio de protección para los niños; un espacio que perdieron durante muchos meses. Para muchos niños, la escuela es el único espacio en el que conviven con gente fuera del núcleo familiar y pueden pedir ayuda.
“La escuela representa mucho más que el lugar donde tomas clases. Para algunos, era el único espacio en el que podían tener una comida completa al día, también un espacio que les permitía no trabajar o mantenerse lejos de redes de reclutamiento o enganche”.
Sobre esto mismo, Aridaí Barrera, quien es psicóloga, maestra y mamá de dos niños pequeños, también apunta:
“La escuela es un lugar valioso para la vida. No hablo solamente de un lugar que nos deje libres para descansar a los papás, hablo de un lugar donde los niños construyen identidad, a partir de diferenciarse de otros, de diferenciarse de los maestros”.
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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página:
El rezago en el regreso a clases: los costos de más de un año de encierro