#LaHilandera
Por Rosario Ramírez / @la_hilandera
Era martes y estaba en el que era mi cubículo del centro en el que laboraba. Tenía pocas semanas de haber llegado a Guadalajara después de pasar más de 5 años en la CDMX. Mientras viví allá me tocaron varios temblores, ciertamente no los más fuertes de esos periodos, pero sí más de uno que me puso bastante nerviosa. Ese día hacía planes para mi trabajo de campo, al tiempo que me prometía tomarme en serio y no distraerme con idas y venidas entre ciudades, actividad que en otro momento, al llevar una relación profundamente desigual, no sólo me había cansado mucho, sino que me limitaba en múltiples sentidos.
Pasaban de la una de la tarde y recién un par de horas antes había ocurrido el macrosimulacro de cada 19 de septiembre.
Mi abuela decía que sabía cuando iba a temblar porque le dolía la cabeza, y ese día yo traía una punzada, de pronto un mareo, y entonces una notificación de twitter: suena la alerta sísmica! sismo de 7.1 y agarré el teléfono: “No te muevas de ahí, se puso feo”, le dije. “Hay una cámara que mira hacia los techos de las casas y edificios, hay humo, parece que hay un edificio en llamas, hay varios puntos con polvaredas, seguramente algo se cayó. Por favor no te muevas de ahí, espera al menos un rato”.
Mi interlocutor estaba aún fuera del edificio de su lugar de trabajo y yo escuchaba voces. Nos preocupó el perro que estaba solo en casa ¿cómo estaba el departamento? ¿Cómo estaba la familia? Rápidamente se enviaron mensajes a familiares y amigxs varios. Todxs “bien”, a salvo, muchos aún lejos de casa, porque si algo tiene la CDMX es que no cualquiera tiene el privilegio de vivir cerca de su sitio de trabajo, y aún estándolo, el tráfico no da tregua y esta vez no sería diferente.
Post, muchos post y de pronto ayuda, se necesitaba ayuda urgente aquí y allá. Corrieron las horas, todavía no sabía de mi casa. El edificio de avenida Ámsterdam y Laredo se cayó, ese edificio que tanto me gustaba ver en los paseos de la tarde, ese mismo donde una vez imaginé vivir ya no existía y tenía personas atrapadas. Obregón 286 era noticia, el Rébsamen también, y así muchos otros espacios.
Empezó a correr la información y la ayuda. Estar lejos en un momento así y sujeta a la cobertura de las noticias, a los fallos de las redes de telefonía y la voluntad del contacto, fue terrible. Después de un rato supe que el departamento estaba cuarteado, que el perro estaba a salvo, que había cosas rotas en la casa y que el edificio tenía -quizá- una columna comprometida y que lxs vecinos estarían alerta por las famosas cuadrillas que harían la revisión de las estructuras. Aquel edificio había aguantado al menos dos terremotos ¿pero un tercero? Esa noche no se durmió ni aquí ni allá. El auto fue el espacio seguro ante una posible réplica y una inminente emergencia.
Recuerdo vívidamente el camino del aeropuerto a Copilco, recuerdo las ambulancias, las paredes cuarteadas, los cristales aún en el suelo de una de las habitaciones y el miedo y desconcierto en la mirada de la vecina que me fue a contar que su departamento, cuatro pisos abajo, estaba casi destruido. El pánico de la alerta estaba latente, las noticias no paraban, varios amigos y amigas se habían quedado sin casa, y otros amigxs y conocidos ya habían movilizado sus herramientas de trabajo para documentar las luchas y las búsquedas en Chimalpopoca y Bolívar y ayudar en las labores de búsqueda en otros edificios con micrófonos y lo que sirviera para encontrar a alguien más con vida. Los silencios rotos mientras los puños estaban arriba eran esperanza pura.
No olvidaré aquellas zonas que me resultaban tan familiares convertidas en centros de ayuda, las cuadrillas de expertos viendo la manera menos invasiva de demoler un edificio que por fuera parecía intacto y por dentro estaba literalmente sostenido por palitos. Cuando tuve oportunidad fui a dejar mis oraciones a los altares del centro y del camellón de Ámsterdam, vi de lejos el edificio roto de la calle Sonora y agradecí con lágrimas a la tlapalería de Materiales del Parque que donó montones de cosas para la búsqueda de personas.
La tranquilidad no volvió pronto, y así como los momentos de crisis revelan lo mejor de las personas, también son capaces de sacar lo peor. Y en esta experiencia hubo ambas. Si bien lo que recuerdo y lo vivido no fue una de las historias tremendas que se fueron conociendo con el tiempo, porque por fortuna no perdí a nadie ese día, creo que el 19 de septiembre de 2017 nos rompió algo a todxs, y cada uno le puso nombre a eso que se movió al compás de la tierra.