Oxímoron
Por Andy Hernández Camacho/ @andybrauni
Parece que fue en otra vida…pero en 2019 empezaron las noticias sobre algo llamado coronavirus y sus impactos en un país lejano: China. Entonces la enfermedad se percibía fuera de nuestra realidad, algo que “no nos iba a tocar”. Pasó el tiempo y el COVID-19 llegó a México, y con él un sinnúmero de afectaciones que han resultado en la transformación de las dinámicas comunitarias y familiares.
El inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia incrementó la carga de trabajo de las cuidadoras y cuidadores de personas dependientes: niñes, personas adultas mayores, personas de la diversidad funcional etc. Esta situación no parece importarle al Estado ni a la sociedad que históricamente han asumido que las familias tenemos que hacernos cargo de aquellos que requieren de apoyo y asistencia constante. Lo hacemos, y con mucho amor, pero olvidan que también nos cansamos, necesitamos ayuda, capacitación y tiempo libre.
El aislamiento implicó la suspensión de clases, actividades recreativas, consultas médicas no indispensables y visitas. También implicó la pérdida de cientos de miles de empleos, la reducción de salarios, la escasez de medicamentos e insumos médicos y la precarización de muchas familias. Para quienes además se enfrentan a labores de cuidado, el tiempo libre es un sueño lejano y el agotamiento y la preocupación, realidades cada vez más presentes.
Desde distintos movimientos sociales he escuchado que es incorrecto asumirnos como “cuidador@s”, ya que eso demerita la labor que hacemos, reduce y reproduce el modelo asistencialista para la atención a personas que por distintas razones dependen de otres. Pero, ¿de qué otra manera podemos visibilizar el trabajo que hacemos?
En México, dar y recibir cuidados no está reconocido como un derecho. La mayoría de las personas que se dedican a esta labor, no reciben salario, no tienen prestaciones laborales, no se les capacita y no se les garantiza el derecho a la salud física, mental y emocional. La crianza misma, ejercer labor de cuidados con personas de la diversidad funcional, personas adultas mayores, enferm@s crónicos, y otras personas en condición de dependencia es un trabajo, y como tal debe ser reconocido por el Estado. En el Legislativo, se han presentado varias iniciativas para modificar al Artículo 4° constitucional y reconocer el derecho a cuidar y ser cuidado.
Durante esta pandemia he escuchado y sido testigo de las historias de muchas mujeres; historias de lucha, amor y compromiso con el cuidado y el bienestar de la o las personas bajo su cargo, también historias de agotamiento, preocupación, estrés, angustia y desesperación. Preocupa la enfermedad, contagiarse, la convalecencia y la muerte que ronda como fantasma. Preocupa el dinero, la manutención de la casa, y el encarecimiento de los productos indispensables para la subsistencia. Preocupa no saber qué pasará con los niños, niñas y adolescentes las secuelas emocionales del aislamiento y ahora también el inminente regreso a las aulas, todo en torno a eso que nombramos “nueva normalidad”.
Pero quizá nuestro mayor miedo en estos tiempos sea quién se ocupará de nuestro hijo, hija, hermano, hermana, nieto o nieta si nos enfermamos y ya no estamos. La preocupación sin duda sería menor si el Estado asumiera su responsabilidad con la niñez y con nosotras.
A pesar de lo afirmado por el presidente, el secretario de salud y el funcionariado encargado del manejo de la epidemia, durante esta crisis no se ha garantizado el ejercicio de derechos fundamentales como la salud, la educación y el derecho a la información. En realidad, nunca han existido políticas de atención que realmente dignifiquen y contribuyan a la inclusión de quienes cuidamos y sostenemos la vida.
Evaluar o medir el impacto de la pandemia en la vida de las cuidadoras y cuidadores es una labor compleja, y desde nuestras trincheras nos toca seguir luchando hasta que en México se garantice el derecho a cuidar y ser cuidado con dignidad. Estamos viviendo una situación sin precedentes. Los cuidadores encabezamos una verdadera revolución porque entre la incertidumbre del retorno a “la normalidad”, a lo que no debemos permitirnos regresar es a invisibilizar que eso que muchos llaman amor, también es trabajo.