Por Dejar de Chingar / @Dejadechingar
El baño es uno de los lugares donde la intimidad cobra un verdadero significado personal. Sentarse en el baño a excretar, tal vez checar nuestro celular o leer un rato y salir algo más ligeros y frescos a seguir con nuestra cotidianidad es una de las actividades más comunes que podemos hacer.
Quizás no querías iniciar la lectura de esta columna con la imagen en la cabeza de un baño usado, pero esta vez queremos remitirte a esa imagen para hacerte pensar: ¿cuándo fue la última vez que te preocupaste de la higiene del baño después de que lo usaste?, ¿cuántas veces lo limpias en la semana o en el día?
Lavar el baño es, posiblemente, una de las actividades de higiene del hogar que menos se quiere hacer y, al mismo tiempo, una de las más indispensables. Para muchos hombres, tomar un cepillo con algún líquido limpiador y meter la mano en el excusado implica un reto mucho mayor que tomar una escoba y pasarla por el suelo de la casa. Sin embargo, alguien tiene que hacerlo, ¿y quién lo hace? Si compartes tu casa con alguna mujer, existen muchas probabilidades de que sea ella.
En efecto, conforme a las estadísticas del INEGI, del tiempo total dedicado por las mexicanas y mexicanos a las labores domésticas no remuneradas, tres cuartas partes (74.8%) fue realizado por mujeres. Además, el trabajo que hacemos los hombres en nuestras casas se podría cuantificar en $24,289 pesos mexicanos anuales por persona, mientras que el de las mujeres equivaldría a $62,288.
Por otro lado, el trabajo doméstico remunerado en México también es realizado en su mayoría por mujeres —88%, de acuerdo con el INEGI—. Las personas que lo desempeñan tiene un ingreso promedio de 3 mil 300 pesos mensuales y el 70% no tienen prestaciones por el mismo. ¿Tú empleas a alguien para realizar este trabajo?, ¿le pagas justamente y le otorgas prestaciones? Aquí puedes tener orientación al respecto.
En un mundo ideal, el tiempo invertido para cuidar la casa y a la familia estaría equilibrado entre todas las personas de un hogar en tanto sus capacidades lo permitan, sin importar su género. Como se ve, la responsabilidad de lavar el baño no solo implica una cuestión de higiene sino de convivencia y de división equitativa del trabajo doméstico no pagado.
Esta carga desigual del trabajo de cuidado implica un privilegio del que los hombres debemos ser conscientes: el tiempo extra que se nos otorga al deslindarnos de las actividades hogareñas y de la carga mental lo podemos invertir en otras actividades más placenteras o con mayor reconocimiento social, del cual las mujeres no gozan en todos los casos o lo hacen en menor medida que nosotros. Esta es la división patriarcal del trabajo.
La antropóloga Almudena Hernando, en su libro La fantasía de la individualidad, explica cómo esta división y la consecuente ligadura de la mujer hacia la casa y los hijos e hijas disminuye su individualidad, su movilidad y su autonomía, mismas que son asumidas activamente por el varón, dejando a la mujer a cargo de las relaciones y los cuidados.
Alguien realiza el trabajo doméstico, pero suele estar invisibilizado: el baño no se lava solo, ni la ropa desaparece mágicamente del suelo donde la dejamos tirada, la comida que se echa a perder en el refrigerador no implota, el moho del baño no camina hacia el desagüe, los platos limpios no son infinitos, la alacena no se surte sola y la comida no se cocina espontáneamente.
En fin, existen una cantidad increíble de pequeñas cosas que a los hombres pareciera no importarnos o que preferimos pasar por alto en nuestras casas. Asumimos que alguna otra mano lo hará. Lo más seguro es que esa mano será la de una mujer cuyo trabajo no es reconocido, ni pagado, ni equitativo en inversión de tiempo al nuestro y que, sin embargo, quizá lo realiza con el mismo desagrado, asco, pesar o desgano con que lo haríamos nosotros.
¿Qué trabajo doméstico realizas y cuáles nunca has hecho? Ahí hay un gran campo para insertar algo de justicia en nuestras relaciones. Aunque, siendo sinceros, tampoco es el logro del siglo, es una base mínima que cualquier adulto autónomo debería poder hacer. Es un acto de corresponsabilidad, no de caridad. Si el baño lo ensuciamos todos y todas, lo lavamos todos y todas. No es amor, es higiene.
Ciertamente, las desigualdades de género son muchas y algunas urgen más que otras, pero incluso estos actos pequeños suman a una mayor equidad entre hombres y mujeres. La lucha por un mundo con menos violencia machista pasa tanto por asegurar salarios justos a las mujeres y erradicar la violencia sexual, como por ponernos en cuclillas y tallar la taza del baño.
Pro tip: Ponte guantes.
Pro tip 2: Acá una guía para el reparto igualitario del trabajo doméstico: Eso que llaman amor es trabajo no pago.
Te seguimos invitando a unirte a las sesiones abiertas de Dejar de Chingar, algunos sábados por la tarde. Realizamos reflexiones y actividades para trabajar sobre nuestras violencias machistas. Contáctanos en nuestras redes: