Manos Libres
Por Francisco Macías Medina / @pacommedina
Desde su fundación, la ciudad de Guadalajara siempre se ha caracterizado por sus relaciones complejas que muchos afirman ha sido un constante ir y venir en el campo de la igualdad y la no discriminación.
En el pasado, una de las luchas era entre la anulación de algunas identidades como fue el caso de los pueblos originarios que debieron asentarse en sus propios barrios, mientras que los peninsulares permanecieron en el centro político y cultural con el derecho de explotar el trabajo de los primeros.
Aún así la historia ejemplar de la resistencia del Pueblo Coca de Mezcala, hoy por cierto revitalizada por sus pobladores, nos envía mensajes actuales sobre la forma de redefinir la palabra dignidad.
A finales de los años ochenta, se dio otra lucha entre la comunidad LGBTTTIQ+ con el entonces presidente Municipal de Guadalajara, Gabriel Covarrubias Ibarra, quien se negó a autorizar la celebración de un congreso sobre temas de diversidad. Con el paso del tiempo, el esfuerzo informativo y de protesta de esta comunidad, evidenció la sin razón de las autoridades, ya que al movimiento de diversidad le debemos en mucho la apertura de esta sociedad contradictoria.
En años recientes se desató un debate mediático sobre la existencia de los denominados falsos migrantes en calles y avenidas de la ciudad, lo que originó hasta la construcción de un extraño y excesivo mapeo de su ubicación. Al cuestionarle del asunto al P. Alejandro Solalinde – entonces reconocido por su lucha en favor de las personas migrantes- cuestionó a su entrevistador: ¿son pobres?, ¿no?, entonces deben de ser dignos de apoyo como cualquier persona por parte de la comunidad. Argumento con el cual se disiparon los nubarrones discriminatorios de la ciudad.
A esas historias, hay que sumar los hechos denunciados el pasado 9 de agosto, por FM4 Paso Libre, organización que ofrece acompañamiento y apoyo a la población migrante en tránsito por la ciudad, hizo público que un grupo de influencers realizó la transmisión de un video cuyo objetivo era la burla, denigración y el abuso de una persona en condición de migración como una forma de colocarse en las redes.
La organización reprobó el hecho y aclaró que no era la primera vez que ocurrían estas manifestaciones que reflejan el profundo clasismo que se vive en la ciudad.
Lo ocurrido tiene que abrir la puerta a la reflexión porque muestra el desprecio a la condición humana de personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad y la utilización de espacios de “micropoder” en las redes para transformarlos en instrumentos de violencia, que en un futuro pudieran ser utilizados como pretextos para la comisión de graves violaciones a los derechos humanos.
No se trata de un incidente aislado sino de un examen reprobado sobre las condiciones que ofrecemos como sociedad en cuento a la igualdad y la debida hospitalidad.
Es un buen momento para refrendar la característica de dignidad contenida en los derechos humanos, “ya que constituye el valor de cada persona, el respeto mínimo de su condición de ser humano, lo cual impide que su vida o su integridad sea sustituida por otro valor social” (Documenta AC)
Dejar hacer o pasar, tolerar y dar likes a este tipo de aberrantes formas de comunicación violenta, es construir una sociedad en donde solo prevalezcan visiones únicas y homogéneas de personas cuya experiencia sobre la diferencia son mínimas.
Afortunadamente, una vez más hay personas, organizaciones civiles y medios de comunicación, que reprueban lo ocurrido y nos lanzan a cambiar la historia de la discriminación en la ciudad, por una en donde la solidaridad y la importancia de las otras personas prevalezcan.