La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Hace apenas unos días se estrenó en Netflix Somos., una miniserie que tiene como tema central uno de los hechos más negros de la historia reciente del país: la hoy conocida como masacre de Allende, Coahuila, ocurrida en 2011 y que no fue noticia sino hasta tres años después.
Grosso modo, los hechos, hoy de dominio público, ocurrieron más o menos así: con la zona controlada por los Zetas y convertida en escondite de los hermanos Miguel Ángel y Omar Treviño Morales —alias Z40 y Z42, respectivamente—, un operativo de la DEA —la agencia antidrogas de Estados Unidos— es descubierto por una filtración desde México. Al saberse delatados, los líderes del cártel más sanguinario de que se tenga registro en el país emprendieron una vendetta contra la población, en búsqueda del soplón. 10 años después el saldo es todavía incierto: las cifras oficiales registran casi 30 muertos, otra cifra la lleva a más de sesenta y la más escandalosa habla de 300 personas afectadas, entre muertos y desaparecidos.
La serie que se puede ver en Netflix es un intento por recrear los hechos que antecedieron a la masacre. Comienza con el comando de los Zetas llegando a la ciudad y luego hace un salto tres meses atrás para contarnos la historia de diferentes personajes cuyas vidas serán devastadas por el yugo zeta. Los hechos que recrea, y buena parte de los diálogos de los personajes, tienen como base el reportaje Anatomía de una masacre, firmado por Ginger Thompson y publicado por ProPública en alianza con National Geographic. El material intercala la narración de cómo el caso se fue de las manos de la DEA con testimonios de personas que vivieron de primera mano la masacre. Parte de esos testimonios pasaron intactos a los diálogos de los personajes.
Ahora bien, me parece que hay dos maneras de ver la serie de Netflix.
Como producto audiovisual, la producción escrita por James Schamus en colaboración con Fernanda Melchor y Monika Revilla es muy floja. Las actuaciones no se sostienen, lucen acartonadas en su mayoría o completamente anticlimáticas. Vamos, que cuando una pareja de jóvenes dice que va a bailar quebradita, no baila quebradita. Ni siquiera eso cuidó la producción.
En ese sentido, los únicos que considero que se salvan son Armando Silva, quien da vida a Héctor, uno de los delatores de los líderes zetas; Jesús Sida Domínguez, un actor amateur que encarna a Paquito, cuya historia sostiene buena parte de la poca tensión que alcanza la serie; y Mercedes Hernández, doña Chayo, una vendedora de hotdogs que deviene halcona al servicio de Héctor para cuidar a su familia. Y párenle de contar.
Entre las muchas cosas flojas que tiene la serie, que incluye unos cortes edición burdos en más de una ocasión, lo más lamentable son las escenas que transcurren en las oficinas de la DEA. El esfuerzo más o menos solvente para las locaciones de lo que ocurre en Allende se convierte en una caricatura cuando se trata de ir al cuartel de la DEA y ver las actuaciones de los agentes que, en teoría, deberían sostener buena parte del clímax de la serie, que queda volando y no se desmorona de puro milagro. El Diablo, el narcotraficante en Texas que delata a los líderes zetas junto con Héctor, es tan guango que luce patético. Mucho podrían haber aprendido de Gustavo Fring, el mandamás del tráfico de drogas en Breaking Bad, para dar vida a un capo que aparenta llevar una vida normal como civil. Pero no. El lado gringo de la serie parece sketch de Televisa.
Por la magnitud de los hechos que registra, la serie merecía mucho más.
Y aquí llego a la otra manera de ver la serie: como un valioso documento que busca sentar memoria sobre un hecho que pasó de largo durante mucho tiempo y que haríamos mal en olvidar. Y es que, a diferencia de otras producciones mexicanas que abordan el tema del crimen organizado, la impunidad y la corrupción, como pueden ser El infierno o La ley de Herodes, lo que hace terrible y devastador a Somos. es que se trata de un hecho verídico, con historias reales, con secuelas, con vidas arrebatadas.
Aunque no es un documental como tal —me imagino que aún ahora, diez años después, debe ser difícil que alguno de los sobrevivientes quiera hablar luego de haber sido testigo, directo o indirecto, de lo que pasó—, la magnitud de la historia y la investigación de donde abreva la serie le confieren a la producción el grado de imprescindible.
Más allá de los fallos que tiene como producto audiovisual, la valía de Somos. radica en la denuncia que hace. Ésta no se limita a los hechos de Allende, sino también al uso, también documentado, del penal de Piedras Negras como base de operaciones de los Zetas durante mucho tiempo, de la corrupción de las autoridades, de la impunidad del crimen organizado. Y es, también, una manera de contrarrestar uno de los principales males de la sociedad mexicana: la falta de memoria.
Si no hay justicia, que al menos no haya olvido.