Oxímoron
Por Andy Hernández Camacho/ @andybrauni
“Sin nosotras, no se mueve el mundo”. Este reclamo ha permeado los últimos 8 de marzo. Son palabras que nos convocan a un cambio sistémico que, con la crisis por COVID-19, se ha evidenciado más urgente que nunca. Cuando afirmamos que “si nosotras paramos, se para el mundo” estamos reclamando que se reconozca y valore este trabajo; dejar de mover el mundo solas; y, sobre todo, empezar a mover un mundo distinto donde el cuidado de la vida común esté en el centro.
Antes hay que aclarar, ¿de qué hablo cuando hablo de cuidados? Me refiero a lo que no ha podido parar mientras todo lo demás paraba; son los trabajos que reconstruyen la vida de todas las personas día a día. Incluyen, pero desbordan, la atención a la niñez. Son aquellos trabajos históricamente asociados a la casa, al ámbito de lo privado y, por ende, a las mujeres. Estos trabajos están repartidos entre nosotras de forma sumamente desigual; históricamente mal pagados o no pagados, sin derechos o con derechos de segunda; y que han sido siempre imprescindibles para sostener la vida en un sistema socioeconómico que lejos de reconocer y priorizar, explota la vida para el beneficio privado de unos pocos.
La crisis vital evidenciada por la crisis sanitaria hunde sus raíces en el actual modelo socioeconómico que se vive insostenible y frágil, y que parece ignorar que está sostenido por una cara B de cuidados injustamente repartidos. Necesitamos un “ajuste estructural” para poner el sistema socioeconómico al servicio de la vida. Y aquí los cuidados pueden actuar como política faro, para guiar la transición, porque proporcionan una mirada privilegiada al sistema de abajo hacia arriba, viendo más agudamente y con antelación lo que cuesta desentrañar al mirar desde los mercados. Y pueden actuar como política palanca, porque son la base de todo lo demás: cambiando la base, modificamos el conjunto.
Los cuidados pueden guiar un proceso hacia otras formas de transitar su reorganización sustituyendo la lógica de lo público-privado por una lógica de lo público-social-comunitario, en la que lo público no se desresponsabilice pero tampoco ahogue o se apropie de los procesos comunitarios.
Para lograr ese ajuste hay que cambiar las lógicas patriarcales y mercantiles: por ejemplo, debemos empujar hacia una economía solidaria que gestione los recursos necesarios para el cuidado de la vida colectiva. Necesitamos también una política laboral (en todos los ámbitos) que deje de pensar a las personas como sujetos sin responsabilidad ni necesidad de cuidar y ser cuidades. Ya que, aunque la mayoría de las labores de cuidado suceden principalmente en la esfera privada, su importancia trasciende este ámbito.
Además, una política de cuidados requiere políticas específicas para materializar un derecho universal a cuidados dignos, especialmente en las situaciones de vida donde la vulnerabilidad es mayor. Esto ha de hacerse garantizando la protección de las personas que ejercemos el trabajo de crianza y cuidadospara avanzar hacia lo comunitario.
Habitamos un mundo en transición ecosocial; un mundo que está cambiando lo queramos o no y de este futuro debemos hacernos responsables. Una apuesta firme y radical por una política de cuidados puede y debe jugar un papel clave en este momento. Desde la inteligencia colectiva, la que tantas veces no queda atrapada en títulos formales; y desde el debate radicalmente empático, construyamos una política de cuidados que combine los conocidos y rancios mecanismos del “estado del bienestar” con otros instrumentos que actualmente están en los márgenes o ni siquiera existen, para reivindicar la idea de bienestar por una que construya verdaderamente el bien común. Con estos hilos diversos, construyamos acciones colectivas que propicien corresponsabilidad colectiva de los cuidados y donde la sociedad y el Estado estén plenamente involucrados.
Quizás entonces podamos dejar de pensar la maternidad y la crianza como “cosas de madres” y asumirlas como responsabilidades colectivas.