Arcelia Paz es voluntaria en uno de los centros de vacunación COVID-19 en Guadalajara. La muerte de su papá por la misma enfermedad y la actitud de servicio que su familia le inculcó, asegura, la han animado a participar en el trabajo y a decirle a los demás “si puedes ¡vacúnate!” siempre que tiene la oportunidad.
Aunque no la llaman “doctora” como a las demás personas que usan bata blanca, ha usado sus conocimientos y su posgrado como Doctora en Antropología para observar la solidaridad, el miedo y la desigualdad a la que se enfrentan las personas que acuden al centro de vacunación en el que es voluntaria.
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Por Ximena Torres / @ximena_tra
Fotografía de portada Gobierno de Jalisco
Junio, además de ser el mes del orgullo LGBTTTIQ+, para Arcelia Paz fue un mes de acompañar, traducir, tranquilizar y contar minutos. Fueron las primeras semanas en las que fue voluntaria en el centro de vacunación contra el COVID-19 ubicado en el Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingenierías (CUCEI) de Guadalajara.
Después de que su papá murió de COVID en abril y de que ella misma fue vacunada, no pensó dos veces en apuntarse al trabajo, considerando que la experiencia de su familia y su participación impulsarían a más personas a vacunarse.
En el camino se ha encontrado con la solidaridad de mucha la gente, pero también con los miedos que ha provocado la desinformación, y con la realidad desigual a la que se enfrentan las personas en Jalisco.
Arcelia Paz, Doctora en Antropología y voluntaria en el centro de vacunación contra la COVID-19. Fotografía cortesía
La actitud de servicio y su papá
La disposición que Arcelia siempre ha tenido para ayudar, la sacó de su familia. En la casa en la que creció en Ensenada, Baja California le enseñaron a poner por delante la actitud de servicio, que entonces, se practicaba desde las creencias evangélicas, aunque ahora Arcelia no profese ninguna religión.
“Seguramente tienes más que otros ¿qué puedes hacer tú?”, le decía su mamá. Por eso desde niña y hasta ahora participa en actividades de voluntariado. Incluso, reconoce, esta forma de involucrarse en los asuntos comunitarios, de alguna manera es “un privilegio”, porque dice que tiene el tiempo y los recursos para hacerlo.
Ahora que vive en Guadalajara y es Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología, a Arcelia, como a todos, el COVID-19 la encerró en su casa hace más de un año y enfermó a su papá en diciembre del 2020.
Ese hombre mayor que trabajaba en el campo de Baja California no pudo quedarse en casa cuando muchos lo hicieron, porque los cultivos no esperan. Las semanas en las que su salud estuvo más grave sus hijos hicieron esfuerzos sobrehumanos para salvarlo, pero después de meses en cama, murió en abril de 2021.
Entonces, en la casa de Arcelia en Ensenada comenzó una “campaña de vacunación sin inyecciones”, más bien de divulgación del lema: “Si puedes ¡Vacúnate!”. Su papá solo alcanzó a ponerse la primera dosis y de manera simbólica, porque ya estaba enfermo. Entonces no tardó en llegar la duda de qué hubiera pasado si hubiera tenido el esquema completo cuando se contagió.
Cuando Arcelia regresó a Guadalajara le tocó vacunarse entre el personal de salud del sector privado, ya que ella es Licenciada en Psicología. Desde que se registró sintió mucho desconcierto porque en su trabajo no da consulta a pacientes y porque las personas de 35 años, como ella, todavía tienen que esperar varias semanas para que les toque ir a los centros de vacunación. Sentía que no era su tiempo.
Sabía que la forma en la que resolviera su dilema no tendría un grandísimo impacto para la sociedad, pero en su vida sí representaría una gran diferencia. Vacunarse significó dar un poquito de tranquilidad a las mujeres de su familia. Justo esa fue una de las razones por las que su espíritu participativo resurgió y se registró en línea para ser parte de los y las voluntarias del CUCEI, que el Gobierno de Jalisco solicita desde mayo.
“No sentía que le hubiera quitado el lugar a alguien. Sí pensaba, que buena onda que ya me tocó más rápido, pero ahora cómo le hago para regresar ese servicio” cuenta Arcelia.
Al principio le provocó un poco de ansiedad volver a estar rodeada de tanta gente, pero una vez empezado el trabajo sintió que las medidas sanitarias del centro eran suficientes para estar segura. Además, la posibilidad de impulsar a otras personas a vacunarse, a través de la historia de su papá o de ofrecerles una mejor experiencia, la animó.
Recuerda que su mamá le confesó que, antes de que su papá enfermara, ella no pensaba vacunarse. Luego, fue testiga de las complicaciones y la severidad del COVID y cambió de parecer. Prefirió apostar por la solución líquida que parece ser la mayor esperanza ante la pandemia.
“Me explota la cabeza de pensar que hay gente que puede enfermarse y se niega a la vacuna. Si yo puedo usar el ejemplo de mí papá, de mi familia, de lo que hemos vivido, para que un abuelito en alguna parte diga ‘sí me pongo la vacuna’, lo quiero hacer. Yo sé que eso no va a hacer la diferencia en términos de cifras, datos y muertes, pero casi siempre funciona más la personalización de las historias. Esto de ponerle una carita” dice la protagonista de esta historia.
Otro “tipo” de doctora
El primer día que fue al CUCEI, a inicios del mes de junio, llegó sin tener idea de qué hacer. De hecho, parecía que el personal del centro de vacunación tampoco tenía un itinerario con actividades por horario para ella. Después de que la mandaron con una y otra y otra persona, todas ocupadas en sus tareas, encontró a la indicada.
“Le dije que venía de voluntaria y me dijo que cubriera a una de las personas que estaba ahí que no había desayunado. Después me dice ‘estas personas entraron a las 11 y tiene que estar aquí diez minutos’, pero me lo dijo así nomás. Nadie me explicó qué onda, nadie me dijo tu rol es este. Fue como de, okey, ya estamos” recuerda Arcelia.
A ella no la llamaban con un “¡Doctora!” como a las demás personas con bata blanca, pero fueron justo sus habilidades etnográficas y de observación como doctora en antropología, las que le dieron pistas para saber qué hacer.
Oficialmente le asignaron ingresar a las personas al lugar donde se aplican las vacunas, darles instrucciones para llenar su hoja de registro y contar el tiempo que aguardan en observación en la espera de cualquier reacción secundaria; sin embargo, en las esperas se dio cuenta de otras cosas.
Se sorprendió por el número de personas con discapacidades motrices, intelectuales y visuales que fueron a vacunarse. Pensó que usualmente no ve esa cantidad de gente en la calle. Al dimensionar su presencia en la ciudad le surgieron otras dudas sobre la manera en la que habitan el espacio público y que tan incluyente es para ellos y ellas.
Algunos de los y las acompañantes de las personas con discapacidad le confesaron que esperaban una experiencia peor de la que tuvieron. Que, como usualmente les pasa, no supieran qué hacer para atenderlos, los minimizaran o les negaran sus derechos.
“Me acuerdo de un señor con síndrome de Down que iba con su sobrina. La morra estaba muy agradecida de que los hubiéramos tratado muy amables. Pero cómo no los vamos a tratar amables, ¿por qué habríamos de hacerlo menos si es un ciudadano más que necesita atención y la vacuna?” platica Arcelia.
Las semanas que estuvo como voluntaria le tocó atender a quienes tienen 50 y más años, mujeres embarazadas y adultos mayores rezagados. Resaltan en su memoria las personas que no podían llenar sus hojas de registro porque no sabían leer ni escribir. Ahora sabe identificar cuando alguien necesita ayuda casi sin que se lo digan: las personas levantan la mirada nerviosa y le acercan el papel y la pluma.
“Es un espacio para dimensionar que no todos partimos del mismo punto, que no venimos de una sociedad igualitaria en el sentido de que nuestros puntos de partida son distintos”.
De manera extraoficial a Arcelia también le tocó dar contención emocional, acompañar, traducir y, sobre todo, ser paciente, como a todos los y las demás del personal.
El proceso de vacunación contra la COVID-19 es una situación nueva, extraña, que ha llegado después de tiempos difíciles, repletos de información falsa. Entiende que a algunas personas se les complique escribir la fecha o que tengan miedo de lo que les pueda suceder al pincharse.
“Todos ejercitamos el músculo de la paciencia. Porque era como de, esta persona está asustada. A lo mejor un chingo de cadenas de WhatsApp le dijeron que se iba a morir. Que el chip, que el 5G, que se va a volver magnética. Nunca hubo una burla, nunca desestimaron el miedo de la gente” dice ella.
Más allá de los malestares físicos reconoció que la gente a veces solo quería hablar. Entonces, durante el tiempo de espera les preguntaba “¿qué pasa?”, les escuchaba, explicaba cómo le había ido a ella cuando se vacunó y trataba de contestar preguntas.
Siempre sintió el ambiente de solidaridad y cooperación, incluso entre las y los vacunadas cuando se prestaban la pluma o respondían sus dudas. Cuando a Arcelia le agradecieron por ser amable, se cuestionó cuál es la actitud que las personas están acostumbradas a recibir en los servicios de salud mexicanos.
“He notado que cuando entran paniqueados, a partir de cómo ven la mecánica y el trato, al terminan ya preguntan si pueden llevar a sus familiares porque estaban muy nerviosos, pero sí quieren. Se calman a través de su experiencia. Y la experiencia positiva se transforma en más personas interesadas en ir a vacunarse. Entonces si haber sido amable hace que se vacune la mamá de alguien más, con eso” cuenta la voluntaria.
Fotografía Gobierno de Jalisco
Más información, más calma
A pesar de todo, hasta Arcelia se sintió limitada para dar las certezas que las personas necesitaban en varias ocasiones. Igual que las y los médicos y enfermeros, que no podían asegurar a las personas qué día les tocaría la segunda dosis, ni dónde.
Lo más difícil fue atender a las personas que se pusieron la primera dosis en Estados Unidos y deseaban recibir la segunda en el centro de vacunación de Guadalajara, porque no existe un sistema para registrar esos casos. Lo mismo con las mujeres embarazas que, para segunda inyección, ya habrán dado a luz.
La única solución que podían darles era que revisaran constantemente las redes sociales de la Secretaría de Salud, en donde se publica la mayoría de la información. Lo que hace falta, desde la perspectiva de Arcelia, es que a más personas les asignen el trabajo de contestar las miles de preguntas que se comentan en las publicaciones.
En las próximas semanas Arcelia Paz, seguirá como voluntaria en el centro de vacunación del CUCEI, porque dice que todavía queda un largo camino por recorrer. Igual con los cuidados, como usar cubrebocas y no salir más de lo necesario, aunque ya esté vacunada.
“Si alguien necesita ayuda y nosotros podemos hacerlo, como especialistas en salud, académicos, personas que tuvimos la fortuna de ya vacunarnos, acceder a la educación y a la información, no es un servicio, es lo mínimo que nos toca. No tienes que ser un super héroe ni nada”.
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