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El Chaco Paraguayo es un tesoro acechado. Amplias tierras pobladas en algunas partes por comunidades indígenas, en otras por empresas del agronegocio, donde la deforestación avanza como la violencia, a pasos agigantados, y las paz se negocia con promesas. La última: eucaliptus. Árboles que ofrecen unos pesos pero consumen mucha agua en un lugar donde no abunda. Un estado ausente, una fundación, líderes indígenas y asesinatos: en esta crónica, voces que se alzan para que no se seque el monte y se empiece a sembrar justicia
Texto Juliana Quintana / Bocado
Fotos: Mayeli Villalba
PARAGUAY.- Etaxat significa agua en el idioma qom. Pero para la comunidad Qom, un pueblo indígena que habita Sudamérica desde hace miles de años, hablar del agua es hacer memoria. Es una referencia espacial a los lugares recorridos y habitados desde tiempos ancestrales, es despertar a los que ya no están y escuchar sus voces, es vincularse con un reclamo político desoído.
La lideresa indígena Bernarda Pesoa está sentada en una silla de cables delante de su casa en el municipio de Benjamín Aceval, departamento de Presidente Hayes. Es la región Chaco paraguayo, a una hora en coche de la capital del país. El calor húmedo hace que brillen los pómulos de Bernarda y, cada tanto, ella espanta moscas con la mano. Se pone triste cuando rememora la invasión de su tierra el octubre pasado: la misma tierra de su mamá y ahora también de sus hijos.
Todo comenzó con una publicación en las redes sociales de Martín Burt, ex Intendente de la ciudad de Asunción por el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y fundador y director ejecutivo de la ONG Fundación Paraguaya. Promocionaba un proyecto con el objetivo de “eliminar la pobreza” a través de la plantación de eucalipto en el territorio Qom, en la compañía de Cerrito. Donde vive Bernarda.
El pueblo Qom que habita el Chaco paraguayo está compuesto por 620 familias de 8 comunidades y viven allí hace 37 años. Tienen un título de propiedad colectivo de 1.117 hectáreas y cualquier decisión que se tome sobre la tierra debe ser negociada entre ellos y ellas. De hecho, el Estatuto de Comunidades Indígenas prohíbe arrendar tierras indígenas y realizar actividades sin una consulta previa informada.
La propuesta de plantar eucaliptos no sólo dividió, también llegó a ser motivo de violencia. Porque de los 8 líderes de las comunidades, solo 2 firmaron el contrato con la Fundación Paraguaya en el que habilitan 20 hectáreas para el monocultivo. “Ellos no sabían que la tierra era compartida porque no hablaron con todos los líderes”, dice Bernarda y resalta que el proyecto solamente beneficiaría a 40 de las 620 familias, además de afectar a su pozo artesiano y a su cementerio.
Nilsa Recalde, otra lideresa, pero de la comunidad Rosarino, tiene una postura diferente. Considera que los liderazgos se dividen entre los “líderes políticos” y “líderes colectivos” y son los primeros quienes aprobaron la propuesta de eucaliptos. Iniciada ya la plantación, los Qom siguen divididos por esa causa.
En las tierras que ancestralmente habitan las y los Qom hay árboles nativos como el algarrobo, los labones y los palmares. El algarrobo, por ejemplo, es un árbol grande, de madera densa y dura, típico del Chaco paraguayo. Las ramas y las hojas hacen una sombra agradable. Debajo, la gente tiende a sentarse y descansar. Esta especie produce un fruto que es una legumbre de color amarillo. La semilla es alimento para animales y seres humanos.
Bernardita Coronel Pesoa (24) y Danilo Gonzáles Coronel (3), hija y nieto de Bernarda cruzan un canal de agua que Fundación Paraguaya construyó para direccionar los raudales de las lluvias, y evitar que así los agroquímicos del monocultivo llegue hasta las viviendas. Bernarda teme que el canal desemboque en las fuentes de agua de uso cotidiano de la comunidad. Foto: Mayeli Villalba
La iniciativa de la Fundación Paraguaya implica plantar eucaliptos a comercializar por 10 años. Un proyecto que para ser implementado, denuncia Bernarda, implicó violar leyes que garantizan derechos sobre el territorio. Entre ellos, la Ley 904 de Comunidades Indígenas y el Decreto 1039, por el cual se aprueba el “Protocolo para el Proceso de Consulta y Consentimiento Libre, Previo e Informado con los Pueblos Indígenas que habitan en el Paraguay”, la Constitución Nacional y los convenios y protocolos que amparan sus derechos de vivir en un ambiente saludable.
La lideresa, quien también forma parte de la Organización de Mujeres Campesinas e Indígenas Conamuri, dice que se sienten violentados en sus derechos ambientales. “La Fundación Paraguaya les dice a estos líderes que es solamente para 3 años de duración el proyecto sin embargo va para 10 años la cosecha. Eso la gente no sabía. Y se les paga 200.000 guaraníes semanales a cada familia”, explica.
¿Qué se puede hacer con 29,77 dólares? Hoy, en Paraguay eso es menos del salario mínimo vigente. Alcanzaría para comprar 16 bidones retornables de 20 litros de agua o 37 kilos de arroz o 19 docenas de huevos. Es decir, con ese dinero una sola persona puede comprar alimentos básicos (leche, pan, huevo, fideos) por un aproximado de 5 días.
Gran parte del cementerio fue arrasada por el avance del proyecto de monocultivo de eucalipto. El pueblo Qom acostumbra a enterrar a sus muertos en el bosque. Este sector del cementerio, próximo al territorio en disputa logró salvarse de la extinción luego del desmonte realizado en agosto de 2020. Foto: Mayeli Villalba.
Un sector del pueblo Qom protestó ante tantas violencias, tanta injusticia. Presentaron una denuncia ante la Fiscalía del Medio Ambiente y el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADES), hicieron movilizaciones por dos días y cortaron la ruta Transchaco. Así lograron la suspensión temporal del proyecto junto a la conformación de una Mesa de Diálogo con sectores del Estado. Sin embargo, nueve meses después ese diálogo todavía no se concreta.
Un tesoro acechado
“El campo necesita agua, no necesita eucalipto” y “el covid-19 no nos va a matar, las empresas transnacionales sí”, decía Bernarda el 4 de agosto desde un micrófono mientras participaba en un corte de ruta, una protesta en contra de la avanzada de monocultivo.
El Chaco paraguayo es la región más extensa de Paraguay pero, a su vez, la menos poblada. Tiene territorios húmedos -como el que habita Bernarda, a donde llevan eucaliptos- y otros con clima más seco, de arbustos y poca agua. Amplio territorio, poca gente: elementos que conforman un tesoro atractivo para inversores multinacionales de capital especulativo y financiero.
Y entre muchas otras consecuencias, el avance de los inversores implica la mercantilización de los bienes comunes en el Chaco y el despojo a indígenas y campesinos. También una privatización de recursos naturales como ocurrió en el caso de cultivo de soja, algo que ha documentado la antropóloga Regina Kretschmer en el informe Con la soja hasta el cuello 2019. Con experiencias de ese tipo la región se ha convertido en un lugar desolado, con altas tasas de deforestación y destrucción del medio ambiente. Tan altas que, junto con el Cerrado en Brasil, es hoy la región en América Latina con mayor superficie de tierras incorporadas a la ganadería.
La Fundación Paraguaya trabaja desde el 2002 en el Bajo Chaco. En sus casi 20 años de presencia ha instalado una escuela agrícola y una oficina en el municipio de Benjamín Aceval. En agosto de 2017 comenzó la iniciativa de la plantación de eucalipto en Cerrito con el objetivo de comercializar madera y la venta de las hojas para la fabricación de aceites esenciales.
Bernarda Pesoa cuenta que su pueblo tiene un vínculo histórico muy próximo al agua. Antes de que sus antepasados migraran a Cerrito, sus ancestros desarrollaban su vida cerca del río. Por eso el sentido del Etaxat o agua en lengua Qom va más a allá de la utilidad cotidiana que le damos muchas personas al vital líquido. Foto: Mayeli Villalba.
Bruno Vaccotti es gerente de comunicaciones de la ONG. Atiende a Bocado para hablar del polémico caso de los eucaliptos. Dice que, hace casi 3 años, fueron los propios líderes de la comunidad quienes se acercaron a pedirles asesoramiento para una “tierra ociosa” que antes era un cultivo de cañaveral de la comunidad. Así también lo indicaron desde el comunicado de prensa publicado por Fundación Paraguaya publicado el 27 de octubre del año pasado.
“Hemos velado por trabajar de manera armónica y evocando al progreso del pueblo Qom. Después de todas las consultas previas y de llevar adelante el trabajo con el Instituto Paraguayo del Indígena (INDI) y todos los organismos pertinentes han sido 20 familias las que adhirieron a forestar 7 hectáreas y media en un principio y llega a ser un poco más de 10 hectáreas, en total”.
Vaccotti asegura que no se destruyeron bosques nativos para sembrar eucaliptos y que la fundación no obtiene ningún rédito económico, que sólo las familias que cultivan ganan.
“Estamos hablando de que hoy el precio aproximado de ingresos por hectáreas es de 9.500 dólares que va 100% a las familias indígenas. Este es un proyecto que ellos pidieron y que van a tener un beneficio económico sin precedentes. Si cada familia tiene 3/4 de hectáreas más o menos, estamos hablando de 7 mil dólares que le llegarán a las familias de algo que no estaba esperado porque eran tierras ociosas”, dice.
El vocero asegura también que el beneficio de la cosecha de eucaliptos viene de la venta de leña (biomasa) con fines energéticos y que las tierras no fueron subarrendadas. Sin embargo, Fundación Paraguaya no es una organización dedicada a la forestación: este proyecto se ha concretado a través de otra empresa, Forestal Sylvis.
Árboles que fundan desiertos
A Bernarda le preocupan los árboles de su territorio. Porque los algarrobos, las palmeras, las tunas y los lapachos, dice, pueden desaparecer a causa de la plantación de eucaliptos. Además, ya comenzaron a notar efectos en el ecosistema: las flores y las cigarras cambiaron de estación; la miel y los animales silvestres ya casi se perdieron producto del humo de los incendios provocados. Ya nada de esto regresó.
“Estamos viviendo como un avión que tiene una falla mecánica y está completamente cerrado”, dice Bernarda desde su silla y espantando moscas. “Sentimos un calor impresionante porque no hay aire. Pareciera que los seres humanos no piensan en eso. Solamente piensan en la acumulación de capital”.
Bernarda Pesoa sostiene las semillas de un árbol de algarrobo que fue derribado en agosto de 2020 por Fundación Paraguaya, para iniciar el monocultivo de eucalipto en las tierras ancestrales del pueblo Qom. Foto: Mayeli Villalba
Nilsa Recalde, en cambio, dice: “No le veo mucho problema ahora por la plantación, no se deteriora tanto la naturaleza. Dentro de la comunidad lo que nosotros estamos necesitando es agua porque tenemos nuestro pozo artesiano pero está lejos, sobre la calle Agrícola”. Nilsa, integrante de la comunidad Qom Rosarino, trabaja para el proyecto de Vivienda y Agua de Fundación Paraguaya.
Lo que está haciendo la ONG al impulsar monocultivos, en su programa que dice busca eliminar la pobreza a través de las microfinanzas y el espíritu empresarial, coincide con políticas que ha tenido el Estado. Porque en Paraguay, como lo indica la Red de Desarrollo Sostenible, las autoridades a menudo promueven la reforestación con especies no nativas y nocivas en nombre del desarrollo económico y rural; acciones que luego etiquetan como “logros ambientales” cuando en realidad reemplazan con monocultivos a ecosistemas naturales y biodiversos.
Plantar árboles para producir una sola materia prima implica muchos riesgos.
Guillermo Achucarro es investigador en el área Cambio Climático de Base en Investigaciones Sociales (BASE IS). Máster en Hidrología por la Universidad Montpellier, en Francia y docente de Ingeniería Ambiental en la Universidad Nacional de Caaguazú. Participó de las publicaciones Con la soja al cuello 2019 y Con la soja al cuello 2020.
Del eucalipto dice que es una especie exótica y, como toda planta invasora, al instalarse en espacios que no son suyos se auto-generan las condiciones necesarias para expandirse. Entre sus principales características, la primera es que eucalipto necesita consumir mucha agua, porque transpira. La segunda es que, si se lo instala en un tipo de suelo que no tiene los nutrientes que necesita, consume otros y afecta al suelo generando un desequilibrio ecosistémico.
“Hoy en día, esta gran avanzada responde a los intereses económicos que hay detrás del eucalipto. Se excusan en la idea de protección al medio ambiente, lucha contra el cambio climático y resolver los problemas de pobreza y, en realidad, son propuestas que tienen actores gigantes detrás. Ahí es donde podemos darnos cuenta de que hay una instrumentalización de la planta que genera consecuencias extremadamente violentas para las comunidades más vulnerables”, apunta Achucarro.
Fosco Guggliota, ingeniero ambiental, suma otro elemento: el eucalipto genera desiertos. Experto con varios años de trabajo ambiental, con una pasión indisimulable por el tema explica que, plantado en grandes extensiones forestales y debido a su alta capacidad de absorción de humedad, intensifica el fenómeno de desecación. “Si vemos mucha plantación repartida en una gran cantidad de hectáreas se intensifican las sequías, se pierden otras especies forestales o vegetales que se valen de esos colchones húmedos”.
Agua que da vida
La comunidad Qom depende de pozos comunes para el consumo. En octubre del año pasado, los pozos se secaron y pasaron a depender de 3 nacientes (o manantiales naturales). Entonces, Bernarda y su familia se vieron obligados a tener que acarrear agua de esas nacientes. A llevar baldes con agua hasta sus hogares agua para beber y cocinar. Hoy las reservas de agua corren el riesgo de volver a secarse.
Cada vez que Bernarda habla del agua dice “el vital líquido”. Cuenta que 4 pozos surten hoy a 450 familias. En la zona donde viven también hay tajamares, lugares donde abunda el agua estancada, donde se bañan y lavan la ropa desde hace 30 años. Pero eso también está cambiando: “Antes había un tajamar en el que había totoras , pero ya no hay más. Se secó y se quemó todito. Ahora se juntó un poco de agua por las inundaciones que hubo pero ya no más totora”, dice Bernarda después de una pausa y con voz triste.
En la comunidad Santa Rosa del pueblo Qom donde vive Bernarda Pesoa, hay una canilla de agua potable por cada tres familias. Foto: Mayeli Villalba
En el contexto de la pandemia, la necesidad de acceder al agua es aún más urgente. Y “sabemos que la gran mayoría de la comunidad, como el Chaco, en general, no tiene acceso a un sistema de distribución de agua sino que tiene que valerse de estos humedales, tajamares, bolsones subterráneos”, alerta el ingeniero Guggliota. Según el mapa de las tierras indígenas elaborado por la Federación por la Autodeterminación de los Pueblos Indígenas (FAPI), al 26 de mayo de 2021, había 402 casos confirmados de covid-19 y 42 personas fallecidas en comunidades indígenas de Paraguay.
Y la desecación que provocan plantaciones como el eucalipto no sólo implica privar de un derecho básico hoy, explica el experto. Porque recuperar un área ya degradada por impactos como los que está generando la Fundación Paraguaya podría demorarse entre unos 10 a 30 años (si fuera incluso posible recuperar ese suelo). Esto implicaría la regeneración de un equilibrio que no consiste solamente en volver a plantar sino que los pájaros, los insectos y los animales vuelvan al ecosistema.
“Estamos obligando al pueblo Qom, además de dejar de lado su cultura, a dejar ese sustento porque la venta de tejido les generaba algunos ingresos. -agrega Guggliota- Esto les está empujando, cada vez más, a depender económicamente de estas plantaciones o del trabajo que puedan llegar a desempeñar allí”.
Achucarro, el investigador especializado en Cambio Climático agrega:
“La particularidad del pueblo Qom es que es un sector organizado y pudieron mínimamente resistir. Sin embargo, eso dividió a la comunidad. Hubo muchos problemas de persecución. El estado de abandono y desidia en el que se encuentra nuestra población es tal en que si te traen una opción se vuelve completamente válida, con tal de sobrevivir. Sin embargo, detrás de todo esto existe un gran monstruo peligroso”.
Sin paz para el pueblo Qom
Bernarda vive a diez metros de las tierras en las que la Fundación Paraguaya está plantando eucaliptos. El 27 de octubre del 2020, desde su casa y junto con 9 compañeras de la comunidad de Santa Rosa, vieron cómo integrantes de otras comunidades plantaban en su territorio. Todas juntas caminaron hasta la plantación para pedirles a los trabajadores y trabajadoras que no sembraran el monocultivo.
La discusión escaló y comenzaron a agredir a Bernarda y a sus compañeras. La líder Qom acabó con su rostro ensangrentado y su fotografía recorrió los grupos de WhatsApp y algunos medios digitales.
“Mis compañeras y mi esposo me acompañaron -cuenta Bernarda-. Ahí fui atacada entre 10 personas por orden de estos líderes. Ellos tenían consigo machetes, es lo que pude alcanzar a distinguir. Mis amigas no podían defenderme porque nosotras no llevábamos nada y era un campo abierto donde solo había tierra”, recuerda.
La golpearon en el rostro, le estiraron el cabello y le sacaron las zapatillas. La policía llegó después de que todos se fueran.
Bernarda Pesoa junta en sus manos el agua de uno de los tajamares de su comunidad. Esta fuente que se recarga con las lluvias le sirve a su pueblo para beber, realizar las domésticas e incluso refrescantes baños veraniegos. Foto: Mayeli Villalba
Era martes por la mañana y Bernarda denunció la agresión de los líderes de las otras comunidades en la comisaría distrital de Benjamín Aceval. Cuenta que había llamado tres veces a la policía pero no fueron a asistirla. También que no quisieron atenderla en el puesto de salud de su distrito. Situaciones que en su opinión se explican por los nexos entre algunos líderes que habrían negociado el territorio, autoridades y la ONG: “Esta gente tiene un poder inmenso. Ellos ayudan a los puestos de salud, a la comisaría, por cualquier cosa”, observa Bernarda.
La violencia física contra Bernarda vino acompañada de una amenaza: «Si no nos dejan trabajar, vamos a meter a tu hijo en la cárcel». Y así lo hicieron. El 12 de enero, en plenas vacaciones cuando se supone no trabajan jueces ni fiscales, encarcelaron a Luis Adalberto Coronel Pesoa y a Juan Emanuel Ypoogien Caballero Flores, otro chico de la comunidad. El 15 de enero de 2021 fueron condenados a 23 y 15 años de prisión, respectivamente, por asesinato.
Bernarda asegura que se trata de una acusación falsa, fabricada, y de un proceso sin justicia. Denuncia que pese a ser un juicio oral no contaron con traductor de Qom ni les concedieron el pedido de hablar en guaraní, las lenguas madre de su hijo, Luis, y Juan Emanuel.
El 18 de abril, la volvieron a amenazar de muerte. Bernarda lo denunció y responsabiliza a otros indígenas varones, personas que trabajan para la Fundación Paraguaya y, según ella, alquilan las tierras comunitarias. “Anoche vinieron a atacarnos otra vez las personas se les llama seguridad interna. Tenían consigo armas de fuego y dispararon a una casa familiar y cadenas atacando en lo que se encuentran en su camino”, escribió desde sus redes sociales. “Si esta gente me llega a matar, que me maten en mi tierra y en mi comunidad, con honor y con valor como mujer defensora territorial y medioambiental”.
Bernarda no grita sola. Hoy son 5 las comunidades indígenas del Chaco Paraguayo que se oponen al avance del monocultivo de eucalipto. Defiendensus derechos. Resisten para mantener sus territorios, a pesar de las violencias.
Durante la entrevista Bernarda sigue sentada en su silla de cable. Se escuchan las voces de su hija y su nieto hablando en Qom, con risas tímidas, para no molestar. Dan vueltas alrededor de la mesa, dibujan y pintan un paisaje con colores. Ella los cuida como cuida su territorio. Con la voz pedregosa cuenta que durante todo el 2020 tuvo que gestionar las necesidades de la comunidad con un amigo suyo que falleció por Covid-19. Repartió comida a niños y niñas e incluso, dice, llevó alimento a las personas responsables de que su hijo esté preso.
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Este reportaje fue producido por la red de periodismo latinoamericano Bocado.lat