Inés M. Michel / @inesmmichel
Fotografía de portada América García / @dina_netertua415
Ayer, 10 de junio de 2021, se cumplieron 50 años del Halconazo.
Una convocatoria de Ciudad de México llamaba a visitar la casa del genocida, Luis Echeverría, nombrando con todas sus letras a quien fue corresponsable de dos momentos oscuros de la historia mexicana, donde el terror de estado se implementó (para contrarrestar el descontento estudiantil, que cobraba tanta fuerza): octubre del 68 y junio del 71. Momentos clave de la lucha juvenil mexicana, situados en el contexto de una escalada de movimientos sociales en diferentes países de Latinoamérica y de Europa.
Somos las hijas de luchadoras que pusieron su cuerpo y su alma para buscar el sueño de ese verano, bajarlo de la realidad onírica y hacerlo tangible en un mundo de pobreza, desigualdades y gobiernos dictatoriales.
¿Qué queda de ese sueño? O, siguiendo a Rita Segato, de esos horizontes posibles en los que nos hemos visto tantas veces, triunfando, abrazándonos.
Nuestra época es la de la desesperanza, tristemente así se percibe en variados rincones donde los individuos están atrapados en la hiperestimulación instantánea que brindan las redes como Instagram, Facebook, TikTok, Twitter, YouTube, Snapchat… nombren a su favorita. Esa hiperconectividad nos ha llevado, paradójicamente, a otras desconexiones simultáneas; a pesar de la búsqueda tan necesaria de hacer comunidad, nos hemos venido encerrando hacia nosotras y con aquellas que piensan igual, descartando (también por la pandemia) reunirnos y vernos a los ojos, sin pantallitas de por medio. Si el sistema económico y político que nos gobierna (de por sí) tiende a educarnos para el individualismo y en la poca capacidad de sentir empatía por otras vidas, otras maneras de sentir, de pensar, las redes no han hecho más que acentuar esto, esta desconexión y también la polarización.
¿Podemos reconocernos unas a las otras? Más allá de las diferencias tan humanas.
Es posible hacerlo si nos educamos para ello y nos reunimos también con la diferencia, no solo con la similitud, ya sea de ideas, perfiles, gustos, posiciones, personalidades.
Heredamos un mundo con guerras ¿de baja intensidad? Con hambre y con sueños congelados en aquella juventud idealizada de los 60 y 70, que se vio derrotada por militares y halcones, solo momentáneamente, porque sus ideas volaron más lejos de lo que su mundo estaba dispuesto a permitir.
Lastimosamente, esos gobiernos represores del pasado se han reencarnado en figuras del presente, y ahora nos toca enfrentarles para sobrevivir, nos toca luchar y deshacernos de la palabra que el estado prefiere: víctimas. No somos víctimas, la ley puede categorizarlo así, nosotras podemos elegir nombrarnos sobrevivientes, como lo fueron las abuelas, las madres, las jóvenes de una época que sigue resonando, que permanece en presente continuo, para desgracia de Díaz Ordaz y Echeverría. Con todo y la muerte que sembraron, y que todavía nos duele.
¿Qué ha cambiado en 50 años? A veces parece que mucho, otras, como el 5 de junio de 2020, parece que nada. ¿Cómo explicarnos lo que pasó ese día? En plena tarde (frente a personas sorprendidas y a la prensa que no dejó de grabar ni de fotografiar, a pesar del miedo que muy pronto empezó a correr entre las calles de la Zona Industrial) halcones cazaron jóvenes que iban hacia una concentración a las afueras de la Fiscalía del Estado de Jalisco.
¿Ya no somos el sueño de ese verano? ¿Qué ha pasado después de que se ordenara reprimir la manifestación del 5?; después de ver cómo, a punto de tubazos, patadas y golpes de bat, lograron apagar el descontento que iba creciendo por la muerte de Giovanni y por los constantes abusos policiales, entre jóvenes (incluso, menores de edad) y no tan jóvenes; después de ver que (otra vez) el estado nos aleccionó, a través de la figura de un gobernante de Jalisco, representado en las figuras por excelencia de la represión: policías (des)armados, encapuchados, amenazantes, que gritaban sin parar: ¿a dónde van? o, ¿qué esperaban viniendo aquí cabrones?
No fueron suficientes las graves violaciones a derechos humanos de esa tarde-noche en el Halconazo (ahora hablamos del Halconazo tapatío), tampoco las humillaciones e insultos, había que enfrentar después el descrédito, la revictimización; había que defenderse de bots y de comentarios malintencionados, también de la poca empatía, esa que no hemos logrado consolidar para unirnos en un solo frente común que ponga alto a tantos atropellos de los gobiernos (en plural).
El problema nunca fue Alfaro, el solo es uno de los agentes de una dolencia social y política que arrastramos desde hace cinco décadas, cuando se dio la orden de reprimir antes que dialogar. Los Ordaz, los Echeverría, los Alfaro, no son más que figuras intercambiables en un ominoso juego de poder que pretende esclavizarnos, y si no es posible lo anterior (porque rebeldes fuimos, somos y seremos) entonces con mantenernos a raya se conforman.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Qué hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
Quizá los sueños presidenciales de algunos han cegado por completo su visión y su razón.
No importa (aunque importe mucho desde ciertas perspectivas). Seguimos resistiendo, seguiremos soñando (no con ser reyes, sino con ser libres). Sin importar los resultados de sus urnas, nos la seguiremos jugando por ese Otro mundo, en Jalisco, en México y en la vida que somos (material y espiritual). Esa vida nos sonríe, iluminando nuestros corazones, allá donde ustedes (gobernantes o reyes) no alcanzan a asomarse, simplemente porque nuestro mundo no es su mundo. Nuestro mundo es uno conformado por horizontes posibles, de amor, de honor y de justicia.
Fragmento del soliloquio de Segismundo, en La vida es sueño, final del Primer acto (Calderón de la Barca).