MAROMA
Por Liliana Sarahí Robledo Barragán / Integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
El domingo a medio día tocaron la puerta de la casa que habito en un pueblo de la Sierra Madre Occidental situada entre Michoacán y Jalisco. Era Isis, una jovencita que conocí cuando tenía 17. Me sorprendió ver su rostro después de años que no coincidíamos: ¡qué bueno que te encontré Lili! Expresó y me abrazó. El afecto que establecí con ella se forjó cuando Elena tenía 4 y la conocí en una fiesta “bonita” en el pueblo.
La encontré, en esa época, deambulando a media noche por las mesas: ¿Qué haces tan tarde aquí? Le pregunté un poco inquietante porque noté que a esa hora ya no permanecían las niñas y los niños que corrieron de un lado para otro en el salón de fiestas del pueblo. “Mi mamá trabaja todas las noches y nos quedamos solos yo y mis hermanos” me dijo mientras se comían un taco y le daba otro a su hermano menor.
Cuando ya estaban apagando las luces me ofrecí, con mi hermano, a acompañarlos a su casa para que no se regresaran solos. En esa fecha, vivían a unos doscientos metros del lugar donde ocurrió la fiesta. Esa noche no indagué a qué se dedicaba su mamá, pero las personas que me vieron platicando con ella se encargaron de darme la referencia de la niña y su familia: “es una niña muy bonita, pero su mamá anda en malos pasos. Lástima quién sabe en qué acabará”. Isis es hija de una trabajadora sexual, una bailadora, una mujer de la vida galante en cantinas periféricas de la ciudad agrícola de Los Reyes.
En el lugar de trabajo, la cantina, le permiten que lleve, ocasionalmente, a sus hijos y entre las trabajadoras del lugar se apoyaban en el cuidado. Isis y sus hermanos crecieron en este ambiente. Cuando conocí un poco de su trayecto de vida, me conmoví y le dije a Isis que las puertas de la casa donde residía estaban abiertas para ella cuando quisiera visitarme. Isis tomó mi palabra y seguimos frecuentándonos, de manera esporádica, por once años hasta que se fue a vivir a Los Reyes y nuestros encuentros menguaron. Pero eso no impidió que fuera a quien recurría cuando estaba abrumada de las habladurías sobre su higiene (era conocida por que portaba piojos debido a su carente higiene), las anécdotas asociadas al alcohol y las drogas con sus papás y, especialmente, un engaño de un señor mayor para recibir dinero a cambio de hacer “un mandado” donde tocaron su cuerpo.
Yo sentía que todo se trastocaba en mí cuando Isis relataba lo que vivió; de alguna manera la comprendía. No pude hacer ninguna acción legal porque “no había pruebas”, la persona responsable murió unos meses después y me di cuenta que era un papel que no me correspondía. Me angustiaba su condición y busqué lugares para recibir atención, pero en ese momento no encontré respuestas favorables para su situación. También reconozco que la incidencia de las instituciones que resguardan los derechos de niñas y niños están ausentes en los territorios donde me movilizo actualmente.
En 2011 sentí que la vida de Isis podía tener un rumbo diferente cuando me compartió que una familia acaudalada del pueblo se ofrecía a adoptarla, pero con la condición de que se fuera a vivir con ellos a Estados Unidos sin tener un tiempo definido de retorno con la familia biológica. ¿Por qué supusieron las personas acaudaladas que una niña de ocho años podía dimensionar y decidir sobre un futuro “lejos” del nicho donde había crecido? Porque en ese momento de la vida para Isis las imágenes que formó en torno a su familia no tenían etiquetas morales; esas que la vida en sociedad nos enseña a designar. La respuesta de Isis fue que no abandonaría a su madre porque era quien le había dado la vida. Su relato resuena en mi memoria más o menos así: “no puedo dejar todo porque yo soy quien ayuda a mi mamá cuando no está. No puedo dejarlos ni por todo el oro del mundo. Mis hermanos chiquitos me necesitan”.
Cuando escribo con una mirada hacia el pasado por un encuentro reciente me percato que para Isis, como para otros niños, la familia lo “es todo”: es el universo en el que nos movemos, nos refugiamos y nos vinculamos afectivamente. Reconozco que cada familia tienes sus peculiaridades de conformación, valores y organización, pero intuyo que es el concepto inicial con el que partimos como seres humanos para aprender a descifrar, por nuestros canales perceptivos, el mundo que vivimos. Isis se decidió por su familia y dejó la oferta de una vida en Estados Unidos.
Por diversos azares del destino, ya no nos frecuentamos por varios años y cada una siguió con su curso de vida. Cuando llegó la tarde del domingo a mi casa me compartió que tenía tres días que había salido de un centro de rehabilitación a cargo de los grupos armados que predominan en la zona. “Fue horrible lo que viví ahí, pero ya no quiero regresar”, expresó. El motivo de su ingreso fue por “indomable” que es la categoría que le colocan a los jóvenes que no obedecen a sus padres (madres, padres, abuelos o cualquier figura de cuidado). Cuidadoras o cuidadores son quienes solicitan el apoyo para ingresar, en este, a la “indomable” al centro. A Isis la ingresó su mamá. “Nunca le voy a perdonar lo que me hizo, yo no merecía estar adentro con gente que estaba loca por el crico”.
Me relató qué comían, cómo estaba o quedaba “la gente loca por las drogas” o por el alcohol, cómo se organizaban para hacer la limpieza; su cumpleaños en el centro y cómo se había “encariñado” con uno de los vigilantes del centro que era tres años más grande que ella (Isis tenía 15 y él 18). “Vine al pueblo para ver a mi abuelita porque quien sabe cuando regrese. Ya voy a empezar a ganar más dinero para salirme de la casa que mi má ya me tiene harta”. No sabía qué sugerirle o qué responder porque las conversaciones que impactan no se anuncian para prever respuestas coherentes sin emitir juicios morales; así que le desee que todo en su vida fluyera bien y si algún día quisiera hablar con alguien aquí estaría.
Su trayectoria de vida que resumo en las palabras anteriores permite pensar en los caminos de incertidumbre que conllevar llegar a otras colocaciones de designación en la vida como “jovencita” o “señorita”, en el caso de Isis y las contradicciones de la imagen de familia donde, por ejemplo, la madre y sus hermanos ya no representan el centro, la motivación o el impulso en su vida.
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