Zona Cero
Por Jonathan Ávila / @JonathanAvilaG
La desaparición y asesinato de Ana Karen, José Alberto y Luis Ángel González Moreno han conmocionado de manera importante a la sociedad en Jalisco y otras partes del país. ¿En qué lugar del mundo puede ser normalizada la entrada de personas fuertemente armadas y con uso de vehículos para llevarse a tres jóvenes de una colonia popular de Guadalajara sin que haya consecuencias? ¿En qué lugar del mundo la máxima autoridad puede admitir que su dependencia clave en la procuración de justicia está infiltrada por grupos criminales y no generar los cambios necesarios a un año de lo sucedido?
El caso de los hermanos González Moreno es apenas uno de cientos y miles que se acumulan en la estadística local sobre desapariciones y asesinatos. Vivimos en un estado donde se han cometido más de 12 mil desapariciones y apenas existen 4 sentencias condenatorias. No porque el paradigma punitivo nos salve de esta barbarie, sino que contrasta la ocurrencia de casos con la pasividad que han mantenido las autoridades frente a los crímenes atroces que día a día se van normalizando desde el discurso oficial.
Respuestas prefabricadas como “en algo andaban”, “tenían antecedentes penales”, “fue una confusión”, “está el crimen organizado detrás”, “estaban en el lugar equivocado”, entre muchas otras más, surgen desde el discurso estatal como una justificación a su inacción, que les vuelve cómplices de las violencias a las que todos los días se somente a la población. Hoy podemos hablar de sitios de exterminio, fosas clandestinas, desapariciones forzadas, desplazamiento forzado y un aumento en el uso de violencia en lo que denominamos como crimen común con una naturalidad atemorizante.
Cada tuit o publicación desde quienes dirigen la administración pública estatal refleja la insensibilidad ante el contexto, pero también el desdén por generar acciones de cambio. Frente al periodo electoral y el aumento de la violencia que vivimos, cualquier acto que emerja del seno de los intereses partidistas no es más que una burla a las respuestas que necesitamos construir como comunidad para hacer frente a las violencias que vivimos.
El discurso oficial ha tratado de empañar el performance violento como un acto en contra del Estado frente a intereses privados. Aunque lo cierto es que hace mucho que la violencia macrocriminal se ha puesto en evidencia, dejando a la vista las relaciones entre Estado/grupos del crimen organizado/empresarios.
Lo ocurrido contra los hermanos González Moreno es evidencia del profundo y complejo nivel de inseguridad que vivimos como población, pero frente a esas redes macrocriminales que buscan generar el terror y el miedo ante la reconfiguración del territorio en el que vivimos y en el cual anclan sus intereses para llenar sus bolsillos.
De una u otra forma nos hemos convertido en víctimas directas o indirectas de la violencia. No se necesita ser una persona desaparecida, asesinada, asaltada o amenazada para sabernos vulnerables frente a lo que acontece en el estado. De acuerdo con los datos anuales de 2020, en la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, en Jalisco los cambios en los comportamientos o las personas que refirieron haber dejado de realizar alguna actividad por miedo a ser víctima de algún delito señalaron principalmente dejar de usar joyas o dejar de permitir que sus hijos menores de edad salieran de sus hogares.
Por su parte, la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, con datos a marzo de 2021, refiere que un promedio de 50% de la población en la Zona Metropolitana de Guadalajara ha registrado entre sus cambios de hábito, para no ser víctima de delito, el no llevar cosas de valor, dejar de caminar de noche en los alrededores de su vivienda o no dejar salir a menores del hogar, en menor medida, pero con presencia entre los encuestados, está dejar de visitar parientes o amigos.
Dos cosas son claras, vivimos tiempos en donde la violencia se vuelve incontenible, expuesta, altamente pública y donde la impunidad ha servido como pieza fundamental para su acción sin consecuencias. Lo que ha sumado a la comunidad en general en un temor latente frente a las acciones violentas que pueden cometerse sin la garantía de salir ilesos frente a su accionar en nuestra contra.
Por ello el segundo elemento es que el miedo se ha apoderado de nosotros, incluso superando la rabia y la indignación, pues los datos muestran que cada día es más común la reclusión y el encierro frente a los hechos violentos, como si la evidencia teórica sobre el análisis de la violencia urbana no hubiera puesto de relieve que el abandono del espacio público tiene un efecto detonante en la violencia y los hechos delictivos.
Abandonar el espacio público no es opción frente a los tiempos violentos que vivimos. La rabia deviene en protesta y el miedo en encierro, de nosotros dependerá si caemos en el juego de quienes son perpetradores de esta barbarie en la que nos encontramos.