Desde Mujeres
Por Sofía Valenzuela, coordinadora de Mamá urbana y aliada de Desde Mujeres
Cuando mi hija tenía 3 meses me ofrecieron un puesto gerencial en una oficina de paisaje donde yo trabajé. Ahora con maestría en el tema, estaría yo a cargo del puesto que antes me pertenecía. Me alisté para mi entrevista y 40 minutos antes de salir la persona que iba a cuidar a mi hija me canceló y sin más opciones, la tuve que llevar conmigo. Cuando la estaba subiendo al carro, su pañal se derramó, tuve que correr a bañarla y cambiarla a ella y cambiarme a mí. Con todo y eso logré llegar solo 10 minutos tarde a la entrevista.
Estaba nerviosa, con la mente en blanco, sin saber qué rayos iba a contestar o qué iba a hacer con ella. Llegando a la entrevista la secretaria me ofreció cuidarla, con los nervios encima me negué y pasé a la entrevista con ella en brazos ante dos arquitectos que rondaban los 40 ‘s. -Ah! ¡Viniste con todo y niña! Fue lo primero que me dijo el que sería mi jefe. La entrevista fluyó, al principio me trabé en algunas preguntas, pero al final creo que hice un buen trabajo. Mi hija se portó de maravilla y no intervino en ninguna pregunta. Al final de la entrevista, me armé de valor y les pregunté si podría tener flexibilidad de horario y lugar de trabajo, por esto de la bebé de 3 meses, y me dijeron, -¡Claro! Nosotros también tenemos hijos y ambos hemos estado ahí, con gusto puedes salir los viernes 2 horas antes. Me reí, ellos no.
De regreso a mi casa veía por el espejo a mi hija dormida en el carro, me imaginé como cada día sería así, salir corriendo de casa, esperando no tener accidentes pañalísticos, subirla al carro y dejarla a que alguien más la cuide, la alimente, la duerma, y la abrace cuando llore porque quiere a su mamá. Mientras yo pasaba 9 horas en otro lugar en el que quizá no tenía porque estar físicamente ahí todos los días, excepto esas dos horas de gracia los viernes. La veía en el espejo y recordaba la primera vez que me separé de ella cuando nació, alrededor de su primera semana de nacida salí a comprar unas cosas. Nadie me habló del vacío que queda cuando la habitante de la panza se va, es un vacío tan físico como emocional y por primera vez en 9 meses me sentí sola. En mi segundo embarazo, esa misma sensación de vacío la sentí liberadora, quería correr porque por fin volví a ser una caminante. Somos muchas mamás en una. Salí del carro, llegamos a casa y comencé la devastadora tarea de buscar guarderías.
Al final de la semana, recibí una llamada que terminaron sin contratar a nadie, les recortaron el presupuesto y les alcanzó para un nuevo o nueva dibujante y nada más. Recuerdo haber sentido alivio, de no tener que tomar la decisión y ultimadamente tener que rechazar el trabajo. Me di cuenta que estaba disfrutando demasiado este nuevo trabajo, agotador y no remunerado, que había iniciado hace 3 meses. No lo había visto así hasta ese día, como un trabajo, sin horario fijo, que demandaba que me documentara con nuevas fuentes diariamente para sobrepasar cada nuevo reto, donde tenía que sacar lo más creativo de mi para lograr que deje de llorar. Sentía que si tomaba el nuevo empleo, iba a tener que renunciar a una oportunidad laboral que jamás se iba a repetir, una que involucra alimentar, cuidar, dormir y abrazar a mi hija unos meses más.
En México las mujeres ganan un 11% menos que los hombres, y las mujeres que son madres ganan un 14% menos que las mujeres que no lo son. Enfrentarse a la maternidad en México es enfrentarse a una nueva discapacidad. Con mi segundo hijo, mantuve en secreto mi embarazo hasta que me aseguraron mi lugar como profesora el próximo semestre, aunque nunca hubo alguna amenaza o seña de que si me embarazaba perdía mi empleo, es inevitable sentir una desventaja enorme frente a alguien que no tendrá las limitantes que representan parir un hijo en la esfera laboral. Esto no debería de ser así.
Sumado a esto, la pandemia ha exacerbado las brechas de género y por tanto las desigualdades que existen alrededor de la maternidad. Desde la arquitectura y el urbanismo, el diseño de nuestros hogares y nuestras ciudades, mantienen espacios diseñados para los cuerpos que no cuidan, cuerpos que nunca han tenido difícil acceso a los cuidados y cuerpos que están lejos de la experiencia de maternar. Los espacios más óptimos de trabajo dentro de casa los ocupa generalmente el hombre. Las labores domésticas siguen siendo tarea de las mujeres, aunque ambas personas estén en casa, y los cuidados, sin escuelas ni estructuras claras para el desarrollo de las infancias, han obligado a algunas madres a dejar sus trabajos o a trabajar triples jornadas laborales derivando en cansancio crónico o problemas de salud mental. No sabemos aún cuáles serán los efectos a largo plazo de la pandemia en las madres.
El mes pasado, a raíz del 8M, el colectivo Mamá Urbana junto con Desde Mujeres lanzamos una campaña para compartir el espacio de trabajo y de cuidados. De este ejercicio surgieron historias de caos y resiliencia, de cambios estructurales en la forma de organizarse dejando ver unos destellos de esperanza. Esta nueva forma de vida, en muchos casos, nos está llevando a una repartición de cargas de trabajo más equitativa y espacios más aptos para trabajar en casa. ¿Es tan difícil darse cuenta de que con los derechos laborales para las madres (y padres) damos pasos agigantados hacia la equidad de género?
Se ha feminizado a la naturaleza y sus formas y eso ha dado licencia sistémica para abusar y extraer sus recursos, así mismo se han feminizado los trabajos de cuidados a través de la figura materna y por tanto, se ha abusado de nuestro trabajo, no dándonos las condiciones laborales y de seguridad que necesitamos. Tanto con el medio ambiente como con los trabajos de cuidados, si no tiene valor en el mercado, no tiene ningún otro valor.
Existen muchos tipos de maternidades y dentro de una misma mujer pueden caber distintos tipos de maternidades. Existen mujeres que cuentan los minutos para que se termine su periodo de maternidad para volver al trabajo, y existen mujeres que entran en depresiones profundas al volver a trabajar y separarse de su bebé, mujeres que no tienen otra opción más que llevar a sus trabajos a sus bebés (con todas las vulnerabilidades que ésto representa) y mujeres que pierden sus empleos por hacer esto, existen abuelas, tías, vecinas que nos relevan en las labores de cuidados, existen compañeros que co-cuidan, y existen los que orgullosamente no cambian un pañal. Infinitos contextos, infinitas necesidades y formas de cuidar, infinitos sentimientos que los acompañan, misma labor, mantener vivas a estas personas que dependen de nosotras, y nuestros derechos.
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