La construcción de procesos de paz sostenible en América Latina a través de acuerdos de paz no ha logrado ser una realidad. Para apostar por acuerdos duraderos de paz en los países de la región es necesario mirar hacia dentro de las sociedades, no sólo hacia ciertos sectores de la población, sino, y más importante, a todos aquellos que han sido histórica y sistemáticamente vulnerados e ignorados. La sociedad es en parte responsable de seguir fomentando actitudes y comportamientos intolerantes hacia la diversidad en todas sus formas, por lo que los conflictos terminan encarnados en actos de extrema violencia.
Estas y otras reflexiones estuvieron presentes en la mesa “No olvidar la paz, recordar el dolor, no aceptar la violencia” del Congreso Internacional: procesos de transición entre violencia y paz en América Latina, organizado por el Laboratorio de conocimiento Visiones de Paz: transiciones entre paz y la paz en América Latina, del Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS).
En el tercer día de discusiones académicas y políticas, se abordó a profundidad la investigación de Otilia Lux de Cotí, sobre la necesidad de mirar al pasado para conseguir entender la violencia como un todo, y no sólo concentrarse en los actos violentos de la actualidad.
En este mismo diálogo se contó con la intervención y las reflexiones de Josefina Echeverría (Colombia/Estados Unidos), Paola Ovalle (México), Héctor Leyva (Honduras) y Gizeh del Río Beltrán (México) como investigadoras e investigadores del Laboratorio Visiones de Paz.
Por Samantha Anaya/@Sam_An16
Otilia Lux de Cotí, educadora y política maya-quiché guatemalteca, quien tiene una larga trayectoria en la lucha de los pueblos indígenas, particularmente de y por las mujeres, presentó en la mesa de diálogo “No olvidar la paz, recordar el dolor, no aceptar la violencia”, su investigación sobre el contexto de extrema violencia que rodea a la población en Guatemala, sucesos que no se separan mucho de la realidad del resto de los países de la región latinoamericana.
Lux de Cotí expresó que, en los procesos de implementación de paz sostenible es necesario no olvidar el dolor. La investigadora señaló que esto es importante para que los hechos dolorosos no se repitan. Sin embargo, advirtió que representa un reto para la contemporaneidad. De esta manera, para erradicar la violencia es necesario revisar la historia, porque “la historia como madre y maestra nos da esas pautas, el conocimiento y las oportunidades para poder reflexionar y entrar a reflexionar sobre la paz”.
Aunado a ello, Lux Cotí manifestó que se requiere comenzar por la historia colonialista y su relación con el patriarcado y los pilares que cimentaron las repúblicas de América Latina. Hacer esta revisión permitiría entender cómo se ha generado una extrema violencia contra las minorías; desde el despojo de tierras, el racismo, el machismo hasta todas las formas de desigualdad contra lo que sea percibido como “una amenaza” contra los regímenes ya instituidos.
“Estos mecanismos han sido para la producción de pobreza y violencia que tiene vinculo colonial, neoliberal y capitalista”.
Para ejemplificar esta situación (y desde el contexto más inmediato a la defensora), Lux Cotí expuso la tragedia que vivió Guatemala con el enfrentamiento armado interno (1960-1996), proceso que culminó en 1996 con un total de 11 acuerdos de paz. Sin embargo, estos no lograron sostenerse.
Desde ese entonces, el Estado guatemalteco se ha planteado vencer a un “enemigo”: los pueblos indígenas, a quienes “ha vencido a través de los genocidios”, sentenció Lux Cotí.
Por ello, reiteró que son estos eventos de violencia nunca deben olvidarse, “porque aún nos impactan en la actualidad”.
Tres ideas fundamentales para el análisis de las Repúblicas latinoamericanas y sus pilares
Por otro lado, y para no obviar el dolor ni aceptar la violencia, la investigadora afirmó que se deben analizar las prácticas ejercidas por el Estado hacia las poblaciones. A partir de esta idea, Lux Cotí llegó a caracterizar a las Repúblicas latinoamericanas a partir de tres acciones: 1) las constantes discriminaciones hacia grupos y sectores sistemáticamente violentados, al mando de las elites criollas; 2) el acompañamiento de un militarismo ideológico que creó violencia y se sigue reproduciendo en las sociedades actuales; y 3) todos los Estados latinoamericanos están basado en monoculturas, fundamentadas en la doctrina doctrinas del siglo XV, por lo que se atiende a una ideología eurocentrismo y el castigo hacia todas las formas de diversidad.
En cuanto a los grupos que el Estado guatemalteco concibe como “enemigos” se añaden las mujeres, las y los jóvenes y las y los indígenas, sectores de la población contra los que el mismo Estado ha cometido genocidios y masacres, sentenció Lux Cotí.
La clave para la construcción de acuerdos de paz sostenible
Para Lux Cotí, la clave para el cumplimiento de los acuerdos de paz es crear reformas constitucionales que den mayor soporte legal a los grupos sociales que históricamente han sido ignorados:
“El planteamiento de las reformas, el reconocimiento de derechos y la consolidación de la democracia apuntan hacia la construcción de paz social. Los nuevos Estados deben romper esos paradigmas ignominiosos de exclusión, discriminación, desigualdad, racismo e impunidad política, económica y jurídica, actitudes que son un atentado contra los altos valores de la democracia, la libertad, la paz, el derecho, la igualdad, el desarrollo y el progreso”.
La investigadora también subrayó que, para que la paz llegue a la gobernabilidad y a la convivencia democrática, el modelo económico y político debe incluir la visión de las mujeres, de los pueblos indígena, de las personas de la comunidad LGBTTTIQ+, de la población afrodesendiente, y del resto de sectores excluidos históricamente:
“La construcción de la paz debe ser incluyente. Todo lo que se construye con propuestas sociales, económicas y políticas debe tener una perspectiva de la complementariedad: entender que la otra y el otro son necesarios para avanzar, para lograr armonía y equilibrio, pero sin abandonar nuestra visón, y para que así nos ponemos en los zapatos de la otra persona”.
¿Cómo se puede construir la paz frente a esta agresión contra todas las personas?
Al respeto, Lux Cotí denunció que los Estados penetran violentamente los territorios de los pueblos indígenas, ya que “no les interesa llegar a un entendimiento entre los territorios y el sector urbano”.
Aunado a ello, señaló que el fracaso de los acuerdos de paz, trajeron consigo otros problemas: la orfandad, la migración, las bandas juveniles (las cuales son reclutados por el crimen organizado) y los feminicidios.
Por ello, la investigadora agregó que, ante la fragilidad de la paz, la justicia y la democracia, es necesario: 1) el fortalecimiento institucional y del estado de derechos de los países, a fin de afianzar los derechos humanos; 2) certeza jurídica, no sólo para “las élites criollas”; 3) la convivencia social, el crecimiento cualitativo y cuantitativo de las poblaciones excluidas; 4) reducir las brechas de desigualdad y erradicar todas las formas de violencia contra todas las personas, para fomentar la plenitud de la vida y la tranquilidad de la legalidad; y 5) articular organizaciones y plataformas de movimiento social, para sí crear una agenda en común, la cual privilegie el diálogo y los concesos.
Mirar la violencia desde la historia
Siguiendo a la investigadora Lux Cotí, Josefina Echeverría, directora de la Matriz de los Acuerdos de Paz (PAM) y doctora en paz, conflictos y democracia, añadió que, para analizar la violencia -con el fin de combatirla-, es fundamental tener una mirada histórica. De igual forma, la doctora advirtió que es necesario diferenciar entre los episodios y los epicentros de la violencia:
“Cuando se analizamos los acuerdos de paz es importe entender los episodios y los epicentros de la violencia. El episodio es esa manifestación que se puede medir, que es observable y que tiene un principio y un fin. Mientras que el epicentro es esa red que relaciona los conflictos y que es la que permite que continúen alimentando esos episodios violentos”.
En cuanto a la función de los acuerdos de paz y su intermitente efectividad, Echeverría manifestó que los mismos suelen elaborarse con el propósito de terminar con un problema particular. Sin embargo, estos no deberían intentar poner fin a la violencia, sino, proponer una transformación social más permanente, lo cual generaría a su vez la disminución de las acciones violentas.
Del mismo modo, Echeverría agregó que otro punto clave es que el análisis para la construcción de acuerdos de paz debe tener como centro a las poblaciones y no a las reformas estructurales del Estado:
“Muchas veces vemos que las poblaciones que han sufrido de más violencia no son el foco de los acuerdos de construcción de paz. Los esfuerzos de reconstrucción después de las guerras no sólo deben de atender a la infraestructura institución, ya que sino no se garantizan los derechos que han sido vulnerados, no podremos encontrarnos con el dolor para poder cultivar, a partir de ese dolor, las culturas de paz”.
Aprender a diferenciar entre conflictos y violencias
Para Echeverría es importante aprender a diferenciar entre conflictos y violencia. El conflicto se refiere a las incompatibilidades y las diferentes opiniones e ideas que conviven en una misma sociedad, incluso, reconoce que “son humanos” y saludables dentro de una democracia. Mientras que, las violencias son el fracaso de la transformación pacífica de los conflictos.
“Cuando no distinguimos entre estos dos conceptos es fácil caer en soluciones homogeneizadoras, las cuales buscan limpiar las diferencias y crear igualdad como parte de la “solución” a la violencia. La homogenización es parte de la violencia, no es parte de la solución. Se debe de entender que los conflictos no necesariamente son violentos; los conflictos son lo que nos hace humanos, es por lo que tenemos opiniones, diversidad y pluralidad”.
La indolencia, la indiferencia y la inacción frente a la violencia
Siguiendo una idea similar a Echeverría, Paola Ovalle, docente e investigadora en la carrera de psicología en la Universidad Autónoma de Baja California y especialista en el análisis de los daños sociales a causa de las políticas antidrogas, compartió que es necesario mirar hacia la población en la creación de procesos de paz.
También añadió que los estudios de memoria incorporan los procesos de dolencia hacia las víctimas, por lo que deben de ser considerados en todo momento. Voltear a ver el recuento de las atrocidades cometidas en la historia de América Latina permite entender cómo se ha deshumanizado a las víctimas -lo que ha contribuido a la naturalización de la violencia-.
Por otra parte, Ovalle precisó la importancia de diferenciar entre la indolencia, inacción e indiferencia. La primera entendida como la imposibilidad de “reconocernos en el dolor de las otras y los otros, e incorporar en nosotros todas estas deudas históricas que se tiene con sectores de la población específicos y que han sido excluidos y cuyo dolor a sigue siendo invisibilizado”.
En contraste, la inacción se suscita en lugares específicos ante la violencia que algunos grupos sociales viven, y que optan por no actuar para resguardarse de la misma, para sobrevivir a procesos de intimidación y de terrorismo.
Finalmente, la indiferencia se entiende como un factor casi asegurado detrás del privilegio, “al no querer ver ni sentir el dolor de otras personas”.
Conocer la violencia para logara la paz
La siguiente intervención estuvo a cargo de Héctor Leyva, profesor en la escuela de letras en la Universidad Autónoma de Honduras y cuyos trabajos se orientan a articular la crítica literaria y cultural con la búsqueda de respuestas a las situaciones de extrema violencia en Centroamérica.
Leyva inició su reflexión comentando que las raíces profundas de las violencias en Guatemala y en el resto de América Latina son parte de un conflicto inaugurado con la conquista del continente, y que “aparece aun como una empresa colonial contra las poblaciones”. Esta violencia se manifiesta de forma sistemática, a través de la intolerancia hacia “lo diferente”.
La violencia se manifiesta en parte con la migración de miles de personas que buscan escapar de la violencia que no les permite vivir. Además, está arraigada en un sistema que pretende homogenizar a todas las poblaciones, manifestó Leyva.
Para concluir su participación, el investigador aseguró que, en estos procesos donde “la paz es el camino” para la verdadera democracia, la justicia y la libertad, se requiere escuchar los testimonios de quienes viven violencia, para conocer “el impulso de vida que mueve a las poblaciones a buscar la paz”.
Las acciones intermitentes entre la violencia y la paz, y la paz y la violencia
Para concluir esta mesa de diálogo, Gizeh del Río Beltrán, licenciada en administración de empresas por el Tecnológico de Monterrey y maestra en ciencias sociales, consideró que “no podemos seguir con una idea de extremos: en esos espacios donde creemos que son sólo violentos, también encontramos que existen esos esfuerzos de paz, y en periodos pacíficos encontramos violencia”.
Para ejemplificar su propuesta, utilizó el caso de Ciudad Juárez, Chihuahua en México, donde en los años 2007 y 2008 la tasa de homicidios creció exponencialmente. Esta situación comenzó a accionar procesos de búsqueda de paz:
“En este contexto también hubo acciones para alcanzar la paz. Esta situación llevó a la sociedad a accionarse y a reflexionar en las causas de la violencia y pensar en factores que se habían normalizado, ósea, violencia que se viene arrastrando desde siglos atrás que tiene que ver con la violencia estructural y cultural”.
A partir de estos sucesos, advirtió del Río Beltrán, se empezó a pensar en la paz desde un diagnostico histórico estructural más profundo, desde el reconocimiento de los derechos que tenían que ser garantizados, de la necesidad de buscar el bien común y un dialogo de la democratización social.
Sin embargo, fue más fuerte la voluntad del régimen hegemónico, que la voluntad de las fuerzas sociales que trabajaban para garantizar la paz.
Lo que se logró formar al final fueron “pequeñas islas de paz a las que muchas personas no tiene acceso. Prevaleció la concentración de los recursos y los beneficios, los prejuicios que justifican las violencias, la segregación y la exclusión”, manifestó la investigadora.
Por lo anterior, Beltrán narró que los canales normalizadores de la violencia contra ciertas personas han vuelto a ser parte de la actitud imperante de la sociedad, al margen de quienes se considera que son “desechables”.
A pesar de ello, la investigadora consideró que aún hay una esperanza en medio de un contexto tan violento como el que caracteriza a América Latina. Esa esperanza son las redes que la población es capaz de construir en medio de episodios violentos:
“Es difícil ser optimista con todo lo que está pasando. Yo pongo esperanza en las redes cooperativas que antes no tenían cabida y que surgieron durante ese periodo de explosión de la violencia. Estos lazos que quedan pueden ser aprovechados. Esas islas de paz pueden extenderse a terrenos más amplios y ser un contra pesado a las redes criminales y de corrupción. Lo que espero es no tener que esperar a una nueva explosión de violencia para que esto suceda”.
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En el “Congreso Internacional: Procesos de transición entre violencia y paz en América Latina” participaron ponentes originarios de México, Colombia, Costa Rica, Argentina, Guatemala, Alemania y más países, para reflexionar sobre las transiciones de paz en países Latinoamericanos.
Este evento es organizado por el Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS) entre otras instituciones colaboradoras.
Para más detalles del evento da click en la imagen.