Las clases de Física que da son el único trabajo fijo que Cam pudo conservar después de que la crisis sanitaria. En pandemia, se topó cara a cara con la discriminación sistemática y reiterada que sufre la comunidad trans en México, que impide que exista una inclusión laboral efectiva en los espacios de trabajo y termina violando sus derechos humanos
Texto: Marcela Del Muro
Fotos: Alejandra Rajal
PUEBLA.- Recoge su cabello en una coleta baja y deja un mechón rosa caer sobre el contorno de su cara. Conserva el pantalón gris de su pijama y se viste de cuadros, con una camisa y un abrigo corto. Son las siete con diez de la mañana y Cam Acuña, de 28 años, se alista para impartir su primera clase de Física del semestre.
“Hola a todos. Por favor, prendan sus cámaras para conocerlos. Esto es un poco raro, es como hablarle a la pared, se siente como si no hubiera nadie ahí”, frente a la computadora, Cam es invadida por una mezcla de pesadez y nerviosismo. Es la primera vez que da esta parte del curso de forma virtual, es una clase muy visual donde explica, en inglés, todo lo referente al movimiento. La joven profesora solo piensa en cómo sobrevivir a otro caótico semestre cargado de ausencias y despersonalización.
Cam trabaja en la edición de su podcast. Ella comenta que le gusta buscar inspiración para hacer su trabajo musical y por eso se rodea de libros, comics y películas. Foto: Alejandra Rajal
“Sobre lo personal, soy una mujer trans y mi nombre elegido es Cam. Me pueden decir así o maestra, como ustedes quieran”, comenta la docente en este ejercicio de presentación que tiene cuatro semestres sucediendo. Las suaves facciones de Cam no muestran ninguna emoción, aunque salir del clóset cada vez que tiene nuevos alumnos es agotador pero también necesario porque las dudas de sus estudiantes regularmente son genuinas.
Desorden y reacomodo
Las dos horas diarias como maestra de Física es el único trabajo fijo que Cam pudo conservar después de que la crisis sanitaria desajustó gran parte del ámbito laboral que se vive en Puebla, lugar donde ella habita.
Cam es ingeniera en producción musical y tiene mucha experiencia en la creación sonora para proyectos audiovisuales y musicales. Antes de la pandemia, tenía varias actividades laborales en puerta: la producción de un documental, la posibilidad de obtener una beca para la creación de varios cortometrajes animados y contaba con otro trabajo fijo dando clases de Producción Musical en una universidad privada. Conforme la pandemia fue avanzando, los planes audiovisuales se cancelaron y la universidad decidió cerrar el curso que Cam impartía.
La vida de la joven ingeniera cambió de golpe. Era imposible pagar una renta, sostener sus gastos diarios y continuar con sus tratamiento hormonal, esto último es prioritario para ella, así que decidió mudarse con sus padres.
“Yo comenzaba a salir con Iliana. Las dos teníamos ciertas tensiones en nuestras respectivas casas, pero ella no tenía un trabajo estable”, recuerda Cam. “Hicimos un presupuesto para mudarnos y poder comprar todo, nos decidimos porque cada quien tiene su cuarto propio”.
Su nuevo departamento tiene un gran ventanal con un balcón que les permite tener plantas y flores en casa y lo amueblaron con donaciones de familiares y amigos. Ellas sabían que no iban a salir adelante con el sueldo de las horas clase y decidieron comenzar a emprender en conjunto.
En el último año en México, al menos 1.3 millones de mujeres perdieron su trabajo a raíz de la pandemia, esto aceleró la formación de micronegocios en México llegando a las 8.8 millones de emprendedoras, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, realizada por el INEGI.
La cocina es una pasión que las une como pareja. Las dos chicas decidieron que su negocio sería de repostería y realizaron galletas de mantequilla, de chispas de chocolate y brownies, de distintas formas y tamaños. Sacaron fotografías de sus nuevos productos y los compartieron en las redes sociales y entre amigos.
“Lo de la repostería fue lo que nos sacó a flote y lo que tiene mayor continuidad, después empezamos a vender lencería, sobre todo medias. Eso fue de lo más fortuito y nos dio mayor tranquilidad económica. Fuimos a caminar por la (calle) 14 para ver medias para nosotras, e Iliana dijo: ‘Ah, pues si encontramos unas más baratas las vendemos’. Yo no le tenía mucha fe a la idea. Pero nos encontramos con una muy buena distribuidora”, comenta Cam.
La joven pareja repitió el mismo procedimiento que en su negocio anterior: tomaron fotos, las subieron a redes sociales y esperaron a sus primera clientas. Los mensajes no tardaron en llegar y fueron centenas. Durante dos semanas lo único que las nuevas emprendedoras contestaban en Facebook eran mensajes de ventas de lencería y galletas.
Pero no todo es color de rosa, el comercio informal no les da la seguridad de que su ingreso mensual sea constante, la entrada de dinero fluctúa por muchas razones que son difíciles de prevenir. Un mal mes de ventas, como lo fue enero que además trajo los índices más altos de contagio y hospitalización en la capital poblana, es un golpe duro a la economía de las jóvenes. Esto las ha obligado a buscar otras maneras de obtener mayores ingresos para sobrevivir.
“Entre trabajos extraños que hemos realizado durante la pandemia, nos tocó etiquetar abejas para la creación de un software de inteligencia artificial de una universidad de Suiza”. Cam explica que dicho programa se utilizará para el estudio de las desaparición de los insectos y durante una semana en el mes de julio, las chicas recibieron un montón de imágenes de panales, donde tenían que señalar a la abejita viva. “Yo le tengo fobia a las abejas. Las observo con respeto y admiración, pero a la distancia, entonces eran demasiadas para mí y hasta soñé con ellas”.
Durante esta crisis sanitaria, Cam se topó cara a cara con la discriminación sistemática y reiterada que sufre la comunidad trans en el país, que impide que exista una inclusión laboral efectiva en los espacios de trabajo y termina violando sus derechos humanos.
“Salió la oportunidad de ser contratada para dar una capacitación a maestros sobre el uso de plataformas. Todo iba muy bien durante las primera pláticas hasta la entrevista por videollamada, donde noté cierta incomodidad y tensión. Al final no me dieron el trabajo. No hay forma de saber por qué no me lo dieron, pero al parecer, además de tener las capacidad intelectual, tienes que tener credibilidad de género”, para Cam toparse con este tipo de situación no le deja una salida favorable, por ahora y hasta que cambie sus papeles de identidad, al pedir un trabajo ella se seguirá presentando en masculino.
Tener la capacidad de defender tu identidad
“Yo estoy consciente que vivo en una situación de privilegio en relación a muchas personas de la comunidad. Yo tengo un empleo formal por cuatrimestre y tengo seguro social, la mayoría de la comunidad vive del empleo informal. Mi promedio de ingresos no es alto, pero me da para mi tratamiento hormonal. Muchas personas trans no pueden aspirar a un sueldo que les permita un tratamiento”.
El 53.3 por ciento de las mujeres trans que participaron en la Encuesta sobre Discriminaciónpor Motivos de Orientación Sexual e Identidad de Género (ENDOSIG) del 2018 dijo que les fue negado algún derecho por su identidad de género, el derechos más comúnmente truncados fue la oportunidad de trabajar. Pero este problema va más allá, la discriminación y la violencia que viven las infancias y juventudes trans les impide continuar estudiando y son pocas las mujeres u hombres trans que tienen una carrera universitaria. No porque no quieran sino porque el sistema educativo y sus violencias las, los y les excluyen.
“Me di cuenta que era una mujer trans muy tarde en la vida, a los 26 años, no lo veo como algo positivo, pero al menos pude tener estas cosas”, dice Cam y señala su dos grandes bocinas, su mezcladora de audio, sus paneles para evitar el ruido y su computadora, herramientas necesarias para su trabajo actual y sus próximos proyectos. “Pude tener una carrera universitaria, trabajar durante siete años en la productora (musical). Yo hubiera dado todo por haberme dado cuenta diez años antes, pero ya que eso no se puede, aprovecho cualquier ventaja que me queda”.
La terapia psicológica fue la herramiento que la encaminó a una nueva vida, con la seguridad de que es una mujer trans y bisexual. Pero previo a iniciar su proceso de transición, Cam soltó todo lo que la dañaba o la hacía sentir incómoda. Dejó su trabajo en la productora, donde el ambiente era hostil y LGBTfobo. Soltó a sus compañeros de banda, donde tocaba la guitarra y el bajo. Pero ese desprenderse de las violencias también significó dejar sus pasiones: la música, la producción, la composición musical, los videojuegos. Soltó todo lo que le recordaba su antiguo yo y comenzó una nueva vida.
Desde aquel agosto del 2019, cuando la transición de Cam inició, la vida de la maestra de física ha cambiado radicalmente. Sobrevivir a este proceso ha sido una mezcla entre terquedad y seguridad, que Cam ha complementado con un activismo muy comprometido en pro de su comunidad, que está atravesado por un momento histórico en su estado, uno de los más conservadores y violentos para las mujeres trans en el país. El 25 de febrero en Puebla se aprobó la Ley de Identidad de Género o Ley Agnes, como se le conoce en el estado, permitiendo que las personas trans puedan cambiar, mediante un sencillo trámite administrativo, su nombre y género en sus documentos de identificación.
“La ventaja para las nuevas generaciones es que van a poder reclamar derechos porque el documento que las identifica es acorde con su identidad de género. Pero hay muchos derechos que se tienen que exigir, por ejemplo, a nivel de inclusión laboral tiene que haber leyes para que desde el sistema se obligue a que no sea posible discriminar a una persona por su apariencia”, comenta la activista trans Clémence Zamora Cruz. Puebla es el estado número catorce en legislar el cambio de identidad de género en México.
“El enfrentar un proceso de transición te obliga a aprender muchas cosas porque tienes que tener la capacidad de defender tu identidad. Saber un montón de cosas que casi nadie se cuestiona, pero necesitamos esa validación que se da con el conocimiento para poder defender nuestra decisión y es algo necesario para sobrevivir”, de este aprendizaje constante, la ingeniera en producción musical se encuentra desarrollando un podcast que ayudará a la población en general a comprender y conocer la historia, la teoría y las vivencia que atraviesa las personas trans en el país y en el mundo.
Recuperar la vida
De los veinte meses desde que Cam inició su tratamiento hormonal, trece ha estado encerrada realizando cuarentena. Para ella, esta pandemia era impensable, pero aquí está, tratando de sobrevivir y buscando más oportunidades laborales que le den mayor tranquilidad y la hagan tener una mejor vida.
Ser mujer trans en Latinoamérica, donde la esperanza de vida es de 35 años y la discriminación complica llegar al exito laboral, es desalentador y en un primer momento para Cam así lo fue. Una mezcla de incertidumbre, desesperanza y miedo.
“Desde que dejé de trabajar en la productora e inicie mi transición no podía pensar en más proyectos, no había manera de hacerlo porque no me daba la cabeza. Había generado una anhedonia muy fuerte al trabajo y a las cosas que me gustaban. Ya no disfrutaba de nada, ni de cosas sencillas como ver películas”, Cam recuerda ese momento con nostalgia. Nostalgia de lo que dejó atrás, nostalgia de lo que fue y no podrá ser más, nostalgia de lo que soltó porque la dañaba.
Paradójicamente, esta pandemia ha permitido que Cam vaya sanando. Poco a poco ha ido retomando esos gustos que la emocionan y la motivan: poder ver una película, un documental, un anime; escuchar una canción y tratar de replicarla en su ukulele o su guitarra; el poder pensar que puede componer música distinta, un reggaeton, por ejemplo; poder sentir emoción por probar un nuevo videojuego.
“Hace poco me di cuenta que estoy trabajando en ese proceso, poder retomar mi vida es agradable. Todavía es sorpresivo: Ah, sí, me gustaba eso, me gustaba jugar videojuegos, me gustaba la narrativa; pero tenía mucho que no sentía ese gusto. Lo estoy retomando porque ya puedo darme permiso y darle permiso a mi cabeza de disfrutar de eso, dejar atrás la sobrevivencia y disfrutar”.
Este trabajo se realizó gracias al apoyo del Fondo de Emergencia Covid-19 de National Geographic Society.
Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.