#AlianzaDeMedios
Durante tres décadas, Alicia no había suspendido su labor como trabajadora del hogar hasta que llegó la pandemia y tuvo que parar un mes, sin embargo, como solo recibió apoyo de algunas de las personas que la emplean tuvo que volver a su trabajo con el riesgo del contagio. Este perfil busca retratar a la Alicia que suma 40 años como trabajadora del hogar, impecable, dedicada resptuosa, pero también a la aficionada al baile, que quería ser psicóloga y que dice que ya le tocan unas vacaciones tras décadas de no hacerlo
Texto y fotos: Jacaranda Correa
CIUDAD DE MÉXICO.- De ojos grandes y gesto amable. De tez clara y cabellera plateada. En su rostro apenas se dibujan los rastros de un pasado oscuro y doloroso. Y es que sí, sonríe a pesar de todo, cabeza en alto y rostro impecablemente maquillado, carga un mundo de sueños, quizá para olvidar los abusos, la violencia, la sentencia de un destino que la atrapó desde su más temprana infancia, un mundo del que apenas pudo escapar cuando cumplió 40.
Cuando tenía 10 años, Alicia y sus tres hermanas menores, tuvieron que defender a su madre de la violencia constante de su padre y del abuso sexual que ellas mismas padecían.
Estaba muy borracho y como siempre le quiso pegar a mi mamá, pero esa vez mis hermanas y yo nos pusimos de acuerdo para no permitirlo, no sé cómo, le dimos una golpiza entre las 4 y lo dejamos inconsciente. No me arrepiento, era un abusador, un tanto pedófilo, alcohólico y violento.
Alicia cuenta la anécdota con la entereza de quien ha sabido sortear la vida en medio de injusticias, del acoso sexual paterno, el machismo y la misoginia que se encarnan en lo más profundo de las familias en las que incomprensiblemente se defiende al agresor y se justifica, sino es que se festeja, en medio de rituales escabrosos que perpetúan y normalizan la violencia.
Todo esto pasaba en casa de los abuelos, ahí vivían tíos, primos, cuñadas. Eran tertulias familiares donde circulaban litros de tequila y pulque, borracheras interminables al calor de la música que concluían en peleas, botellazos y sillas volando. La violencia era generalizada, después venían las golpizas individuales a las mujeres de la casa.
Y así, sin importar los agravios, se volvía a festejar cada año el día de la madre, el cumpleaños del abuelo, el aniversario de una tía, y también el de los sobrinos.
Así recuerda Alicia su infancia, hasta que su padre las abandonó cuando ella dejó de ser niña y se volvió adolescente. Tenía apenas 15 años cuando su mundó, el de su madre y sus tres hermanas dio un giro total al abandonar la casa paterna.
Un final casi feliz.
–Fue un alivio–, dice Alicia.
Después vinieron los sinsabores, una madre ausente que ante el abandono del padre tuvo que trabajar, buscarse la vida y vender de todo para sacar adelante a sus 4 hijas.
Alicia creció y atrás dejó el mundo de aquella niña que trepaba los árboles y peleaba a golpes con los niños que ingenuamente pensaban que pegarle a una niña era normal.
Con poco dinero y un mar de penurias, Alicia ingresó a un Colegio de Humanidades, el CCH en Azcapotzalco de la UNAM. Ahí siguió jugando basquetbol y se volvió campeona de atletismo, fue corredora hasta los 30 años.
Pero la vida la llevó por otro camino. La terquedad de su destino la empujó a trabajar y abandonar la escuela y el deporte.
Giros de tuerca
Cuando Alicia cumplió 23 conoció a Filiberto, de quien se enamoró. Los primeros días de noviazgo transcurrieron envueltos en ese velo del enamoramiento principiante. Por ninguna rendija asomaba atisbo de maltrato.
–Al principio una voz muy dulce, una mirada angelical, muy cariñoso y pues empezamos a salir.
Y ¿entonces?, ¿en qué momento se tuerce el tiempo y el destino, en qué momento se cumple el canon que invoca la cadena de violencia entre generaciones?
Mientras recuerda su pasado, las lágrimas recorren su rostro, le carcomen los recuerdos que reconocen el amor como mentira: golpes, gritos, insultos, odio.
–Durante el noviazgo nunca fue violento, al contrario. El problema empezó cuando tuve a mi primer hijo, cuando me embaracé, ahí empezó todo. Me pegó por una tontería. Cuando todavía trabajaba, él empezó a pedirme el dinero de la quincena, lo poco que ganaba se lo daba a él. Ya embarazada yo comía muy poco porque él se compraba comida y se la comía solo enfrente de mí y no me daba nada, sólo se reía. De hecho, mi primer hijo nació con muy poco peso, menos de 2 kilos.
Y así llegaron dos hijas más, unas hermosas mellizas y otro varón, siempre con la creencia de que un hijo, una hija, podrían ablandar la furia de esa bestia con colmillos afilados. Diez años entregados a un matrimonio y una vida cimentada en la mentira, una vida llena de humillaciones.
Hasta que un día, Alicia intentó recobrar su libertad y dignidad, trató de dejarlo y lo demandó ante un juzgado para exigir una pensión alimenticia. Él trabajaba como chofer para una empresa refresquera.
El juicio fue complicado, el juez que llevó el caso solo le otorgó el 20% del salario.
–Señora, ¿para qué quiere más dinero?, ¿además cómo quiere que viva su esposo con tan poco?, usted puede trabajar–, le dijo el juez.
La conciencia de las mujeres está sustentada en el engaño, dice Marcela Lagarde, ser dependientes o estar subsumidas son atributos de la feminidad, “si trabajo, si me someto, si hago cosas por el otro, si le doy mis bienes, si me doy, será mío y yo seré…”
Y así transcurrieron los días y los meses, de protegerse constantemente de los abusos y el agravio de los hombres que decían amarla, primero de su padre y luego de su esposo. Alicia aprendió a fugarse, a caminar de frente sin mirar atrás, incluso, a veces, sin mirarse a sí misma. Pasó la vida esquivando las penurias, trabajando de vez en cuando y ahorrando cada peso. Afinó el oficio de madre soltera frente a un marido ausente a quien en una ocasión estuvo a punto de matar.
Y es que vivió acorralada por el miedo durante años, la bestia indomable le cortaba cartucho en la sien enfrente de sus hijos, regocijándose con su temor. Adolorida de tanto golpe en el alma y en el cuerpo, un día pensó que la muerte sería la mejor aliada.
–No sé cómo empezó a andar armado en casa… por las noches llegaba borracho o drogado, yo dormía con mis hijos en una misma recámara porque al verme con ellos lo detenía un poco… llegaba y me ponía la pistola en la cabeza, cortaba cartucho y me decía con insultos: !te vas a morir desgraciada¡. Hasta que un día, llegó a la casa, les estaba sirviendo de comer a mis hij@s, ¡lo que podía!, porque había muy poco dinero, primero me insultó y luego me dio un puñetazo en las nalgas. Eso fue como una bomba, tomé un cuchillo y lo perseguí hasta su cuarto, pero cerró la puerta.. ahí quedó clavado el cuchillo.
Intentó suicidarse con sus gemelas y sus dos hijos. En un momento de rabia y frustración, abrió las llaves de la estufa en espera de que el gas hiciera su trabajo. Cerró los ojos y miró al cielo.
–Recibir un golpe de la persona que tú quieres, con la que tienes proyectos, sueños, es vergonzoso, doloroso y humillante, y todo eso se mezcla con un sentimiento de culpa, piensas que no hay salida.
Pero el tiempo se detuvo, y así llegó la revelación epifánica: era momento de mirar hacia otros horizontes. Tomó lo que encontró a mano, algo de ropa, papeles importantes, y un puñado de recuerdos. Pagó un camión de mudanza y con sus 4 hijes cruzó la puerta y no sin dificultades, evadió la furia de esa bestia indomable a quien en ese momento, le cortó los colmillos afilados que entonces se volvieron de azúcar. Atrás dejaba un pasado abominable, horas interminables de ofensas y golpes de quien algún día dijo amarla. Tenía entonces 30 años y una maleta llena de miedos e incertidumbre.
***
Son las 6 de la tarde, el cielo de la Ciudad de México brilla con ese azul intenso que se instaló inesperadamente durante estos tiempos de pandemia. Hace calor, se perciben ya los 5 grados inusuales por arriba de la temperatura habitual en este Valle de México.
Alicia da un sorbo a su café, sus ojos, grandes y brillantes, encuentran otra vez serenidad y seguimos conversando.
-Quiero irme de vacaciones –me dice repentinamente-, ya me toca.. me gusta mucho la playa pero con los problemas que tengo de rodillas y la columna prefiero irme a la sierra de Hidalgo, hace más de 30 años que no tomo vacaciones.
El miedo es la ausencia de fe
Alicia cumple 57 años este marzo, nació en el mes violeta de las jacarandas, del Día internacional de las mujeres y también de las trabajadoras del hogar, su día, el de ella, el de todas.
Conversamos en torno a la marcha del #8M: las morras, la rabia imparable de tantas, los feminicidios, las madres dolidas, la falta de sensibilidad del presidente, nuestra sorpresa, la de ella, la mía, la de tantas. Votamos por él.
Con su historia a cuestas, Alicia se ha convertido en feminista, aunque nunca use el mote de activista. Las cifras no le dicen mucho, las 10 mujeres que en este país pierden la vida a diario a causa de violencias machistas le significan solo por el miedo de cuidar a sus dos hijas mellizas de 23 años, a quienes ha defendido y rescatado perennemente del machismo y el maltrato psicológico de sus parejas.
Cada jueves desde hace 10 años, Alicia llega a casa y su presencia alegra mi día.
Antes de comenzar la ardua tarea de lustrar cada rincón de casa, conversamos y tomamos café, casi siempre desayunamos juntas. Siempre sabemos la una de la otra. Hablamos de la vida, de la familia, del amor, el desamor y de vez en cuando de política. Hace algunos meses, la tranquilidad llegó a su vida, cuando Alejandro, su hijo maestro como le llama, salió de la prisión después de pagar una condena de 7 años acusado de robo y posesión de drogas. Fue su padre quien le hizo probar por primera vez la marihuana y después el activo.
–Dentro de los proyectos de vida nunca piensas en que vas a tener un hijo adicto, no te preparas para eso, por eso digo que es mi hijo maestro, fue el parteaguas en mi vida, tuve que aprender muchas cosas, a cambiar actitudes, a valorar el tiempo con ellos, a darles tiempo de calidad… antes no podía y es que ¡no sabía cómo!, yo solo trabajaba y trabajaba para darles lo que necesitaban, quizá también de ese modo me fugaba, pero había muchas cosas que no estaban bien, porque había acabado la guerra con mi exmarido, la de su padre, y luego siguió con la de mi hijo.
Y es que después de abandonar al padre de sus hijos, Alicia se buscó la vida de muchas maneras: trabajó en oficinas, fue ayudante de cocina, emprendió dos negocios de comida que no prosperaron, hasta que llegó al trabajo del hogar.
Tenía 40 años cuando se unió a las filas de ese universo que hoy suman casi 2 millones y medio de personas en México dedicadas al trabajo doméstico, la mayoría en la informalidad.
Alicia se encontró a sí misma en este oficio, un oficio en el que la confianza ha sido para ella un bálsamo reparador.
Durante años no importaron las largas jornadas de trabajo, sin derechos laborales, ni seguridad social, sin contrato, sin garantías de pensión, sin posibilidades de ahorro, con un salario que a veces suma 2 mil 500 pesos semanales trabajando 10 horas diarias, los 7 días de la semana.
–No he defraudado a nadie, tengo llaves de todas las casas donde trabajo, soy como una ama de llaves.
Sonríe, en un intento de apaciguar el llanto. ¡Vaya paradoja!, encontrar la confianza en ella misma a través de gente que no es su familia.
–Siempre pienso, si Dios me ha puesto a esta gente conmigo es por algo y no sabes cómo lo valoro, me encanta tener las llaves de toda la gente, porque me da un sentimiento de confianza, si no lo tuve antes de otras personas, hoy sí la tengo, es algo muy bonito que alguien confíe en ti.
Alicia está cansada, intuye que muy pronto tendrá que detener la marcha. Ha trabajado sin pausa, a pesar de que su cuerpo le ha pedido tregua. Largos años de desgaste, sin seguro médico y dejando hasta el último momento la salud. Hace dos años aparecieron complicaciones en las articulaciones, un desgaste que parece ser degenerativo.
Mientras hablamos de sus problemas de salud, pienso que nueve de cada 10 personas que se dedican al trabajo del hogar son mujeres. Su trabajo es indispensable para una sociedad que las ha vuelto invisibles y las ha discriminado. Su oficio es considerado social y económicamente inferior, no hay leyes que las protejan. ¿No es acaso esto otra forma de violencia hacia las mujeres?
Pero Alicia es incansable, desde que inició la pandemia en marzo del 2020, no ha dejado de trabajar. Solo paró un mes, porque para ella la vida no era sostenible. Nunca tuvo temor de contagiarse ni enfermarse de covid. La necesidad impera, el miedo lo perdió hace mucho tiempo. ¿Miedo a qué? si hoy tiene que seguir y seguir, es pilar de su familia.
–Yo seguí trabajando en la pandemia, porque no había manutención, solo tú y otras dos personas, de seis o siete con los que trabajo, me siguieron pagando sin ir a trabajar y no era suficiente. Así es que yo tenía que salir, nunca tuve miedo, en el grupo de 12 pasos de familias anónimas, aprendí a no tener miedo, eso es lo que nos enseña el programa, a enfrentar las cosas como son. El miedo es la ausencia de fe y yo aprendí a tener fe cuando mi hijo entró al reclusorio, creo que después de vivir todo eso no hay otra cosa peor, así es que lo que venga… yo salgo de casa y con toda la fe digo, primero dios y al rato regreso.
Alicia es muy fuerte, una luz que brilla y cobija con su fe, un espíritu guerrero. Cuando yo enfermé de covid, su presencia fue reparadora, siempre constante, siempre solidaria. Ella, la primera persona con la que tuve contacto después de semanas de aislamiento. Segura, valiente, generosa llegó a casa, su casa, de la que tiene llaves, donde siempre habrá un lugar para ella.
Alicia sabe que ahora no puede parar. Siente que carga una losa bajo el brazo. Podría cargar un camión. Brenda, una de sus gemelas, lucha todos los días contra la artritis reumatoide juvenil. Ha enfrentado varias cirugías. La enfermedad la sorprendió cuando apenas tenía 18 años, después de la muerte de su padre y luego de escapar de una relación que la mantuvo cautiva durante varios años. Él era 20 años más grande que ella, la vida fue un infierno.
–El cuerpo grita lo que la boca calla, eso lo fui aprendiendo recientemente, gracias a mi hija Brenda. Su artritis fue por cosas que se guardó durante años y que hasta la fecha no ha querido hablar, todo esto le pasó después de que dejó a ese hombre y luego se juntó con la muerte de su padre… Y yo, pues mírame, igual, ahí viene la factura: problemas de articulaciones, de huesos, problemas de rodillas, de columna.. y a pesar de dolor una tiene que salir a trabajar…
Alicia, como miles de mujeres que laboran en su mayoría para una clase media que sí pudo parar durante la pandemia, no engrosó las cifras que ubican a más de 700 mil trabajadoras domésticas que perdieron su empleo o tuvieron que dejar de trabajar durante los primeros 6 meses de la crisis sanitaria.
A pesar de las dificultades, Alicia sueña con abrir un negocio con el apoyo de sus hijos, de sus gemelas. Arzivi, otra de sus gemelas, regresó a casa después de una fallida relación con un hombre que fue a pedirla en matrimonio montado a caballo, ¡gran fiesta la que se armó! Pero llegaron los celos, intentos de golpes, él quería un hijo varón, que ella “no le podía dar”; sentencia de un macho consumado.
Danzón, salsa y son
Alicia vive del reconocimiento a su trabajo, es impecable, dedicada, respetuosa. Le hubiera gustado estudiar psicología. Hoy sólo vive el momento. Cuenta que le gustaría regresar a bailar, por la pandemia cerraron todos los salones donde bailaba danzón, salsa y un buen son. En sus planes abraza la posibilidad de comprar una casa en Xochimilco. Tener un perro y encontrar un compañero, quizá aquel que le devuelva los sueños robados.
Mientras el cuerpo se lo permita y el dolor de las articulaciones no sea impedimento para seguir, Alicia será parte de ese contingente de mujeres en pie de lucha. Mujeres que, sin buscarlo, son ejemplo de resistencia.
Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.