Todo es lo que parece
Por Igor Israel González Aguirre / @i_gonzaleza
A diferencia de lo ocurrido en otras partes del país, en el Área Metropolitana de Guadalajara el proceso de vacunación contra la COVID-19 ha sido poco menos que caótico. Es penoso el suplicio por el que han atravesado en estos días las personas que quieren acceder a la vacuna: gente de la tercera edad haciendo interminables filas bajo el sol; horas eternas sin un baño cerca; indicaciones confusas y contradictorias por parte de las autoridades; desilusión y desconcierto ante la insuficiencia de las dosis… En fin, un verdadero desbarajuste al que le falta poco para colindar con lo negligente. Pero ¿qué revela esta situación que en el fondo es trágica?
Hay por lo menos tres aspectos en los que vale la pena entrometerse. El primero de éstos tiene que ver con la evidente incapacidad gubernamental en materia de organización y de logística. Para muestra un botón: el pasado 14 de marzo el gobernador le reclamaba a López, allá en Tequila, lo siguiente: “Quiero decirle que a la fecha no se ha podido programar una sola vacuna para los municipios de Guadalajara y Zapopan, los dos municipios más grandes de nuestro Estado…”.
Si fue una justificación, falló rotundamente. ¿Por qué? Porque ante una afirmación de este calibre uno se pregunta si ¿realmente la planeación de la logística para la aplicación de las vacunas requería que éstas estuvieran almacenadas en algún lado, y a la vista? Quienes saben del tema logístico afirman que definitivamente no es así. Más bien lo que revela el gober con su reclamo es impericia (o de plano, mala leche). No hay que perder de vista que el objetivo de toda planeación y programación consiste en prever y anticiparse a lo que acontece. No en reaccionar a destiempo. Y mal.
Ojo ahí.
Más aún, -y dicho como nota al margen- quisiera creer que alguien en el gobierno estatal o en el municipal sabe lo que es el INEGI. Y de ahí a contabilizar a la población que tiene sesenta años y más, que vive en el AMG, y hacer un estimado de los requerimientos logísticos mínimos, hay apenas un pequeño paso. Hubiera bastado contrastar esta información con los puntos designados para aplicar las dosis. Solo faltaría comunicar con claridad la estrategia, y listo: problema resuelto.
Con un poquito más de sensibilidad alguien al interior del gobierno local podría haberse imaginado que durante el proceso de vacunación habría un sol ingente; que las indicaciones confusas del Secretario de Salud traerían consigo aglomeraciones; que junto a éstas estaría la necesidad de guarecerse de las altas temperaturas, de hidratarse y, por ende, del consecuente requerimiento de baños móviles y de atención médica básica… ¿De verdad era tan difícil organizarse? ¿En serio era indispensable que llegaran las vacunas para luego ver cómo y dónde serían aplicadas? Vaya cosa. ¿O quizá se necesitaba primero engrosar la burocracia y echar a andar una mesa que se hiciera cargo de la logística y la organización de este tema?
En segundo lugar, con el viacrucis que han vivido quienes buscan vacunarse se hace evidente -una vez más- la disputa ya cansina entre el gobierno federal y el gobierno estatal. En lugar de hacerse cargo de la situación y rectificar, ambos bandos prefieren culparse unos a otros y llevar agua a su molinito. Allá dicen que todo está bien y prometen que nadie se quedará sin vacunarse; que más bien el problema está de este lado porque todo lo politizan sin razón.
Acá aseguran que todo está en santa paz y que por más ganas que le echan siempre se enfrentan al muro del desprecio más centralista de los últimos sexenios; y que los que politizan el tema son los de allá. El caso es que ni tirios ni troyanos se han dado cuenta de que, en un contexto como en el que estamos, todo intento de capitalización política de la tragedia no les reditúa. A ninguno. Nada. Más bien al contrario: les resta. Y en el extremo les hace parecer mezquinos e insensibles. Así no, oigan.
Por último, dentro de todo este berenjenal hay dos aspectos que resultan un tanto esperanzadores. Estos hay que aplaudirlos y celebrarlos, porque a pesar de todo nos ofrecen evidencia de que no todo está perdido. Por un lado resulta fascinante ver que -una vez más- ante la insuficiencia y la ineficacia institucional, la gente se dota de mecanismos de organización para que las cosas funcionen. Eso es hacer política a pesar de las autoridades gubernamentales y de las instituciones formales: acuerdan modos para respetar el orden y la prelación; comparten la sombra y el resguardo de un toldo; distribuyen agua y alimentos.
En este mismo sentido hay que destacar el espíritu solidario de los cientos y cientos de voluntarios -muchas y muchos de ellos estudiantes universitarios- que han estado al pie del cañón para fortalecer la aplicación de las vacunas, más allá de los servilismos propagandísticos y de maquinarias electorales a todo vapor. Va desde aquí mi agradecimiento. En fin, algo les tendrían que aprender nuestras autoridades.
¿No creen?