Desde Mujeres
Por Andrea Mora / @cieeloymar / @DesdeMujeres
Ha pasado ya un año desde que nos encerramos en nuestras casas, desde que el contacto se limitó. Se dijo que en nuestras casas estaríamos seguras, “Quédate en casa, así salvas vidas”, en teoría así todas y todos estaríamos seguros. Viviendo en un país donde once mujeres son asesinadas al día se podría pensar que en tiempos pandémicos la violencia hacia las mujeres; los feminicidios, los abusos sexuales, el acoso y la violencia física disminuirían drásticamente, si no salimos a la calle nadie puede hacernos daños, si nos salimos a las calles estamos seguras.
Cuando hablamos de la violencia que viven las mujeres parece que esta violencia viene de afuera, como si el peligro estuviera detrás de la puerta, como si el peligro se manifestara de nuestra casa hacia afuera, afuera el peligro, adentro; la seguridad. Una de las tantas lecciones que nos ha dado esta pandemia es que la violencia no descansa, la violencia se cuela por muchos de nuestros espacios; no hay tregua cuando se es mujer y se vive en un país feminicida y machista.
Contrario a lo que se puede esperar, la violencia hacia las mujeres escaló y se intensifico durante el año 2020. Algo esta claro: mujeres no pueden estar seguras ni en sus propios hogares, la violencia familiar alcanzó niveles escalofriantes, miles de mujeres llamaron al 911 en busca de ayuda, el abuso infantil también se incrementó y el acaso también se elevó. Según la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, la incidencia de violación sexual diaria aumentó 2.6% respecto al 2019, también la incidencia de violencia familiar que creció un 5.4 %.
¿Hacia dónde podemos escapar? ¿Dónde sentirnos seguras si nuestros hogares tampoco son lugares seguros? ¿También hay que tener miedo y cuidarnos de los hombres con los que convivimos en nuestros hogares? ¿Hasta cuándo nos sentiremos seguras? Lo increíble es que ningún espacio parezca seguro ahora, la violencia no descansa y no tiene tregua y los espacios donde deberíamos sentirnos seguras muchas veces no lo son. Este es uno de los grandes problemas para cientos de mujeres que comparten el techo con sus agresores, mujeres que ahora viven entre cuatro paredes y están al lado de aquellos agresores a los que tanto temen.