La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @La_Hilandera
“Se los digo sinceramente, no miento”, es muy cansado ver cómo cada día se rearticulan estrategias para hacer valer exigencias legítimas frente a actores que parecen hablar otro idioma o estar en una disociación constante de la realidad. Obviamente hablo sobre las declaraciones recientes del presidente.
Porque entre el “ya chole”, con la risa característica del mansplainer (yo sé que más de una entenderá de qué hablo), y la afirmación (con los hombros levantados, que también muchas conocemos y reconocemos) sobre el feminismo como una simulación y que “somos respetuosos de las mujeres, de todos los seres humanos”, ha quedado claro que dirigirse a ese personaje, es como soltar palabras al viento. Porque quién sabe por qué magias, una buena parte de la población no vive en ese país idílico, amoroso y respetuoso que describe con frecuencia el presidente.
No es que al pedir que rompa el pacto hablemos de cosas etéreas, hablamos de una valoración distinta, del reconocimiento mutuo de la capacidad de ejercer violencia, de algo tan concreto como dejar de respaldar a un violador. Pero en su caso, insisto, le hablamos al vacío. Y no sólo porque no entienda a qué nos referimos al exigirle que rompa el pacto patriarcal, porque quedó claro que cinco días no fueron suficientes para hacerlo; sino porque lo poco que entendió -la explicación simplista de dejar de apoyar a los hombres- pareció una propuesta completamente inaudita: “¡ah!”
Y ojalá respuestas como éstas fueran el caso menor de otro varón que nos ‘tira de locas’, pero no, es el presidente, un personaje que, desde una cierta lectura, encarna un meme de la vida real donde ante cualquier pregunta la respuesta será una magistral evasiva. Porque decir “pero (ponga aquí cualquier nombre) robó/mintió/violó/omitió más”, no es más que una respuesta boba que dejó de ser un chiste. La evasión como la estrategia del cobarde.
No con poca frecuencia, hay varones que preguntan a las compañeras feministas qué pueden hacer para convertirse en ‘verdaderos’ aliados. Y una respuesta breve es esa: romper el pacto. Y no es sólo replegarse y dejar que las mujeres hablemos con nuestra propia voz, desde nuestras experiencias, o respetar nuestro espacios (por favor ¡háganlo!); se trata de mirarse a sí mismos y a sus pares, cuestionarse y cuestionarlos, mover las aguas lo suficiente como para no perpetuar desigualdades y abusos en pos de una falsa paz o un silencio cómplice.
Y claro, aún cuando ustedes, varones, tienen un trabajo enorme que hacer, nosotras también lo estamos haciendo, comenzando por enunciar y haciéndolo con la voz muy alta para que escuchen en todos los niveles, para que reten a su entendimiento y atiendan, aprendan, dejen las bromas, cuestionen a sus pares; porque sí, para eso y más nuestras ancestras y nosotras mismas seguimos peleando por nuestros derechos.
Porque hoy, renunciando al pacto, no sólo tienen y tenemos la oportunidad de generar relaciones sociales distintas, nos da la oportunidad de poner el punto en el sitio correcto y dejar de normalizar el silencio como el sitio de la comodidad y la complicidad.