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Ivette padece las secuelas de covid-19 al mismo tiempo que enfrenta una paradoja laboral: la pandemia aumentó las muertes, pero la mayoría de las personas fallecidas se van sin ritos velatorios, lo que ha disminuido sus ingresos
Texto y fotos: Isabel Briseño / Pie de Página
MANZANILLO, COLIMA.- “Padre nuestro que estás en los cielos… ¿Has sentido correr la adrenalina en tu cuerpo? Yo tenía miedo, aún tengo miedo al salir, pero es por la misma enfermedad. Debo luchar y seguir. Aún tengo vida, los que llegan aquí ya no”.
Ivette interrumpe el rezo y conversa dentro de la funeraria donde trabaja. Aparentemente está bien, luce fuerte, sana y tranquila, concentrada en su empleo, pero no es así. Después de algunos meses sigue sintiendo los estragos emocionales y físicos que le dejó la enfermedad de covid-19.
Ella es empleada en una funeraria. Su trabajo, relata, ha bajado mucho, ya que la mayoría de las personas que fallecen por covid son incineradas.
“A nosotros nos ha pegado muy duro porque nos pagan por servicio, no tenemos salario fijo y si no hay servicios no cobramos”, comenta.
“¿Azúcar normal o splenda? ¿Gustas pan dulce? Aquí hay servilletas”, ofrece la empleada a quienes se acercan a su barra.
Trabaja turnos de 12 horas. Se estira y bosteza. Cuenta que este servicio comenzó a las 2 de la mañana que entregaron los cuerpos y termina a las 5 de la tarde. Ella llegó a las 11 de la noche a trabajar, debió haber entrado a las 5 de la tarde pero como la gente ingresaría a partir de la una de la madrugada, entró más tarde. Dice que se le hace más pesado porque no durmió durante el día, llegó directo a trabajar.
Ivette tiene unos 40 años, es delgada, de tez morena y usa el pelo corto y rubio que recoge en una coleta, las uñas de sus manos son largas y están pintadas de color azul, usa zapatos de piso para soportar las largas horas que está de pie.
Recuerda que la primera noche que regresó al trabajo, después de superar la covid, “no aguantaba el cuerpo”.
Lleva un año en la funeraria Guadalupana, ubicada la avenida Elías Zamora Verduzco, una de las dos principales de Manzanillo. En Colima, los 10 municipios están en semáforo rojo.
Ivette relata que en octubre pasado la pandemia la alcanzó y se contagió. Comenzó con diarrea, dolor de cabeza muy fuerte como migrañas, sentía que sus huesos eran tan frágiles, apenas se movía y sentía que se le quebraban.
Nunca requirió de oxígeno ni de hospitalización pero si cumplió con 40 días en aislamiento dentro de su casa. Los primeros 18 días fueron los más complicados, su dolor y debilidad mental y física fueron tan grandes que le pidió a su esposo que la llevara al hospital para que le pusieran algo que la durmiera.
Ella no tenía ánimos de nada. Su familia la buscaba por teléfono pero se negaba a atender, si hablaba se agitaba. Los días posteriores siguió con medicamento pero también recurrió a remedios naturales, como beber agua de carambola que según cuenta, sirve para subir las plaquetas. También le preparaban tes calientes con palo santo, guayaba y limón. “Me tomaba eso diario y en el nombre sea de dios”, dice ahora, mientras se aplica gel antibacterial después de pasar el trapito por la barra.
“Con esta enfermedad entendí un poquito a los que se suicidan, es una desesperación muy fuerte, una angustia terrible, un miedo de morirse, de ponerse peor, de no saber si despertaré mañana, si hoy la paso bien y mañana iba a necesitar oxígeno. Yo tenía taquicardia, una taquicardia que me causaba angustia, de la nada una se pone mal”.
Ivette dice que en su buró tiene chicles que mastica cuando la ansiedad la ataca. “No me la he podido quitar, es difícil retomar la vida, volver a salir a la calle, volver al trabajo”.
El silencio inunda la sala, se aproximan las 5 de la mañana e Ivette recorre la sala, vigila que todo esté en orden. El paseo le funciona para espantar el sueño pues es “la hora maldita”, dice ella, la hora en que casi todos los familiares se rinden ante el sueño.
Mira su teléfono y dice: “Ya falta menos, hay que resistir”. La capilla se sanitiza después de que sale una familia, pero constantemente rocía sanitizante en aerosol en las manijas de las puertas, las mesitas y en lo que toca ella toca, se le observa lavarse las manos, recoger la basura de los botes y tener rellena la cajita de pan que ofrece junto al café.
“Mi regreso al trabajo fue difícil, estuve muy cerca de la muerte, pienso, y cuando veo a las personas llorarle a sus familiares pienso que pude ser yo, que pudo ser mi familia la que me estuviera despidiendo, ¿además que difícil perder a dos hijos no?, así que por eso me uno a los rezos para pedir por los difuntos y por las familias que me toca acompañar en su dolor”.
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Este texto se publicó originalmente en Pie de Página:
https://piedepagina.mx/la-hora-maldita-de-una-funeraria-en-la-lenta-recuperacion-de-covid/