Columna MAROMA
Por Marya Huerta / Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Ejercicios
Campañas
Consorcios
Condominios
Contractus
Hay Cadáveres
Cadáveres. Nestor Perlongher
El hueso calla.
Cede palabra a la fractura.
La fractura calla.
Cede palabra al golpe.
El golpe calla.
Cede palabra al gesto.
El gesto calla.
Cede palabra al grito.
El grito calla.
Cede palabra al pensamiento.
El pensamiento calla.
Cede palabra al miedo.
El miedo calla.
Pensar/Mentir. Moritz Fritz
Fue hace unos meses, platicando con Milo Medina, que supe de la pieza titulada En un país de fosas que hace unas semanas pudimos observar sobre la calle Libertad con esquina Argentina, parte de la exposición Aire Libre, que conjunta una serie de obras contemporáneas puestas en el espacio público. La mayoría dentro de la colonia Americana.
El mismo día pasamos por ahí y lo primero que noté fue la casa en construcción/demolición que se encuentra al frente. Pensé en aquel escenario cada vez más frecuente en una zona de vorágine inmobiliaria. En una de las zonas con mayor movimiento económico y cultural dentro de la capital de un estado que hasta diciembre del 2019 registraba 8,735 víctimas de desaparición forzada. Un estado que edifica, a través de un sistema que busca enterrar capa tras capa. Un estado-fosa de tierra cuarteada.
La pieza vino a cimbrar a muchos, vecinos, paseantes, observadores curiosos. ¿Qué es la fosa? ¿Quiénes la construyen? ¿Quién abre la tierra? ¿Quién habita el hueco? ¿Quiénes buscan? ¿A quiénes buscamos?
Hasta el día 7 de febrero, las muertes por COVID-19 solamente en Jalisco sumaban, en promedio, 9,042. Las últimas semanas nos han tenido en un estado de alarma frenética, de sugerencias de cuidado bombardeándonos por todos lados, de una sensación de pausamiento de la vida cotidiana, más no de la violencia, que parece estar por encima de las dinámicas de cotidianidad.
Nuestra relación con la muerte se vuelve cada vez más inmediata, pero no por ello más digerible, no por ello más fácil. En este contexto es que se coloca la serie de piezas que intervienen la calle.
Se preguntaron usuarios en las redes sociales si se trataría de un segundo antimonumento, posterior a la antimonumenta instalada en el mes de noviembre por colectivas feministas en la Plaza Imelda Virgen. Pero más que un dispositivo de memoria y de reescritura de la historia, en contraposición con la historia oficial, como podría serlo un antimonumento; la obra, instaurada desde el arte, logra, a partir sus posibilidades sensibles, aparecimientos.
Desde su enunciación, la frase “En un país de fosas excavar es una necesidad” que se inscribe sobre la cantera, muestra la condición de desaparecimiento y con ello, la búsqueda por su re aparecer. Dirá Helena Chávez Mc Gregor en su texto Pese a todo, aparecer que los espacios de aparición no dependen de una determinada asignación de lo público o de una configuración del estado, si no que se constituyen través de lo colectivo y solamente puede destruirse con la desaparición del pueblo. O sea, de las voces múltiples, de los muchos decires.
¿Cómo se mira de frente al monopolio de la violencia que tiene el estado, el crimen organizado y básicamente aquellos con el capital suficiente para la compra de armas? ¿De quién es el derecho a matar? Son las familias de los desaparecidos las que se han hecho cargo de la pregunta por el otro que no está. En un estado de necropoder, quien excava resiste. Pero nadie excava por gusto. Las colectivas de búsqueda de desaparecidos se han conformado, frente a un hueco de atención que deberían llevar instancias gubernamentales. Han repetido una vez tras otra que, si no son ellxs, nadie más les busca, nadie más les nombra, les desentierra.
Escribe Sara Uribe en Antígona González: “¿Cómo se reconoce un cuerpo? ¿Cómo saber cual es el propio si bajo tierra y apilados? Si la penumbra. Si las cenizas. Si este lodo espeso va cubriéndolo todo. ¿Cómo reclamarte, Tadeo, si aquí los cuerpos son sólo escombro?”.
Han sido principalmente las madres quienes han hecho suya la labor de regresar al cuerpo, a los cuerpos, su condición humana. Condición arrebatada junto al arrebatamiento de la vida. La pieza de Milo nos recuerda el doble acto de excavar, excava quien entierra, quién esconde, quien origina el hueco. Pero excava también quien regresa a la luz, quien extrae de la tierra los pedazos y les hace un alguien de nuevo.
Recuerdo el impacto que me causó ver en video a las rastreadoras dar la bienvenida a un cuerpo encontrado por ellas mismas. Prometerle paz, animarle por encontrarse pronto con su familia. Asegurarle que el infierno había terminado. Este hacer espacio al hueco en la tierra, este nombrar la ausencia y llenar los huecos otros. Y sobre todo, convivir y dar tregua al estado contradictorio que implican las altas cifras de cadáveres frente a la falta de reconocimiento de ellos. La ruptura del cadáver como objeto olvidado. El entenderlos como los muertos de alguien. De todos. Los nuestros. Reintegrar los cuerpos mutilados, los trozos regados. Honrar la vida mirando tan de cerca la muerte.
Cuando veo esta gran piedra puesta en ese espacio de gentrificación activa y pienso en ese sentimiento de desterritorialización de quienes le habitamos momentáneamente, pienso en ellas, las que buscan. Que hacen de una tierra ajena suya. Citando a Cristina Rivera Garza, que a su vez cita a Roque Dalton cuando escribe: “Los muertos están cada día más indóciles. / Hoy se ponen irónicos / preguntan/ Me parece que caen en la cuenta / de ser cada vez más la mayoría.” Son también los vivos, las vivas, las indóciles. Que poco a poco se saben mayoría las que desentierran, las que, en este país de fosas, se reúnen, se organizan, y se arman con palas. Para, con esas mismas manos que alguna vez vieron la vida iniciar, despedirla.