Columna MAROMA
Por Mayra Huerta, integrante de MAROMA: Observatorio de Niñez y Juventud
Son las últimas semanas del año y aprovecho para hacer un repaso de ellas. Quiero hacer de este texto una sala, un sitio donde sentarme con mis amigas, con mi colectivo. Un lugar para convocar a las y los otros con quienes unimos fuerzas. Un espacio compartido, hacer de las letras la oportunidad de compartirnos.
Este ha sido un año de confrontación con nosotras mismas, con nuestra realidad, a veces con nuestra incapacidad de hacerle frente. Pero en medio del desgano que inevitablemente llega, alcanzo a ver que este ha sido también un año de encontrarnos compañeras, familia.
Quiero hacer de este texto un reconocimiento para quienes cuidan, pero no me alcanzan las palabras. Quiero hablar de quienes alimentan a lxs otrxs. Quiero decir que quitar el hambre es también devolver la fuerza. Quiero hablar con su fuerza compartida, pero no alcanza.
Quiero rescatar con la palabra como me rescatan lxs otrxs. Quiero robarme por un rato la voz de las y los niños. Para saber decir algo, para sentir que alcanzo a contar lo que ha sucedido alrededor de estos meses. Quiero decir los nombres de quien perdí, quiero contar que he perdido, pero que los que se van, enseñan también cuánto se es capaz de amar.
Mantenerse a salvo, es el principio. Salimos a la calle todas y avisamos a las otras. La fiesta no es nuestra, la calle no es nuestra, la vida nuestra a veces parece que no es tan nuestra. Mantenernos a salvo. Me dice una amiga: nos están pidiendo que nos olvidemos. Nos piden, que olvidemos que tratamos de mantenernos a salvo.
Es el virus ahora, pero antes han sido los otros. La propaganda del gobierno dice que cuidemos de los otros. El mismo gobierno que no nos cuida, el mismo gobierno que un día amontonó cadáveres y en el acto más ruin, los paseó por la ciudad. El mismo gobierno que desatendió el hambre y la desesperación de una madre y sus hijos, que los mató, a los tres, con su omisión. Ese gobierno mismo que nos persiguió en el mes de junio, por defender de los otros, por protestar por los otros, los que no conocemos, pero con quienes compartimos la rabia, la digna rabia. Esos otros que ahora pide que cuidemos desde sus normas.
Y yo no sé cuidarles de esa forma. Regreso a uno de los conversatorios que tuvimos cuando el virus apenas hacía presencia en nuestro país. Quizá con ingenuidad hicimos un planteamiento al invitar a nuestros ponentes: ¿Cómo cuidamos de la niñez en tiempos de crisis? La sorpresa llegó con su respuesta: no les cuidamos, son ellos quienes cuidan de nosotrxs. Sus cuidados obedecen a lógicas que desconocemos, que nos cimbran, que se escapan de nuestro razonamiento.
Las y los niños inventan historias para nosotrxs, para sacarnos de esta realidad que nos rebasa. Se meten en nuestras camas para cobijarnos con su cuerpo. Hacen casas dentro de la casa, madrigueras para refugiarnos en el juego, donde sí podemos decidir. Son las y los niños quienes ensayan nuevos mundos, nuevas normas. Quienes, en ocasiones reflejan lo que el mundo nos da, lo que nosotros a veces no observamos con suficiente detenimiento, para decirnos: mira, es este el mundo, ¿ves? hagamos otro.
Quiero hacer de este texto un recordatorio, pero más un agradecimiento. Para ellxs, las y los niños que nos cuidan, que nos acompañan, que nos abrazan y nos hacen saber que queremos mantenernos a salvo, que está costando, pero que la necedad vale la pena, que la rabieta es a veces el camino, para defender lo que haya que defender, para seguir en la lucha. Para salvarnos, los unxs a lxs otrxs.