¿A quién le toca el cuidado de las infancias y juventudes?

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Columna Maroma

Por Lourdes Limón, integrante de MAROMA: Observatorio de Niñez y Juventud.

Para A.M.

Te arrancaron la voz, pero miles gritamos para que se escuche tu dolor y tu miedo.

 

En los últimos cuatro años en variados espacios, juntas, consejos técnicos, capacitaciones por parte de la Secretaría de Educación Pública de Jalisco (SEJ) escucho la frase “no nos toca”, cuando se habla de desapariciones, prostitución infantil, violaciones, abuso sexual, maltrato infantil, adhesión forzada de jóvenes y niños por parte de grupos delictivos. 

Esta frase hace que algunos de mis compañeros docentes, psicólogas, directores y trabajadoras sociales respiren, “no nos toca” en realidad quiere decir no nos metamos en eso, no debe importarnos y además una realidad no sabemos qué hacer.

Según la SEJ no nos toca hablar de trata, no nos toca hablar de aborto, no nos toca hablar de desapariciones, no nos toca hablar de violencia (o como lo menciono un compañero psicólogo del área de psicopedagogía de la SEJ, los niños, niñas y jóvenes no saben hablar de violencia ni para que preguntarles).

Entonces a: ¿A quién les toca el cuidado de nuestras infancias y juventudes? 

Cuando las instituciones “especializadas” y correspondientes para el trabajo con estas, solo buscan cómo zafarse de las realidades que experimentan nuestras morras y morros todos los días, cuando parece que el trabajar con emociones se traduce como el trabajo con la autoestima para con esto combatir la desaparición de las morras. 

O en un estado en donde el Gobernador Enrique Alfaro declara que las desapariciones son producto del uso de video-juegos en línea. Esto nos da un panorama desalentador, pero claro del por qué nuestros morros y morras se sienten solos, están solos y las instituciones alientan esta soledad. 

Instituciones que parecen estar más preocupadas por los padres de familia, la religión y los partidos políticos en turno, que por atender, acompañar y escuchar a los jóvenes y niños.

Este artículo lo escribo desde la rabia y el dolor de saber en estas semanas que una alumna de las escuelas secundaria en donde he participado, fue encontrada asesinada hace unas pocas semanas. 

No mencionaré su nombre por respeto y petición de la familia, pero eso no me impide escribir pidiendo, exigiendo justicia para ella y todas las demás que aparecen día a día asesinadas y son olvidadas por las instituciones convirtiéndolas en una estadística más o menos.

Como psicóloga que labora dentro de una institución educativa pública como lo es SEJ se me exige capacitarme, diagnosticar, involucrarme en los discursos legales y jurídicos que atraviesan a las infancias y juventudes; se me exige ponerme la camiseta, trabajar horas extras, estar en los consejos técnicos, atender a papás y mamás, hacer informes, recientemente hasta ser mi propia contadora para la declaración de mis impuestos.

También se me ordena o meterme, no movilizar, no agitar, no hablar claramente de ciertos temas, se le teme además de a la realidad, a las posibilidades de movimiento de las morras quienes frente al hartazgo de la indiferencia de los adultos  y la brutalidad de los discursos adulto centristas; salen día a día a las calles desafiando nuestra terrible realidad, proponiendo que no se puede estar inmovilizadas ante el miedo, -¿y la vida qué Lulú?- me dice una cuando hablamos sobre la inseguridad en las calles.

Desde todos estos lugares y voces diversas, es que me parece que como profesionales, activistas, especialistas, licenciados, maestras, etc que estamos en contacto con las infancias y adolescencias; nuestra exigencia debe ser el respeto a su realidad, que conforme a ella se piensen los programas y acompañamiento, que dejan de romantizar y poner el filtro rosado a las infancias, que se les ponga un filtro violeta que nos permita crear comunidades escolares conscientes de los riesgos a los que nos enfrentamos todos y todas; un filtro de arcoíris para que desde la diversidad se hablen temas que permitan que estas morras y morros se vivan en el encuentro y el diálogo de cada una de sus diferencias.

La Secretaria de Educación Jalisco dice que en las escuelas no se debe hablar de sexualidad, diversidad, aborto legal, seguro, gratuito y acompañado; de maternajes en compañía y libres, de paternajes responsables y sensibles; de respeto a las practicas sexuales libres y diversas (afuera las pedagogías prohibitivas), pero tampoco del narcotráfico y sus complicaciones ni de defensa personal, de verdadera inclusión al abolir el uso de uniformes y formalismos en la apariencia de los y las morras; de trata y prostitución infantil, de pornografía y todos aquellos temas que a ellos y ellas les parezcan importantes para afrontar esta terrible realidad que vivimos.

No podemos seguir pensando a las escuelas como el ex secretario de educación Francisco Ayón lo mencionó en el Foro sobre la Paz hace algunos años: “las escuelas son islas de paz, donde la violencia no tiene cabida”.

Las escuelas son lugares donde es posible construir algunos acercamientos hacia la paz y como tales espacios deben ser tratados con dignidad, claridad y posibilitar el diálogo, no la prohibición de los temas, ni bajo la justificación del cuidado dejar a los y las morras fuera de tal vez algunas de las pocas posibilidades con las que cuentan para resistir y cuidarse del afuera y el adentro de las escuelas y familias.

El cuidado de los niñas, niñas y jóvenes no sólo nos toca, debería de trastocarnos.

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