En los últimos 10 años, 271 sacerdotes han sido investigados por abuso sexual infantil dentro de la Iglesia Católica en México, según informó la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) en 2019.
Como un ejercicio de transparencia y tras el anuncio de la instalación del Equipo Nacional de Protección de Menores (ENPM), se comprometieron a hacer valer el llamado del Papa Francisco en su carta apostólica Motu proprio, titulada Vos estis lux mundi (“Ustedes son la luz del mundo”), cuyo interés es prevenir y denunciar los casos de abuso sexual dentro de la iglesia, pero además, acabar con el sistema de encubrimiento que ha operado por siglos para dejar en la impunidad a victimarios, y sin justicia a miles de sus víctimas.
Quien sufrió estos laceros indescriptibles y ha comprobado la indolencia e indiferencia social y eclesiástica, sabe que este anuncio puede significar todo, o, como en su caso, nada. Josué, nombre ficticio para resguardar su identidad, decidió hablar después de 15 años. Siendo adolescente fue víctima de su “guía espiritual”, Rogelio, ahora exsacerdote de la iglesia católica en Bajío de San José, delegación del municipio de Encarnación de Díaz, Jalisco perteneciente a la Diócesis de Aguascalientes.
Lo hace públicamente ahora, porque hace unos años, cuando lo confesó a un miembro de la iglesia, cuando lo grito frente a su cara y frente a miembros de la comunidad religiosa, cuando sus padres acudieron a pedir ayuda ante el obispo (aún en el puesto), no hubo más que estigma, escarnio social y silencio.
Lo hace ahora esperando justicia para él y para los demás sobrevivientes que quedaron silenciados por temor al rechazo, pues, como afirma “nunca se termina la sensación de estar como caminado en fango en el propio lugar/pueblo de donde se es, o de seguir cargando con una culpa y estigma que no debería corresponderle a las víctimas”.
Esta historia es narrada a través de una carta testimonial en primera persona e, incluye, algunas intervenciones de estos reporteros luego de sostener una entrevista con Josué.
Por Dalia Souza / @DaliaSouzal y Darwin Franco / @darwinfranco
Con la promesa de iniciar “un camino de transparencia de cara a la sociedad”, en enero de 2019, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) reconoció que en la última década 271 sacerdotes han sido investigados por abuso sexual infantil; asimismo, que 426 han sido investigados, además, por pornografía infantil, así como, por otros delitos canónicos.
Al menos, hasta esa fecha, se informó que 217 fueron separados de sus cargos.
En tanto, la Nunciatura Apostólica en México, encargada de “promover y sostener las relaciones entre la Sede Apostólica y la Autoridad del Estado”, es decir, entre los representantes de la iglesia católica en Roma y los distintos gobiernos en el mundo, revelaron tener 152 casos de sacerdotes relacionados con “probables conductas cometidas en agravio de menores”.
El ejercicio de presunta rendición de cuentas surge a la par de la instalación del Equipo Nacional de Protección de Menores (ENPM) un área de la CEM que se define a sí mismo como “un órgano multidisciplinario… para responder integralmente al problema del abuso sexual infantil por parte de clérigos y agentes de pastoral en el ámbito eclesial”. La “razón de su existencia”:
“Evitar el abuso sexual de menores (“ni un caso más”) en la Iglesia de México, procurar justicia para las víctimas y fortalecer la cultura de la denuncia y responsabilidad, a fin de mostrar el verdadero Rostro de la Iglesia a sus hijos”, aseguran en su página web.
El equipo integrado a través del Consejo Nacional de Protección de Menores ha incorporado a 42 comisiones y consejos en distintas Diócesis del país.
Una de ellas, es la Comisión Diocesana de Aguascalientes para la Protección de Menores, creada el 1 de junio de 2020 por el Obispo de Aguascalientes, José María De la Torre Martín. Su objetivo, como el de las otras, es dar seguimiento a la ordenanza del Papa Francisco, a través de su carta apostólica “Vos estis lux mundi”, sobre generar sistemas de atención a denuncias de abusos contra menores de edad y adultos vulnerables cometidos por clérigos, además de, garantizar el tratamiento y seguimiento a las mismas.
Ya en 2018, la misma diócesis, habría suspendido al exsacerdote Flavio “N” y solicitado su dimisión definitiva del estado clerical ante el Vaticano. Y es que, meses antes del anuncio público, la Fiscalía General del Estado de Aguascalientes estaba investigando su responsabilidad en los delitos de violación, corrupción de menores y atentados al pudor en contra de un menor de edad desde el año 2013 y hasta el 2017.
Según refieren las declaraciones oficiales, el exsacerdote era el guía espiritual de la víctima y abusaba de su posición para embriagarle y agredirle. Dos años después de investigaciones, el sujeto fue condenado a 32 años de prisión y al pago de una multa de 53 mil 375 pesos.
Sin embargo, ese mismo año, de la Torre Martín, se negó a hablar sobre el tema: “¿se han dado casos en Aguascalientes?, ¿ustedes han sabido de algo?, si ustedes saben algo me lo dicen”, declaró el obispo al reportero Erick Ramírez del portal Página 24.
Su respuesta no parece una sorpresa para Josué, al contrario, era de esperarse, pues de la Torre Martín, había sido ese mismo que casi una década antes ignoró el llamado de ayuda que sus padres le hicieron tras enterarse de los abusos que el sacerdote Rogelio había cometido en su contra.
Habrá que señalar, que de acuerdo con el documento “Líneas Guía del Procedimiento a Seguir en Casos de Abuso Sexual de Menores por Parte del Clérigo” de la CEM, los casos de abuso sexual infantil, “pedo-pornografía” y pederastia deben ser atendidos de manera irrestricta por Obispos y Superiores Mayores de la iglesia católica, quienes son los encargados de dar seguimiento a los procesos y demandar las investigaciones pertinentes, de acuerdo con el derecho canónico. En ese sentido, las sanciones son independientes al proceso judicial penal del Estado mexicano e, incluso, pueden llegar a la dimisión del estado clerical.
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El retrato de la impunidad
En septiembre de 2020, Josué consiguió regresar al mismo lugar a donde 15 años antes había acudido con el deseo de convertirse en sacerdote. Aquella sacristía de la iglesia de la comunidad de Bajío de San José en Encarnación de Díaz, lucía quizá como antes, el mismo olor a incienso y a madera, los mismos rostros de los santos, vírgenes y cristos crucificados mirándole sin poder decir nada, como cómplices de barro y cerámica, como muchos otros de carne y hueso.
Frente a él, las fotos de los sacerdotes que han pasado por esta localidad, este “pueblo” como le dice Josué y, junto a ellos, “la de este violador. Como prueba simbólica y explícita de la impunidad de la iglesia católica ante estos actos”.
“Los eventos sucedieron cuando yo tenía 15 años, siendo el año 2005. En ese momento, yo estaba haciendo una experiencia de aproximadamente seis meses en un seminario de religiosos, esto en la ciudad de Aguascalientes. (Realmente desde niño quería ser cura, o algo parecido. Fue, en una época de mi vida una búsqueda importante).
Entonces, en esta situación, yo podía ir a mi casa cada quince días (en Bajío de San José, Encarnación de Díaz, Jalisco). Y al empezar a llevar algún tipo de charlas con un formador de los religiosos, éste me pidió que escribiera una “historia de mi vida”, para lo cual, yo me tomé mi tiempo y decidí recurrir al CURA de la parroquia de Bajío de San José, donde vivía, (este sujeto se llama Rogelio). Yo era un adolescente bastante tímido, e inexperto de la vida, así que fui con él para que me orientara en cómo escribir tal documento, qué escribir etc.”.
Según relata Josué, este sacerdote, “solía recibir a gente después de la misa de doce de los domingos”; lo hacía en la sacristía, un sitio comúnmente localizado a un costado o en la parte trasera del altar principal de la iglesia. Contrario a este espacio visible, la sacristía es un lugar más privado, donde los más allegados al sacerdote pueden pasar: religiosas, sacristán, monaguillos, benefactores u otros sacerdotes. Sin embargo, parece que, para este párroco, era el lugar común para convivir con sus feligreses. Podría decirse que, aunque privado, era de fácil acceso para quien quisiera entrar.
Con esta confianza dada y frente a la aparente mirada de “todos”, Josué entró a la sacristía buscando la guía de Rogelio, quien pensó podría ayudarle con el trabajo que le habían solicitado en el seminario. Ahí fue la primera vez que el ahora exsacerdote, comenzó con los abusos.
Lo primero fue pedirle que fueran a su casa que estaba apenas cruzando la calle, frente a la iglesia.
“No recuerdo bien el “PRETEXTO”, o las palabras exactas, pero sí recuerdo la insinuación de que al ir a su casa estaríamos más en confianza, como para hablar algún tema más delicado que yo quisiera tratar”.
Josué aceptó.
¿Quién dudaría del sacerdote carismático que andaba de un lado a otro con niños? Se cuestiona a la distancia. Y es que, recordó en entrevista, que este sujeto acostumbraba a estar rodeado de niños y adolescentes, con los llamados “grupos de jóvenes”, pero nadie nunca, al menos “aparentemente”, reprochó, señaló o se quejó por esta conducta.
Ya en la casa, el guía espiritual se convirtió en el verdugo que por años ha azotado la mente, los recuerdos, la salud emocional y la vida de Josué. En el cuarto de Rogelio, sentados en su cama y en silencio, el hombre lo empujó desde el estómago con la intención de someterlo sobre el colchón. Josué no puede olvidar el miedo que aquello le provocó, más los pensamientos revueltos que en su cabeza giraban mientras pensaba que “no debería tener miedo” o sí, o quizás no, o quizá sí, o quizá no porque se trataba de un sacerdote, ¿cómo él podría hacerle daño?
“… me agarró, empujándome del estómago, para que cayera acostado en la cama. Posterior a eso, en realidad, no recuerdo el orden o cada suceso exactamente, pero fueron besos, caricias, meterme la mano al pantalón, a mis genitales, y hacer que yo lo hiciera también, comentarios acerca del tamaño de los genitales…”
Después, el hombre se quitó la ropa e hizo que él lo hiciera también.
Aunque no existió ningún tipo de penetración, el acto perverso en contra de este menor de edad había sido consumado por el sacerdote.
“Cuando esto acabó, él se bañó, y como es lógico en los casos, me dijo que si yo sabía que no debía decir nada. A lo cual yo respondí que estaba bien, no diría nada… yo era un adolescente sin la capacidad ni las herramientas para manejar, ni a nivel emocional ni a nivel cognoscitivo tal situación”.
Los eventos de abuso y agresión sexual se repitieron una y otra vez, más o menos bajo el mismo modus operandi, ya que esto no sólo ocurría en la casa del sacerdote, sino, también, dentro de la sacristía; ese lugar al que muchos entraban, pero que, absurdamente, “nunca” lo hicieron mientras Josué era víctima de Rogelio.
“Afuera de la puerta de ese cuarto estaba la persona que era sacristana, (persona de la cual en este momento ignoro el nombre, pero de la cual se llegó a especular, que sabía lo que el cura hacía) y además, podía entrar cualquier persona, ya fuera gente que iba a buscar confesión o algún otro asunto. Luego de eso, me decía que nos fuéramos a su casa. Lo cual hacíamos. Lo que sucedía puede suponerse”.
De poco, triste, confundido, con temor, perdió las ganas de volver al seminario. “Realmente me sentía traumatizado” recuerda:
“Así que perdí las ganas de hacer lo que estaba haciendo, y me hice bastante desconfiado en el contexto en el que estaba. Después de la quita o cuarta ocasión que sucedió ese acto. Yo no pude más…”
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El secreto clerical
Josué dejó de ir a la iglesia, se alejó de todo aquello que pudiera estar relacionado con lo que tanto dolor le ocasionó/ocasionaba, sin que esto significara que la depresión, el enojo o la frustración, se hubieran ido de su vida. Dos o tres años después, no lo recuerda con seguridad, un nuevo sacerdote de nombre Jesús ingresó a la iglesia de Bajío de San José, quien junto con Rogelio comenzó a llevar la parroquia y a la comunidad de feligreses; Rogelio como “cura” (sacerdote a cargo) y Jesús como “vicario” (auxiliar de sacerdote). No obstante, su llegada no significó algo más que encubrimientos mutuos y silencio.
El vicario “rápidamente supo ganarse a la gente, ganarse su respeto y cariño”, como Rogelio, era un sacerdote con carisma. Además, “introdujo, en el trabajo de su iglesia, algunas novedades, que hacían que la gente lo siguiera, como a ciegas”. Entre estas nuevas formas de trabajar, estaba dar “consultas privadas”. El supuesto ambiente de confianza hizo que Josué, por primera vez, decidiera pedir ayuda y hablar sobre lo que había vivido:
“Entre esas pequeñas novedades, daba “consultas”, privadas. Básicamente charlar con la gente, y allí me acerqué, buscando ayuda. De tal manera que sí, efectivamente, tuve la oportunidad, de empezar a hablar, por primera vez, de lo que me hacía sufrir. Entre esos temas, el abuso sexual vivido. Ese sujeto, me preguntó si ese abuso había sido por parte de un sacerdote, a lo cual respondí que sí. Y me preguntó si ese sacerdote estaba actualmente en ese pueblo, a lo cual respondí que sí.
Pareciera que el testimonio no fue suficiente para Jesús, quien probablemente, justificado en el secreto de confesión, no hizo, ni dijo nada. Fue complicidad por omisión, afirma Josué.
La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público establece que cualquier persona que labore en las asociaciones religiosas, “deberán informar en forma inmediata a la autoridad correspondiente la probable comisión de delitos, cometidos en ejercicio de su culto o en sus instalaciones”, así como a los tutores o a quienes ejerzan la patria potestad de niñas, niños o adolescentes.
Pero Jesús decidió callar.
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Escapar
Cinco años después, luego de varios intentos en dos monasterios benedictinos, “búsquedas fallidas” que terminaron por hacerle perder completamente la fe que antes le habían arrebatado y quería recuperar y tras ser rechazado del preseminario diocesano de Aguascalientes por reconocerse homosexual, Josué descartó cualquier intención de convertirse en un sacerdote. Y es que, cómo volverse representante de una institución que le provocó tanto dolor, que no quiso protegerle y le demostró tanto odio.
Aunque logró escapar del espacio físico, de aquel pueblo como le llama, la tristeza ocasionada por lo aún irresuelto hizo que la depresión se convirtiera en una afección recurrente.
Para ese entonces, tanto Rogelio como Jesús habían sido trasladados a la cabecera municipal, Encarnación de Díaz, no como un acto de sanción dice Josué, sino, en realidad, como un premio. De nuevo, perpetrando y evidenciando “un sistema perverso, donde lo importante es “salvar” la reputación de los miembros sacerdotes y el de la institución”.
Algunos casos de abuso sexual por parte de miembros de la iglesia en este municipio comenzaron a salir a la luz pública, el responsable, decían los rumores, era Rogelio. Con pocas certezas, Josué cree que esto pudo suceder porque varias víctimas comenzaron a hablar con una psicóloga de la comunidad, quien no tuvo más que hablar con el Obispo; otra de sus hipótesis, es que una líder moral de la comunidad supo de los casos y decidió acudir con la autoridad eclesiástica. También piensa que, quizá, luego de que ambos sacerdotes se encubrieran las espaldas, simplemente ya no pudieron sostener más el engaño.
Lo cierto es que Josué ya había informado a Jesús, en privado y en público, sobre los abusos que Rogelio había cometido en su contra cuando era adolescente. La última vez que lo hizo fue precisamente en una iglesia donde había personas que escucharon como Josué le reclamaba al sacerdote Jesús su indiferencia, su omisión e indolencia, pues había decidido “guardar silencio sobre lo que pasaba, para salvar sus intereses, pero a costa de las víctimas”.
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Revictimización, estigma y castigo social
“Se debe poner atención a los casos de algunas personas que haciéndose pasar por víctimas han inventado un abuso sexual para sacar o intentar obtener un beneficio económico o para manchar y dañar la reputación del clérigo” dice a la letra el documento “Líneas Guía del Procedimiento a Seguir en Casos de Abuso Sexual de Menores por Parte del Clérigo” de la CEM.
“Manchar y dañar la reputación del clérigo”; “personas haciéndose pasar por víctimas”, “inventando un abuso sexual para sacar o intentar obtener un beneficio económico”, son los fundamentos en las que se ha excusado la iglesia católica y sus representantes para intentar obviar, invisibilizar y minimizar las vejaciones que sus sacerdotes han cometido desde hace siglos, pero además, para deslegitimar los testimonios de las víctimas y sobrevivientes que recientemente han decidido hablar.
Josué ni siquiera recuerda cuándo es que su nombre comenzó a ser mencionado dentro de su localidad como una “víctima” del sacerdote Rogelio. Lo que sí viene a su mente son todas las violencias que sufrió después, porque nadie quiso escucharlo, ni acompañarle, ni creerle:
“Las consecuencias fueron muy grandes para mal: el daño moral hacia mi persona… me llegaron a agredir en la vía pública con comentarios ofensivos referidos hacia mi sexualidad; me llegaron a negar servicios en algunos establecimientos; el cura, que estaba en ese momento en Bajío de San José, me corrió del recibidor de la casa de los curas, una noche que yo estaba platicando con un amigo que fue a visitarme. Y que me recibió allí porque él era seminarista”.
Y es que señala que “el modus operandi del sacerdote acusado cuando el obispo “le notificó” que lo destituiría de su puesto, fue, visitar a la gente de Bajío de San José, de casa en casa contándole a la gente lo que pasó, o sea, QUE YO, lo estaba calumniando. De esta manera él se hacía ver como víctima, transfiriéndome la aversión de la gente, o fomentándola”.
Josué reconoce que no es la única víctima de Rogelio, él al menos conoce a tres jóvenes más que durante este periodo fueron acechados por el ahora exsacerdote. Sin embargo, ellos han decidido no hablar. Esta situación ha evitado que los abogados a los que ha recurrido acepten su caso, le piden además de su testimonio, el de otra persona, pues aseguran que, de esta manera “la fiscalía comenzará a hacer caso”:
“En algún momento estuve platicando con un abogado de Aguascalientes y él me decía que habría posibilidad de abrir la carpeta para que proceda, pero únicamente si éramos dos denunciantes o más, para que la fiscalía comenzara a hacer caso, pero yo no pude conseguir que nadie más se uniera a mí. Y de eso hace un año, si hace un año eran 15 años del delito, puede ser que sea más difícil”.
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Sin justicia, sin perdón
“Yo personalmente, hasta hace algunos años me empecé a sentir más seguro de poder actuar al respecto, y he estado en la búsqueda de recursos, pero obteniendo pocas esperanzas al respecto. Ya sea por las circunstancias legales del caso, por falta de redes de apoyo, o de instancias y figuras a quien le interese llevarlo.
Con el paso del tiempo, al fin de cuentas. Como todo, el asunto fue pasando. Y también, quedando en el olvido aparente. Y al final de cuentas, en la impunidad.
La familia de Josué decidió no tomar una acción legal, como muchas otras familias de las víctimas de Rogelio. Y es que pareciera que es mejor así, ante la impunidad, el perdón o mejor dicho la “justicia divina”. Pero a Josué nadie le ha pedido perdón y tampoco nadie le ha dado justicia.
Por esa razón hoy cuenta su historia, reconociendo que, aunque aún no es clara la justicia que podría recibir tras revelar su testimonio, éste sirva de antecedente para “visibilizar la situación, para que se conozca el caso y para que no quede impune para siempre”.
“Justicia para mí, no sé qué tipo de justicia llegará no sé es complicado. Yo buscaría justicia para otros, porque cuando a otros les pasó tenían mi edad y seguramente han cargado con cosas muy parecidas a las mías”.
Josué hoy en día es un sobreviviente de pederastia, sin embargo, su agresor, Rogelio, sigue libre y sin sanción.
Ojalá y la justicia llegué tarde que temprano , más temprano que tarde
Y luego la iglesia se pregunta porque muchas personas cambian de religión
Esto es crueldad pura hacia la inocencia