«Desde que estoy en el colectivo siento que hago algo por encontrarlo; el gobierno no hace nada con el tema de los desaparecidos, ni escucha, ni ayuda ni da protección. Como si estuvieras hablando a la pared”. Ésta es la historia de Elia, la segunda entrega de una serie que busca aportar a la construcción de la memoria colectiva de la desaparición de personas en Guanajuato
Por Martha Silva / POPLab
Imágenes: Pinche Einnar/ POPLab
GUANAJUATO.- Yo no conozco lo que es la felicidad. He tenido destellos, chispazos. Cuando nacieron mis hijos, cuando estoy con mis nietos, cuando íbamos a comer todos juntos y cantábamos. Estábamos tranquilos. La vida me puso pruebas y pude salir adelante, por ellos. Luego, ellos crecieron y se volvieron mi apoyo. Un día mi hijo no llegó a dormir y se nos acabó la paz. Ahora ya no tengo otra motivación más que encontrar a Alfredo. Sigo viva por mis otros hijos, pero nunca dejaré de buscarlo a él, mi motor, mi hijo mayor.
Vengo de una familia de mujeres comerciantes. Mi abuela fue comerciante, mi madre igual. Yo también. Nací en Nuevo Urecho, Michoacán. A los 10 años me vine a vivir a Irapuato. Aquí me casé, a los 16 años, y tuve a mis hijos. Alfredo fue el mayor, también es cerrajero, una tradición que heredó de su abuelo y de su padre.
Por eso era muy conocido por los licenciados, porque trabajaba con los actuarios en los embargos, pero en ocasiones también compraba y vendía coches. El día que desapareció andaba vendiendo uno.
Alfredo desapareció el 21 de octubre de 2018. Fue una amiga suya quien lo invitó a un palenque, en la comunidad de San José de Guanajuato, en Celaya. Con Alfredo se perdieron otras cuatro personas: Nancy, Monserrat, Maritza y Moisés, ellos dos eran un matrimonio y las dos primeras, sus empleadas.
Cuando mi muchacho no volvió a la casa con mi nuera, fuimos al Ministerio Público a presentar la denuncia, pero ahí no la quisieron recibir sino hasta pasados ocho días, que hasta que estuvieran todos juntos, dijeron. En mi desesperación, a tres días de no tener noticias suyas, me fui a recorrer los ranchos cercanos, a preguntarle a la gente.
Hasta después supe del peligro en el que puse a los dos familiares que me acompañaron: en la zona se asienta uno de los grupos criminales que se pelean el territorio por delitos como el robo de combustible, las extorsiones, los homicidios y muchos más. Ese día, por andar preguntando, se nos acercaron personas en actitud hostil.
En nuestra vida no había entrado la violencia, la nuestra era una vida tranquila. Mi hija y él eran muy unidos, se acompañaron siempre aunque ella era muy seria y mi hijo muy amiguero. Por eso ahora ella me acompaña a todas partes, pero parece que ella es la más acabada de las dos. Yo soy fuerte, me considero fuerte.
Pero lo que yo estoy pasando ahora es más fuerte que cualquier cosa del mundo, para mí la desaparición de mi hijo es lo más fuerte. Hubiera preferido que me dejaran mil hombres, a perder a mi hijo. La verdad, no me dolería de una persona que no es nada de mí, que no nació de mí. No me importa que yo tuviera que mantener a mis hijos. Ahora solo me interesa encontrar a mi hijo.
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Me separé de mi esposo, el papá de Alfredo, a los 10 años de casada, cuando de plano no aguanté las golpizas que me daba. Lo denuncié muchas veces. La última vez casi me mata, no solo me pegaba, me rompió el tabique de la nariz y me hizo otras fracturas, en las piernas pero sobre todo en la cara, para desfigurarme, quería que no me quedara con nadie, así, tal cual, me lo dijo. Sí lo metían a la cárcel pero lo dejaban salir al otro día. Los policías me dijeron esa vez: «Si quieres vivir, déjalo». Desde ese momento vi que aquí no hay ningún tipo de justicia.
Como me quedé sin nada, solo con mis dos primeros hijos, que estaban chiquitos, volví a empezar y me fui de ilegal a Estados Unidos. Yo crucé la frontera embarazada. Un tío me iba a alojar en Los Ángeles. En el camino, mi hija se me perdió ocho días en un cerro, hasta que «el coyote» nos avisó que estaba con él, que estaba bien. Gracias a Dios que me regresó esa hija, pero ahora ya se me perdió este otro.
Duré tres años trabajando en casas. Mi tercer hijo nació allá, como metí a los otros dos a la escuela, ellos aprendieron algo de inglés, yo no, pero sí aprendí a manejar y pude sacar un carro. Allá te dan apoyos para los bebés, a los niños les dan de comer en la escuelas. Allá cuidan a las personas, aquí no. Pero yo quería estar en México, aquí vivía mi familia, aquí estaban construyendo mi casa, para eso mandaba dinero. Incluso tenía una maleta lista para el día en que decidiera regresarme, tenía ropa, perfumes, plumas, recuerdo que éstas se secaron porque duraron mucho tiempo guardadas.
En mala hora lo hice, en mala hora me regresé. Desde que estoy aquí, ha sido estar trabaje y trabaje, ni un día de descanso, para sacarlos adelante. La vida aquí es más difícil, aunque mis hijos no andaban bien vestidos, no andaban descalzos. Me puse a vender zapatos, aunque también puedo cocinar y sacar pedidos.
A mi hijo el mediano, que como nació en EUA sí puede cruzar sin problemas, le pedí que mejor ni venga, no quiero que algo le pase.
Mi hijo menor recién cumplió 18 años, él hasta cayó en depresión, se salió de la escuela y entró a trabajar. A veces se queda todo el día solo, come solo, ya es diferente. Yo pensé que él, el chiquito, era quien estaba en más riesgo, por lo mismo de la edad. No Alfredo, porque él ya es un hombre hecho y derecho, trabajador, generoso.
Alfredo era como el padre de mis otros hijos: fue el que les enseñó a manejar. Incluso es padrino de uno de los niños de mi hija y como Laura también prefirió separarse, convivían mucho con él, lo deben extrañar mucho.
Cuando mi hijo desapareció, duramos muchos días encerrados, llorando, todos juntos, esperando a que regresara. Tener alguna noticia suya. Pero ni el coche que traía fue encontrado. O eso me dicen. He ido a preguntar a los lotes de los coches recuperados por la Fiscalía y ni siquiera me dejan entrar a revisar.
Ahora la gente me dice «Ya suéltalo, ya déjalo, ya no lo busques, te vayan a hacer algo malo a ti». Les digo que a mí no me importa, es mi hijo y nunca lo voy a abandonar hasta que Dios me recoja.
Me trataba con una psicóloga. Me la pusieron las autoridades después de que empecé a ir al Semefo a reconocer cadáveres. Pero un día me habló por teléfono, no alcancé a contestar y ya no me ha vuelto a marcar.
Con la desesperación de encontrar a tu hijo, a veces hablas a lo puro menso. Un día, en un reportaje donde me entrevistaron para la televisión, pedí que los que se lo llevaron digan dónde tienen a los desaparecidos, dónde los enterraron. Las autoridades dicen que no los pueden obligar a hablar, pero yo digo que sí, que los obliguen.
Por eso, una señora que me conoce, me dijo «tú para qué andas haciendo eso, de salir en las noticias, con lo que dices te estás comprometiendo, te van a matar». Yo le contesté, «por eso, es lo que se tiene que hacer, preguntarles dónde los enterraron».
Alfredo cumplió 34 años el pasado 17 de abril.
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Es una desilusión de que el gobierno no hace nada con el tema de los desaparecidos, no te escucha, no te ayuda ni te da protección, nada. Como si le estuvieras pidiendo ayuda a la pared. Con esa desesperación fui a pedirle ayuda al alcalde de Irapuato, Ricardo Ortiz, él movió la cabeza y dijo que estaba muy difícil. Aun así fui con mucha gente a pedirle ayuda, a los tres días que Alfredo desapareció fui a las noticias, creyendo que me iban a ayudar y nada. No pasó nada.
En el MP no me quisieron tomar la denuncia de la desaparición de Alfredo cuando fui, que hasta que estuvieran todos, luego me citaron para una junta, donde nos dijeron cómo habían entrado los carros, puro bla-bla-bla. Yo casi a diario iba a preguntar de algún avance y todo iba igual, igual y hasta la fecha. Lo de las llamadas de celular hasta como al medio año lo investigaron. ¿Ya para qué? Ya mi hijo solo Dios sabe si está aquí.
Es lo malo de ser pobre, si fuera uno rico, rápido encontraban a nuestro ser querido y paga uno el rescate y ya. Igual, si fuera funcionario. Supimos de un caso, que sí devolvieron a la persona. Fueron las Fuerzas del Estado a sacarlo de una casa, así le hubieran hecho con mi hijo y con los que desaparecieron con él, pero no. Nada hicieron.
Tan solo el pasado sábado nos fuimos las dos, mi hija y yo, a Celaya. El licenciado nos citó a las 12 pero él llegó bien tarde y casi seis horas duramos ahí, enseñándonos las cosas que ha buscado y que según han encontrado. La última vez que lo vimos fue hace tres meses.
Regresamos a la casa en la tarde, con hambre. Gastamos en gasolina, tiempo… Y como tuvimos que dejar a los niños encargados en una casa porque por la pandemia ya no podemos llevarlos con nosotros, uno se cayó y se descalabró…
Es una cosa horrible… Yo ando con miedo, tengo tanto miedo ir a Celaya, pero tenemos que ir a ver cómo va el caso porque si no, ellos no mueven un dedo. La verdad es que me desilusionan, ¿entonces qué están haciendo, qué hacen?
Si lo del robo del petróleo, del huachicol, es lo de menos, no tiene tanta importancia como las personas, con las miles de desapariciones que se han visto en los últimos años, eso es lo que más duele. Se los llevan a ellos pero a nosotros, a las familias, nos matan en vida. Nosotros éramos muy unidos. Ahora ya no nos juntamos, ya no hacemos fiestas, no festejamos nada, anda cada quien por su lado. Las búsquedas, las juntas del colectivo, nos quitan mucho tiempo. Con su ausencia, se acabó todo para nosotros.
Los fines de semana nos organizábamos e íbamos a Guanajuato, al Callejón del beso, a comer a la Presa de la Olla en lancha. Alfredo compraba pollos rostizados y comíamos muy contentos. Él era muy generoso, siempre pagaba. También hacía viajes: alquilaba un camión sin ganancia para él, para llevar a la familia de mi nuera y a nosotros a visitar la playa, fuimos como tres veces a Ixtapa. Recuerdo que muy temprano se iba a desayunar al mercado de Zihuatanejo y que me daba miedo cuando él se aventaba clavados. Pero siempre salía.
A mí nunca me ha gustado sacarme fotos pero sí me tomaban. Tengo una foto que nos tomamos la última vez que fuimos a la playa. Y sí me gustó mucho porque salimos los dos.
También hacíamos viajes más cerca: Valle de Santiago, Yuriria, ahí me llevó en mi último cumpleaños. O nos juntábamos para comer o cenar, él con su familia, mi hija con la suya y mi hijo el menor y yo. A Alfredo le encanta la sopa de mariscos, yo la hago bien picosa, y a veces, sin ningún motivo, nos juntábamos los jueves, los viernes, en mi casa. Los domingos no, porque yo me iba a vender al tianguis. Ahora con lo del coronavirus, ya no dejaron vender ahí, tengo que andar vendiendo en las colonias, con mis conocidas, mis amistades.
El gobierno no nos da seguridad, ni salud. Puro bla-bla-bla. Ellos están bien contentos en su casa, comiendo, divirtiéndose, haciendo fiestas, a ellos qué les importa el sufrimiento que tiene el pueblo.
A los que se llevaron a mi hijo, yo quisiera decirles que si ya algo les debía con la vida les pagó, que por favor nos digan dónde está. Y no solo de Alfredo, sino de todos los desaparecidos: que no los entierren o los quemen, necesitamos saber dónde están.
Yo, en mi desesperación he recurrido hasta a adivinos. Les pregunto dónde está Alfredo y ellos me dicen que está vivo. Pero cuando pregunto detalles, me empiezan a pedir más dinero de los 500 pesos de la consulta, para decirme dónde está. Y entiendo que solo quieren sacarme dinero y dejo eso por la paz. Pero en mi corazón sigue el hueco por mi hijo.
No dejo de pensar en él, día y noche pienso en mi Alfredo. Le platico, le hablo en las noches, cuando estoy sola en la casa. Le pregunto «Hijo, ¿dónde estás?, dime dónde estás». También le pido perdón por quizá no darle el amor que necesitaba, fui madre recia, dura. Pero traté de conducirlos a todos por el buen camino, seré pobre pero honrada. Cuando me separé del papá de mi hijo el más chico, de nuevo me quedé sin un quinto. Es que estaba repitiendo la historia: de nuevo violencia. Física y psicológica, pero sobre todo de esta última. No me veía con fuerza para volver a quedar sola, por eso aguanté muchas cosas. Pero tuve que volver a salir adelante, por mis hijos.
Ahora, ya sin el apoyo económico de Alfredo, tengo que salir a ganarme la vida. Salgo a vender mis gelatinas, ropa usada, adornos de mi casa. Pero hay días en ni vendo nada.
Alfredo tiene una hija, ya es adolescente, la veo muy triste, muy sola. Ya casi no me visita porque me la paso en la calle tratando de vender mis cosas. No he recibido ningún apoyo económico, aunque dos veces en dos años nos dieron una despensa que nos repartimos entre mi nuera, mi hija y yo. Era del gobierno de Guanajuato, porque el de aquí, de Irapuato, no me ha dado ni un chicle.
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La pista más importante del caso de mi hijo es su credencial de elector, encontrada en un predio bardeado en Santa Rosa de Lima, con una pared balaceada. La encontraron tirada en febrero de 2019, cuando el gobierno entró a esa comunidad con el dichoso operativo «Golpe de timón» pero a mí me dijeron del hallazgo hasta cuatro meses después, en mayo. Me preguntaron si reconocía la credencial, ¿cómo no la voy a reconocer? Era mi hijo. La credencial está intacta, ni maltratada ni decolorada y de ahí no pudieron sacar ni siquiera una huella. Las investigaciones revelaron que en este lugar se realizaron las últimas llamadas pero ahí no han escarbado. No sé si mi hijo está ahí.
El gobierno no da razón de lo que encuentra, porque no quiere decir cuánta gente han matado en esta guerra de cárteles, no le conviene.
Es que yo no conocía todo esto, nunca pensé que fuera a pasarme.
Supe del colectivo «A tu encuentro» porque nos invitaron a una junta, en una iglesia. Fuimos mi hija y yo. Somos como 50 o 60 personas ahí en el grupo. Por la pandemia hicimos una pausa, pero ya nos estamos juntando otra vez. Ayuda saber que estamos luchando y que estamos haciendo algo por ellos, para encontrarlos.
Ahora me doy cuenta de la magnitud y cuánta gente se desaparece o tiene necesidad. Aunque muchas veces fui con mis hijos a repartir comida afuera de los hospitales, a los necesitados, nunca pensé que yo misma me iba a ver en la necesidad de agradecer un taco.
Fui de las mujeres que participaron en el plantón del Teatro Juárez. Esperábamos que Diego Sinhue escuchara nuestra petición, de que no pusiera a ese señor, Héctor Díaz Ezquerra, como comisionado estatal de Búsqueda, porque no sabe nada de eso. Yo le mando bendiciones, pero ojalá le pusiera acción a hacer las cosas, porque al final de cuentas el plantón no tuvo ningún resultado.
Aunque fue bonito cuando la gente de Guanajuato capital nos llevó cobijas y comida.
Desde que estoy ahí en el colectivo, siento que estoy haciendo algo por encontrar a Alfredo, por eso he ido a todas las juntas, a los plantones, he salido a búsquedas, he andado en todo. La que más ha buscado a su hijo, soy yo y mi hija Laura. Y ella es de las que van a sembrar árboles con el colectivo.
Pero es una cosa horrible cuando al grupo llega una persona que se le acaba de perder su hijo, su hija. Yo hablo con las madres a las que veo más mal, les digo «Échale ganas, primeramente Dios… Mira, ya nos pasó esto, ¿ya qué vamos a hacer? Mas que salir adelante». Platicando nos apoyamos unas a otras.
Pero las autoridades no buscan, no escarban bien, porque dicen que no hay maquinaria para escarbar. Al comisionado le dieron dinero, 14 millones de pesos, para las búsquedas. Se necesita herramienta y perros para que vayan y busquen ahí donde encontraron la credencial. Yo hasta estoy pensando que el día que vayan a buscar al predio del caso de mi Alfredo, porque en dos años no lo han hecho, hay que llevar maquinaria y perros, aunque los tenga que pagar yo de mi bolsa, porque el comisionado no creo que vaya a pagar ni a mover un dedo. Es que no hacen nada, no buscan. Nosotros hemos tenido que comprar hasta las varillas, para buscarlos en las fosas.
Van varios familiares perdidos del colectivo que se han encontrado, pero ni siquiera enterrados: en al menos dos de los casos, los cuerpos estuvieron todo el tiempo en Semefo pero no los entregaban. Uno duró por lo menos un año ahí. Yo creo que es porque las autoridades no hacen la investigación, no nos enseñan bien los cuerpos, no hacen correctamente el cotejo ni el examen del ADN, en mi caso se tardaron meses para procesar mi prueba. Quizá es porque tienen mucho trabajo, les falta gente, no sé, no me lo explico. Cómo es que guardan en la morgue un cuerpo durante tanto tiempo y su familia sufriendo. Yo no quisiera pasar por eso.
Lo de la búsqueda en la fosa de Uriangato fue solo un simulacro. Las autoridades ya habían ido antes de invitar a los colectivos; dijeron que encontraron huesos y más cosas, pero en realidad no hicieron nada, yo no vi que sacaran algo de las fosas. El operativo de búsqueda terminó pronto porque, dijeron, «ahí andan los malos». No entiendo porqué se pararon los trabajos, si se supone que había policías cuidando.
Además del colectivo, estoy en un grupo de superación personal que también me ha ayudado a superar las pruebas de la vida. Cuando mis hijos estaban más chicos, tuve un problema con el alcohol, eso desembocó en más problemas con mi familia, uno de ellos siguió mi mal ejemplo.
Pero yo no quería ver a mi hijo destruir su vida, pedí ayuda y pudimos ayudarlo. Ahí, en esos grupos de psicología las pláticas, las conferencias, me ayudaron a salir y brindarle a mi hijo el apoyo que necesitaba. A la fecha continúo yendo. Incluso mi hija ya se animó a dar conferencias, yo todavía no. Aún así, reflexiono mucho ahí, siento que eso me ha dado fortaleza para soportar tantos problemas. Pero eso no me quita de la cabeza que no tendría que haber pasado por esto, que mi hijo no tendría que haber desaparecido.
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De ahora que Alfredo falta, me he enfermado. El mero día que mi hijo cumplió un año desaparecido (el 21 de octubre de 2019) me puse muy mal, me tuvieron que operar de la vesícula, duré 15 días en el hospital.
Fui a una marcha en Ciudad de México recién operada, pero fui.
Me duele constantemente un brazo, del hombro, que no puedo ni dormir del dolor, y también me duele una rodilla. En la mañana amanecí con un derrame en el ojo y mucho dolor de cabeza. Como solo tengo Seguro Popular y para una consulta hay que salir desde las 6 de la mañana, y yo tengo que irme a trabajar, mejor me aguanto. Alfredo siempre estaba al pendiente de mí, cuando me enfermaba aquí estaba cuidándome o mandaba a su esposa a cuidarme.
Ahora ya no tengo interés de nada… La casa no me interesa, ni mi vida, nada. Casi al grado de dejarme morir pero tengo que levantarme por mi otros hijos y mi hija. Ella apenas acaba de regresar a trabajar luego de dos años, por andar buscando a su hermano, aquí y allá, conmigo.
Yo le creí a Diego, el gobernador, cuando se reunió con los colectivos, cuando sí estuvo Zamarripa, el fiscal. Ese que no había querido ir a otras reuniones con nosotros y que luego siguió faltando. Ese día, Diego nos escuchó, nos abrazó, hasta le di una carta donde le pedía ayuda para encontrar a mi hijo. Tiempo después, en la Fiscalía me enseñaron esa carta y otra que mi hija le entregó al Presidente López Obrador en su propia mano. Ahora todas esas cartas, porque fueron más de dos, están archivadas en el expediente, pero nunca tuvimos contestación y seguimos sin noticias de Alfredo.
A pesar de todo, yo tengo fe en que el gobierno van a encontrar a mi hijo, que las autoridades lo van a buscar y lo van a encontrar. Me gustaría saber qué pasó, quién se lo llevó, por qué se lo llevaron. Qué les hizo él para que se lo llevaran. Solo así volveré a tener paz.
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Este trabajo fue realizado por el equipo de POPLab. Lo reproducimos con su autorizaión. Consulta aquí la primera entreha: Bibiana: aunque muramos de miedo, si no buscamos nadie lo hará.