La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @La_Hilandera
El asalto fue un miércoles a las 10 de la noche a una cuadra de mi casa. Un hombre bajo, con pistola en mano, nos despojó de los celulares y de la seguridad que sentíamos al transitar por la que, por adopción, consideramos nuestra ciudad. En mi mente y experiencia, Guadalajara es una ciudad para caminarse, para vivirse, para encontrarse, para disfrutarse.
Fue difícil volver a tenerle confianza a la calle, a la noche, a la gente desconocida en proximidad. Aún ahora, a más de dos años de lo sucedido y no importando si es de día o de noche, evitamos pasar por ahí. La calle Libertad dejó de hacerle justicia a su nombre. Aprecié que mi cachorro, en uno de esos días de valentía, hubiera ladrado al pasar por el lugar exacto del asalto sin una aparente razón. Lo tomé como una tregua.
Las ciudades son más que calles, avenidas y edificios, son espacios de experiencia. Pero como en casi todo, las experiencias posibles son diferenciadas, y las mujeres tenemos marcas particulares al transitar y vivir la ciudad. Pensemos un momento cómo y qué nos motiva a movernos por la ciudad. La movilidad y nuestros traslados priorizan algunas actividades sobre otras, algunos estilos de vida sobre otros, y tampoco es neutra en términos de género. Desde la ciudad también se producen desigualdades que pueden ser históricas y simbólicas (¿les suena eso de “la calzada para allá?) y el uso del espacio, de los medios de transporte y la democratización del acceso a los espacios públicos es también un asunto social y de infraestructura.
Si bien en el urbanismo y los planes estratégicos de movilidad el tema del género y la manera en la cual las mujeres tiene acceso, viven y se apropian de la ciudad es un asunto que ya está en las agendas públicas, hay dos elementos que destacan: el primero es cómo en este uso diferenciado de la ciudad las mujeres suelen ser las que realizan una movilidad de cuidado, es decir, que sus viajes diarios se relacionan con labores cotidianas (muchas veces no remuneradas) para la atención a menores y otras personas dependientes, así como el mantenimiento del hogar (cuestión que implica una planeación de viajes encadenados: escuela-mercado-farmacia-casa, por ejemplo, y con la combinación de diferentes medios de transporte). Y el segundo es la inseguridad, la violencia sexual y las agresiones que con frecuencia se viven en el espacio y el transporte público. Porque es cierto, no importa la hora, dónde o cómo estemos vestidas, todas hemos vivido algún tipo de violencia sexual en las calles.
Estos dos elementos, imprimen modos estratégicos para la apropiación y el tránsito de las mujeres en espacios a los que, idealmente, todos tendíamos o deberíamos tener acceso. Porque aún cuando las mujeres nos hacemos presentes en el espacio público, por seguridad tratamos de pasar desapercibidas, nos vemos en la necesidad de cambiar nuestras rutas para crear caminos propios y seguros, o caminamos apresuradas para evitar a cualquier personaje conocido o desconocido que tenga a bien expresar su opinión sobre nuestro aspecto o sobre cualquier otra cosa que desee de manera no solicitada.
Porque existimos siempre, y merecemos espacios dignos para estar, para disfrutar, para descansar sin ser molestadas, que nos cobijen mientras llegamos sanas y salvas a casa. La ciudad, como el espacio que nos contiene, tendría que ser un lugar habitable para todas, todos y todes, y no un espacio inseguro, no un espacio desigual. Si bien, las restricciones actuales de movilidad nos colocan nuevos retos, vivimos con la esperanza de una normalidad que nos permita volver a tomar la ciudad, y hacerlo como un espacio que también nos incluya y nos considere en su gramática.
*Recientemente se llevó a cabo el segundo congreso internacional 50-50, Ciudades para las mujeres, un espacio donde este y otros temas fueron abordados a profundidad. Si te lo perdiste, consulta sus sesiones en: https://www.facebook.com/congreso5050 y https://gobjal.mx/congreso5050.