Columna MAROMA
Por Psic. Jhoanna Manriquez /Integrante de Maroma: Observatorio de Niñez y Juventud
Tuvimos una reunión por de más fructífera con varias morras del país, me hizo reflexionar sobre varias cosas.
Estudié en una de esas secundarias de señoritas, de las que afortunadamente ya han pasado a la historia. En esta escuela pude presenciar varias situaciones que nos violentaban y vulneraban. Estas situaciones eran por ejemplo, un profesor que nos daba historia de Jalisco, olvidé su nombre, pero les pedía abrazos a las alumnas y mientras las abrazaba decía: “que sienta el cuerpo lo que recibe” el tono de su voz no he podido olvidarlo.
La maestra Lucina una vez me dijo que “parecía de esas mujeres que se enredan con los maridos” porque cometí la osadía de sentarme en la paleta de la butaca. Me caía bien esa maestra, me llevó a recitar uno de los poemas de su marido a la Casa José López Portillo en una actividad extra escolar, le gustaba lo que yo escribía además, pero después de ese día no me sentía bien en su clase.
Teníamos una prefecta que parecía capataz, me sacó del salón el primer día de clases porque estaba escribiendo en una libretita cuando ella nos había pedido que guardaramos todo y permaneciéramos en silencio. Era mi primer día de clases en la secundaria, y estaba temblando, fue la peor bienvenida.
La subdirectora pasaba por las filas de niñas bajándoles las faldas a jalones y repitiendo lo mucho que nos odiaba y no es una exageración, también a las siete de la mañana nos quitaba el suéter que no fuera de la escuela.
Cuando yo entré habían cambiado al profesor de matemáticas, decían que su hijo -el maestro que lo antecedió- embarazó a una alumna, por lo que lo tuvieron que cambiar de escuela y mandaron a su papá para suplirle.
Pero no todo fue terrible, siempre hay alguien que hace la diferencia, ahora se me escapa su nombre pero mis mejores recuerdos de la secundaria fueron con la maestra de la biblioteca, siempre tenía un enorme libro en las manos y olía delicioso a café todo el espacio. Tenía una voz aguardientosa resultado de una operación de cáncer de garganta. De las muchas veces que me sacaron del salón, o que escapaba de las clases, mis pintas eran ir a ese lugar, hablaba cosas muy interesantes, de su club de lectura, del libro que estaba leyendo, de la situación del país, de las injusticias de la escuela, de los pésimos maestros y de cómo podíamos hacer para cambiarlo. Nos repartía libros y nos motivaba a leer cosas que realmente nos sirvieran.
Hoy no me imagino a esas chicas soportando esa cantidad de agresiones en la escuela, en aquel momento nosotras ni siquiera las vivíamos como tal. Hoy esas chicas respaldarían a sus compañeras si algo por el estilo les ocurriera, y si no lo notaran les avisarían que eso no es normal y que hay quien las puede ayudar. Ahora estas chicas se están reuniendo, haciendo manada, visibilizando, acuerpando desde sus propios colectivos la lucha por un espacio, por el respeto y la libertad de las jovenas y adolescentes, dejando de normalizar y romantizar la violencia en todos sus espacios, en la escuela, en sus relaciones, y no hay nada en este momento que me haga sentir más esperanza que esas chicas ocupando lo que siempre ha sido suyo y será suyo.
Este no era mi escrito para ZonaDocs, pero hay morras que vibran tan fuerte que lo sacuden todo.