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En la oficina de Las Rastreadoras están puestas las fichas de búsqueda de cada una de las personas desaparecidas | Foto: Marcos Vizcarra
En territorio sinaloense hay al menos 4 mil 977 personas desaparecidas, según la Comisión Nacional de Búsqueda. El panorama es poco alentador: de 2018 a julio de 2020 se habían encontrado al menos 151 fosas clandestinas, de donde fueron desenterrados 253 cuerpos de personas.
Este estado es el quinto con el mayor número de casos por desaparición y el segundo en el registro de fosas clandestinas en México.
Entre 2010 y 2019, la Fiscalía estatal registró la exhumación de 547 cuerpos y más 10 mil restos de huesos humanos.
La mayoría de esos hallazgos los hicieron grupos de familiares de personas desaparecidas que han tenido que aprender técnicas forenses como Las Rastreadoras de El Fuerte.
Los perpetradores, según dijo en entrevista el Fiscal General del Estado, Juan José Ríos, son principalmente grupos criminales. Aunque un informe de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, basado en el análisis de 338 expedientes, señala que al menos en 142 involucran a policías municipales, estatales o miembros del Ejército, la Marina, la Policía Federal y hasta funcionarios de la SEP.
Las Rastreadoras de El Fuerte han encontrado hasta 200 cuerpos en fosas clandestinas en el norte de Sinaloa | Foto: Marcos Vizcarra
La CEDH documentó 142 denuncias donde se involucran a autoridades en desapariciones forzadas | Foto: Marcos Vizcarra
La inacción de las autoridades empujó a que este grupo de mujeres hiciera dos tipos de búsquedas: en campo y en oficina.
En 2016 rentaron un local en una plaza comercial de Los Mochis como bodega donde almacenar herramientas, después se dieron cuenta que podía tener otro uso.
En la entrada un cartel indica: “Derechos Humanos”. Las ventanas están tapizadas con papeles de color blanco, fichas de búsqueda, decenas de fotografías donde se alcanza a leer: “¿Has visto a?” y seguido de un memorial improvisado donde se leen estos nombres: José Francisco Ramírez García, desaparecido el 10 de junio de 2017. Jesús Izaguirre Valenzuela, la última vez que se le vio fue el 3 de mayo de 2015, en Sonora. Antonio Alan Rubio Escalante, de Choix. Pedro Ventura Medina Quevedo, de Culiacán.
“Decidimos hacer un banner donde estuvieran las personas que habían sido localizadas. En este caso en esta pared al fondo están las fotos de los que hemos encontrado”, cuenta Mirna mientras toma una carpeta de color beige. Su hijo Roberto está entre esos retratos.
En esa oficina Mirna muestra carpetas apiladas en su escritorio. Las tiene clasificadas por año, por sexo y por municipio. Algunos casos son investigados por la Fiscalía local y otros por la Fiscalía General de la República.
De una caja toma unas libretas: contiene anotaciones sobre hechos importantes. Se alcanza a leer una lista: “llamar a los familiares para que les hagan exámenes forenses”; otra: “pedir más información sobre la desaparición”.
Los archivos de Las Rastreadoras incluyen datos precisos para poder identificar a personas encontradas en fosas clandestinas | Foto: Marcos Vizcarra
En los archivos anotan cada actividad donde intervienen abogadas, fiscales, psicólogas, trabajadoras sociales y funcionarias de las comisiones de búsqueda y de víctimas, y registran cada uno de sus rastreos de fosas y llevan un diario de campo.
Coleccionan fotos, videos y audios de cada hallazgo.
Michelle García Parra, una joven voluntaria de 21 años, graduada en 2019 como Licenciada en Mercadotecnia, es la encargada de alimentar el archivo. Ella también debe estar atenta para cuando Las Rastreadoras le hablen para preguntarle características de las personas desaparecidas.
“Lo que hago son las fichas de los desaparecidos, todo el proceso que fue cómo desapareció una persona”, describe la joven al abrir una de estas carpetas que tiene digitalizada y que clasifica en columnas en tablas de excel.
“Se le pregunta la fecha de nacimiento, la fecha de desaparición, las características principales cómo si llevaba placas, si tiene brackets, si tiene tatuajes, que es principalmente con lo que se le identifica. Algunos (familiares) vienen personalmente a hacer su denuncia aquí, otros simplemente es por el contacto por internet, por celular”, dice.
Michelle García Parra es una joven de 21 años encargada del archivo de Las Rastreadoras | Foto: Marcos Vizcarra
Michelle García Parra ha sabido continuar un proyecto creado por la socióloga Carolina Robledo Silvestre, Coordinadora del grupo de Investigación en Antropología Social y Forense (GIASF) del CIESAS, quien colaboró en 2016 y 2017 con Las Rastreadoras para documentar su trabajo y encontró que contaban con información importante, histórica, necesaria de preservar.
“En realidad gran parte de este trabajo está situado en la memoria de Las Rastreadoras, especialmente en la cabeza de Mirna, que se acuerda de todos los detalles, desde la primera búsqueda que hizo hasta la última, pero también era necesario propiciar una metodología que permitiera otros formatos para tener esta memoria en el tiempo y también para que estuviera compartida con otras personas, sobre todo con los mismos buscadores, para que ellas pudieran producir búsquedas mucho más estratégicas considerando un análisis del patrón de las desapariciones”, narra Robledo Silvestre.
Poco a poco ordenó con Las Rastreadoras libretas y cajas, acumulando cada detalle en una hoja de cálculo dividida en dos bases de datos.
Una de esas bases se dedica a detallar las fosas clandestinas encontradas por ellas que incluye pormenores de los hallazgos que les permitieran analizar el contexto geográfico de los lugares donde ocurrieron los hallazgos, la temporalidad y las características físicas de los cuerpos desenterrados y las pertenencias que les rodeaban.
El otro archivo es sobre personas desaparecidas, con todas sus características, detalles, secretos, de forma que sirviera como un documento histórico para comprender el fenómeno de las desapariciones en el norte de Sinaloa.
“Esta base de datos permitía, en primer lugar, medir la magnitud del fenómeno, pero también consideramos muy importante que nos permitiera identificar el perfil de la persona desaparecida”, dice la doctora en Ciencias Sociales.
Gracias a este archivo ha logrado conocer el perfil de las víctimas de desaparición.
“Eran sobre todo personas que vivían en condiciones de precariedad las que estaban siendo desaparecidas, jóvenes que no habían tenido oportunidades escolares, oportunidades laborales, que realizaban trabajos a destajo en el campo o que también hacían parte de las economías ilegales en las bases de las pirámides, arriesgando sus vidas y ganando poco”, explica Robledo, como uno de sus hallazgos.
Este trabajo es fundamental y clave para lo que han logrado Las Rastreadoras. Su método no tiene mayor complicación que la de entrevistar a familiares, hacer notas de campo, prender la computadora, sumar más casos y guardarlos en distintas memorias electrónicas. Lo que cualquier fiscalía debería de hacer, pero no hace con el empeño y la minuciosidad de estas mujeres con una promesa pendiente.
Los archivos sobre personas desaparecidas están clasificadas por año | Foto: Marcos Vizcarra
Michelle García Parra ha sabido continuar un proyecto creado por la socióloga Carolina Robledo Silvestre, Coordinadora del grupo de Investigación en Antropología Social y Forense (GIASF) del CIESAS, quien colaboró en 2016 y 2017 con Las Rastreadoras para documentar su trabajo y encontró que contaban con información importante, histórica, necesaria de preservar.
“En realidad gran parte de este trabajo está situado en la memoria de Las Rastreadoras, especialmente en la cabeza de Mirna, que se acuerda de todos los detalles, desde la primera búsqueda que hizo hasta la última, pero también era necesario propiciar una metodología que permitiera otros formatos para tener esta memoria en el tiempo y también para que estuviera compartida con otras personas, sobre todo con los mismos buscadores, para que ellas pudieran producir búsquedas mucho más estratégicas considerando un análisis del patrón de las desapariciones”, narra Robledo Silvestre.
Poco a poco ordenó con Las Rastreadoras libretas y cajas, acumulando cada detalle en una hoja de cálculo.
Una de las bases de datos se dedica a detallar las fosas clandestinas encontradas por ellas que incluye detalles de los hallazgos que les permitieran analizar el contexto geográfico de los lugares donde ocurrieron los hallazgos, la temporalidad y las características físicas de los cuerpos desenterrados y las pertenencias que les rodeaban.
El otro archivo es sobre personas desaparecidas, con todas sus características, detalles, secretos, de forma que sirviera como un documento histórico para comprender el fenómeno de las desapariciones en el norte de Sinaloa.
“Esta base de datos permitía, en primer lugar, medir la magnitud del fenómeno, pero también consideramos muy importante que nos permitiera identificar el perfil de la persona desaparecida”, dijo la doctora en Ciencias Sociales.
Gracias a este archivo ha logrado conocer el perfil de las víctimas de desaparición.
“Eran sobre todo personas que vivían en condiciones de precariedad las que estaban siendo desaparecidas, jóvenes que no habían tenido oportunidades escolares, oportunidades laborales, que realizaban trabajos a destajo en el campo o que también hacían parte de las economías ilegales en las bases de las pirámides, arriesgando sus vidas y ganando poco”, explicó Robledo, como uno de sus hallazgos.
Este trabajo es fundamental y clave para lo que han logrado Las Rastreadoras. Su método no tiene mayor complicación que la de entrevistar a familiares, hacer notas de campo, prender la computadora, sumar más casos y guardarlos en distintas memorias electrónicas. Lo que cualquier fiscalía debería de hacer, pero no hace con el empeño y la minuciosidad de estas mujeres con una promesa pendiente.
En la oficina de Las Rastreadoras cuelgan dos camisas con la promesa de buscar hasta encontrar a las personas desaparecidas | Por: Marcos Vizcarra
Las Rastreadoras de El Fuerte cambian de blusa cuando encuentran a su familiar desaparecida | Foto: Marcos Vizcarra