La Hilandera
Por Rosario Ramírez / @La_Hilandera
Con frecuencia, la primera reacción que se produce (o se recibe) cuando se habla de menstruación es el desagrado, la reprobación, el silenciamiento. Es “algo” privado, es “algo” que hay que esconder; porque aunque nos ocurra en promedio cada mes, tiene que pasar desapercibido para el resto del mundo.
Llevamos siglos reproduciendo y heredando el tabú sobre la menstruación, y quizá algunas han pasado su periodo reproductivo entero pensando que sus sangrados periódicos son una maldición, o han sido experimentados de manera negativa o desde el rechazo. Pero esa realidad ha comenzado a cambiar, estamos dejando de ver a la menstruación como esa mancha azúl en la toalla sanitaria de los anuncios, estamos hablando de ella para dar alternativas de vivencia y de gestión, y también tratando de revertir el tabú que ha implicado nombrar la menstruación en voz alta.
Para comprender cómo es que estas ideas negativas sobre la menstruación se han instalado no solo en nuestros cuerpos sino en nuestras representaciones (más allá de nuestros géneros e identificaciones) hagamos un breve recorrido por las referencias socioantropológicas sobre la menstruación, que han tenido como focos principales:
- El considerar la menarquia como el rito de paso por excelencia: frases coloquiales como “hacerse mujer/señorita” o procesos a veces largos de seclusión, suelen ser frecuentes en ello.
- La construcción de referencias negativas sobre los supuestos efectos de la menstruación: por ejemplo, las ideas sembradas por Plinio el Viejo en el siglo I, quien afirmaba que la mujer menstruante era capaz de agriar el vino o secar las semillas y los frutos. O como los Baruya, que creían que un hombre al tener relaciones sexuales con una mujer menstruante corría el riesgo de morir, ya que el contacto con la sangre menstrual provocaba espezor y negrura en su sangre y finalmente provocaría su muerte.
- Los mitos de origen: desde las referencias bíblicas -que son ya una condena,- las historias místicas donde la luna no puede ser mirada bajo el peligro de hacer sangrar a las niñas, o hasta el establecimiento de un cierto orden social y de género; porque en los acuerdos entre los dioses y los hombres convenía que las ofrendas de sangre las hicieran las mujeres y no los varones para así mantener una especie de orden cósmico.
- La diferencia entre lo puro y lo impuro: porque al ser un fluido que trasciende el cuerpo y, además, tener connotaciones misteriosas, es considerado como un desecho a través de una valoración desigual frente a otros fluidos (como el semen o la sangre de una herida. Uno con un valor particular en el proceso de reproducción y el otro por ser una muestra de valentía o sobrevivencia) y
- La relación entre menstruar y ser sujeto destinado a la reproducción o al matrimonio: porque al habilitarse el periodo fértil parecen habilitarse también las labores de cuidado hacia otros, la normativa de la reproducción del grupo, y el matrimonio como parte de las alianzas sociales.
Los referentes sobre sexualidad a los que comunmente tenemos acceso desde la educación oficial, si bien abordan el tema menstrual como parte del proceso de desarrollo, suelen estar alejados del goce, del conocimiento real del cuerpo como espacio de experiencia, y de la información sobre la gestión menstrual -incluyendo las alternativas convencionales o ecológicas para la gestión de la sangre-. Lo que sí suele estar presente es la civilidad menstrual apoyada en el cuidado y la procuración del ocultamiento, en la condena social si la sangre se hace visible, y en la vergüenza de aquella que por “descuido” tenga un “accidente”.
Porque el asunto es que menstruar se asocia frecuentemente con algo más que el desprendimiento del endometrio. Hay quienes lo relacionan con la luna, con los ciclos, con las diosas y con arquetipos; también quienes dan seguimiento al ciclo entero identificando los días fértiles cuando buscan tener o evitar un embarazo; hay quienes lo sufren y lo rechazan, y tambien quienes lo celebran y lo ritualizan. Las experiencias de habitar un cuerpo que menstrua son tan diversas como nuestras propias biografias, pero muchas veces nos llevan a reproducir voluntaria o involuntariamente el tabú sobre los cuerpos, sus procesos y sus vivencias.
Sin embargo, aún cuando la moneda común sobre lo menstrual sea el silencio y lo privado, hablar de menstruación en voz alta y de manera informada ha abierto la puerta a que muchas personas trasformen sus concepciones sobre la sangre y sus procesos corporales, reapropiándose de sus experiencias menstruales desde narrativas y modos más amables, gestionables y menos condenatorios.
Una de esas vías han sido a través de las activistas menstruales, quienes por medio de talleres, círculos, y conversatorios** han puesto en común una serie de conocimientos y alternativas para una vivencia más propia, más informada y menos estigmatizante y patologizante sobre el ciclo menstrual. Este activismo, sin duda, ha sido muy importante en la transformación del tabú al proveer de espacios seguros para hablar sobre el cuerpo y sus procesos, pero también al brindar información sobre otros modos de vivir y gestionar la menstruación más allá de los tampones y las toallas sanitarias. Las activistas menstruales han contribuido también al ejercicio de un feminismo comprometido no sólo con las problemáticas sociales y las vivencias individuales, también lo ha hecho a través de acercarnos al cuidado del ambiente y a la responsabilidad social a través del ecofeminismo.
Muchos de los ejercicios colectivos desde el activismo menstrual han tenido como centro a personas adultas, quienes a través de una especie de vivencia retrospectiva (en ocasiones vista y experimentada como sanación) generan una relación más armónica con su cuerpo, con su sexualidad y con sus procesos naturales y hormonales a través de nuevas miradas y experiencias. Pero el reto al que nos enfrentamos no es sólo generar y circular conocimiento en mujeres y personas adultas, sino en la transmisión de formas no estigmatizantes en las generaciones que comienzan a menstruar.
Hablar de menstruación desde el activismo, ha habilitado nuevas experiencias para muchas mujeres y cuerpos menstruantes, no sólo le ha quitado la mala fama al ciclo hormonal y a la menstruación en particular, sino que se han creado y circulado narrativas donde hablar de menstruación sea correcto, donde hablar desde la experiencia y el conocimiento sea necesario, y donde considerar la justicia y la dignidad en este proceso no sea una excepción.
Y por ahora, dejo aquí un hilo rojo para dejarlo correr.