“Y una vaga sensación parecida al miedo…”

Todo es lo que parece

Igor Israel González Aguirre /@i_gonzaleza

Ah, la frescura de las mañanas en las que se llega,
Y la palidez de las mañanas en las que se parte,
Cuando nuestras entrañas se estremecen
Y una vaga sensación parecida al miedo”
Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)
Oda marítima

Miedo. Es eso. La sensación que hoy me atraviesa el cuerpo y que me genera vértigo es el miedo. Y la desesperanza. Es justo desde ahí desde donde escribo esta columna. ¿Por qué? Trataré de explicarme. Recién terminé de leer la impecable investigación publicada por Ávila, Campos, Franco y Souza (ZonaDocs) acerca de las casas de exterminio en Guadalajara y se me han dislocado las coordenadas desde las que suelo darle sentido a lo que me acontece. Llevo ya algunos años investigando sobre la violencia. En mi propio trabajo de campo he visto y oído una cantidad de cosas que creía impensables. Imposibles. Por lo tanto, el fenómeno no me debería causar asombro. Ni miedo. Y sin embargo, no puedo sino pensar que las cifras que se presentan en el reportaje citado son escalofriantes. Veamos: entre 2018 y 2019 se incrementó en 27 % el hallazgo de fosas clandestinas, en 154 % el número de sitios de exterminio en Guadalajara, y en 700 % los hallazgos de bolsas plásticas con restos humanos (sí, leíste bien: setecientos por ciento). Por si esto fuera poco, hay que decir que en el 2018 nuestra entidad ocupó el triste primer lugar nacional en materia de desapariciones. 

Ante este desfile macabro de vidas fracturadas no es extraño que las estimaciones más recientes de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (relativas a septiembre de 2020), publicadas por el INEGI, muestren que 8 de cada 10 personas que habitan en Guadalajara tienen una opinión negativa acerca de la seguridad pública; y prácticamente 6 de cada 10 tapatíos consideran que su gobierno es muy poco efectivo para resolver los problemas que le competen. Más aún: el 75 % percibe un futuro inmediato sombrío, ya que considera que el clima de inseguridad asociado con la delincuencia tiende a empeorar. De hecho, el miedo ha hecho que buena parte de esta población haya tenido que modificar significativamente sus rutinas (i. e. casi el 70 % ya no camina de noche en su barrio; una cifra similar ya no visita a sus parientes o amigos). ¿Imaginas lo que eso significa para la constitución del lazo social? La zozobra se ha situado en la raíz de la vida cotidiana. En fin, no está de más anotar que estas cifras son más o menos consistentes con lo que puede observarse en el resto de la Zona Metropolitana. 

En su conjunto, y más allá de la coyuntura específica, no me cabe duda que estos datos revelan cuando menos dos tendencias de carácter estructural a las que hay que prestarles mucha atención y de las que tenemos que hacernos cargo. Por una parte, la violencia ha pasado de la focalización a la dispersión. ¿Qué quiere decir esto? Que por lo menos en el contexto estatal, el alcance de lo violento se ha expandido de manera significativa en la última década. Si antes este flagelo se concentraba en algunos sectores (i. e. en la disidencia política durante el periodo de la guerra sucia; en el crimen organizado antes de que el narco se convirtiera en un brutal poder fáctico), ahora lo violento se despliega por todo el tejido social y nos alcanza a todas y todos. Hoy la violencia ya no es algo lejano y ajeno que le ocurre a otros. Hoy todas y todos estamos en riesgo de desaparecer y/o morir a causa de la violencia. Lo realmente estremecedor es que mucho de este riesgo -ya sea por acción o ya sea por omisión- emana del Estado. 

Por otro lado, puede decirse que lo violento ha transitado del sigilo a la estridencia. Por ejemplo, antes el involucramiento en actividades delictivas tenía una fuerte sanción social negativa. Era algo vergonzoso que se tenía que ocultar. La reserva era una condición necesaria del mundo criminal. En cambio, hoy es cada vez más frecuente la espectacularización destemplada de lo violento. Por diversos canales se ha generado una narrativa que postula la vía violenta como un horizonte aspiracional para el futuro. Primacía estética. Subordinación de lo ético. Todo lo anterior ha hecho visible una serie de aspectos que inciden de forma fundamental en la constitución y el despliegue de la vida social y política de la entidad. Dicho de otro modo: se pone de relieve tanto una profunda erosión de la capacidad instituyente del Estado; como el surgimiento de condiciones límite en las que sectores específicos de la población aparecen como prescindibles, desechables.

¿Dónde nos coloca todo esto como sociedad? Desde mi perspectiva, estamos muy cerca del abismo. Terriblemente cerca. Y nos enfilamos desbocados rumbo a un punto de no retorno. Los cambios cuantitativos y cualitativos experimentados en la dimensión violenta de la vida social nos obligan a hacernos cargo de la época en la que nos ha tocado vivir. Nos urge reflexionar individual y colectivamente acerca de lo que nos acontece. Buscar salidas de este espinoso laberinto. Ante el desasosiego que me habita y que -no me cabe duda- marca el clima emocional de nuestra época pienso inevitablemente la pregunta que, de una u otra forma, atraviesa el pensamiento de la extraordinaria e incisiva Simone Weil: ¿cómo puede uno ser humano en medio de tanta barbarie, en el centro de un mundo que se desmorona frente a nuestros ojos? 

Hoy, francamente, no lo sé. 

Referencias

Aburto y Beltrán-Sánchez (2019). Upsurge of Homicides and Its Impact on Life Expectancy and Life Span Inequality in Mexico, 2005–2015. American Journal of Public Health, 109(3), pp.483-489.

Weil, S., (1970). First And Last Notebooks. New York: Oxford University Press.

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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