La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Ilustración de Paula de la Cruz.
Era cuestión de tiempo, y por fin pasó esta semana: hasta el Congreso de Jalisco llegó la tentación de imponer el llamado PIN Parental, la nueva creación de los antiderechos que ahora pretenden meter mano en los contenidos relacionados con la educación sexual que se imparte en las escuelas, así como el material de los libros de texto. Y aunque la sola mención de la medida levantó inmediatamente una oleada de voces en contra, lo cierto es que la tentación ya está aquí y habrá que estar muy atentos para que no prospere.
En Jalisco, el encargado de poner el tema sobre la mesa fue Gustavo Macías Zambrano. Sí, adivinaron: del Partido Acción Nacional (PAN). Aclaro que a él le tocó en Jalisco porque la idea ya tiene tiempo rondando por el país: iniciativas similares se han buscado colar en Nuevo León, Aguascalientes, Chihuahua, Querétaro y Veracruz. Ni la propuesta ni el concepto son idea original de los legisladores mexicanos: es una réplica de lo que en España está empujando Vox, el partido de la ultraderecha, por lo que, además de retrógrada, la iniciativa dista mucho de estar diseñada pensando en la niñez mexicana.
Grosso modo, lo que busca la iniciativa del PIN Parental es que sean los padres de familia los encargados de decidir qué tipo de educación sexual se impartirá en las escuelas a las y los menores. Emulando a esa herramienta de las plataformas digitales mediante las cuales los adultos deciden a cuáles contenidos pueden tener o no acceso las y los niños, el PIN Parental tiene por objetivo que los padres de familia decidan y autoricen qué contenidos pueden ser impartidos en el aula, amparados en eslóganes del tipo “A mis hijos los educo yo”.
Al igual que con el tema de la legalización del aborto, lo que pretenden quienes impulsan esta medida no es otra cosa que restringir derechos, en este caso el derecho de las y los niños a recibir educación sexual integral. Con esa mirada obtusa y distorsionada a fuerza de dogmas —mirada que además quieren imponer a los demás—, los antiderechos quieren homogeneizar los contenidos y alinearlos con lo que les dictan sus creencias religiosas, olvidando que no todos comparten esas creencias.
Para ellos, que niñas, niños y adolescentes reciban una educación sexual integral desde etapas tempranas es una carta abierta para la perversión. Lo ven como una invitación a tener sexo. Pero nada más alejado de la realidad: para lo que sí sirve la educación sexual integral es para que las infancias aprendan a conocer su cuerpo, a llamar a sus partes por su nombre y, muy importante y fundamental, a identificar el abuso sexual, que muchas veces se cobija bajo las sábanas de la ignorancia y los eufemismos. Circula por ahí una historia en la que una niña le contó a su profesor que su tío había lamido su galleta. El profesor, sin saber a qué se refería la niña, le dijo que la próxima vez se comiera sus galletas más rápido. Resultó que la niña estaba siendo víctima de abuso sexual y que la “galleta” era su vulva. En esta historia es “galleta”, pero pueden llamarle “pajarito”, “pilín”, “cosita” o cualquier pendejada que se les haya ocurrido porque no vaya a ser que dios les castigue por llamar a las partes del cuerpo por su nombre.
Que los antiderechos ahora centren su atención en censurar y acotar la educación sexual integral resulta doblemente grave en un país como México, que ya ha sido calificado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) como el número uno en cuanto a abuso sexual infantil se refiere, con la escandalosa cifra de 5.4 millones de casos por año. La cifra puede quedarse corta: en la sociedad mexicana, donde muchos de estos abusos tienen como escenario la casa y son perpetrados por familiares, muchas veces se prefiere no denunciar antes que arruinar el buen nombre de la familia. (Hurgando por aquí y por allá, mientras aterrizaba ideas para este texto, encontré el libro Secretos de familia. Incesto y violencia sexual en México, de Gloria González-López, al que sin duda habrá que echarle un ojo y que documenta ampliamente el abuso sexual infantil en la familia.)
Mejorar la calidad de la educación sexual integral que reciben las y los niños en las escuelas no exime a las madres y los padres de familia de su labor de orientadores. Es ahí en donde pueden seguir sus creencias religiosas y guiar a sus hijos según las normas morales que hayan elegido. Esa es labor de casa: claro que implica un mayor trabajo de crianza y un mejor acompañamiento.
Pero es un hecho que las y los menores deben recibir la mejor y más clara información posible en la escuela, porque tener esa información les permitirá identificar y denunciar cuando son víctimas de abuso, así sea a manos de un amigo, un tío, un primo, su padre, su padrastro, el abuelo, un maestro, el entrenador o el señor cura.