La calle del Turco
Por Édgar Velasco / @Turcoviejo
Más de una vez me he encontrado con personas que se preguntan —o le preguntan a otros— cuál es el papel que debe jugar la literatura en un contexto social como el que vive México en estos tiempos, marcado por la desigualdad, la inseguridad y la violencia. Cuando alguna vez me hicieron esa pregunta, respondí lo que hoy reafirmo: la literatura no debe jugar absolutamente ningún papel.
Siempre me ha parecido un error atribuirle al arte en general, y a la literatura en particular, papeles y tareas que no le corresponden. Se insiste, por ejemplo, en que la lectura hace mejores a las personas, pero lo cierto es que hay lectores consumados que son unos verdaderos hijos de la chingada. Ilustrados, sí, pero criminales. (Se dice que El Chapo Guzmán gusta de leer El Quijote de La Mancha.)
No obstante, sostengo que aun cuando creo que a la literatura como tal no le corresponde jugar ningún papel, sí me parece importante que las y los escritores se posicionen respecto de las diferentes problemáticas que aquejan al país. Aunque me parece respetable y muy necesario que haya autores que prefieran mirar al mundo interior y apostar por otro tipo de ficción, admiro a las y los escritores que optan por echar mano de sus obras para explorar los terrores que nos acechan, por explicarse el mundo que nos tocó vivir y compartir con sus lectores esa indagación y que, además, lo hacen de gran manera.
Una vez superada la narconovela, género que ha explotado hasta el hartazgo el mundo del narcotráfico y que vio en Élmer Mendoza a su mejor y más logrado exponente, las y los autores han volteado la mirada a otros temas y han usado sus obras para narrar algunos de los horrores recientes que aquejan al país, horrores que son cada vez más escalofriantes. Voy con un par de ejemplos.
Temporada de huracanes (Random House, 2017) es una de las mejores piezas que ha dado la literatura nacional en los años recientes. Con una prosa delirante y un ritmo trepidante, Fernanda Melchor nos regala un crudo retrato de la pobreza extrema, la violencia de género en todas sus variantes, la impunidad y el abuso de poder. La narradora veracruzana echa mano de los mejores recursos del periodismo y la crónica, áreas que domina a la perfección, y los mezcla con una de las más grandes virtudes que puede tener quien se dedica a la escritura: el oído. Todas y cada una de las frases están perfectamente medidas y los diálogos calibrados para ofrecer tres grandes capítulos vertiginosos que se van como agua mientras se va desvelando el perverso interior de los personajes. La Bruja, la persona asesinada en torno a la cual gira la trama de la novela, es el espejo que refleja a una sociedad plena de prejuicios y odio. Un relato imprescindible que, como corresponde a una gran obra, no hace sino mejorar con el paso del tiempo y, al mismo tiempo, se mantiene tan vigente como el día que comenzó a circular.
Por su parte, José Miguel Tomasena se ocupa del tema de las y los desaparecidos en su novela más reciente, titulada El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019). Al igual que Fernanda Melchor, Tomasena también echa mano de su amplia experiencia en el mundo del periodismo para novelar una de las realidades que más aquejan al país: el dolor de las familias que buscan a sus seres queridos. Al mismo tiempo, como atendiendo al dicho que dice que la cabra siempre tira al monte, José Miguel también aprovecha las páginas para retratar la violencia contra los medios de comunicación, así como el entorno precario en el que se desenvuelven los periodistas del país. El narrador de la novela es la pareja sentimental de Tania, una documentalista que realiza un documental que da voz a las madres que buscan a sus familiares. De pronto todos se ven sumidos en una telaraña en donde el mal acecha por todos los frentes: desde el crimen organizado hasta las autoridades. El final es devastador.
Dicen que nadie experimenta en cabeza ajena, sin embargo, los mexicanos haríamos bien en sí hacerlo. Quiero cerrar esta colaboración mencionando una novela que, si bien no ocurre en México, nos pone frente a un escenario que resulta cada vez más cercano. La dimensión desconocida (Random House, 2016), de Nona Fernández, es un juguete literario que voltea al pasado para echar mano de uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Chile: la dictadura de Augusto Pinochet. Usando como pretexto el título de la serie de culto, la narradora chilena da forma a una novela que intercala el pasado y el futuro y en el que la búsqueda es por entender cómo se relaciona uno mismo con su historia. ¿Cómo nos estamos relacionando nosotros con la nuestra? ¿Cómo nos afecta, qué nos mueve? ¿Cómo y cuándo la vamos a revisar?
Aunque muchos prefieren ver en la literatura un escape, estas obras y muchas otras nos demuestran que cada vez es más difícil escapar de la realidad que nos rodea.