Frente al reto de repensar la sociedad en medio de la crisis por COVID-19, surgen voces que cuestionan la normalidad que conocíamos antes y la propuesta de una nueva desde el Estado; sin embargo, hay quienes dejaron de normalizar el sistema económico en el que vivimos desde mucho antes de la pandemia.
Estas son algunas de las experiencias de autogestión comunitaria que existen en la ZMG y que nos pueden inspirar para imaginar otra nueva normalidad.
Por Mariana Mora
Ilustraciones: Isabella Vaidovits / @varonlazlo
Empezamos la “nueva normalidad” en un escenario hostil en términos económicos y sanitarios. Por un lado, los contagios de COVID-19 en el estado no han cesado, y por el otro, se han perdido más de 82 mil empleos, solo en Jalisco, entre febrero y junio como consecuencia de esta pandemia. Con todo y el Plan para la Reactivación Económica de Jalisco, se estima que se perderán alrededor de 120 mil empleos en el estado. Ante la pérdida de ingresos de un amplio sector de la población y los recortes presupuestales, el acceso a la alimentación, vivienda, educación y salud se ven limitados.
Para Salvador Ferrer Ramírez, profesor e investigador del Departamento de Producción Económica de la UAM-Xochimilco, la contingencia sanitaria: “evidenció las condiciones de carencia y miseria que viven la mayor parte de la población en cuestión de derechos como la salud y el empleo. En estas condiciones de parálisis no debemos permitir regresar a la ‘normalidad’ y debemos plantear ideas y nuevas formas de organizar a la sociedad para no regresar a la situación anterior”.
En este contexto, han circulado análisis diversos que especulan sobre lo que podría venir después de la pandemia. Algunos apuntan a un escenario distópico de control totalitario y reforzamiento del capitalismo, mientras otros auguran un cambio de sentido ontológico que ponga en el centro la vida y los cuidados de la misma en comunidad. En medio de estas dos conjeturas hay un abanico de posibilidades hacia las que el futuro se puede dirigir.
Aunque la incertidumbre frente a esta crisis planetaria ha avivado la discusión sobre el sistema socioeconómico que impera en el planeta, su cuestionamiento no es nuevo. Siempre ha habido experimentos para transitar hacia otras formas de organizar y sostener la vida. Las experiencias de autogestión comunitaria desmienten la inevitabilidad del capitalismo y conocer las que tenemos cerca demuestra que son posibles. Estas son solo algunas de las iniciativas que hay en la Zona Metropolitana de Guadalajara.
Autogestión alimentaria
La alimentación, como base del sostenimiento de la vida, es uno de los aspectos que más se busca resolver de forma autogestiva, es decir, sin depender del mercado o el Estado. Los proyectos autónomos de producción de alimentos apuntan a la soberanía ante las formas nocivas con que la agroindustria opera: deforestación, agroquímicos y explotación. Aunque la agricultura se encuentra principalmente en zonas rurales, cada vez hay más iniciativas en las ciudades para producir alimentos.
En Guadalajara existe una Red de Agricultura Urbana (RAU) que agrupa a alrededor de diez colectivos desde 2016. Una de sus actividades principales son los tequios: trabajo comunitario de entre 20 y 50 personas que realizan una vez al mes en los diferentes espacios agrupados en la Red. En estos encuentros se conforman comisiones para realizar diferentes labores en los espacios de cada colectivo, después del trabajo se realiza una comida comunitaria y, al final, una capacitación. Paty Espinoza, integrante del Colectivo Agroecológico Teocintle que está vinculado a la RAU, explica que “la necesidad de sentirse acompañadas, compartir experiencias y apoyarse mutuamente, les llevó a agruparse con otras personas y conformar la Red”.
El Colectivo Teocintle inició desde 2013 –aunque primero se conformaron como grupo de sembradores- a partir de un curso de agricultura urbana que ofreció el DIF Zapopan. Con el conocimiento que adquirieron en este curso, habilitaron un terreno que solía estar baldío y lleno de escombro y lo convirtieron en el Parque Agroecológico de Zapopan. Ahora el espacio tiene 47 camas de cultivo y un sistema de captación de agua de lluvia que retiene hasta 750 mil litros de agua en temporal de lluvia. Todo lo que se produce en el parque es para el autoconsumo de las 20 personas que conforman el colectivo. Cada integrante o familia cuenta con una cama de cultivo de 10 metros cuadrados para su propio consumo, pero además se están certificando en cultivos biointensivos para poder manejar cada quien tres camas, una individual y dos colectivas.
Aunque lo que producen en este espacio no les resuelve todas sus necesidades alimentarias, algunos de los miembros venden, comparten o intercambian los excedentes. Incluso para algunos ha resultado una alternativa de ingresos durante esta crisis mientras su trabajo está detenido o no tiene la misma afluencia que antes.
Autogestión educativa
Para acceder a la educación se suele pensar en dos únicas opciones: el Estado, con sus limitantes en calidad y accesibilidad y el mercado educativo, con los costos que esto implica para la economía familiar. Hay quienes han decidido salir de esa dicotomía y generar una tercera vía: la autogestiva.
Así nació el colectivo ALAS, aprendizaje en libertad, en 2013: como una apuesta política crítica al sistema, no solo educativo, sino socioeconómico. “La educación reproduce un sistema que nos está enseñando a obedecer”, explica Mónica González, una de las fundadoras del colectivo. Desde su visión, la educación hegemónica instaura una dinámica en la que solo se actúa en pos de una recompensa: en la vida adulta es el dinero, en la infancia son las calificaciones. Quienes se agrupan en este colectivo buscan que la motivación a estudiar venga de la curiosidad y así devolver a la escuela su significado etimológico: ocio creativo.
Mónica describe este proyecto como una comunidad de aprendizaje donde se comparten saberes y experiencias partiendo de una postura crítica al capitalismo. Comenzó cuando ella junto con otros amigos dedicados al aprendizaje, padres y madres y estudiantes críticos del sistema, empezaron a organizar talleres y paseos para niñas y niños cercanos a su círculo (su hijas e hijos en un inicio) en horarios extra escolares; pero cuando terminaron la primaria decidieron que no querían continuar estudiando en ninguna de las dos opciones educativas que conocían y empezaron a explorar una tercera. Así conocieron la Unitierra de Oaxaca -un proyecto colectivo de aprendizaje, reflexión y acción- y la Red Latinoamericana de Educación Alternativa. Se dieron cuenta de que sí existían estas iniciativas, pero que requeriría mucho trabajo. Partieron de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona que Mónica entiende como un llamado del zapatismo: “si no les gusta lo que están viviendo y viendo a su alrededor, ya no pidan permiso a las autoridades para ver si acaso lo cambian. Organícense y cámbienlo”. Ese es el origen del colectivo: hacerse cargo.
Susana Valle, otra de las fundadoras de ALAS, sabía que no sería fácil. “Se requiere compromiso, confrontarnos con la realidad, con nuestros propios fantasmas, deconstruir lo que ya tenemos construido y tratar de formar algo nuevo”, explica. A pesar de ir a contracorriente, hoy ALAS es una comunidad conformada por 26 adolescentes cursando 15 talleres, sus familias y un grupo integrado por 20 adultos (maestros/compartidores) que se organizan en tres asambleas: la de estudiantes, la de padres y madres y la del colectivo. Todas las decisiones se toman de forma horizontal en las asambleas. Los talleres son propuestos y elegidos por la asamblea de estudiantes y abarcan desde oficios como: cerámica, panadería y joyería, hasta áreas del conocimiento teórico-práctico como: agroecología, música, filosofía, historia, tecnología, lingüística y teatro. Si quisieran entrar a la universidad, las y los chicos pueden hacer un examen para certificar sus conocimientos. Algunos lo han hecho ya y les ha ido bien.
El proyecto se sostiene a través de cuatro fuentes que lo nutren: una es el trabajo no remunerado de las y los miembros del colectivo. Las horas que imparten sí son remuneradas, pero todo el trabajo de organización lo toman como militancia: “es nuestro sueño y nadie te paga por soñar”, dice Mónica. El segundo ingreso viene de las aportaciones de las familias, aunque se adaptan a las posibilidades de cada una y muchas pagan con trueque: imparten algún taller a cambio del aprendizaje que reciben sus hijas e hijos. La tercera fuente son donaciones que reciben esporádicamente y la cuarta está en proceso de concretarse: los proyectos productivos que nacen de los talleres de oficios. La venta de los productos que se generen en estos talleres será un puente en el camino a la autonomía para el colectivo.
Vivienda autogestiva
El acceso a la vivienda –rentas e hipotecas- suele significar un gasto alto y constante a la economía familiar. Desde el inicio de la pandemia, muchas personas han tenido que mudarse porque no pueden seguir pagando la renta o sus créditos, derivado de la pérdida de sus ingresos. Por otro lado, la Comisión Nacional de Vivienda (CONAVI) reportó que los financiamientos otorgados para acceder a la vivienda en Jalisco han disminuido un 12.06% este año, con respecto al anterior. Por esto, cuando las personas que se agrupan en la Brigada Martín Baró pensaron en obtener un lugar para vivir, pensaron hacerlo en colectivo.
“La vivienda se volvió un negocio y no una cuestión de derechos: un negocio para las constructoras, los gobiernos y los bancos”, cuenta Mariana Aguirre, integrante de la Brigada, para explicar por qué es tan difícil acceder a una casa. Cuando ella y sus compañeras y compañeros comenzaron a analizar el contexto en torno a la vivienda, concluyeron que los precios en el mercado eran altísimos y la calidad que las dependencias crediticias como el INFONAVIT ofrece era indigna. Entonces eligieron el camino que llevaban años recorriendo en otros ámbitos: la autogestión.
La Brigada comenzó su organización política en 1999 a partir de una convocatoria del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y desde entonces han accionado en varios frentes bajo la premisa zapatista “para todos, todo”. Por esto, cuando se empezaron a plantear el proyecto colectivo de vivienda, en 2012, pusieron como prioridad construir comunidad además de casas. “Una cosa es estar viviendo juntas y otra será el trabajo comunitario, político y de organización”, reflexiona Gabriela Aguilar, integrante del colectivo. El primer paso fue tomar talleres de vivienda comunitaria y aprender sobre los efectos de los espacios en la convivencia. Mientras se capacitaban, conformaron comisiones y empezaron a establecer una estrategia financiera para la siguiente fase del proyecto: comprar el terreno.
Hicieron rifas y fiestas, pidieron préstamos, empeñaron joyas y pusieron sus ahorros en común. En un año, las 13 personas involucradas en el proyecto reunieron el dinero para comprar el terreno donde se establecería la Cooperativa de Vivienda Nemoayán. Eligieron un predio en San Andrés, un barrio en el oriente de la ciudad con una historia de lucha y organización popular viva desde los años 70 y hasta la fecha. La selección del territorio les parecía una cuestión relevante para formar comunidad. Ahora, el colectivo está formándose en técnicas de construcción sustentables y adecuadas al contexto para poder construir. También se encuentran en proceso de convertir al proyecto en una cooperativa para que las propiedades y las responsabilidades sean de todas y todos los miembros del colectivo. La siguiente fase será reunir el dinero para obtener los materiales y comenzar las obras.
Transitar hacia una nueva normalidad
Estas tres experiencias de autogestión tienen en común una base organizativa pensada desde y para la colectividad. Las personas agrupadas en estos proyectos hablan de la relevancia de comunalizar la vida y repensar las formas de sostenerla. Los tres colectivos hacen una crítica a las dinámicas del sistema capitalista y plantean alternativas que cada vez resuenan más en las discusiones en torno al futuro de la sociedad.
“Yo pienso que sembrar alimentos es una alternativa completamente viable y necesaria en estos tiempos de crisis”, Paty Espinoza –del Colectivo Teocintle-, sabe que en un inicio no será fácil ser autosuficiente, pero cree que se pueden ir transformando los hábitos de consumo y alimentación. “Además, los espacios comunitarios te permiten generar vínculos con la gente”, concluye.
El punto de partida para este tipo de proyectos es la imaginación, porque la comunalidad no está presente en nuestra socialización. Para Mónica González –del colectivo ALAS- la escuela es una aliada al sistema capitalista, “por eso no es capaz de detenerse”, explica. Ni siquiera en medio de una pandemia. Para el colectivo ha sido necesario parar y pensar cómo continuar el proyecto sin reproducir las lógicas desenfrenadas del capitalismo. “Hay que empezar nuevamente el trabajo de la creatividad, que ha sido parte de este proyecto desde que inició”.
Para Gabriela Aguilar –de la Brigada Martín Baró- el mayor obstáculo para transitar hacia estas formas de vida es el individualismo tan inmerso en todos los aspectos culturales del capitalismo. “Toda la vida nos han planteado que tenemos que resolver nuestras vidas solos, y mientras tú estés bien lo demás no importa. Por eso no vemos lo colectivo como una opción”. Pero cuando las personas se dan cuenta de que otras formas de organizar la vida son posibles, es más fácil reproducirlas. La idea de la Cooperativa de Vivienda Nemoayán es que funja como proyecto piloto para poder replicarlo. “Queremos sistematizar el proceso que tenemos para acompañar y asesorar, y que en la ciudad también se vayan gestando más proyectos como este”, cuenta Mariana Aguirre.
También la Red de Agricultura Urbana sueña con la transición hacia una alimentación más autogestiva y le apuestan a compartir sus conocimientos y experiencia para que más personas puedan hacerlo. “Estamos dando talleres de agricultura urbana y lombricomposta, además, estamos planeando hacer videos para que la gente aprenda a hacer agricultura en casa”, explica Paty Espinoza, del colectivo Teocintle. Ella aconseja comenzar a sembrar, llevar a la práctica lo que ya se sepa y buscar información; pero también “apropiarse del espacio que esté disponible: un camellón, un parque. Hablar con los vecinos, empezar a organizarse”, sugiere Paty.
No será fácil, ni pronto, pero es posible. El otro obstáculo a vencer es el miedo, como dice Mariana Aguirre:
“Justo eso quiere el poder: que tengamos miedo, que no volvamos a salir a las calles, que no nos organicemos y pues creo que también falta trabajarnos esos miedos en lo colectivo”.
Que hermosa y esperanzadora esta visión Mariana. Gracias por compartirla.