En ZonaDocs creemos que el periodismo es y debe ser un acto de memoria; por ello, este es el cuarto perfil del proyecto “COVID-19: Historias de vida y memoria”, donde se da rostro y vida a cada una de las personas que, lamentablemente, perdieron la vida a causa del COVID-19, enfermedad que causa el coronavirus.
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Quienes le conocieron, quieren y extrañan saben que no se puede hablar de solidaridad con Cuba en México sin mencionar su nombre: Jesús Reynaldo Escamilla Martínez.
La semblanza que compañeros y amigos del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba, redactaron tras la inesperada partida de su líder el pasado 9 de junio de 2020, refiere que él, Jesús Escamilla, fue un militante de izquierda y comunista por convicción, inspirado por el pensamiento de José Martí, Fidel Castro, Ernesto Guevara “Che”, Efraín Huerta, Roque Dalton, Benito Juárez, Emiliano Zapata y por los clásicos marxistas, a quienes dedicó su compromiso y militancia política.
Compañero incondicional e irremplazable, unificador de movimientos, voces y frentes, ofreció su vida a la ideología comunista, y desde su fundación hasta su muerte se desempeñó como Coordinador Nacional en funciones del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba (MMSC).
Siempre llevó por delante a Cuba y su Revolución, pues su ideología era su única y principal compañera de vida. Hoy tras su ausencia física, el legado material e inmaterial de su paso por esta tierra, que decidió hacer una lucha por la igualdad y las injusticias sociales, trasciende en quienes le extrañan y seguirán honrando su memoria con el ejemplo que les dejó.
Sin disociar la imagen del líder de la del amigo, Tamara Barra compañera de militancia y vida durante los últimos 17 años, compartió con ZonaDocs el lado más sensible e inspirador de Escamilla, por el que hoy se mantiene tratando de honrar la herencia de su legado.
Por Dalia Souza / @DaliaSouzal
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Tamara Barra, militante del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba (MMSC), compañera por coincidencia, pero también por elección y convicción, recuerda que aquel día que conoció a Jesús Escamilla por primera vez, ambos se encontraban en la misma fiesta.
Ella venía de haber participado días atrás en una brigada de trabajo voluntario en la Isla, él de uno de los tantos mitines que organizó en apoyo a Cuba. Ansiosa por conocer a personas militantes, así nomás, alguien le presentó a “Escamilla”, como le nombran con cariño sus amigos y conocidos del Movimiento:
-Y tú, ¿quieres a Cuba?, le preguntó Tamara.
Él, sacó de su mochila y besó la icónica bandera de franjas horizontales azules y blancas con el triángulo color rojo y la estrella blanca de cinco puntas.
Tenía 17 años, pero dice que ahí supo que quería estar con él toda su vida. A partir de aquel momento, por invitación de Jesús, Tamara se sumó al MMSC y a las acciones políticas y públicas que rodean la lucha solidaria por el pueblo cubano.
“Para todo el mundo es importante pertenecer a algo, mentalmente para mí pertenecer a algo me dio sentido de vida… Él me dio una identidad como persona, yo no sería militante y gracias a él lo soy, para mí ser militante es lo más importante, lo que me ha dado todo, desde amigos, compañeros, el gusto y la satisfacción de conocer a muchas personas”.
Sólo aquel poema de Roque Dalton que recitaban juntos Escamilla y ella puede explicar el amor profundo que existe entre ambos: ese que es único y que trasciende entre compañeros de lucha:
“A quienes te digan que nuestro amor es extraordinario
porque ha nacido de circunstancias extraordinarias
diles que precisamente luchamos
para que un amor como el nuestro
(amor entre compañeros de combate)
llegue a ser el amor más común y corriente,
casi el único”
Jesús Escamilla fue un amigo siempre presente, permanente e insustituible, no sólo para Tamara, sino para cada persona que le conoció en este caminar solidario y de izquierda; por ello, su partida abrupta, además de resultar inexplicable y dolorosa, les ha dejado en medio de una especie de orfandad forzada.
“Siempre era un brazo acompañante, una persona que estaba a tu lado, que te hacía ver los errores pero que siempre fue incondicional”, afirma Tamara, quien también lo reconoce como un hombre solidario, capaz de privarse de cualquier cosa material para ayudar a quienes lo necesitaran.
Aquellos que tuvieron la oportunidad de compartir a su lado en la cantina del Tío Pepe, sabrán que disfrutaba de tomar ron junto con dos o tres amigos, de escuchar las historias de las personas y de platicar con los meseros.
Ese era Jesús. El que llegaba puntual dos o tres horas antes del mitin, el que llevaba las banderas y se responsabilizaba de todo detalle, el que se hacía amigo del que se encargaba de llevar el templete y el sonido para la actividad, ese mismo que hace apenas unas semanas llamó para ofrecer sus condolencias por la pérdida del líder Escamilla.
Compañero autodidacta y siempre dedicado a la lectura, Tamara lo describe como un hombre muy culto, que mucho disfrutaba de hablar de poesía, pero también sobre historia, filosofía, ciencia política, música, historia del arte, pintura y cine; sin embargo, lo que más amaba, era compartir sus conocimientos, como lo hizo con ella:
“Para mí era un hombre de una cultura inmensa, que lo disfrutaba y lo compartía. Me quedé con algunos de sus libros. Él fue el que me acercó a leer La Madre novela de Maksim Gorki, una mujer que lucha contra el régimen zarista. Incluso, muchos libros clásicos yo los conocí gracias a él”.
Y es que, uno de sus más grandes compromisos, señala su compañera de lucha, era que las y los jóvenes se acercaran a la militancia y desde ésta, lograran unirse al movimiento y apoyar las brigadas de trabajo voluntario en Cuba; prueba de ello, comparte Tamara, es el acompañamiento que realizó a decenas de jóvenes para que ser formaran en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), una de las más importantes del mundo.
Respetado y admirado por muchos y muchas, siempre fue fiel a sus convicciones y nunca pidió nada a cambio, ni favores económicos, ni políticos:
“Yo no sé si Escamilla tenía la capacidad de reconocer qué tan admirado y reconocido era por tanta gente, pero él era así, un hombre sencillo, que podía pasar desapercibido pero que nadie tocara lo que él creía”.
Aficionado del Necaxa -uno de sus mayores orgullos- y mexicano de corazón, decía que no existe “socialismo sin pachanga”, así que, disfrutaba de compartir con sus amigos un buen trago de ron y de un buen baile:
“Él era un hombre al que le gustaba divertirse. Siempre, íbamos a un lugar y nos tomábamos una cerveza, le gustaba mucho bailar, y yo creo que con nadie me acomodo como con él para bailar.
Con 60 años de edad, quienes conocieron a Jesús pueden describirlo como un hombre joven y fuerte, al que aún le quedaban muchos años de viajes a Cuba, de planes y momentos por compartir con el mundo y con sus seres queridos; por estas razones, su muerte resulta inverosímil. Saben que para cuidarse en medio de esta pandemia hizo todo lo necesario, en su casa había alcohol y cloro para desinfectar cualquier área, también había cumplido con el distanciamiento social obligado.
¿Qué hizo falta?, ¿Cómo pudo contagiarse? Son las preguntas a las que buscaron explicación, y si bien, poco después se enteraron que en el edificio en el que vivía varios miembros de una familia habían resultado positivos a COVID-19 y nunca alertaron a sus vecinos, Tamara considera que sumado a esta acción poco solidaria y responsable -por la que probablemente “pescó el bicho”- , se agregó la soledad en la que, como muchos, se vio inmerso Escamilla dentro del encierro provocado por el confinamiento.
Aquellos últimos días que pasó entre conversaciones con amigos a la distancia, películas de cine y Chaikovski relata Tamara, no pudieron superar este encierro “antinatural” que le impedía hacer lo que más amaba: acudir a sus amadas librerías, compartir con sus amigos y o pasear por su queridísimo Centro Histórico.
HONRAR LA VIDA DEL LÍDER MILITANTE
Jesús Escamilla fue fiel a sus convicciones desde que las eligió hasta su último respiro, como diría Ernesto Araiza, gran amigo militante y exguerrillero en un poema dedicado a su memoria:
“Decidiste partir como ser humano necio y valiente,
sin salir en camilla ni ocupar espacio alguno de hospital posible…
Quizá por entender… que habiendo tanta
necesidad y demanda urgente…
Otras y otros deberían ahí ser tratados para lograr mejores resultados”
Escamilla se lo había dicho a Tamara, que, si por alguna razón se contagiaba, nunca iría a parar a un hospital y así fue:
“Cuando llega la ambulancia él decide no subirse y mantenerse en su domicilio. Entonces, hasta el último momento de su vida fue una persona consecuente con lo que decía y con lo que hizo. A pesar de que eso le arrebató la vida”.
La vida del líder, del brazo unificador de la lucha comunista y solidaria, no sólo entre personas, sino también, entre diversos frentes y países, comenzó tiempo atrás, cuando Jesús Escamilla era un joven de 17 años, así lo refiere Tamara, quien decidió escribir junto con sus compañeros y compañeras del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba una biografía política, escrita de manera colectiva que documenta su paso inolvidable, pero además trascendental por esta tierra.
Comenzó muy joven a militar en el Partido Comunista Mexicano, lo que le llevó a conocer muchas personas, ideologías y luchas del mundo. Estuvo ahí cuando triunfó la Revolución Nicaragüense, apoyando con las brigadas de solidaridad, siempre participando activamente en las filas de la juventud del Partido Comunista lo que lo llevó a después integrarse al Partido Socialista Unificado de México (PSUM).
Viajó en varias ocasiones al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, un evento internacional organizado de manera conjunta por la Federación Mundial de la Juventud Democrática y la Unión Internacional de Estudiantes desde 1947; ahí conoció Corea del Norte y Moscú, relata Tamara, que, aunque reconoce que muchas veces escuchó hablar de estas historias con Jesús, siempre eran charlas casuales que hoy, tras su partida, quedan plasmadas en esta biografía.
Tras el surgimiento de la Promotora ¡Va por Cuba! una organización que se describe como “plural e integrada por diferentes organizaciones políticas y sociales, sindicatos, agrupaciones populares y cristianas, estudiantes y ciudadanos mexicanos, cuyo propósito más importante es dar a Cuba la más amplia solidaridad, tanto política como material”, Escamilla formó parte de todas las brigadas y campañas de apoyo que se hicieron a favor de este país caribeño; desde aquella ocasión en la que mandaron tres barcos de petróleo, hasta los fertilizantes y medicinas que repartieron a la población.
Todo, dice Tamara “porque la ideología era su única y principal compañera de vida” y porque “el amor por Cuba lo marcó y le hizo trascender”:
“Cuba al ser un país tan solidario, pues es que él se hace una persona muy solidaria. Él arriesgo todo, comprometió su vida personal, su trabajo, sus amistades, hasta sus relaciones personales de amor”.
Siempre estaba por delante Cuba y su Revolución. En esas llamadas de complicidad él le confesaba: “Yo soy lo que soy gracias a mi militancia, gracias al Partido Comunista, gracias a la Revolución Cubana”.
Todo esto le permitió conocer a personas maravillosas afirma Tamara, como Aleida Guevara, la hija menor de Ernesto Che Guevara, con quien “realizando actividades de solidaridad en más de 20 estados de la República Mexicana en 12 días consecutivos”, relata.
También se sumó a las acciones a favor de los cinco Héroes Cubanos: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González, mismos que fueron detenidos de manera injusta por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) -por sus siglas en inglés- el 18 de septiembre de 1998. Estuvo ahí, con ellos, con la lucha hasta que se logró su libertad casi 16 años después de su encarcelamiento entre 2014 y 2015.
Por todo lo anterior y más, expresa Tamara -y en eso coinciden sus compañeros del Movimiento-, “siempre que hablas de Jesús Escamilla es hablar de Cuba y para hablar de solidaridad con Cuba en México hay que mencionar siempre a Jesús Escamilla”; acompañado por supuesto de decenas de personas que siempre confiaron en él y le acompañaron para hacer toda tarea posible.
El antecedente del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba (MMSC) nació en 1991 como Promotora de Solidaridad Va por Cuba y ahí estuvo Jesús para afianzar sus bases, sin embargo, fue hasta el 24 de febrero de 1996, en el Primer Encuentro Nacional de Solidaridad con Cuba en la Ciudad de México, que por fin “se logró la unidad” con su fundación.
Hasta la fecha, está integrado por organizaciones, personas simpatizantes de la causa pertenecientes a diferentes sectores de la sociedad en México, obreros, amas de casa, sindicalistas, integrantes de diferentes partidos políticos (PRD y PT, Morena, etc.), exguerrilleros, y de diversos pensamientos y corrientes de la izquierda. Y es que, a esto se refiere su compañera, cuando advierte que Jesús Escamilla “tenía la capacidad de ser una persona unificadora”, capaz de reunir voces y pensamientos en un solo frente común: Cuba.
“Cuando fue el lanzamiento zapatista en 1994, muchos compañeros decían: “hay que hacer la solidaridad con México y Cuba después”, pero Escamilla les dijo “No, Cuba no está aparte de esto”, entonces, ese brazo unificador, es lo que Escamilla siempre resaltó e hizo, por eso es tanta, tanta la pérdida”.
Tamara asegura que por todo lo que él representa, su partida ha sido aún más dolorosa e imposible de aceptar, no sólo para ella, como advertíamos, sino para cada una de las personas que le conoció y se quedó con un fragmento de su conocimiento, de sus charlas, de sus risas, de sus bromas, de sus bailes, de sus anécdotas, de su saber y su experiencia.
Desde poetas hasta intelectuales afirma Tamara “de la talla de Waldo Leyva”, escritor, periodista y poeta cubano; o de “Héctor Díaz Polanco”, antropólogo, sociólogo, poeta y ganador del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2016, todas y todos le han asegurado que “Jesús Escamilla es insustituible”:
“Todo el mundo estamos y podemos hacer muchas cosas, pero la labor de Escamilla es muy complicada, sobre todo conociendo a la izquierda en México, que lamentablemente siempre está con muchas divisiones, tal vez de forma, más que de fondo, pero él supo durante más de 25 años anteponer la unidad como principio”.
El propio, Antonio del Conde, El Cuate, bautizado así por Fidel Castro y quien el 25 de noviembre de 1956 zarpó junto con el líder cubano de las playas de Tuxpan, Veracruz, en su yate Granma para ir a hacer la revolución, lamenta su pérdida y la considera una de las más grandes y significativas para el movimiento:
“El Cuate, tiene 94 años, la misma edad que Fidel, me llamó para decirme, “Oye ven a verme, cómo que se murió Escamilla, son de las cosas que yo no quería saber. Ya la muerte de Fidel fue muy dura, y de varios revolucionarios, pero la de Escamilla, yo le llevo 34 años, cómo es que se murió”.
Hoy en su calendario una pequeña ofrenda en honor a su querido Escamilla aguarda a su reencuentro.
ORGULLOSAMENTE MEXICANO
“Él era profundamente y orgullosamente mexicano, así como era amante de Fidel, de Martí y del Che, también lo era de Emiliano Zapata, Benito Juárez, Pancho Villa eran sus máximos y además, los conocía” relata Tamara, recordando aquella vez en Cuba, cuando Jesús Escamilla se encontró con un viejo sabio santiaguero y comenzó a platicar con él sobre Zapata “con unos datos, con unas historias” dice su compañera, que lo único que quedó decir fue “¿de dónde sabes tanto, Jesús?”
Era también un gran amante del Centro Histórico de la Ciudad de México; Ángeles González Gamio, cronista de este espacio icónico en la capital del país, reconoce de algunos datos que le dio Escamilla para sus historias:
“Hablé con ella y está triste y me dijo “yo de Jesús aprendía, yo soy cronista, pero Escamilla siempre me sorprendía con datos; y yo esos datos algunas veces me servían para mis crónicas para La Jornada los domingos”.
EL LEGADO DE ESCAMILLA
Para honrar su memoria, sus compañeros, compañeras, amigas y amigos del Movimiento han decidido que el siguiente Encuentro Nacional del MMSC sea dedicado a Jesús; ya que la nueva normalidad traiga consigo más certezas y les permita rendir el homenaje que Escamilla merece, uno donde puedan abrazar y consolar el dolor de su partida.
Mientras tanto, existe el proyecto de crear una biblioteca con su nombre en el Centro la Ciudad de México. En ella, sus libros, sus tesoros quedarán resguardados y abiertos para que su legado de conocimiento y lucha prevalezca a través del tiempo, llevando en su nombre su recuerdo:
“Él tenía muchos libros en su casa, por lo que la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, a solicitud del MMSC, ofreció hacer una biblioteca, la biblioteca Jesús Escamilla, para que no se pierdan sus libros, su selección de obras, sus tesoros. Él decía que cuando tuvo un buen trabajo, en lugar de comprarse un coche, un departamento, él decía que se gastó todo su dinero en libros, en música y en viajar a Cuba, lo decía con un orgullo y con una felicidad”.
Pero más allá de lo tangible, de lo que materialmente puede ser visible, para Tamara, la prueba más importante de su legado será: hacerle sentir orgulloso y digno donde quiera que esté y, con ello, continuar con la lucha de 40 años que dejó vigente tras su partida:
“Antes, cuando yo no podía ir a la marcha por cualquier cosa, decía: “No importa porque ahí va a estar Jesús”. En cambio, ahora que ya no está él, me siento con mucha responsabilidad de que todo lo que él me enseñó y él hizo y con lo que abrió camino, no vaya para abajo, que no se pierda… para que si en algún momento volviera Escamilla y nos volteara a ver diga “La gente con la que yo compartí mis últimos años de vida, continuaron, e hicieron algo por Cuba y no me dejaron solo”.
Desde presentarse a una marcha hasta entrar un volante, expresa Tamara, “que siempre sea digno del legado de Escamilla”.
Porque:
“Podrá morir el artista, sobre todo cuando se es artista de un arte tan peligroso como es la lucha revolucionaria, pero lo que no morirá de ninguna forma es el arte al que consagró su vida y al que consagró su inteligencia” escribió Fidel Castro al Che.
Así Escamilla, dice Tamara, pues, aunque ya no se encuentre físicamente, su memoria, sus enseñas, su presencia, sus amigos, la música que escuchaba, sus lecturas, las películas que vio, su forma de vivir, son la evidencia de que él sigue aquí y de que su herencia continuará.
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Escamilla siempre quiso que sus cenizas fueran arrojadas al mar de La Habana, ahí cerquita del malecón; por lo que, las y los amigos, compañeras y compañeros que así lo deseen viajarán a Cuba juntos el próximo año para despedirlo como lo deseó y para que siga siendo de todos, pero principalmente de la tierra donde nació la eterna solidaridad por la que tanto luchó.
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